«…Sarah le bajaba los pantalones en busca de que manchara su cara…»
por TEODORO NDOMO
Sarah masajeó sus espectaculares mamas lubricadas con el semen entregado por Eddy. Acercó una de sus aureolas magnas a la lengua, al tiempo que exprimía el último jugo de la verga sometida hacía breves segundos.
Así quiso despertar a su amado ese domingo. Quería satisfacerlo y relegar su cerebro al cansancio, para explicarle la oportunidad que le había surgido fuera de Luton.
El confinamiento covidiano se tradujo en cotidiano anclaje a cuatro paredes cuando Sarah perdió su trabajo. Eddy tuvo mejor suerte y a pesar del desprecio que sentía por su trabajo de repartidor de TuttoPizza, la comida a domicilio recibió un impacto económico acorde al desgano vital de mucha gente viendo pasar la vida a través de la ventana. El pizzero se había convertido casi en cartero cotidiano.
Sarah no corrió con esa suerte laboral. Sus años de contabilidad, psicología y administración se fueron al garete cuando el potente gabinete Pathos decidió que, precisamente su directora de Recursos Humanos, colgara los guantes.
Esa combinación fue derrotista el primer mes tras el despido. El segundo fue mortal para la convivencia. El tercero fue la luz, pues el comienzo del verano hizo que Sarah recibiera una llamada ilusionante de un pequeño hotel llamado The Cherry Hill, al sur de la Isla de Man.
La cara de Eddy fue un poema ese domingo. Una mezcla de sentimientos tras el extenuante y disfrutado desayuno al que le invitó Sarah, frente a la noticia de separarse de ella un buen tiempo. Aún así, fue consciente de que repartir comida no era un futuro prometedor cuando la economía casera ahogaba.
Eran casi tres meses de cautividad para Sarah en una isla , pero un alivio importante para la economía de ambos, ante la incertidumbre laboral y sanitaria.
Sarah, Eddy y Chucky lo agradecerían. El “agregado cultural”, como les gustaba nombrarlo, era un gato matón. La coletilla de «cultural» fue por haberlo recogido tras una tarde en la Galería Arthek.
Desde que el gobierno liberara del confinamiento a la población, parecía que todos querían viajar, salir a la calle y devorar lo que pudieran y más. La oferta laboral llegó en el momento idóneo para la economía de ambos y sabían que debían aprovecharlo. La pareja tenía cinco días para los preparativos.
Sarah quiso pasar una noche con su querida abuela y despedirse de las amigas a las que tan poco había visto en los meses “covidianos”.
No quisieron hablar mucho del tema, pero lo cierto es que la frenética marcha de los acontecimientos, estaba haciendo mella en la relación marital. Era Eddy el que alzaba poco la vista y procuraba disimularlo con una actitud displicente, de la que Sarah se había percatado.
Conocedora de las entrañas de su pareja se puso manos a la obra tras terminar con la familia y amistades. Quedaban dos noches antes de irse y se propuso exprimir y satisfacer a su hombre para dejar cargada su estima y compensar la separación forzosa.
El pasillo del pequeño apartamento, en el 20 de Frederick Street, se convirtió en improvisado escenario de sexs tapes. Y es que colocaron la GoPro que utilizaba Eddy en su moto pizzera, para grabar cada vez que Sarah le bajaba los pantalones en busca de una buena mancha en su cara; o cada vez que Eddy perforaba esas negras nalgas mientras le procuraba un spanking acompasado. Guardaron las cintas para visionarlas cuando les entrara la llamada de la selva o para disfrutarlas juntos, a la vuelta.
Al llegar Sarah a la isla, no se podía creer la ignorancia en la que vivía al pensar que iba a un poblado infecto de una isla incrustada en la nada.
Una pequeña isla, sí (Luton casi triplicaba sus habitantes), pero contenía un paraje bastante singular y atractivo que no solo le estaba dando una oportunidad laboral. Poco más de una hora duró el vuelo. Un taxi le esperaba para llevarla a The Cherry Hill y le permitió gozar de un paraje precioso al borde del Mar de Irlanda.
