«…una sinfonía de gemidos escapa de mi boca y mis caderas se mueven solas ¡Por dios! ¡Es delicioso!…»
por JEAN CASSEY MOURIN
Te he visto llorar, muchas veces en la vida, desde que eras un niño, desde que saliste de mi vientre; pero esto es diferente, puedo reconocer esas lágrimas, pues las he vivido en los momentos más duros de mi vida, donde me sentía sola, desamparada y triste: rechazada.
Quiero acercarme a ti pero no sé cómo hacerlo. Quisiera tener la cura para un corazón roto, lograr que el aguijón del desamor no te hiriera de la forma en que lo está haciendo, pero no puedo acercarme a ti. Hubo un tiempo en que tú y yo éramos amigos, en que me lo contabas todo, hablabas conmigo y me hacías preguntas de la vida y el mundo, una época en que éramos tú y yo; pero la universidad te ha alejado de mi, ya no sé lo que haces ni tampoco estoy segura de quién eres; debe ser normal el que una madre y un hijo se separen con el devastador paso del tiempo y la madurez que lo acompaña; pero me resulta increíble que pueda sentirte tan lejos, aún cuando vivimos bajo el mismo techo.
Llegó del trabajo, nuevamente no hay ruido en casa, supongo que estas en la universidad, aún es temprano. Dejo mis cosas y subo a mi habitación pero, antes de entrar, escucho un ruido salir de tu recamara. Por alguna razón camino sin hacer ruido, presiento que tal vez no quieres que te vea.
Apenas asomó la cabeza, tu cuarto esta oscuro, solamente iluminado por la luz del monitor de tu computadora, no me sorprendo al ver las imágenes que observas mientras te masturbas, son las fotos de esa mujer, esa perra que te engaño con tu mejor amigo, quien te hizo creer en sentimientos que jamás existieron.
El coraje me domina al saber que sigues pensando en ella, quiero gritar de ira, quiero despedazarla, pero mi reacción sobrecargada de furia se desvanece cuando giras un poco tu silla y dejas a mi vista tu hermoso miembro. No puedo evitar sorprenderme al ver que mi hijo ha crecido, pues hacía muchos centímetros que no lo veía y menos aún como está ahora, erguido, fuerte e imponente.
Mis manos me juegan una mala pasada y una de ellas se dirige a mi entrepierna. No soy capaz de evitar lo que está sucediendo. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tuve un miembro tan hermoso a pocos metros de mi.
Observo el delicioso vaivén de tu mano, recorriendo con ansiedad el largo de tu pene, veo cómo tus músculos se tensan, como tu otra mano se aferra al posabrazos de tu silla, escuchó un gemido que escapa de su garganta, me detengo, no hay sido un gemido, lloras, ha sido un sollozo.
Una extraña mezcla de excitación y dolor se acumula en mi interior, no soy capaz de verte sufrir de esa forma, no puedo tolerar más verte destruido, debo terminar con todo esto. Camino hacia ti, despacio, no quiero que me notes antes de tiempo. Puedo oler el aroma natural de tu cuerpo, mientras me acerco; escucho cómo jadeas, cómo de tu boca escapan débiles gemidos y fuertes sollozos. Acerco mi mano a tu miembro y lo tocó. Giras la cabeza. Nuestras miradas se encuentran.
Tratas de hablar, quizás de disculparte, tal ves de recriminar mi intromisión pero, antes de que lo hagas, pongo un dedo en tus labios mientras mi otra mano ha comenzado a acariciar tu pene, despacio, con dulzura. Me arrodillo frente a ti, mientras me miras a los ojos, no puedes creer que sea tu madre quien esté frente a ti, me lo dice el gesto de sorpresa que se ha apoderado de tu hermoso rostro.
Miró tu hombría de cerca, es hermoso, huele delicioso, esta humedecido, quiero robarlo. Mi cabeza baja, mi boca se abre, mi labios rodean tu miembro y mi lengua siente el roce de tu carne. Saboreo el delicioso sabor de mi propio hijo, cierro los ojos entregándome al placer de sentirte en mi boca, pues no quiero que la sensación gustativa se vea entorpecida por la efímera visión de lo que mis ojos puedan mostrarme. Mi boca sigue recorriendo tu miembro, despacio, pues no quiero que termines, quiero disfrutar a mi hijo tanto como pueda, tanto como tú quieras.
