«… haciendo ruidos mínimos y susurrando, supongo que ninguno de los dos quería despertarme, aunque en realidad no había sido capaz de conciliar el sueño …»
por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/
La vida se volvió difícil tras el abandono de mi padre, no es que no tuviéramos dinero pues en realidad el factor económico nunca fue algo que preocupara a mi familia, mamá tenía un buen trabajo al igual que papá y era un hecho que ella podría hacerse cargo de la casa en su ausencia. El problema fueron las costumbres que mi madre comenzó a adquirir a los pocos días de que el hombre de su vida la abandonara.
La primera vez que ocurrió, supuse que sería solamente algo de una noche, una manera como mi madre podría desahogarse de todo el dolor que mi padre le provocó al dejarla; sin embargo, en pocos días me daría cuenta de que las cosas no serían pasajeras, de que tendría que tolerar aquel martirio tal vez más veces de las que sería capaz de soportarlo.
Esa primera noche mamá llegó a casa en la madrugada, pero no lo hizo sola, un tipo que no conocía llegó con ella, haciendo ruidos mínimos y susurrando, supongo que ninguno de los dos quería despertarme, aunque en realidad no había sido capaz de conciliar el sueño, pues estaba demasiado nervioso al no saber dónde se había metido mi madre y no haber recibido una sola llamada suya.
Esa madrugada tuve que soportar el escuchar a mi madre haciendo el amor con aquel desconocido, me vi obligado a oír el ruido de la cama crujiendo y el golpeteo de sus cuerpos mientras ese hombre se la cogía, vi horrorizado la forma como mi miembro se endurecía ante sus gemidos y las involuntarias imágenes que se formaron en mi pensamiento, donde mi madre aparecía desnuda, mordiéndose el labio y contrayendo su rostro en gestos de placer al sentir a su amante penetrando su cuerpo.
Me sentía culpable por excitarme con las muestras de placer que emergían de la boca de mi madre, con la idea de que se la estuviera cogiendo un tipo al que seguramente no volvería a ver en su vida; me aterraba pensar que aquella podría convertirse en una costumbre con la que mamá reemplazaría el amor y la atención que ya no recibiría de mi padre.
A la mañana siguiente bajé a la cocina esperando no encontrarme con ese tipo. Afortunadamente se había ido antes de que despertara, probablemente se marchó un segundo después de haberse cogido a mi mamá.
Ella bajó poco después y entró en la cocina, lucía muy mal, era claro que la noche anterior había bebido en exceso y que en ese momento sufría los efectos de la resaca.
Me saludó con un beso en la mejilla y revolviendo mi pelo, como si no hubiera pasado nada, como si todo siguiera tan normal como siempre; un gesto que me resultó insoportable, que me llevó a servir algo de jugo en un vaso de viaje y tomar un pan dulce, de la forma más apresurada como pude hacerlo antes de salirme de la casa y alejarme de esa mujer tan rápido como mis piernas me lo permitieran, queriendo poner tanta distancia entre ella y yo como fuera posible, pues no me había gustado lo que pasó la noche anterior, pero tampoco tenía el valor de hacérselo saber.
Los días pasaron hasta que un nuevo viernes llegó y un nuevo tipo entró en mi casa, haciendo que nuevamente tuviera que vivir esa misma experiencia, queriéndome arrancar la piel al observar horrorizado la tremenda excitación que mi madre me había provocado una vez más, gimiendo y jadeando ante todo lo que aquel desconocido le estaba haciendo.
Así pasaron los días, las semanas y los meses, donde las acciones de mi madre me torturaron cada viernes por la noche, haciendo que la culpabilidad me carcomiera una y otra vez, amenazándome con llevarme a la locura de un momento a otro.
