«…Ahora eres mi animal, querido pipiolo…»
por TEODORO NDOMO
viene de NOCHE INSÓLITA (https://elsexoconletraentra.com/noche-insolita/)
Abierto el Herodes. Distingo por fuera a alguno de los amigotes de Celeste. Esos con los que la había visto reír un par de horas antes. Entro y saludó a Berto que se ayudaba de las gafas que delataban su edad para leer el datáfono.
– Oye, ¿por casualidad, alguien ha visto por aquí mi móvil?
– A ver, torpe, coge mi teléfono y llámate anda, que pareces imbécil -contestó “simpático” Berto.
– Siempre tan agradable. Menos mal que sabes poner copas y conversación, si no ¿qué sería de ti?
– Pues aguantar a imbéciles como tú que me dejan propinas miserables. Anda, toma tu móvil, lo habías dejado en la barra. Celeste te lo encontró.
– ¿Celeste?¿Ya te sabes el nombre? Pensé que era demasiado nueva para que la tuvieras ya en tu agenda.
– Querido imbécil, que tú no la conocieras, no significa que yo tampoco. Ella es de la vieja guardia. De antes que tú empezaras a joder la marrana cada noche en la barra.
– Sí, sobre todo joder. ¿Tan lastimero he sido estos años?
– Mira Migue, por aquí ha pasado todo tipo de fauna y vienen con sus etapas de vida que he ido aprendiendo a distinguir y clasificar. Tú no eres especialmente lastimero. Viniste siendo un adolescente tardío universitario quemando el cuerpo -como debe ser- y desapareciste cuando encontraste acomodo en Laura. Eso es así y no es exclusivo de ti. Ahora llevas un buen par de años libre y pasaste tu luto aquí. Tus lamentos, tus lloros y tus recaídas no son exclusivas. Ya te lo dije en su momento. El tiempo y la calma, ayudan. Mírate hoy en día.
– Berto, no sigas por ese camino. No te voy a besar porque tengas razón.
– Imbécil, no te iba a aceptar un beso, ya tengo tu cartera cada noche besando el datáfono, no te preocupes.
Sostuvimos un brindis y sonreímos. Nuestra “amistad” se ha forjado en la barra, que se convirtió en confesionario y hombro -también mutuo- para paliar los achaques de la vida ordinarios y necesarios. En el Herodes mudé la piel como la mejor terapia que me podía haber pasado. Y sé que para Paloma, estoy siendo su “Berto”, pero lo que sucedió esta noche es un punto de inflexión que debo tratar con cuidado. La aprecio y quiero mucho como para perder el vínculo de muchos años que tenemos…
– ¡Ehhh, despierta que estás mustio! En ese baño estuvo el camino. Continúa la senda -joder, me asustó el alegato de Celeste que apareció de la nada.
– ¿Me podrás hablar sin asustarme alguna vez?
– Por cierto, parece que nos volvemos a encontrar “señora”. Creo que esta noche ya te he visto más de una vez en diferentes sitios -comenté con la mirada perdida hacia el suelo.
– Lo sé -soltó mostrando una sonrisa enigmática.
– ¿Cómo has dicho? -y me acerqué algo más a su rostro pensando que me había confundido con el ruido de fondo.
– Que me halaga que me hayas visto en varios sitios. Eso es que te he encandilado pipiolo.
– Poca gente mete mano a mi bragueta en la primera noche. Bueno, poca no, ninguna.
– También puedo desabrochar de nuevo -soltó firme y segura, sin quitar esa sonrisa.
– Vaya, parece que no tienes pelos en la lengua y dices lo que se te antoja.
– Digo y vivo lo que se me antoja. te lo aseguro.
¿Qué me estaba pasando? Yo no soy precisamente un semental. Si pasó lo que pasó con Paloma hoy es porque nuestro lenguaje lleva años curtiéndose como para permitirnos ciertas licencias; pero con Celeste, ni con nadie que conozca de primera vez, me había atrevido a hablar así y menos a que mi verga volviera a presentarse amenazante y firme.
Se acercó más a mí y pasó la mano por la bragueta sin que yo pusiera freno. Por un momento giré la cabeza hacia Berto que estaba de espectador. Hizo un gesto de cerrar la boca sonriendo y desapareció entre las botellas para atender a otros pacientes de su parafarmacia.
De repente, me encontré de nuevo en el baño de las chicas. Como si hubiera tenido un déjà vu, Celeste estaba frente al espejo y también separó las nalgas. La embestí como si no hubiera mañana. El calor que exudaba me llegó a resultar incómodo, pero estaba disfrutando como nunca. no quería parar y ella no paraba de gritar. Tanto que le puse la mano en la boca, aceptando mi bozal lamiéndolo y gimiendo.
Y cuando me fui a correr, se dio la vuelta y quiso tragarlo como quien esperara el maná.
Se irguió y levantó flotante. Como si levitara.
Y se me hizo la noche…
La noche en un bosque negro…
La noche en un campo frío y con neblina…
Y no podía moverme…
Y Celeste tornó en negro sus ojos y sonrió hasta desencajar su mandíbula. Y sus dientes crecieron afilados dejando escapar entre ellos lo que parecía un gusano rojo.
