«…mi mirada fue atraída de inmediato hacia sus senos bastante notorios…»
por CAFÉ INTENSO y la colaboración de ISABELLA L.
Desvelado y cansado hacía fila para abordar el vuelo que me llevaría de regreso a casa. Impaciente porque desde hacía ya unos 15 minutos nos habían llamado y no avanzábamos. Finalmente se escuchó la voz del personal de la aerolínea avisando que, debido a adversas e imprevistas condiciones meteorológicas, hasta nuevo aviso se suspendía el abordaje. No era para menos, pues era aún muy temprano y había mucha neblina.
Como había documentado absolutamente todo, solo traía una mochila con lo más básico, y observando que había mucha molestia entre las personas por el vuelo retrasado, decidí alejarme hacia una de las bancas más apartadas, por si acaso llegaban a caldearse demasiado los ánimos, pero desde donde podía ver o estar atento a un nuevo anuncio. Me senté y saqué mi teléfono, vi el pronóstico y no era muy bueno, pues anunciaba que al parecer la neblina, lluvia y demás persistirían por más tiempo. De manera que para matar un poco el aburrimiento de la espera indefinida, revisé las notificaciones en mi teléfono, actualicé otro tanto las redes, me deleité con las fotos subidas de tono del día, y hasta jugué un ratito, todo para mantenerme entretenido hasta que hubiera alguna novedad sobre el vuelo.
Frente a mí pasó alguien, probablemente, como yo, solo buscando la tranquilidad de los asientos más alejados de los comentarios de los aún molestos viajeros, o de las posibles y osadas decisiones que decían que tomarían si no recibían una explicación pronto. Lo primero que vi es que traía unas botas negras, unos jeans ajustados, y una chamarra igualmente negra. Alcé mi mirada y descubrí una chica cuyo su rostro era muy hermoso, coronado por una cabellera lacia, castaña y larga. Sus ojos, al parecer de color miel, eran muy expresivos. Llevaba consigo un bolso marrón colgado de su hombro derecho. Después de sentarse, me saludó cordialmente e hizo algún
comentario sobre la demora del vuelo y lo incómodo de la espera. Yo le devolví el saludo y le comenté igualmente que lo mejor era encontrar una forma de pasar el tiempo, pues no parecía que el clima fuera a mejorar en un buen rato. Ella puso una cara de decepción seguida por un suspiro de resignación y se acomodó en el asiento. Del bolso marrón sacó un libro, e inmediatamente reconocí la portada, porque pertenecía a una de mis autoras favoritas, y porque había tenido en mente comprarlo, pero, por una u otra razón, había pospuesto esa compra. Al cruzar nuevamente nuestras miradas, le dije sonriendo:
—El final del libro anterior me encantó, espero que este libro sea aún mejor. Ella giró su cabeza hacia su izquierda, y yo traté de descifrar ese gesto, no sabía si había sido demasiado entrometido.
—La verdad es que lo compré recientemente, y no tenía la menor idea de que fuera la continuación de otra historia —me respondió volviéndome a mirar, esta vez creo que con más detenimiento.
—Entonces no diré más, pero conociendo a la autora, me atrevo a asegurar que puede gustarte mucho este, aunque no hayas leído el anterior, y no tendrás demasiadas dificultades para entenderlo.
Ella sonrió y quedé aún más encantado con cada una de sus reacciones, sus ojos eran tan expresivos, y sí, eran de un exquisito color miel.
—¿Llevas mucho rato esperando que mejore el clima para que nos dejen abordar el vuelo?
—Un poco, sí, pero trato de no aburrirme, esto parece que va para largo —le respondí señalando hacia mi teléfono.
Ella volvió a hacer un gesto de decepción, y miró a todas partes, como buscando algo.
—Pues en tal caso, necesito algo de beber, ¿viste algún lugar donde encontrar algo después de pasar Seguridad? Venía tan apurada pensando que perdería el avión que no me he fijado en nada más.
—Supongo que debe haber varios, y vi uno en el pasillo entre esta sala y la anterior, aunque no sé si está abierto ¿puedo acompañarte? Creo que también me vendría bien una bebida.
—No hay problema.
Se puso de pie, y pude ver un poco más de ella, era de baja estatura, no muy delgada, con un firme trasero, que se demostraba por lo bien que llenaba esos jeans, y mi imaginación no podía más que echarse a volar mientras pensaba en que otra agradable sorpresa, o dos, se escondían debajo de la chamarra que llevaba puesta. Honestamente, la chica me resultó muy atractiva, ya no podía dejar de mirarla, por lo que tenía que lograr permanecer más tiempo a su lado, la espera por el vuelo sería larga, pero hacerla con tan buena compañía era sin duda alguna lo más indicado para mí, y ya veríamos cómo salía todo.