Si las cosas hubieran seguido así, a pesar de lo mal que la pasaba cada viernes en la noche, creo que tal vez, tarde o temprano habría aprendido a vivir con ello y la conducta sexual de mi madre poco a poco me hubiera afectado cada vez menos; sin embargo, hubo un punto de quiebre, un evento que marcó una diferencia, que me rompió por dentro y cambió el curso de las cosas de la peor forma posible.
Esa noche mis amigos irían a celebrar el cumpleaños de uno de ellos a un club. La semana había sido difícil y lo que menos quería era ir a gastar dinero en embriagarme y amanecer al otro día con las consecuencias de haber tomado malas decisiones, así que solamente me limité a felicitar a mi amigo por la mañana y darle un obsequio apropiado; pero en la noche me quedé en casa, tratando de ignorar lo que pasaría durante la madrugada, esperanzado con que al menos aquella noche mi madre encontrara a un hombre que se la llevara a un hotel o a su propia casa, y no tuviera que ser nuevamente torturado por los las imágenes que inspiraban en mi cabeza los gemidos de mamá.
Nunca me hubiera imaginado lo que horas después pasaría, ni siquiera en mis más alocados pensamientos o en mis peores pesadillas me hubiera atrevido a pensar que eso podría pasar.
Esa noche mamá no llegó solamente con un hombre, sino que lo hizo con tres tipos, sabía que eran tres pues escuché tres voces claramente distinguibles además de la de mamá y para mi desgracia, también supe de inmediato quienes eran los hombres que esa noche serían los amantes de mi madre: se trataba de mis amigos, los mismos con los que no quise salir al club, aquellos que conocían muy bien mi casa y que sabían perfectamente bien quién era mi madre.
Escuché la puerta de su habitación al cerrarse y casi de inmediato aquel concierto de gemidos inició, solo que en esta ocasión los sonidos eran más salvajes y las palabras de esos tres traidores eran tan descriptivas, que me permitieron saber lo que en aquel momento le estaban haciendo a mamá.
– ¡Tienes un culo delicioso Lourdes! ¿Te gusta que te lo rompa? – dijo uno de ellos y el sonido del golpeteo en el trasero de mamá, me hizo saber que la estaba sodomizando, provocando una sensación paralizante en mi cuerpo, sin poder creer que aquello realmente estuviera pasando.
– ¡No pares, puta! ¡De haber sabido que eras tan zorra te hubiéramos cogido desde hace mucho cariño! ¡Carajo! ¡Qué rica boquita tienes! ¡Vamos a ver qué tan profundo te entra!
– ¡Deberían probar su conchita! La tiene bien apretadita.
Un vuelco en el estómago me atacó, una punzada paralizante que me hizo abrir los ojos como platos al entender que tres hombres tenían ocupados cada uno de los orificios de mi madre, sintiendo nuevamente esa vergonzosa excitación representada por la erección que tenía entre las piernas; pero esa noche no soporté pasivamente lo que estaba escuchando, no fui tan fuerte como para mantenerme indiferente ante ese concierto de salvajes golpeteos, gemidos y jadeos, protagonizados por esos hijos de puta que se estaban cogiendo a la madre de quien decían que era su amigo.
Esa noche la excitación me llevó al límite de la cordura, derribó cualquier barrera moral que se hubiera erigido frente a mí y me llevó a sacar mi miembro de su encierro y cerrar los ojos, dejando que aquellos sonidos sirvieran de inspiración para las imágenes que poco a poco se formaron en mi cabeza, donde yo me convertía en el protagonista de lo que le estaban haciendo a mamá, imaginándola arrodillada frente a mí mientras me mamaba la verga; imaginando cómo sería penetrar su vagina y apretar sus tetas mientras ella se movía por encima de mi cuerpo; soñando despierto con penetrarla por el culo y sacudir su mundo con la fuerza de mis movimientos.
Los sonidos de la habitación de mi madre fueron silenciados después de que la euforia en su cuarto encontrara su límite, después de escuchar a mi madre rogando porque se vinieran en su boca, en su culo y dentro de su vagina.
