Por Marina
… Miedo en su silencio…
Luis a Sergio le pregunta:
– ¿Sabes quién es?
– Sé quién es pero poco se conoce. La chica de pasos ligeros y firme en su camino es la chica que asoma su sonrisa al cruzarse con miradas. Esa mirada que se llega a cruzar entre palabras y luces de energía. Derrocha alma y fuerza desbocada. Miedo en su silencio y sensualidad en su caminar. Elegancia perturbadora y embrujo cautivador -dijo Sergio.
– ¿Tanto desprende?
– ¡No hay quien pueda mantener su mirada felina!
– Es un misterio, la verdad.
– No es para tanto. Conozco mujeres así y sé cómo entrar en ella -le dijo Luis.
Una mañana, Luis tan seguro de sí, la observa en la distancia buscando su complicidad.
Ella sabía que la miraba y siguió así, paso a paso, como cada día. Sabía también que algo iba a ocurrir.
Seguros de sí. se cruzaron en el camino de costumbre, en el que rozaron sus manos ligeramente alzadas. A ella, sus ojos desprendían desafío y Luis sintió, en ese momento, que estaba más cerca de ella.
Cada día cruzaban sus miradas como animales salvajes de rabia y búsqueda contínua.
Era un vínculo diferente e incomprensible.
Alguna sonrisa ya se escapaba en el aire.
Sin conocerse ni intentarlo ninguno, tras el juego de gestos y miradas tonto que se traían.
Él llegaba a su casa y se acordaba de ella.
Ella igual.
Tanto que ya creaba momentos para el siguiente día.
Ya en silencio y en su cama, sentía su perfume.
Ya sin pensarlo, sentía florecer su cuerpo receptivo, solo con su juego, su silencio y complicidad.
Deseaba lo que no quería fácil.
Eran dos almas con juegos de cruces y sensaciones.
Había mucha tensión.
Había menos palabras.
No surgió.
Pero cada día se tocaban.
Se olían.
Conocían sus pasos.
Sabían qué animal salvaje era cada uno.
Solo lo hacían en soledad compartida en placer y sincronizados, sabiendo que ese placer, en un cruce de pasos, acabaría en tocarse más que el alma.