Fuimos caminando hacia la cafetería, que afortunadamente estaba abierta y solitaria, con excepción de un somnoliento dependiente. El local contaba con un enorme ventanal hacia la pista de aterrizaje, y estaba seguro de que debía tener una vista sorprendente en un día claro. Sin embargo, tanto por la hora como por las condiciones climáticas, lo único que se veía en ese momento eran las luces más cercanas del aeropuerto, y mucha, muchísima neblina. Le invité a un café, y nos sentamos en una de las mesitas cercanas al ventanal, y al sentarse, bajó un poco el cierre de la chamarra, poniéndose cómoda. Tomó de nuevo el libro que traía desde hacía rato en la mano y me dijo:
—Me lo recomendaron mis amigas, pero ¿qué tan erótica es en realidad esta autora, ya que tú has leído otras obras de ella?.
—En general creo que maneja muy bien las cuestiones sensuales, pero no es tan explícita, por lo menos yo no la considero así. Aunque claro, todo depende de cuáles sean tus parámetros de lo que es o no erótico.
—A mí por lo general me gusta este tipo de lectura, incluso si es explícita, pero que tenga una buena historia con la que me pueda sentir identificada, si hay algún otro libro que me puedas recomendar…
—Por supuesto —ella sonrió un poco, le dio un sorbo al café, y yo hice lo mismo, un tanto sorprendido por los gustos literarios de la chica, que cada vez me atraía más—. Aunque para poderte dar mis recomendaciones pues debo tener un parámetro, de que tan… erótico pueden ser los textos, ya que eso es muy subjetivo, lo que para mí puede ser algo muy ligero, a lo mejor para ti es algo que te desagrade o muy fuerte.
—Pues… —hizo un corto silencio y luego dijo— bueno, eso es cierto, tengo amigas que con solo decir… —volteó a su alrededor para asegurarse que nadie estuviera cerca de nosotros— clítoris, ya es para ellas suficiente como para tener que ir a confesarse o algo así —asentí con la cabeza, sin poder disimular una sonrisa—. Pero creo que mis parámetros son distintos…
Hizo una breve pausa, nuevo sorbo del café, y me miró con ese brillo tan seductor en sus ojos. Se enderezó un poco más en su asiento. Y con una picardía que nunca me hubiera imaginado, volvió a dar un vistazo a nuestro alrededor, y tras morderse un poco los labios me dijo en voz baja:
—Mis parámetros de erotismo se pueden explicar así: Estoy en el aeropuerto, platicando con un completo extraño, y le confieso que no traigo ni bra, ni panty…
Acto seguido, bajó el cierre de la chamarra que llevaba puesta y pude observar con sorpresa y fascinación que debajo vestía una blusa celeste, muy pegada al cuerpo, y mi mirada fue atraída de inmediato hacia sus senos bastante notorios, imaginé que eran más o menos una copa C, y no sé si por el frío o por lo súbito de la situación, se marcaban los pezones, y me quedé inevitablemente boquiabierto. Ella sonrió nuevamente, y volvió a subir el cierre de la chamarra. No puedo ni quiero imaginar mi expresión, seguramente ahí todo ridículo, sin poder decir una palabra, intentando procesar el momento y pensando cómo proseguir, pero ella solo le dio otro sorbo a su café.
—Es una lástima que solo pudimos comprobar la mitad de esa confesión —pude finalmente decir, ya decidido a todo o nada, como suele decirse, por algo la chica me había mostrado lo que consideraba erótico, y no quería luego arrepentirme por no aprovechar la oportunidad, en última instancia, si no se daba pues volvería a la espera indefinida, que de todas maneras era el plan al que estaba resignado antes de que ella apareciera.
—Cierto, pero ahí es donde puedes ver que tengo mis límites —me respondió con delicada naturalidad—, no creo que pudiera hacer más allá de lo que te acabo de mostrar, al menos no en este lugar.
—A menos que… —ya mi mente había elaborado un plan y decidido arrojarse. —¿Se te ocurre algo? —me dijo sin dejar de mirarme, yo intentando descifrar esos ojos, esos labios, esas siluetas que me tenían enloquecido.