La aberrante orgía en el cuarto de mi madre terminó antes de que lograra venirme, pero la falta de estímulo auditivo no me detuvo y las imágenes de mamá sintiendo el peso de mi cuerpo mientras me la cogía a mi gusto, tampoco cesaron hasta que mi miembro vomitó todo el semen que había en el interior de mis testículos, tras escuchar semana a semana la forma como esa mujer recibía a decenas de hombres entre las piernas.
Esa anoche fue diferente, pues mamá sabía quiénes eran ellos y no se tomó un segundo para considerar lo que podría pasar conmigo al hacerlo con mis amigos; esa noche sería el parteaguas del resto de mi vida, pues fue a partir de esa experiencia que no fui capaz de dejar de pensar en ella, de soñar cómo se sentiría coger con mi madre, de masturbarme a cada oportunidad mientras recordaba sus gemidos y me imaginaba siendo yo quien se la cogía provocando esos sonidos.
La mañana después de esa infame madrugada, resultó particularmente dolorosa, pues nuevamente me encontraba en la cocina cuando mamá bajó, solo que en esta ocasión había una mirada de culpa en su rostro, en su postura cabizbaja y en la actitud con la que caminaba, arrastrando los pies como si tuviera que hacer un esfuerzo inhumano para continuar avanzando.
Esa mañana no hubo un beso de buenos días ni tampoco ninguna clase de saludo, solamente se sentó en la mesa de la cocina, justo enfrente de donde yo me encontraba tratando de tomar un vaso de jugo, sin ser dominado por el asco y la rabia que me provocaba saber que había cogido con aquellos a quienes horas antes había llamado amigos.
El silencio dominó la habitación por varios minutos, mientras fingía ignorarla, bebiendo mi jugo y comiéndome uno de los panes que había en el domo de la mesa.
– Cariño yo… – comenzó a decir mi madre, pero se detuvo al no encontrar las palabras, al mismo tiempo que yo apuraba el último trago de jugo y me comía el último trozo de pan que tenía en la mano – … lo siento.
Ella levantó al fin la cabeza y me miró, pude ver sus ojos enrojecidos y un par de lágrimas escapando de ellos, miré el gesto culpable de esa mujer y la forma como su boca temblaba, pero no pude controlar mis palabras y los sentimientos tan extraños que superaron mi capacidad de contenerlos dentro de mi cuerpo.
– Quisiera que no fueras mi madre – dije repentinamente, haciendo que ella abriera muchos los ojos, horrorizada, que su llanto brotara desde un rincón profundo de su alma, su cara se hundiera entre sus manos y su cuerpo convulsionara víctima de sus ruidosos y lastimeros sollozos.
Esa mañana salí de la casa y no regresé hasta entrada la noche, pues no quería verla por más tiempo del necesario, era difícil hacerlo después de todo lo que había pasado, después de cada cosa que me había imaginado; el mirar a esa mujer implicaba recordarme que nunca estaría con ella, sin importar lo mucho que la deseara, sin importar lo mucho que quisiera que eso pasara, jamás podría estar entre sus piernas, nunca podría hacerle el amor, pues era mi madre, ¿Cómo sería capaz de cometer tal clase de abominación?
Los días pasaron sin que nada cambiara, más allá de los sendos puñetazos que recibieron esos hijos de puta después de haberse acostado con mi madre; pero en casa todo seguía igual, mamá salía temprano a trabajar y llegaba por la noche, yo salía rumbo a la escuela antes de que ella despertara y luego regresaba a casa por la tarde, preparaba mi comida y me encerraba en mi cuarto, para luego escucharla llegar, hacer sus cosas e irse a dormir.
El viernes llegó y pasé el día entero pensando en lo que la noche me depararía, entendiendo que me había quedado solo, pues mi padre se había ido, mi madre estaba mucho más distante de lo que nunca estuvo y mis amigos ya eran cosa del pasado.
