«…A dos manos, encontró la clave que Sandro pintó primero en su boca y luego en su cuello…»
por TEODORO NDOMO
Yolanda recibió con alivio la noticia del mensaje de texto en su arcaico terminal. En cuestión de minutos le instalan el magnífico router que le acercaba al mundo mágico de las comunicaciones. No sólo el trabajo le estaba exigiendo que se incorporara al siglo XXI. Ya un smartphone era algo lejano en su día a día. Tras muchos años pendiente sola y “solo” de un enano de 14 años con increíble capacidad para fagotizar todo atisbo de libertad individual, se volcó también en enfrentarse al reto de comprender el apasionante mundo del 1 y el 0.
Celia, amiga de la primera cerveza y primer juego de pico, le enseñó no solo lo básico para comenzar en el noble arte del engaño inmobiliario, sino que le mostró que no hace falta su presencia en cada cita.
Una “simple” web mostraría un paseo virtual por propiedades listas para saquear a sus mirlas presas. Combinado esto con su espectacular presencia en las explicaciones, harían de ella una comercial perfecta. Así que surgió la posibilidad de crear dinero en casa y se metió a ello. Un técnico vendría a traerle lo básico para empezar. Un smartphone, tablet y router con fibra para aburrir. Jonás el “engendro”, como le gustaba llamar a su hijo cuando se ponía terco, abrió la puerta y se despidió con desidia tras advertir a su madre de la llegada del Mesías telemático. El «engendro» prefirió salir a organizar sus pérdidas de tiempo con otros semejantes. Yolanda le despidió con un beso rojo en la frente como fastidio. Ella había pasado antes por ese ciclo vital del grano vigoroso. Sabía que le molestaba, pero su retoño se prestaba al juego. En el fondo su madre era su amor idílico. Su sórdida mente púber le había provocado algún episodio de polución nocturna. Ayudaba mucho que Yolanda no pasaba desapercibida nunca.
Para el técnico, tampoco.
Ella lo intuyó nada más dar el saludo y ver sus pupilas dilatadas. Y es que Yolanda ofrecía un maravilloso escote. Era su arma de trabajo. Lo sabía. El género humano primero ve y luego razona. Siempre trataba de impresionar y luego remataba la faena con su verbo ágil, limpio y la facultad innata de saber cuándo debía apretar más a su cliente presa.
Eso sí, también le perdía el rubor ajeno. Era su talón de Aquiles. Confirmar físicamente que está siendo objeto de deseo le excitaba más que cualquier galantería, palabrería o musculito.
Esa cara sonrojada y temerosa le ponía; y la situación, aunque típica de censura barata, le añadía el morbo suficiente para provocar que sucumbiera.
El técnico iba a mostrar un nuevo mundo a Yolanda. Ella planeaba otro tipo de descubrimiento.
Al mismo tiempo que le enseñó el camino hacia el espacio que iba a hacer las veces de oficina, le ofreció un maravilloso andar felino del que su víctima no fue ajeno. Al final del pasillo, Yolanda alzó la vista para ver de nuevo los cachetes rojos de su presa reflejados en un espejo.
– Aquí sería donde quiero trabajar. -Mostró con mano guía e intencionada en el hombro.
Cálida y suave, la mano de acostumbrada Nivea, transportó a Sandro al olor de su frondosa tía y primer contacto con piel fémina.
Fue en la ducha y con 16 años, su miembro provocó una curiosa y descriptiva reacción cuando su tía entró por “error” al baño: «…¡madre del amor hermoso!…», dijo su tía, dando un respingo y reflejando una sonrisa de estupor. Y es que Sandro compartía timidez con una dote prominente. La reacción primaria que generaba tenía reflejo en la palabra abundancia. Aún así, nunca dio muestras de falocracia en sus relaciones. Al contrario. Esa relación con su tía, corrompió su entendimiento en la arena del sexo.
El retrato de su madre sorprendiendo a su hermana agachada a medio tragar el motivo de su estupor y algarabía, fue suficiente para desterrar cualquier muestra de orgullo fálico.
La eterna contradicción entre satisfacción y vergüenza atroz arraigó en su cerebro.
Despertó Sandro del sopor que le invadió la imagen del pasado familiar evocada gracias a la crema de manos y relajó la vista con una sonrisa leve.
– Perfecto, no creo que tarde mucho. No se preocupe, que podré irme pronto. – dijo Sandro con voz segura y vista perdida un milisegundo en el escote.
– No quiero que sea rápido. No quiero que tengas prisa. -Declaró Yolanda cada vez más segura de sus intenciones.
– Te dejo trabajar. Avísame si te hace falta cualquier cosa.
Y Sandro se puso al lío. Ya había pedido permiso a la comunidad para entrar al cuarto de contadores y descubrir el cable que llegaba a su clienta. Sabía que ese era el paso que más podría retrasar la tarea diaria. Todo estaba en orden para acabar pronto.
“Una pena que acabe pronto”, pensó suspirando.
En apenas 20 minutos, colocó router, configuró señal Wifi en la tablet y pudo confirmar que la smartTV que vio a modo de pantalla de PC, recibía los canales oportunos.
Solo le quedaba explicar a Yolanda cómo introducir la señal inalámbrica en su teléfono.
Escuchó ruido de vajilla, por lo que intuyó que estaba en la cocina. Se dirigió donde creía, previo aviso a medio grito.
– ¿Hola?. Ya solo me queda meter la señal Wifi en su móvil y confirmar que todo está operativo. – dijo mientras caminaba por el pasillo recorrido poco antes.
Yolanda lo escuchó y salió de la cocina con un vaso de agua para encontrarse con el técnico.
– ¿Quieres?. -ofreció con sonrisa pícara y camisa mojada estratégicamente en un pezón.
Sandro respondió ruborizándose y empalmándose de tal manera que no pasó desapercibido. Y es que su paquete, era complicado de ocultar.
– Sujeta. Creo que sé cómo coger tu señal. -le dijo Yolanda. – ¿Me permites?
Sandro balbuceó y ella tomó eso como respuesta afirmativa.
Primero palpó en el pantalón el manubrio que ya estaba bastante erguido y dispuesto. Luego, le abrió la cremallera para desplegar el mástil.
– Perdona. -y le quitó el vaso de agua.
Metió la verga en el vaso y procedió a limpiarla con cuidado. La secó con su camisa, aprovechando para recorrer sus preciosas mamas cuarentonas. Y tragó lo que pudo. Tragó con calma pues había mucho que comer. Se dejó ahogar para calibrar el tamaño y aún quedaba un palmo por fuera de sus labios. Siguió agitando hasta que se quitó el sujetador. Le pidió que se tumbara en el suelo. Mientras retiraba el resto del pantalón, Sandro fue quitándose la camisa.
Le dio la espalda y comenzó a sobar su coño para prepararlo ante la poderosa “señal de Wifi”.
Poco a poco, Yolanda fue calibrando el ritmo hasta encontrar la velocidad crucero. Y la encontró. Encontró la velocidad suficiente para ahogar un grito satisfecho. Para insistir mientras le pedía que le diera nalgadas. Para girarse y rescatar con la boca la señal que buscaba de él. A dos manos, encontró la clave que Sandro pintó primero en su boca y luego en su cuello.
Aún en el suelo, Yolanda sonrió.
– ¿Debo firmarte algo?.
– Una encuesta de satisfacción, solamente. -contestó Sandro.
– Querido, quizá debas venir otra vez a colocar el cable pues no estoy segura si fue suficiente la señal que me diste.