«… Sus entrañas ya olvidadas sintieron nuevamente ese fuego …»
por LILITHO LEYWHITE
Hola, buenas tardes…
Así empezó una historia de un amor tan irreal como un cuento de hadas. Solo que no hay un final feliz, solo será lo que tenga que ser.
Ser una mujer en los cuarentas y recién divorciada no es el fin del mundo. Ella tiene claro que sus gustos por hombres mayores y de una voz muy grave sobrepasan las expectativas.
Lo que sí tenía muy claro es que los hombres menores le causaban cierto tipo de fobia. Tal vez por todas esas creencias que tradicionalmente escuchas de tu familia aterrada porque fulana tiene un novio que parece su hijo…
– Hola, ¿cómo estás?
– Hola, muy bien, muchas gracias.
– Ahhh hola, mucho gusto.
– ¿Puedo preguntar tu edad?
– Tengo 44
– ¡WoW madurita! Yo tengo 32 ,me encantan las mujeres maduras y tu foto en el perfil me gustó mucho.
– Ok, gracias. A mi no me gustan los hombres menores.
La conversación se extendió en un debate de por qué, pros y contras de las relaciones con personas de menor edad y cosas así.
Terminó siendo una amena charla en la que quedó muy claro que allí jamás habría nada íntimo, solo buenos amigos.
Los días pasaron y las conversaciones eran el pan de cada día. Hasta que un día, el valiente Andrés, decidió invitarla a salir
Ella accedió, pero le dejó muy claro que iban a conversar, a conocerse personalmente y a conocer un lugar de la ciudad que a Andrés le encantaba.
Él la recogió en su auto y recorrieron un largo trayecto entre la ciudad y las montañas. Un poco retirado pero la vista, se lo había prometido él, muy hermosa.
Estando allí no se bajaron del coche, sino que conversaron de sus vidas y de sus cosas.
El frío de la noche les acercó de a poco. Él tomó sus manos para ofrecer un poco de calor a las frías manos de ella, quien aceptó gustosa ese calor y esa cercanía. En la complicidad del momento, él le robó un beso y se extendió por unos segundos sin recibir ningún rechazo. Ella estaba asustada pero gustosa y ese sutil, pero apasionado beso, no solo mojó su boca. Sus entrañas ya olvidadas sintieron nuevamente ese fuego y esas ansias por ser tocadas.
Pronto él y ya resuelto, reclinó el asiento hasta casi acostarla. Tenía práctica, pues también lo echó hacia atrás e inmediatamente abrió su blusa y dejó al descubierto sus pechos grandes y suaves. Los contempló un momento y pasó su mano para acariciarlos suavemente.
– Parecen terciopelo –dijo él con dulzura.
Ella sonreía mientras pensaba si lo iba a echar todo a perder por un momento, pero es que ante tanta soledad y momentos malos que había pasado, este, era un oasis dentro de tanto caos.
Ambos temblaban de deseo, ambos sentían una pasión desbordante; ya dos cuerpos semi desnudos, acoplados uno sobre el otro mordiéndose, besándose, tocándose…
Él se incorporó lentamente pues no quería dejar de besarla y se acomodó en su asiento de conductor.
Ella quería verlo extasiado, no lo pensó y bajó la cremallera de su pantalón. Sin pensarlo mucho llevó a su boca un mojado y duro miembro. Lleno de gotas de su elixir preferido. Pudo sentir cada pliegue, cada vena, cada parte dentro de su boca. Recorrió con su lengua todo ese monumento al placer. A punto de llegar al clímax él emitió un gemido corto pero ella apuró sus manos y no apartó sus labios y permitió que todo el líquido seminal se vertiese dentro. Intencionalmente ella gemía para que las vibraciones ayudasen a sacar todo el semen, hasta dejarlo totalmente vacío. Contempló su rostro antes de acomodarse y pudo ver un hombre feliz. Así mismo se sintió ella, porque siempre ha sido muy complaciente.
Regresaron por la misma carretera sinuosa y él no soltaba su mano. Quiso besarla mil veces más antes de dejarla cerca a su casa.
Pronto se vieron nuevamente y esa historia estará escrita en otro texto. Aún se ven, aún se aman y se entregan al deseo…