Regresé caminando a casa, sintiendo el peso de cada uno de mis pasos y la forma como esa presión en mi estómago iba creciendo más y más conforme me acercaba a mi hogar. No quería llegar, no quería que el tiempo avanzara y nuevamente tener que soportar los sonidos de mi madre cogiendo con alguien más, pero no tenía ningún otro lugar a dónde ir.
Comí cualquier cosa que encontré en el refrigerador, sin lograr apartarla de mi pensamiento, pasé la tarde tratando de alejar las ideas enloquecidas que diseñaban diferentes planes para tener sexo con mi madre y me resistí con todas mis fuerzas a masturbarme de nuevo pensando en ella.
La noche cayó y con ella la ansiedad por lo que pasaría en unas cuantas horas, lo mismo que había ocurrido cada noche de los últimos meses; pero la sorpresa de escuchar la puerta de la casa abrirse cuando aún no eran ni siquiera las nueve de la noche, me acogió por completo, haciendo que un vuelco en el estómago se asentara en mi cuerpo.
Me puse de pie y abrí un poco la puerta de mi cuarto, escuchando a mi madre mientras dejaba sus cosas en la mesa del pasillo y arrojaba sus llaves en el plato que ahí se encontraba para tales fines. Escuché con sorpresa que entraba en la cocina y comenzaba a preparar la cena, viéndome tentado a bajar la escaleras y saber qué era lo que le estaba pasando; pero recordé las últimas palabras que tuve con ella casi una semana antes, sintiendo el peso de aquello que le dije y que me obligó a cerrar la puerta de mi habitación y regresar a mi cama, confundido al sentirme agradecido porque al parecer aquella noche no tendría que lidiar con los mismos problemas, pero para mi sorpresa, también me sentía decepcionado por saber que esa noche no escucharía los gemidos de mamá mientras hacía el amor con un desconocido.
Los minutos pasaron y de pronto escuché algo de música proveniente del reproductor de la sala, algo que me llenó de incertidumbre, que me hizo pensar que tal vez mis palabras habrían cambiado en algo el comportamiento sexual de mi madre, pero no así el alcoholismo creciente que había iniciado desde el día en que mi padre se largó.
El tiempo siguió su curso y la música en algún momento fue acompañada por el descompuesto canto de mamá, momento en el cual imaginé que esa mujer estaría borracha, en el que tuve que hacer a un lado mi reticencia y todo lo que en ese instante me atormentaba, para salir de mi cuarto y asegurarme de que ella estuviera bien.
Bajé las escaleras de la casa y me dirigí a la sala, donde mamá se encontraba sentada en uno de los sillones, con las piernas abiertas y un vaso de brandy en la mano, cantando con los ojos cerrados mientras una botella esperaba en la mesa para ser vaciada por la mujer que en aquel momento apuraba el contenido de su vaso.
Era triste mirar aquello en lo que se había convertido mi madre, pero ese sentimiento se vio opacado por la excitación que me generó la vista que generosamente me proporcionaba su falda tras haberse corrido hacia arriba, junto con la apertura de su blusa que dejaba ver el corpiño negro que intentaba con dificultad contener los enormes senos de mi madre.
– ¡Hijo! ¡Ven aquí! ¡Únete a la fiesta! – gritó mamá, levantando su vaso como si estuviera brindando conmigo, arrastrando las palabras a consecuencia de lo mucho que había bebido, mientras se levantaba un poco, tomaba la botella de la mesa y se servía un último trago, el mismo que apuró en su garganta, antes de dejar el vaso en la mesa y recostarse en el sillón, sin importarle en lo más mínimo que le viera las bragas ni que fuera testigo del estado en que se encontraba.