—Mira, la gran mayoría de los aeropuertos y centros comerciales en la actualidad tienen ya los sanitarios para hombres, para mujeres y uno para las familias, podríamos ir y así tener más privacidad para todo lo que…
—Pero ¿y el vuelo? .
—De seguro ahí tienen también el sistema de amplificación, si llegan a anunciar el abordaje, regresamos de inmediato, además solo vamos a corroborar que tu confesión sea completamente cierta.
Ella tomó el último sorbo de café, dejó la taza sobre la mesa, guardó el libro en su bolso, lo colgó sobre su hombro y se levantó. Sin dudarlo, dejé también mi bebida, y mochila al hombro me levanté igualmente. Mirándome con una sonrisa y luego señalando al pasillo me dijo:
—Guía el camino, parece que tienes que comprobar algo y no descansarás hasta que lo hagas.
La señalización del aeropuerto era muy clara y pronto llegamos a los sanitarios, tal como nos imaginábamos había varios compartimentos familiares, y tras asegurarnos de que no hubiera alguna familia que realmente estuviera usando el que decidimos
utilizar nosotros, o de que no estuvieran por entrar, nos miramos y abrimos la puerta. Me parecía hasta increíble lo que estaba pasando, pero no iba a pensar mucho en ello, sino en que estaba en un local privado con una chica hermosa que no llevaba ropa interior y estaba dispuesta a demostrarlo, era obvio que todo aquello no podía detenerse ya, había que continuar, había que terminar lo que tan bien estaba empezando, así que sin rodeos, iba a lanzarme, ya mi mente no pensaba en otra cosa, las ganas eran muchas, cómo me había encantado esa chaparrita, que ni siquiera sabía su nombre, pero no me importaba demasiado en esos instantes.
Cerramos con el seguro, y sin dudarlo, sin mediar palabra, sin tiempo para pensar me acerqué a besarla, a sentir el calor de sus labios, que me fue entregado sin demasiada resistencia, acaricié su cuerpo mientras la besaba, mientras dejé que mi lengua visitara su boca y conociera la suya, y mis manos ávidas se lanzaron a la conquista del cierre de su chamarra; había imaginado sus senos tras la barrera de su blusa y entonces tenía la necesidad de descubrirlos frente a mis ojos, de sentirlos con mis manos, acariciarlos, besarlos…
—Despacio, despacio, ¿no habíamos venido a otra cosa? —me detuvo entre risas y con respiración entrecortada, le había gustado, lo sé, pero quería ser ella quien marcara los tiempos.
—Cierto, tienes toda la razón —dije sin pensar, y sin detenerme.
Pero ella dio dos pasos hacia atrás, y se quitó la chamarra por completo, y pude ver su figura, tan femenina, tan sensual que provocaba que aumentara mi ya desbocada excitación. La chamarra cayó junto a su bolso y mi mochila, que habían quedado en el suelo del cubículo, y ella, mirándome a los ojos, pero sin permitirme acercarme más, puso sus dedos pulgares alrededor del borde de los jeans, jugando, contoneándose, y seguramente disfrutando de tenerme totalmente embobado, dando unos pasos coquetos, media vuelta hacia su izquierda, luego a la derecha, y yo admirándola sin perder detalle, engulléndola con la mirada, era toda una obra maestra de coquetería y sensualidad.
—Sabes que me estás matando con toda esta emoción.
—Lo sé.
—Pero mira que no podré aguantarme mucho más, me tienes loco, ¿también sabes eso?
—Sí. De eso se trata. Mira, cuando llegue ese vuelo me llevará no solo a una nueva ciudad, sino a una nueva vida, a un nuevo y diferente futuro, estos son mis últimos momentos de plena libertad.
Colocó sus manos al frente del pantalón, desabrochó y bajó, lenta, muy lentamente el cierre, y siguió viéndome fijamente.
—No creas que todo esto ha sido así como así, hoy solo quiero ser libre, y ejercer mi felicidad dándome placer a mi manera, cumpliendo alguna de mis fantasías, y luego de observarte un rato decidí que serías tú quien me ayudaría a cumplirlas.
Contoneó sus caderas, y fue bajando poco a poco el pantalón, la iluminación del cuarto era estupenda por lo que pude observar cómo se iba mostrando un minúsculo rectángulo de vellos, asomándose sobre un hermoso monte de Venus, y ya se divisaban unos perfectos y carnosos labios…
—Bueno, creo que eso prueba que dije la verdad —sonrió aún más y subió de nuevo los pantalones.
