«… Sí, hasta ese punto de humillación permití que todo llegara, ahora me doy cuenta de que era un error …»
por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/
La miraba mientras dormía, bajo aquella tranquilidad con que su rostro descansaba, mientras su cuerpo desnudo recibía el calor de los primeros rayos de sol, dándole la bienvenida a un de un nuevo día.
Horas atrás habíamos estado bebiendo, en medio de una multitud de mujeres que festejaban sus próximas nupcias, pues a pesar de lo mucho que le rogué que no lo hiciera, de lo mucho que le pedí que no se casara, la fortuna de su futuro marido le impedía apartarse de él.
Durante muchos años sostuvimos aquella clase de relación, escondiéndonos de su novio mientras yo aparentaba sentir atracción por otros hombres. Sí, hasta ese punto de humillación permití que todo llegara, ahora me doy cuenta de que era un error, pero en aquel entonces solo podía pensar en que no quería estar lejos de ella.
Continuamente me trataba de convencerme de que aquello no estaba tan mal, que tener su cuerpo a mi disposición me sería suficiente para socavar el amor y la intensa atracción que sentía por ella, que se nutría cada día que la miraba, con cada ocasión en que nuestros labios se encontraban y cada gemido que escuchaba salir de su boca mientras le hacia el amor.
Tenerla a mi lado, desnuda, mirando las formas de su cuerpo mientras el olor a sexo penetraba mis sentidos, era solo el primer paso para acercar mis labios a su piel y recorrerla con una caricia húmeda, mientras ella comenzaba a dar señales de que pronto despertaría.
Mis manos rozaban su cuerpo tan solo con las yemas de los dedos, mientras poco a poco bajaba por su abdomen, recorriendo el camino hacia el destino final que quería alcanzar.
Mi vista se levantó un poco para encontrarme con sus ojos aún adormecidos, un instante antes de que su sonrisa se ensanchara y facilitara mi labor al abrir ampliamente sus piernas.
Mis manos se apoderaron de sus mulsos, acariciándolos mientras los colocaba sobre mis hombros, dejándome llevar por el aroma de su sexo, mientras el sabor que conservaba su vagina, estimulaba mis papilas gustativas hasta el punto de volverme loco, de pegar mi boca a sus labios, degustar su clítoris con movimientos frenéticos de mi lengua que la hacían retorcerse, tomar mi cabeza y gemir de nuevo, como tantas veces lo había hecho mientras yo comía del delicioso manjar que yacía entre sus piernas.
Mis manos subieron poco a poco por su cuerpo, recorriendo su cintura hasta llegar a sus senos hermosos y turgentes, para deleitarse con el tacto de su piel, la suavidad de sus pechos y la dureza de sus pezones.
Me aferré a sus tetas como si aquella fuera la última vez que las tendría en mis manos, una realidad probable que me había sacudido durante los últimos días, que me atormentaba cada vez que cerraba los ojos imaginándola de la mano con otro hombre, en el altar de la iglesia, vestida de blanco, aceptando ser su mujer y empezar una nueva ida a su lado.
Mis labios comenzaron a saborear su vagina con desesperación, a lamerla como si tratara de succionar la mayor cantidad de ella, antes de despedirme para siempre de la mujer a quien había amado en secreto durante tantos años, quien ahora tomaba mis manos mientras apretaban sus senos, gimiendo, abrazando mi cuello con sus piernas en medio del frenesí de un orgasmo cuyas sensaciones podría extrañar toda la vida.
Ella bajó sus piernas y se relajó, recostándose en la cama, sonriente, como tantas veces la había visto hacerlo. Sabía que si intentaba algo más me rechazaría como ya lo había hecho innumerables veces en el pasado, pero esa vez sería diferente, en ese instante no estaba dispuesto a aceptar una negativa de su parte.
Subí besando su abdomen mientras mis manos no se apartaban de sus senos. Casi podría jurar que en aquel momento, su rostro mostraba una sonrisa condescendiente, como si se viera obligada a lidiar nuevamente con mi insistencia, dando por hecho que yo tendría que saber que todo se había acabado, que debía marcharse ya a los preparativos de su boda, la cual tendría lugar pocas horas más tarde.
Mi boca se llenó con sus senos, succionándolos con fuerza, de una forma que sabía que ella no disfrutaría, que le provocaría dolor y dejaría marcas en sus tetas. Ella trató de apartarme sin ser capaz de lograrlo.
– ¿Qué demonios haces? Suéltame que me vas a dejar marcas.
– Esa es la idea – sentí sus manos empujar mi cabeza sin lograr que me moviera un solo centímetro, trató de pegarme, retorció su cuerpo para librarse de mí, pero entonces la tomé por las muñecas y las coloqué a un lado de su cabeza, sujetándolas con fuerza. Ella me miró, tratando de controlarse así misma, mientras mi peso se recargaba en su cuerpo, haciendo que fuera imposible para ella librarse de mí.
Mis caderas se movían entre sus piernas abiertas, rozando mi miembro en su vulva, provocando que sintiera contracciones en su vientre, haciendo que el placer de mis roces la excitara aunque ella no lo admitiera nunca.
Su boca entre abierta, su mirada titubeante y el desistimiento en sus intentos rechazarme, fueron los signos que delataron su excitación. La penetración fue limpia, pues su vagina me recibió con el cálido abrazo del abundante fluido que emanaba de ella. Mientras un gemido profundo me invitaba a continuar, a cogérmela como quisiera, hacerla mía nuevamente como lo habíamos hecho tantas e incontables veces.