– Supongo que ahora estarás feliz ¿No? Ya me tienes en casa, sola y miserable, como me dejó el bastardo de tu padre. ¿Y ahora qué? No me voy a coger a nadie hoy, me voy a regodear en la miseria de estar abandonada con un hijo egoísta que no me deja…
– ¿Ser la puta de cualquier imbécil que se te cruce por enfrente? ¿Ser la zorra que se acostó con todos mis amigos a unos metros de mi cuarto? ¿En serio crees que los idiotas que has traído a la casa sienten algo por ti? ¿No te das cuenta de que están contigo porque les pones el camino demasiado fácil? ¿Crees que para mí fue muy sencillo escuchar cada viernes cómo te la pasabas gritando en la habitación de al lado, mientras un desconocido te usaba para su beneficio y luego te desechaba como basura?
La mirada de mi madre se fijó en mi rostro con los ojos entrecerrados, pero luego se echó a reír, negando con la cabeza varias veces sin dejar de mirarme.
– Tú me crees idiota ¿Cierto? Yo soy quien lava tu ropa, muchachito estúpido. ¿Creíste que no me daría cuenta de que justo la ropa que usaste el último viernes estaba llena de semen? Yo puedo ser una puta, pero tú eres un monstruo que se ha masturbado mientras escuchaba a su madre cogiendo con otros hombres; y déjame decirte que fue maravilloso tener a tus amigos dentro de mí, sin dejar un solo orificio vacío…
– ¡Cállate!
– Tu amigo Paco me la metió por la boca, fue un placer saborear su leche cuando se vino a dentro, me comí todo lo que le salió de los huevos – mamá se puso de pie.
– ¡Cállate!
– ¿Y qué tal Poncho? La verga de ese chico es enorme, no pensé que me fuera a caber en el culo, me lo dejó tan abierto que cuando fui al baño la mierda se me salía sin que lo sintiera – mamá comenzó a caminar hacia mí.
– ¡Cállate!
– ¡Uff! ¿Y qué tal Kike? Ese chico se sabe mover, me cogió tan rico que me hizo venir un par de veces antes de que eyaculara adentro de mí, quién sabe, a lo mejor me dejó un nene adentro, a lo mejor vas a tener un hermanito, ¡Imbécil!
La ira que me provocaron sus palabras y la punzada en el estómago que se derivó de ellas, me llevó a hacer una locura y caminar hacia ella sin importarme su actitud altanera ni su mirada desafiante.
– ¡Te dije que te callaras! – le grité, antes de darle una bofetada con la que la hice caer sobre el sofá, un instante previo a abalanzarme sobre su cuerpo, dominado por un odio que nunca antes había sentido, enloquecido por un tipo excitación completamente desconocido – ¡Así que te gusta ser una puta! ¿No? ¡Te gusta que te traten como perra! ¿Verdad? ¡Entonces también yo te voy a tratar como la puta que quieres ser! ¡Ramera de mierda!
– ¡Detente! ¿Qué demonios…? ¡Ahhh!
Metí mi mano por debajo de su falda y arranqué sus bragas de un tirón, mientras la otra mano la sujetaba del cuello y sus piernas pataleaban intentando alejarme; pero mi fuerza era superior y parecía incrementarse a cada segundo que pasaba, nutriéndose con la ira que me corroía las entrañas.
– Esto es lo que quieres ¿No? – le grité, mientras mi mano comenzaba a manosear su vulva, de una forma tosca y violenta, sintiendo los golpes que sus manos me daban en el brazo que la sujetaba y el movimiento de su cuerpo entero al tratar de zafarse de mi agarre.
– ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡No! ¡Detente! ¡No lo hagas! ¡Eres mi hijo! ¡Ahhh! ¡Por favor, no lo hagas! – gritó y gimió cuando mis dedos se metieron en su cuerpo y comenzaron a moverse dentro de ella, provocándole dolor o placer, no lo sé, pero fui testigo al fin de la forma como sus gemidos escapaban de su boca mientras sus golpes y sus intentos por zafarse de mi agarre poco a poco se iban debilitando.