Me levanto y me despojo de mi ropa. No me dices nada, solo observas, ni siquiera te tocas, tus ojos se han quedado fijos en mis senos desnudos, grandes y turgentes, sufriendo el efecto de la gravedad. Sonrió al ver tu hermoso rostro. Me agacho un poco para volver a tocar tu miembro, mis senos quedan a la altura de tu rostro, sé que quieres hacerlo, pero no encuentras el valor para dejarte llevar. Tomo tu nuca y te invito.
Siento tus labios sobre mis pezones y tu lengua jugando con ellos, sonrío víctima de la nostalgia al recordarte cuando eras un bebé, cuando te alimentabas de mis pechos hasta quedarte dormido entre ellos. Me muerdes un poco y un gemido escapa de mi boca. Has despertado, tu manos buscan el lugar por donde una vez saliste.
Ahora tus dedos me penetran. Dejo de tocar tu nuca y te guio para hacerlo de la forma correcta. Aprendes rápido. Me estremezco al sentir sus dedos en mi interior, una sinfonía de gemidos escapa de mi boca y mis caderas se mueven solas ¡Por dios! ¡Es delicioso!
Me separo de ti, doy un par de pasos hacia atrás; ahora respiras agitado, tu rostro esta rojo, estás tan excitado como yo, voy a tu cama y me recuesto, te miro a los ojos, mientras te pones de pie, tiemblas de ansiedad, frío o tal vez miedo. Te pones de rodillas entre mis piernas, me miras, no sabes qué hacer. Eres tan tierno.
Estiro mis brazos hacia ti. Te acercas a mi y nuestros labios se encuentran. Me besas con timidez, te delata tu inexperiencia, pero mami te enseñará. Meto mi lengua y te invito con ello a dar rienda suelta a tus deseos, tu curiosidad. Nuestro beso se convierte en un baile sensual de nuestras lenguas mientras bajo mi mano y tomo tu miembro. Siento tu mano en mi seno, lo aprietas con fuerza, duele un poco. No quiero asustarte, ni que te detengas, quiero que me disfrutes a tu antojo, que sepas que tu madre te puede dar todo lo que quieras, que siempre estaré contigo, sin importar lo que desees, si lo quieres, será tuyo; si me quieres, seré tuya.
Siento tu miembro cerca de mi vagina, te necesito dentro. Bajo mi mano y lo tomo, te masturbo un poco, no podrías estar más duro. Lo dirijo a mi entrada, que delicia sentirte rozando mis labios. Sientes cómo tu glande entra y empujas, mis paredes se abren en tierno abrazo de bienvenida de vuelta a casa. Tus caderas se mueven instintivamente, es delicioso sentir a mi propio hijo cogiéndome de esa forma. Estoy en el éxtasis, vivo el placer más grande del mundo, siento tu amor cuando buscas mis senos y los besas, siento tu calor recorrer mi cuero mientras mi boca grita, mi garganta produce gemidos que llenan la habitación de lujuria, generada en el placer del incesto.
Me coges tan delicioso, lo haces cada vez más rápido, no soporto más estoy a punto. Grito con locura ante la llegada de un orgasmo exquisito, te abrazo del cuello y nos besamos de nuevo mientras escuchamos el choque de nuestros cuerpos.
Una embestida fuerte. Te detienes. No me dices nada. Llenas mi vientre de tu semilla, gimes como poseído, me abrazas más fuerte, buscas mis senos y te pegas a ellos como niño hambriento. Siento tu semen escurrir fuera de mi. No te mueves, pero busco tus labios, quiero besarte de nuevo.
Cuando todo acaba te levantas un poco y me miras, sonrió al ver de nuevo esa hermosa sonrisa que ilumina mi alma, sabiendo que estarás bien, como hacia tanto tiempo no lo hacías. Te amo mami.