Sus gemidos y la forma en que nuestros cuerpos chocaban, generaban la melodía perfecta en medio de una sinfonía de placer, que nos llevó a besarnos sin inhibiciones, que me permitió soltar sus muñecas y dejarme llevar por la sensación de su vagina abrazando mi pene, contrayéndose mientras entraba y salía de ella.
La tomé por el pelo con agresividad, haciendo que gritara mientras mis labios probaban el sabor de su cuello, succionando con fuerza su piel pues quería dejarla marcada, quería que el imbécil con quien se casaría en unas horas, supiera que esa mujer no era solamente suya.
Ella no opuso resistencia a nada de lo que le hacía, se mostraba tan complaciente como nunca jamás lo había hecho, entregándose a mis caricias como jamás en la vida se había entregado, dejándose llevar, moviendo sus caderas y gimiendo con fuerza, abrazándose a mi cuerpo, transmitiéndome su necesidad de sentirme cerca, de experimentarme dentro de ella.
Eyaculé en su interior, en medio de gritos y gemidos, mordiendo suavemente uno de sus senos mientras sentía como los chorros de semen que salían de mi cuerpo, encontraban su nuevo hogar en el vientre de la mujer que tanto amaba.
Nos quedamos abrazados un momento, sin querer abandonar su cuerpo ni la calidez de su piel, experimentando sus senos aplastándose contra mi pecho, mientras sentía los latidos de su corazón vibrando sobre mí.
– Nunca hubiera funcionado – dijo ella en un susurro – mirate, mira tu vida, solamente eres un empleado más, apenas puedes mantenerte a ti mismo. Merezco algo mejor, merezco lo que Marc me puede dar, lo que tu jamás serías capaz de brindarme. Así que espero que hayas disfrutado de este pequeño capricho, porque tú y yo nunca volveremos a estar juntos de esta forma, no pondré en juego mi futuro por un rato de sexo intrascendente contigo, sin importar lo mucho que me guste o lo divertido que pueda ser, así que mejor que te hagas a la idea. Y quitate de encima que tengo que irme ya, me caso en unas horas y tengo que estar lista para mi hombre, el macho que sí es digno de ser llamado hombre.
***
Pasaron algunas horas antes de llegar a la iglesia, vestido de la forma apropiada para lo que se avecinaba, preparado para presenciar el que probablemente sería el evento que cambiaría por completo nuestras vidas, de una forma completamente radical para todos los involucrados.
Marc, el novio, lucía nervioso al estar parado al frente de la iglesia. Miraba a su familia obsequiándoles alguna sonrisa esporádica de vez en cuando, nunca volteó a verme.
Miré a mi alrededor, maravillándome un poco con la forma tan elegante en que Marc ordenó arreglar la iglesia, saturándola de flores blancas y muy hermosas, envueltas en paños de seda que de solo verla me hacía sentir completamente fuera de lugar.
La música que anunciaba la entrada de la novia se escuchó y entonces entró ella, tomada del brazo de su padre, caminando orgullosa, sonriente, feliz por iniciar su vida de ensueño, a lado de un hombre al que no amaba, pero cuya cuenta en el banco le hacía ignorar todo lo malo que aquel sujeto pudiera tener.
La ceremonia comenzó entre las lágrimas de muchas mujeres, las oraciones del sacerdote que los casaba, la música de fondo que emergía del órgano eclesiástico y las bellas voces de un coro de niños sumamente talentoso.
El momento crucial de la ceremonia llegó cuando el sacerdote preguntó si alguien se opondría a aquella unión. Por un momento pensé que no tendría el valor, que al final no lograría decir lo que debía, pero justo me encontraba en aquella encrucijada cuando miré a Marc, cuyos ojos permanecían inmóviles, viéndola directamente mientras del bolsillo de su pantalón sacaba su celular y decía en todo lo alto: yo me opongo.
Ella se quedó con los ojos muy abiertos, mirándolo completamente sorprendida, sonriendo titubeante después al pensar que aquello sería una broma, hasta que del celular de quien iba a ser su marido, comenzaron a escucharse sonoros gemidos, provocando con ello la indignación de la gente que no entendía muy bien lo que estaba pasando, haciendo que de los ojos de la hermosa novia comenzaran a escapar ríos de lágrimas que corrieron su maquillaje, mientras ella era incapaz de hablar.
Luego los presentes pudimos escuchar aquellas palabras que esa mujer me dijo por la mañana, las mismas que delataban el verdadero interés que ella tenía por casarse con un hombre tan adinerado como lo era Marc.
El video se terminó dejando a todos los presentes callados, haciendo que el silencio de la iglesia fuera sepulcral, interrumpido solamente por la violenta forma con que ella lloraba, sin poder creer que todo eso hubiera pasado.
– Espero que un día se cumplan tus sueños, amor; pero no estaré a tu lado para ver que eso pase. Adiós.
Marc recorrió el camino a la salida de la iglesia, dejando atrás a una mujer desconsolada, incapaz de siquiera rogarle, de pedirle que se quedara con ella, entregada por completo al llanto y la miseria mientras miraba como todos, incluso su propia familia, la dejaban atrás, completamente sola.
El resonar de mis pasos se escuchó gracias al eco de una iglesia vacía. Caminé por el pasillo lateral hasta llegar al frente, llamando su atención, haciendo que nuestras miradas se encontraran. Ella sabía que yo había mandado esos videos a Marc, pero no me dijo nada. Solamente me miraba, completamente destruida.
– ¿Sabes algo? Tenías razón en lo que me dijiste esta mañana, nunca volveríamos a estar de esa forma; y también es cierto que te mereces algo muy distinto de lo que yo podría ofrecerte. Adiós.
