THE CHERRY HILL 3

«… – Ven aquí mi hermoso empotrador. Manannan no tiene tu cerebro -concluyó Sarah …»

por TEODORO NDOMO

viene del segundo capítulo de THE CHERRY HILL (https://elsexoconletraentra.com/the-cherry-hill-2/)

Mediados de Octubre. Luton se mantiene terca en obviar el cambio climático. Llueve. Eddy mantiene el reparto pizzero, pero ha decidido cambiar el rumbo de su actividad laboral. Se ha dedicado a conciliar la vida laboral, el hastío de no tener a Sarah y el aburrimiento del panorama covidiano del que están saliendo, con retomar la guitarra recibiendo clases.

De los primeros tres meses que Sarah iba a estar en la Isla de Man, se pasaron a un cuarto y ya le había comentado que era previsible hasta fin de año.

Llevando la pizza por el 13 de Kingston Road, se dio cuenta que estaba haciendo el imbécil. La lluvia había estropeado la caja de cartón y le tocó el cliente subnormal que presentó una queja por llegar la pizza enclenque.

– Disculpe caballero, no solo es la lluvia, cuando bajé de la motocicleta, un coche me ha mojado por entero, pero he preferido advertirle para poder pedir otra pizza aunque tenga que esperar algo más.

– Llegas tarde y encima me dejas sin comer. ¿A mí qué me cuentas? -y sonó más bajo un final de frase susurrando “estúpido”.

– Disculpe caballero: ¿qué me ha dicho?

– Pues estúpido. Me has estropeado la cena -le espetó.

Eddy no se supo retener. Lo miró a los ojos fijamente dos segundos y le lanzó la pizza a los pies. 

– No se preocupe, ya la pago yo, imbécil.

Y caminó hacia la motocicleta escuchando las estupideces de un cliente imbécil. Le dio luz verde a lo que de verdad quería hacer: tocar la piel de ébano de Sarah para sentirse vivo.

Así que acató la reprimenda oportuna al llegar a TuttoPizza, pidió disculpas a su jefe y acto seguido reunió valor y le pidió abandonar el trabajo.

La cara hierática de su jefe George pensó apenas unos segundos. Sabedor de que era el empleado que más rendimiento le había dado durante el enclaustramiento forzado de la Covid, le ofreció una “amnistía”. Que se fuera un par de meses y volviera con la cabeza despejada, que le esperaría. Un fundido abrazo cerró el tema.

Al día siguiente llegó con Chucky a casa de Anna. El agregado cultural se había cogido la suficiente confianza como para acompañar a Eddy cada semana. Rasgando el último acorde de War Pigs, le largó sin preámbulos que iba a ser su última clase en un tiempo.

– Vaya, no me esperaba que te fueras ahora.

– Anna, me hace falta, estoy cansado y hace mucho que no toco a Sarah.

La cara de Anna fue un poema. Nunca le había sido tan claro.

– Perdona el tono, pero es verdad que necesito a Sarah. Encima ahora le han ofrecido un par de meses más y no estoy con fuerzas para aguantar un tiempo más.

– No querido, no tienes que excusarte. Y menos a mí. Te comprendo. No me lo esperaba porque te veo contento e ilusionado. Nunca te habías mostrado así sobre Sarah. Quizá tienes razón, necesitas un respiro con ella.

– Querida Anna, -la miró fijamente con las manos sobre sus hombros tatuados, maduros y cuarentones y se sinceró sorprendido y sorprendiendo- te aseguro que en otras circunstancias, hubiera querido que me dieras clases todos los días en mi casa. 

Ella, una mujer sola, con un crío a cuestas de un desafortunado ejemplar de la humanidad, que bien podría mostrarse en el zoo de la ciudad, se quedó impávida aunque se le notaron las mejillas sonrosadas. Agachó la cabeza y emergió de nuevo en dirección a la boca de su alumno.

Los ojos de Eddy quedaron estupefactos primero y débiles después.

Y sucumbió. Realmente sucumbieron. Las manos de ambos buscaron tierra firme al tiempo que sus labios se sellaron con ansiedad. 

Bailaron hacia el sillón del salón sin despegarse. Las respectivas y diferentes ausencias de carne hicieron mella en sus cuerpos.

Y cuando Eddy había acertado en desabrochar el sujetador para dejar escapar el exquisito suflé que tenía Anna por seno, oyeron pasos en el cuarto de arriba.

¡Mami!, ¿estás ahí?

Ambos dieron un respingo y ordenaron sus prendas y cuerpos desarmados. 

Lo siento Anna. Me dejé llevar.

– Yo no lo siento Eddy -y clavó ojos sinceros, desnudos, sin temores y, al tiempo,  resignados. 

Desplazó la vista hacia el piso superior. 

– Calma Tony, ya estoy contigo. Despido a Eddy y subo que ya terminamos la clase. 

Recogiendo la guitarra, Eddy se despidió.

– ¿Podré retomar las clases cuando vuelva?