Y no podía moverme. No podía gritar. No podía ni siquiera,… tener miedo.
– Calma pipiolo, conmigo estarás bien.
Y no supe responder. No pude responder. No quise responder.
Se agachó y mordió mi verga sumisa. Una lágrima noté que se escapaba hacia mis labios. No estaba salada. Era como el último aliento dulce que exhalé e inhalé.
Me arrancó el miembro con facilidad. Vi cómo lo engullía relamiéndose, como si fuera un trofeo. Y de pronto, donde antes no había notado dolor a pesar del desgarro, me invadió un punzante e incipiente calor que nacía de donde antes estaba mi verga.
He tenido cálculos renales. “Es lo más parecido a parir”, me decían los enfermeros de turno. Pues no, que te salga un nuevo rabo me estaba resultando más doloroso. Y cuando notaba que estaba bajando la temperatura y aquel nuevo miembro parecía que no crecería más –¿cómo es posible que estuviera al mismo tiempo orgulloso del nuevo mástil más grueso especialmente?-, comenzó la deformación de mi mandíbula. De nuevo el calor y aquel olor a amoniaco que, al mismo tiempo, me hacía arder las fosas nasales.
Y de nuevo en el baño del Herodes. Ya no notaba el calor. Ya no notaba el olor. Pero frente al espejo, tanto Celeste como yo manteníamos aquellas caras repugnantes con gusano por lengua y estalactitas por dientes.
– Sal fuera a darlo todo esta noche pipiolo mío -reclamó Celeste mientras jugaba con mi nueva adquisición tras los bragueta.
Y me encontré en la barra de nuevo. Miré a Berto y se quedó esperando sin pestañear.
– A ver, imbécil. ¿Y ahora qué quieres? Has recuperado el móvil y parece que has mojado un par de veces esta noche. A mí no me vengas con insinuaciones que yo no pierdo aceite.
Berto no me ve como yo me veo en el espejo. Una de las columnas del garito reflejaba mi nuevo aspecto. Además, completamente desnudo, mostrando el nuevo miembro erecto, firme y claro con sus intenciones.
– Ya nunca más te verás con tu antiguo pelaje -escuché el susurro de Celeste-. Ahora eres mi animal, querido pipiolo, y un animal debe comer. Busca tu primera presa y satisfácela para mí. La vas a hacer disfrutar como nunca. Y así le pasará a ella, la convertirás en una “Satyri” tras el mejor polvo de su vida. Piénsalo así y no tendrás remordimiento alguno. Hazme caso. Yo pasé por ello en su momento y aún recuerdo esa primera verga que me transformó para la eternidad. Ve a por tu amiguita. Creo que puede ser tu mejor bautismo en nuestra comunidad.
– ¿Berto también es un Satyri? -contesté.
– Aún no. Es nuestro mejor aliado sin saberlo. Mejor dejarlo como está. Quizá cuando sufra desamor o cuando quiera, pero el Herodes nos proporciona nuevos feligreses.
Asentí con alivio. No sé si quiero ver a Berto en pelotas.
De reojo advertí que al fondo del local retozaban dos cuerpos como si el mundo no existiera, cuando uno de los dos advirtió mi mirada fija, pude notar la llama en sus ojos.
– Vaya, veo que estás reconociendo a tus pares. Pipiolo, tú siempre has sido especial. Lo que te pasó con Laura siempre me resultó gracioso aunque te respeté por ello.
– Espera un momento, ¿de qué cojones estás hablando? -respondí sorprendido.
– Querido Migue, siempre has sido un pánfilo, por eso me encantas. Te llevo vigilando hace años. Con otras formas, con otros cuerpos. Esta noche, con Paloma has dado el paso que buscaba para convertirte. Ahora entrarás en otra dimensión para disfrutar de tu cuerpo. Es cosa tuya hacer disfrutar a los demás.
– Celeste, no te voy a negar que me siento extrañamente cómodo, pero creo que tienes que ponerme al día en demasiadas cosas.
Me lamió la oreja y sentenció:
– Bueno querido, sigo con lo mío, aunque en otro garito -y se giró hacia la barra para despedirse de un sonriente Berto- Hasta la próxima, esto del Pipiolo lo pago yo –y desapareció como vino junto a dos de sus secuaces y de sus nuevos compañeros.
Lo cierto es que me dio hambre. Sabía dónde buscar claramente. Esa puerta se cerró hace tiempo, pero me apeteció. La nueva situación me estaba envalentonando y lo que en el pasado destrozó mi matrimonio, hoy lo quería aprovechar. Nunca superé aquella noche de intercambio propuesta por Laura. Esta noche me daba igual y quise retozar en aquel cuerpo sin culpabilidad y sin remordimientos.
“Esta noche te convertiré en lo que buscabas Lady Laura” , me dije e inicié el recorrido hacia su casa.
Sin duda alguna, quería aprovechar mi nueva imagen para cercenar definitivamente el pasado.
…continuará.