«… Perea comprendió y aumentó la frecuencia en que la pelotas golpeaban libres el aire…»
por TEODORO NDOMO
Una mañana dominical.
Una mañana tempranera.
Mañana sin prisa, pero sin pausa.
Doris no quería que la semana acabara en descanso soporífero. Al despertar, quiso agasajar a su adonis particular. Levitó con sigilo de las sábanas. No quiso quebrar la cortina de pelo que trataba de ocultar la prominente nariz de su amante. Normalmente hubiera querido despertarlo a base de lamer su precioso glande.
Cuando Doris conoció a Perea tropezó con su terca nariz al presentarse. El tacto y ligero exhalo que descubrió su mejilla, hizo que su imaginación fantaseara. Aquella tarde dio buena cuenta del órgano que presuponía a su presa. Perea no abrazó la Torá, pero la Torá le procuró una circuncisión de por vida que marcó su piel, pero no sus ideas.
Doris se ajustó delantal y preparó café junto a un festín de fruta. Quería despertar y depurar sus cuerpos que habían sucumbido a no pocas degustaciones del nuevo local de moda. El olor a cafeína no tardó en estimular al efebo. Apenas sin levantar pestañas, arrastró sus piernas descalzas por el cálido y lúcido pasillo que estaba dejando el extraño y caluroso verano.
Doris percibió su llegada y con el rabillo del ojo vio su entrepierna. «Siéntate que te pongo café». Perea rumió algo y se sentó. «Y ten cuidado cuando vas por el pasillo en pelotas… No hay necesidad de que la vecina te vea…», le reprochó Doris mientras le daba la espalda a un adormilado Perea. Él se frotó las legañas y arrastró ligeramente la silla.
Doris troceaba un buen plátano. Perea midió cada nalga para aferrarse con sus enormes manos. «¿Crees que la vecina sólo tiene ojos para mí?. Vas algo ligera también.» Ella comprendió el tono y sin girarse, alcanzó a bajar el fuego a la cafetera.
Perea comenzó el desayuno separando el poderoso culo ofrecido tras el lazo simple del delantal. Paseó su nariz por la curva de nacimiento de Doris. Mordisqueó cada nalga hasta que salivó y lubricó el anal canal. Doris proyectó su trasero y curvó su espalda apoyando los pechos en la fría encimera. Rumió también como para que Perea entendiera el gutural ruido de aprobación.
Mientras insistía en profundizar en el canal con su voraz lengua, Doris palpó el plátano que trabajaba para el desayuno y lo chupó. Cuando consideró que estaba óptimo, dirigió la tropical fruta hacia el orificio que aún no había sido calibrado esa mañana. Dejó escapar un gemido cuando se vio sometida por delante y detrás. Un gemido a sabiendas que más pronto que tarde dejaría sus puertas abiertas al cimbel judío.
Perea notó el olor del plátano bajo su barbilla. Ya que Doris ocupó su vagina, comprendió que estaba dispuesta a que penetrara su retaguardia. Primero realizó una prospección anular en la que procedió a dilatar e insistir en lubricar el estrecho pasillo. Notó la fuerza pélvica y también la relajación que quería decir «preparada». Dejó escapar saliva de nuevo hasta su erguido miembro y acarició la entrada.
Un bufido de dolor repentino frenó el ímpetu de Perea. «Despacio, no huyas», susurró Doris. Y despacio acometió. Despacio esperando el ritmo que marcara la receptora. El compás continuó y ascendió lo suficiente para dejarse llevar hasta permitirse darle una cariñosa nalgada. Perea frenó para penetrar suave pero íntegramente su verga hasta alcanzar reflejo de bienestar en un grito ahogado de su amada.
Doris disfrutaba de ambos plátanos, pero ya quería prosaico y animal sexo. Así pues, retiro ambos para dejar paso solo a uno de ellos. Dispuso mejor su poderoso culo y se dejó embestir sin miramientos. Sabía que pronto se correría y no quiso dejar la ocasión de gritar gracias a ese domingo frugal. Perea comprendió y aumentó la frecuencia en que la pelotas golpeaban libres el aire.
Cintura sujeta a dos manos y nalgas dispuestas a recibir el embate de un tsunami que prometía arrasar si no se le frenaba. Otro grito ahogado. Varios gritos ahogados. Choque insistente de muslos en nalgas.
De repente, ambos se pararon en seco.
Sostuvieron una carcajada seca y hueca de ruido. Y es que se dieron cuenta que escuchaban el grito de la vecina.
Y siguieron a lo suyo con público oyente. Ahora fue Doris quien dio rienda suelta al quejido deseado. Y Perea le acompañó. Notó que también se iba y aumentó el empuje hasta que ambos gritaron libres. Ambos se vaciaron y levitaron.
Y a ambos se les unió la vecina.
Un trío en la distancia.
El café.
También participó y se derramó.