– “El tiempo dirá sobre sus mentes poderosas” -sonrió Anna, parafraseando a Black Sabath – además, tienes que recoger a tu Chucky del alma.

El brillo de aquella despedida dejó pensativo a Eddy. Se dirigió a su Wolseley del 62 y se centró en preparar la sorpresa a Sarah..

– ¡Sarah, te esperan en la entrada! -gritó Clarice por el pasillo de la cocina.

Y lloró al distinguir la silueta de Eddy con la guitarra a cuestas.

– Tranquila, quítate el delantal, sal a la calle y disfruta esta tarde, yo me las arreglo. Y tú, deja las cosas en ese cuarto, ya luego las subes a la habitación de Sarah -dirigiéndose a Eddy una cómplice Clarice.

Aprovechando la media luz del atardecer, Sarah no quiso mediar palabra salvo “sígueme”. Coronaron la colina sobre Fenella Beach y Eddy entendió que quería que observara las luces de aquella que estaba siendo su ciudad estos meses.

– La verdad que has tenido unas buenas vistas -mirando Eddy la luz del ocaso sobre la playa.

– Ven aquí y fóllame de una puta vez -dijo Sarah desabrochándose la blusa.

Al suelo mullido que fueron ambos cuerpos. 

– Pues ya veo que me echabas de menos.

– Calla por favor y trabaja -le inquirió Sarah haciéndole bajar la cabeza a su entrepierna.

A pesar de su verano de abstinencia forzada, quedó algo atónito Eddy ante la insistencia y las prisas. Pero fue diligente y servicial. Con agilidad, retiró la cremallera del pantalón de su amada y comenzó a masajear con los dientes las bragas de Sarah. La lengua procuró humedad suficiente hasta que retiró el textil para hacer florecer unos genitales oferentes. 

– Métela ya Eddy, por favor.

Raudo, se despojó a media rodilla de su pantalón y penetró sus labios con un primer embiste de aproximación. Una primera acometida lenta para grabar a fuego el regreso al hogar. 

En apenas dos minutos, ambos cuerpos se habían desfogado y satisfecho en el reencuentro. Con aliento cansado, se miraron y sonrieron sin mediar palabra alguna. 

Colina abajo, Eddy le puso al día de sus últimas tribulaciones en la pizzería, de su vuelta a clases de guitarra -aunque obviando el affaire con Anna- y de su connivencia con Clarice para darle la sorpresa de que iba a trabajar muy cerca de ella, como no, de reparto a domicilio de la trattoria a la que se dirigían. 

– Clarice es encantadora. Habló con Sofía y apenas 10 minutos después habíamos llegado a un acuerdo -declaró un alegre e ilusionado Eddy.

– Cariño, pues sí que te has organizado a mis espaldas muy bien.

– ¿Sarah, quizá no querías que me asentara al menos un tiempo aquí, contigo? -inquirió algo confundido Eddy.

– Calla tonto. ¿Cómo no voy a alegrarme? Vamos, que tengo ganas de que conozcas a Sofía.

La calzone de pollo con espinacas apareció de nuevo frente a Sarah, mientras Eddy pidió a Sofía que le pusiera la pizza que ella quisiera. 

– ¿Confías en mí, pequeño? -con mirada socarrona preguntó Sofía.

– Has cuidado de Sarah, lo sé; así que, por supuesto que confío -declaró Eddy.

Tras una copiosa comida, regada con el pertinente limoncello de la casa, la Trattoría quedó con el brindis de tres mosqueteros.

– ¡Por nosotros! -dijo Eddy.

– ¡Por la vida simple y sin ataduras! -resolvió Sofía.

– ¡Por Manannan! -en tono muy serio y de pie declamó Sarah.

Eddy escupió antes de atragantarse y dirigió una mirada extrañada hacia Sarah por publicitar al confidente amigo que creía solo de ambos.

– No cojas celos por nadie querido y menos de un trozo de plástico que está a tu merced. Bueno, a la nuestra ¿verdad Sarah? -dijo Sofía acompañando la disertación con un suave pellizco en la mejilla de un mudo y algo incómodo Eddy.

– Ven aquí mi hermoso empotrador. Manannan no tiene tu cerebro -concluyó Sarah, mientras le agarraba el paquete haciendo directa referencia a qué estaba considerando en ese momento un “cerebro”.

– Sin duda deberíamos hacer un trío con Manannan para comprobar su destreza -respondió envalentonado con pícara y maliciosa mirada Eddy.

– Vaya, veo que sobro -se levantó teatralmente Sofía con mano compungida sobre su frente.

– Nunca sobrarías -Eddy giró la cabeza algo sorprendido por lo que soltó sin pensar.

El silencio generado permitió escuchar con nitidez la llegada del minúsculo oleaje en la playa.

Sofía y Sarah se miraron cómplices. Eddy notó perfectamente el puente creado en aquella mirada. Notó perfectamente también cómo su pantalón se abultaba. Una sucesión de imágenes le sacudieron el cerebro algo abotargado por el licor de limón casero. Sarah, Anna, Sofía, … “¿qué me está pasando?”, se dijo.

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