Me quedé nuevamente en silencio. Lo que ella estaba diciendo era cierto, la idea había sido solo corroborar que no llevara puesto un panty, y había quedado demostrado.
—Como te dije, hoy soy libre, porque no sé cuánto podré serlo a partir de ahora, y tú eres parte de todo esto. Te estuve observando un rato, yo no llegué apurada al aeropuerto, llegué antes que todos. Hoy solo quiero cumplir la fantasía de entregarme a un completo desconocido, de disfrutar momentos anónimos, y los estuve observando a todos, para no correr riesgos innecesarios.
Yo solo escuchaba aquellas palabras con detenimiento, pero mi excitación seguía en un punto elevado de intensidad. Asimilaba las palabras y de cierta manera comprendí que todo era parte de un plan cuidadoso, pero no me molestaba en lo absoluto, me sentía orgulloso de estar ahí.
—Te vi tranquilo, educado, sin subir la voz a pesar de la molestia, te fuiste a un rincón apartado y en silencio te quedaste muy tranquilo, y también, por cierto, vi cómo te brillaron los ojos viendo esas fotos candentes en tu teléfono, y supe que serías tú el desconocido. El libro erótico resultó ser una gran herramienta, pues aquí estamos.
Me acerqué a ella y volví a buscar sus labios, esta vez, sentí que me contestó el beso con mayor intensidad. Todo se trataba de una fantasía, y yo ya era parte de ella, todo lo que había pasado nos conducía a ese momento, ya no había más estrategia, ni planes trazados, era solo seguir adelante con hacer realidad una fantasía compartida por ambos, deseada por ambos.
Fue ella quien comenzó a hurgar en mi ropa y comenzó a sentir mi cuerpo con sus manos. Yo hice lo mismo y no tardamos mucho en quedar semidesnudos, y pude recorrer cada su cuerpo con más detenimiento, cada rincón expuesto lo llené esmeradamente de besos, de caricias, estimulándola allí donde escuchaba sus gemidos. Era un espectáculo para los ojos, para los labios, para las manos. Sus senos eran como los imaginaba, ya despojados de toda prenda: grandes, redondos, no estrictamente firmes pero sin ser para nada caídos, muy suaves al tacto, con areolas medianas y marrones, y preciosos pezones igualmente marrones y apetitosos. Su vientre era plano, y su ombligo pequeño, tímido. Sus caderas eran anchas, mostrándose perfectamente ahora que el pantalón había caído hasta sus tobillos. Su vagina era hermosa, la delicada hilera de vellos sobre su monte de Venus, labios mayores perfectamente simétricos y gruesos, y labios menores finos y marrones resguardando un tesoro rosado e imaginablemente delicioso, coronado todo por un precioso botón engrandecido, invitándome a conocerlo. Ante tal panorama, mi pene se encontraba en estado de máxima erección, tanta que me era casi dolorosa, y se me hacía un tanto incómodo moverme con semejante rigidez desplegada. Pero pronto encontró la felicidad tras los labios de la chica, que muy presurosos lo engulleron, y pude sentir todo el calor de la boquita que ya había disfrutado dándome placer, arrodillada su propietaria ante mí y mirándome a los ojos con dulzura.
Mi cuerpo se estremecía con cada ir y venir de esos labios sobre mi pene erecto y punzante. No hubiera hecho falta mucho tiempo para que se deshiciera inevitablemente dentro de tan exquisito sitio, pero pude contenerme. Quise devolver la gentileza y por fin pude deleitarme con recorrer sus senos con mi lengua, su vientre, su monte de Venus, sus labios vaginales. Probé el sabor de su entrepierna, mi lengua trazaba caricias y dibujos en su clítoris y mis dedos se introdujeron presurosos en el codiciado agujero, buscando con ansias el tan aclamado punto G, guiados por el mapa de los gemidos. Necesitaba hacerla llegar a un orgasmo, era casi un deber, era lo menos que podía hacer en aquel momento. Y el orgasmo llegó, en un momento mágico de temblores, sacudidas y suspiros entrecortados.
Pasados unos momentos de éxtasis, en los que continué mordisqueándole suavemente sus erectos pezones, cuando todas las zonas aliviaron la tensión y estuvieron listas para volver a ser estimuladas, guiándome con delicado afán, me indicó una nueva ronda de caricias. En alguna parte lejana de mi mente estaba una preocupación por ya fuera el sonido de los altavoces de amplificación anunciando el abordaje del vuelo, o alguna antojadiza y molesta familia que necesitara el cubículo. Pero no le hice caso. Era el momento, el momento de entrega, de cumplir a cabalidad la fantasía de sexo anónimo y libre.
