THE CHERRY HILL 2

«…la miró perverso mientras Sarah recorría su textura venosa con el jabón íntimo….»

por TEODORO NDOMO

viene del primer capítulo de THE CHERRY HILL (https://elsexoconletraentra.com/the-cherry-hill/)

Amor mío, creo que me voy a poner muy celoso de ese amante tuyo.

Sarah apoyó a Manannan en la silla por su potente ventosa y ágilmente se subió al juguete. Sus diplomas de ballet le estaba sirviendo para ofrecer un “grand plié” maravilloso, tanto para los ojos de su espectador, como para tragarse a su amante.

Despacio fue haciendo desaparecer el juguete sumiso ante la mirada perdida de Eddy.

Despacio fue jugando con Manannan hasta que su suelo pélvico se aclimató.

Despacio comenzó a girar el cuello y mirar con lascivia la cámara frontal de su smartphone, a sabiendas de que en Luton iba a llover con ganas.

Despacio separó una de sus manos del respaldo de su improvisada silla tántrica y se la llevó a una de sus nalgas.

Y despacio, fue ofreciendo una falange de su dedo cordial al orificio que quedaba libre.

Encorvada para facilitar la entrada del placer a pares, comenzó a gemir ante un sudoroso Eddy que bombeaba su verga al ritmo de las caderas de Sarah.

Le estimuló escuchar el golpeteo onanista de Eddy y se dio la vuelta para ver llover en Luton. Aún con Manannan dentro, observó, casi maternal, la estampa que ofrecía su pareja. Agotado, en el salón a oscuras. Iluminado el cuerpo casi efebo por la pantalla kilométrica del televisor. Con el mentón apuntando al cielo. Su torso manchado del lechoso derrame que se procuró con la danza en la distancia y una mano agarrando el manubrio iniciando la decadencia muscular.

Sabiendo que pronto entraría en coma, cual macho de mantis, se despidió de Eddy en voz baja y con un beso a la cámara. 

Cerró la aplicación.

Apagó el móvil.

Se dirigió al baño a limpiarse y limpiar a su amante inerte.

¿Inerte?

Manannan la miró perverso mientras Sarah recorría su textura venosa con el jabón íntimo.

No tuvo que convencerse mucho. Le quedaba calor por saciar.

Penetrarse con semejante dildo sabía que le iba a procurar placer, por supuesto. Pero buscó frotarse. Aprovechar su longitud para pasear su vulva de principio a fin. Primero de pie, frente al espejo. Con las dos manos guiando a un Manannan obediente y bien dispuesto. Luego aprovechó la ventosa para ponerlo contra la pared a escasa altura del suelo. Se colocó a veinte uñas primero. Luego con una mano libre, insistió en ayudar a presionar bien cada zona desde su monte, labios, hasta golpear la pared ofreciendo un placentero roce perianal.

Acabó extenuada y rendida. Acabó rendida y saciada. Acabó saciada y satisfecha.

Se fue a la cama a descansar del safari por su cuerpo, con la felicidad de saber que aún le quedaban por delante el día de descanso. Dormiría un buen par de horas largas hasta que llegara el amanecer. Un desayuno rápido y a correr en busca del sol hacia Brewery Beach y vuelta. A partir de ahí hasta el almuerzo, a pasear a encontrar las diferentes torres que custodiaban la costa en el pasado.

Una ducha y salir a almorzar, en una pizzería recomendada por Clarice, quien desde el primer día le ayudó a reconocer el perímetro de la zona que iba a ser su residencia un buen par de meses.

Llegó a la Trattoria Porto Erin. No se complicaron a la hora de elegir nombre para su local. No les hacía falta ningún naming espectacular pues se centraron en la materia prima y en pagar uno de los mejores enclaves para disfrutar de un buen almuerzo. Se olía y se veía todo en su cocina abierta. Al olor, le añadías una terraza preciosa pegada al extremo sur de la playa que le ofrecía a la clientela una visión maravillosa de la coqueta zona turística y un enclave perfecto para recibir a los hambrientos turistas que durante la mañana aprovechaban para hacer aquabike o lanzarse al agua en piragua.

Sarah comprendió que esta salida solo la podía hacer una vez al mes. Los precios no eran precisamente para su cartera. Las cenas que ofrecía en The Cherry Hill, eran menos elaboradas, pero más abundantes y económicas. Paul y Clarice entendieron que debían competir con diferente arma y consiguieron mantenerse con clientela abundante durante seis de los siete días de la semana.

Sarah se fue directa a la calzone de pollo con espinacas. Al primer mordisco, supo que había invertido bien sus libras y su tiempo. Un café espresso remató la faena culinaria.