El pequeño hotel lo regentaba una pareja que no parecía tener menos de 60 años. Paul y Clarice, avejentados por el mar, le habían dado un puesto de trabajo en la recepción y como camarera en las cenas que ofrecían tanto a visitantes como a los huéspedes que llenaban el coqueto espacio en el 13 de Shore Road. La tranquilidad que emanaba la isla, junto a las vistas a la playa de Port Erin, proporcionaron un status de placidez a opositores a escritor que se lo podían permitir, a nuevos turistas ávidos de quitarse de encima los meses de confinamiento o a moteros en busca del circuito callejero por antonomasia.
La primera noche, Eddy llamó a Sarah con vacile sobre si había llegado su mensaje por teletipo a esa isla en medio de la nada. La segunda noche, con el interés de saber cómo estaba asentada en el nuevo trabajo. La tercera con curiosidad de cómo pasaba los días que descansaba, que era uno a la semana. Así hasta el primer día libre, cuando le preguntó por las noches. Especialmente por cómo pasaba las noches.
Ese día, Sarah le planteó que cambiara a video llamada, que prefería confesarse mirando a la cara. Eddy conectó el Eyesapp a la SmartTV. No tenía claro cuál iba a ser la importancia de ese mensaje pero era una oportunidad, tras varios días, de contemplar y alabar a su diosa de ébano. Sus ancestros nigerianos habían hecho un trabajo espectacular con su descendencia.
Eddy no se equivocó. Tras un rápido “…Hola cariño…”, con el que se presentó frente a su móvil, retiró el brazo con el que cubría su torso y dejó al descubierto sus hermosos pezones que tanto echaba de menos… y ellos a su lengua.
Antes de que fuera a lanzar un gemido o una exclamación, le mandó callar con un dedo sugerente en los labios. Se acomodó Eddy y se dedicó a disfrutar.
Ella tomó un bote de aceite que comenzó a derramar entre sus pechos. Suavemente masajeó y recorrió cada pezón. Quiso que Eddy tuviera buena panorámica y se acercó a su smartphone consiguiendo hacerle desenfocar la vista. Retomó la postura en la silla en la que se acomodó y continuó el recorrido lubricando sus caderas. Entonces, emuló a Catherine Tramell y descruzó sus negras piernas para deleite de su fiel espectador. Insistió con el aceite y abarcó cada muslo haciendo lucir sus años de ballet.
Se incorporó y mostró sus firmes nalgas. También las masajeó hasta darse un buen cachete que sorprendió a Eddy. Cuando supo que su poderoso culo estaba frente a la cara de su resignado príncipe de las pizzas, dejó caer más aceite que circuló hacia su perfecto agujero negro. Y entonces, su dedo quiso seguir el recorrido y tomó su esfínter con el cuidado que solo una misma sabe darse.
La mano de Eddy quiso acompasar el latido de su verga y aflojó su pantalón al encuentro de su músculo.
Tras un breve, pero intenso repaso a su recto agradecido, Sarah se giró para observar a su amado en la distancia. Sonrió al ver que había iniciado ejercicio de muñeca.
– Querido… Ahora que estás sentado, te debo confesar el motivo de esta video llamada. Quiero que conozcas a Manannan.
Para Eddy, fue como oír la aguja en falso en un vinilo. Su cara alarmada le delató y trajo consigo un contraste brutal del blanco al rojo, al tiempo que la flacidez hizo estragos en su verga.
Cuando quiso incorporarse para subirse el pantalón, cambió de nuevo su rostro y ofreció una sonrisa de desahogo.
– Aquí te presento a Manannan. Me lo encontré en foxylove.com antes de irme de casa y llegó esta misma mañana.
Un impresionante dildo apareció en las 50 pulgadas de Eddy que retomó la decisión de bajarse los pantalones y terminar de desnudarse ante su afrodita necesitada de carne.
– Amor mío, creo que me voy a poner muy celoso de ese amante tuyo.
Sarah apoyó a Manannan en la silla por su potente ventosa y ágilmente se subió al juguete. Sus diplomas de ballet le estaban…
Si quieres saber cómo continua esta historia entre Sarah y Eddy la próxima luna nueva, el 25 de septiembre, escribe o copia y pega el hashtag: #thecherryhill2 en las redes sociales de Instagram (@elsexoconletraentra) y de Twitter (@elsexoconletra). También nos lo puedes hacer saber a través del correo electrónico info@elsexoconletraentra.com. ¡Aprovecha y suscríbete, si no lo has hecho!
Teodoro Ndomo