Cuando la solté del cuello ella ya no forcejeaba con las mismas fuerzas, sus piernas seguían moviéndose para tratar de resistirse, pero la energía la había abandonado y el alcohol hizo mella en sus actos y en su mirada que continuamente divagaba entre lo que había a su alrededor.
Me levanté y me permití un momento para mirar cómo se revolcaba en el sofá, haciendo un intento inútil por ponerse de pie mientras me desnudaba, pero era evidente que el alcohol ya la había dominado, convirtiéndola en un ser incapaz de moverse, haciéndome entender que no tendría que usar la fuerza de nuevo, pues todo lo que ingirió esa noche ya la había sometido para mí.
Me acerqué a ella, disfrutando los gemidos aterrados que escapaban de su boca mientras lloraba sin control, mirándome presa del pánico a la vez que le arrancaba la ropa del cuerpo, desgarrándola y tirándola al suelo hasta dejar a completamente desnuda a mamá.
Me abalancé sobre ella y metí sus senos en mi boca, los mordí con vehemencia y degusté su sabor con una necesidad incontrolable de seguir succionando y lamiendo sus pezones, mientras mis manos los apretaban haciendo que mi madre gimiera de dolor, que tratara inútilmente de apartarme de su cuerpo.
– ¿Lista para que te coja tu hijo mami? Vamos a ver si Kike tenía razón, a ver si de verdad estás tan apretada como te lo dijo esa noche.
– ¡No lo hagas hijo! ¡Por favor, detente! – decía mi madre entre sollozos, suplicante, desesperada por no poder hacer nada para evitar lo que estaba a punto de ocurrir, mientras mi verga se iba metiendo poco a poco en su vientre – ¡Soy tu madre! ¡No lo hagas! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Salte de mi cuerpo! ¡Imbécil! ¡Ahhh! – gritó, en el momento en que mi verga llegó al fondo de su vientre.
– ¡Es verdad! – comencé a hablar mientras mis caderas iniciaban el movimiento en el que mi pene entraba y salía del cuerpo de mamá – ¡Tu concha está muy apretada mami! ¡Ahhh! ¡Se siente muy bien estar adentro de ti! ¡Vamos, puta, mueve las nalgas, quiero que me hagas venir como a todos los cabrones que te han cogido en esta casa!
El llanto y los gemidos suplicantes de mi madre solo lograron que mi excitación aumentara, mientras mis manos se aferraban con fuerza a sus enormes senos y mis caderas no dejaban de bombardear su vientre.
– ¡Detente hijo! ¡Por favor! ¡No sigas! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Soy tu madre! – suplicó, pero la ignoré por completo, pues sentir el calor de su vientre y la manera como apretaba mi verga, era demasiado placentero como para detenerme; no, no lo haría, no durante el resto de esa noche, solamente saldría de ella para tomar un respiro antes de volver a cogérmela, después de todo el pecado ya había sido cometido, daba igual si aquello ocurría una vez o veinte, el infierno ya me estaría aguardando desde el momento en que mi pene entró en la vagina de mi madre, y tal vez desde la primera vez en que me masturbé pensando en cogerme a mi madre.
Las embestidas que sacudieron el cuerpo de mamá fueron increíbles, provocando una maravillosa oleada de placer que se extendía por todo mi cuerpo, que se incrementaba por el morbo de admirar a mi madre desnuda, escuchar sus gemidos y suplicas y sentir la forma como continuaba resistiéndose a mí. Maldita hipócrita.