Dejándonos llevar solo por las ansias de nuestros cuerpos, nos besamos y acariciamos con intensidad, y ella con impresionante agilidad se agachó, metió la mano en su bolso y sacó el paquetito plateado y de forma cuadrada, lo abrió de forma juguetona y extrajo el condón que colocó sin muchos problemas en mi miembro totalmente erecto y desesperado. Era la señal, ya todo estaba listo. Con suavidad, pero con cierta prisa comencé a hacerme espacio entre sus piernas sin dejar de besarla, y poco a poco me acomodé hasta que ella con sus manos me colocó en la entrada de su vagina, así de pie como estábamos, frente a frente, y finalmente me introduje, poco a poco, sintiendo cada espacio, cada milímetro, sintiendo cómo iba abriéndome camino hasta estar completamente en su interior.
La miré a los ojos y deposité el más tierno de mis besos en su boca, y comencé a mover mis caderas, a un ritmo pausado, delicioso, sublime. Era un placer difícil de describir el estar adentro de ese rinconcito húmedo y muy caliente que me aprisionaba con encantador y regalado ceñido. Nuestros gemidos se escapaban incontrolables, a riesgo de ser escuchados, pero no importaba, pues lo único que importaba eran los movimientos de caderas en el vaivén de nuestros cuerpos. Abrazados, acalorados, entregados al placer, yo seguía moviéndome, más rápido, más lento, de nuevo más rápido, mientras una de sus piernas se apoyaba en el suelo y la otra se había enroscado en mi cintura, para así recibir mis embestidas más cómodamente. El placer llevaba el nombre de aquella chica, aunque no lo conociera. Tras un tiempo que no podría realmente precisar de aquel baile de pasión, sentí estrechar el cerco alrededor de mi pene, en rítmicas contracciones, y vi una carita ruborizarse y soltar unos tiernos gemidos acompañados de sonrisas y nuevas sacudidas, en un nuevo y adorable clímax.
Sentí que podía aplicar un poco más de rudeza, las ideas me venían de repente, sin demasiado análisis, y casi en un mismo movimiento, salí de ella, la hice girar hasta quedar de frente a la pared, con las dos palmas de sus manos apoyadas en ella y su cadera arqueada ofreciéndome el escenario de dos nalgas prominentes, redondas y suculentas, y tras colocar mis manos en sus caderas y asirlas a mí, me introduje de nuevo en sus profundidades, esta vez con embestidas más veloces. Los gemidos acalorados, el rubor y el sudor rozaban el punto del descaro, y eso lo hacía más excitante aún. Gozábamos libremente de nuestros cuerpos, entregados libremente al placer de disfrutarnos mutuamente. Pronto supe que no podría aguantar mucho más sin explotar, y mis embestidas ganaron en ferocidad y velocidad. Ya casi…ya casi… cuando, de repente, se escuchó por los altavoces el aviso de que a todos los pasajeros se les informaba que el vuelo demorado había sido autorizado y estaba por comenzar a abordar. Me detuve de inmediato, nos miramos unos momentos, sonreímos, como comprendiendo lo que ambos pensábamos, no era necesario ser los primeros en abordar, y habría muchos de los enojados agolpados en las puertas. Lo estábamos pasando tan bien, había que terminar, además yo estaba tan cerca…
Reanudé mis embestidas feroces, y con los dientes apretados sentí como una poderosa eyaculación me estremecía desde mi interior y se expresaba en intensos espasmos de absoluto placer, casi sin poder moverme me derramaba inconteniblemente, sin poder evitar que se me escaparan gemidos y que mis piernas se me aflojaran unos momentos. Aún jadeando, y tras permanecer aún un poco más dentro de aquella chica tan especial, me separé finalmente de ella, no sin antes besar sus labios nuevamente a manera de agradecimiento, y seguir disfrutando de esa hermosa sonrisa. Deseché el condón usado y relleno de mi pasión desbordada, y, todavía con la respiración entrecortada, recobrando el aliento, comenzamos a vestirnos.
Ya en la fila para abordar, muy cerca de que llegara nuestro turno, la chica me dijo al oído, en voz baja y seductora:
—¿No te dije que otra de mis más deseadas fantasías es hacerlo en el baño de un avión en pleno vuelo? —me guiñó un ojo—. Necesitamos terminar esto.