Se incorporó de la mesa al terminar e inhaló cuanto pudo para saborear la tarde que disfrutaba. En ese estiramiento de brazos, se le desabrochó un botón de la camisa, dejando al descubierto uno de sus soberbios senos, lo justo para no dejar escapar la privacidad de sus pezones. Se giró para dirigirse a pagar a la mesa de la caja registradora y se dio de bruces con un tiramisú. 

– ¡Oh, disculpa, qué torpe!

Y Sarah notó el frescor del postre en su canalillo de ébano. 

– ¡Por favor, no te preocupes! 

Siempre respetaba el trabajo en la restauración. Sabía que en medio de tanta gente en la terraza, un giro brusco como el que hizo ella, favorecía cualquier tropiezo.

– Me llamo Sofía, soy la pizzera. Toma asiento que te preparo un buen postre con limoncello. Una receta familiar que no falla.

Sarah sonrió y se dejó llevar por el desparpajo de la cocinera. Cuando la vio voltearse con determinación, quedó descolocada mirando las caderas de Sofía. Voluptuosidad en un cuerpo totalmente curvo y feliz. Esa es la sensación que le dio al ver un traje estampado que bailaba ceñido a carnes prietas y una melena rubia recogida con redecilla para la higiene sanitaria en la cocina.

Mientras se secaba el resto del tiramisú de uno de sus pechos, llegó Sofía de nuevo con otro postre y una botella de limoncello. Y se sentó a su lado. Volvió a presentarse y comenzó a hablar sobre su trattoria, el tiempo que llevaba allí, que venía desde una localidad a las afueras de Roma llamada Sacrofano… No paraba de sonreír y hablar. Hablar y mover sus manos al ritmo de su hermoso escote.

Sarah apenas intervenía. La miraba con sonrisa atenta y cerebro sorprendido, sintiéndose invadida por un extraño impulso por arrancarle el traje y comerla a besos. Quizá ayudaba a ello el limoncello. Quizá, pero lo cierto es que lo sintió.

Cuando quisieron darse cuenta, el sol caía y llegaba una brisa marina implacable, a pesar de ser verano. Sarah se erizó y se colocó una chaqueta. Mientras, se fijó que el frío había llegado a los pezones de Sofía. De nuevo quedó descolocada. Sofía se despidió y le insistió en volver pronto a almorzar de nuevo a su local.

– Debo guardarme libras en la cartera. Trabajo en The Cherry Hill y este fue mi primer día libre. Me alegro mucho de que Clarice acertara en insistir en que viniera aquí.

– Ya sé que llevas un buen par de días aquí. Me ha agradado mucho la conversación y me gustaría que volvieras. Del precio, no te agobies. Te aplicaré la tarifa local sin problema.

Y sonriendo se giró de nuevo rumbo a la cocina, con un desparpajo y alegría hipnóticos.

Sarah se incorporó y salió a pasear, con los pies desnudos, por la playa. Hizo balance del día libre. Manannan,.. correr y recorrer la zona… el almuerzo… Sofía… su desparpajo… su cintura gorda y alegre…

Cuando se dio cuenta ya había vuelto de la otra punta de la playa y llevaba un buen rato ensimismada en el postre, el sabor del limoncello, el traje estampado de Sofía bailando en sus caderas… 

Recordó su época de 13 años con Miranda, cuando probaron a darse un primer beso de práctica antes de llegar a los brazos de Tommy. Rubio, ojos azules, grande y con una cabeza que le hacía honor a su apodo: pigheaded.

Al llegar al hotel pilló a Clarice saliendo y coincidieron en sentarse en los bancos del paseo de la playa. 

– ¿Qué tal el día?

– Muy bonito Clarice. Te aseguro que me ha sorprendido esta isla. Te diría que me ha encandilado.

– O sea, ¿ya fuiste a la pizzería?

Sarah giró la cabeza extrañada mientras contestaba afirmativamente.

¿Por qué me preguntas así?

Quizá soy algo bruja, pero sabía que te iba a gustar ir a la pizzería de Sofía. ¿Has visto su traje y escuchado cómo te narra su llegada a la isla?

¿Es una constante en ella?

Sofía tiene claro con quién entablar conversación. ¿Ya te has planteado volver a cenar?

Clarice, nos conocemos hace apenas una semana. ¿Qué crees que pasará si vuelvo a comer en la Trattoria?

No querida, yo no me planteo qué pasará. Sé que volverás a comer lo que te dé Sofía.

Sinceramente Clarice: tengo curiosidad.

El sol se ocultó y se miraron cómplices mientras entraban al hall del hotel.

—(continuará)

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