– ¡Estoy a punto de venirme mami! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Kike tenía razón! ¡Coges muy rico, lo haces como una puta experimentada! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Lo haces tan bien que creo que te mereces un premio! ¡Ahhh! ¡Ahora te vas a tragar mi leche! – salí del cuerpo de mi madre y corrí a su cara, masturbándome mientras lo hacía – ¡Abre la boca! – le ordené, pero ella se negó a obedecer, apretando sus labios mientras se volteaba hacia otro lado, un acto de rebeldía que no le permitiría, así que tomé su rostro y la obligué a mirarme, mientras tapaba su nariz hasta que abrió la boca para respirar y le metí la verga tan al fondo de su garganta como podía, moviendo las caderas para cogérmela de esa forma, sintiendo su lengua tratando de resistir mis embestidas, sus gemidos aterrados ahogándose en mi miembro y sus manos tratando de empujarme mientras los chorros de semen que salían de mi pene llegaban directo a su garganta, provocando sus arcadas y haciendo que su llanto se hiciera más intenso.
Me tiré en el sofá a un lado de su cuerpo que para ese momento estaba contraído en un ovillo, escuchando cómo lloraba desconsoladamente, provocando en mí un renovado sentimiento de ira, pues no hice nada que no le hubieran hecho todos los amantes a los que llevó a casa durante tantos meses, ¿Cómo podía ser tan hipócrita esa mujer?
Cuando mis energías se vieron renovadas y recuperé el aliento, me puse de pie y me acerqué nuevamente a mi madre, haciendo que se levantara por la fuerza al tomarla del pelo, provocando con ello que un grito desesperado emergiera de su boca.
– ¡Vamos a tu cama, mami! ¡Después de todo soy tu hijo! ¡Merezco al menos el mismo trato que le das a todos tus amantes!
Esa noche me cogí a esa mujer de todas las formas que se me ocurrieron, por todas la vías que podía hacerlo, eyaculé en su boca un par de veces, al igual que en su ano y en su vagina, y no dejé de coger con ella hasta que el cansancio me venció y me quede dormido en su cama, escuchando su llanto y pensando en lo mucho que me había perdido durante tanto tiempo, pensando que el día siguiente continuaría exactamente de la misma forma como había terminado esa velada, que a partir de ese momento mi madre se convertiría en mi puta, sin imaginar nada que pudiera impedirme usar su cuerpo a mi antojo.
***
– Está en mi habitación, es la de ahí – escuché la sollozante voz de mi madre entre sueños, antes de ser abruptamente despertado por un tipo que me obligó a recostarme boca abajo y luego me colocó una rodilla en la espalda.
– Eduardo Salvador Cortés Basurto, está usted detenido por el delito de violación en contra de la señora Lourdes Basurto Chávez – dijo el policía mientras me ponía las esposas y otra persona me ponía unos shorts sin el más mínimo cuidado.
Dejé de escuchar la voz del tipo que me hablaba cuando miré la cara de mi madre, llena de lágrimas, llorando amargamente, motivando en mi interior un intenso sentimiento de rabia que solamente crecía segundo a segundo, mientras pensaba en la cantidad de hombres que esa perra se cogió en esa misma cama sin que tuvieran que enfrentar la más mínima consecuencia, mientras a mí me llevaban esposado para pasar muchos años en prisión por culpa de esa puta.
– ¡Eres una ramera! ¡Quisiera que no fueras mi madre! – le grité a esa mujer hipócrita que lloraba mientras me sacaban de la habitación sin demora, antes de obligarme a bajar las escaleras, salir de la casa y luego depositarme en el interior de una patrulla.
Dos oficiales se subieron en los asientos delanteros del vehículo. Uno de ellos me miró por el retrovisor. Podía sentir el odio en su mirada, el asco que le inspiraba el verme después de lo que había hecho con mi madre.
– ¿Sabes algo? – comenzó a decir el tipo, de una forma muy calmada, aunque llena del odio y la repulsión que sentía hacia mí – en prisión le dan un trato muy especial y cariñoso a cerdos como tú, te puedo asegurar que no pasarás una sola noche sin compañía y van a ser muchas las noches que hagas sonreír a tus compañeros de prisión.
