«…– ¿Crees que podemos dejar para dentro de un rato el trabajo? -me susurró cachonda…»
por TEODORO NDOMO
Por fin dejé de tener que jugar con el reloj y de correr. Me atreví a plantear a Ruth que está vez prefería que la reunión la tuviéramos en mi casa. Así no tenía que salir a escape al pádel de cada jueves. El puñetero trimestre nos estaba matando y quedaba «solo» enviar unos PDF a una lista inagotable de correos electrónicos. Algo mecánico pero engorroso que con dos personas resulta ágil. Al final se imprimía, revisaba y chequeaba para confirmar y listo. En apenas una hora debía estar terminado. Si bajaba a la oficina, para mí significaba llegar a la pista raqueta en mano y con la lengua fuera. Si lo hacíamos en mi casa, me permitía cambiarme en el vestuario y hablar en la previa al partido.
Ella accedió encantada.
Terminé de almorzar y sonó el telefonillo del edificio.
– Hola Ruth! Sube. Tercera planta. Letra F.
Sonó el ascensor y luego sus pasos por el pasillo previo. Esperaba en el marco de la puerta. Nos dimos un beso de bienvenida y le pedí que esperara en el salón, mientras recogía la loza del almuerzo rápido.
– Haré café. Puedes poner música en la app de la tele.
Me acerqué con el paño mojado a la puerta del salón y le dije que es un flipe que en la nueva TV, la aplicación no me ofrecía tanta publicidad; y volví a la cocina a preparar la cafetera.
Cuando empecé a colocar café en cada taza, pregunté si quería leche. No obtuve respuesta inmediata e iba a insistir cuando me di cuenta que no había sonado música alguna.
Un escalofrío recorrió mi espalda…
No había cerrado la sesión de serie porno que estaba viendo anoche y estás SmartTV nuevas, se reinician en lo último que veías.
Las pupilas se me dilataron de cero a cien. Y me dirigí con mezcla de dignidad y de vergüenza de nuevo al salón.
– Disculpa Ruth, me pillaste con el carrito del helado.
Me estaba retirando pelo de la frente mientras hablaba, cuando miré la cara de Ruth perpleja mirando la pantalla. Perpleja pero con una mano en una de sus tetas. Con razón no me respondió.
Me miró a la cara, aún con la mano en la teta.
Esa imagen me descolocó y me dejó completamente fuera de mí. Un calor impresionante hizo retirar el anterior escalofrío avergonzado.
Nuestros ojos se miraron y nuestras bocas también. Apagué la luz del salón dejando la hoguera que transmitía la pantalla. Me senté a su lado, esperando una nueva reacción.
Y Ruth reaccionó sometiendo también mi pecho y acercando su lengua a mi garganta.
Me dio un leve mordisco y accedió a mi oído:
– ¿Crees que podemos dejar para dentro de un rato el trabajo? -me susurró cachonda.
– Por supuesto. -contesté.
ººº ººº ººº
Me molesta cambiar de planes, pero cuando me dijo que si le parecía ir a su casa a terminar el trimestral, aplaudí con las orejas.
Debo confesar que me temblaron las piernas, especialmente por lo poco ágil que soy para iniciar conversaciones fuera de lo laboral.
Cuando toqué en el edificio, sentí cierta estupidez cándida y de púber dislocada. ¡Pero, qué coño! Quise ir y como mínimo iba a estar en el mismo entorno que la persona más impresionante con la que me había topado tras seis meses en la asesoría.
Llegué y nos dimos la bienvenida y me senté en el salón a esperar que terminara en la cocina.
– Haré café. – me dijo. Puedes poner música en la app de la tele.
Y encendí la tele.
Apareció una impresionante morena entradita en carne. Como a mí me gustan. Impresionante y con un poso de madurez, en contraste con el chaval del que iba a dar cuenta. Se veía venir. La mano de la protagonista, retiró el cinturón del pantalón del chico y agarró con destreza el cimbel del agraciado y agradecido joven.
El sudor me mató. Cuando me di cuenta, a pesar de que sé que me hablaba desde la cocina, me estaba acariciando los pezones erectos, erguidos y dignos de mis pechos cuarentones.
Me desaté pues era como si estuviera viviendo yo en esa película. Llegó a la entrada al salón y vi en el rostro de Mariam, que, al menos esa tarde, estábamos en sintonía perfecta y que no debíamos nada a nadie y menos, arrepentirse.
Y Mariam se sentó a mi lado. Y me acerqué a su garganta a contarle lo que debería pasar.
ººº ººº ººº
Ruth me separó los botones de la camisa y me tumbó en el sillón con una destreza y mimo exquisitos. Yo accedí sumisa y sumida en un sopor maravilloso.
Mientras, mi querida Mildred, la protagonista de mi película favorita de Erika Lust, seguía bombeando la verga perfecta del joven en marras.
Ruth me puso de espaldas. Noté sus pechos en mis hombros. Luego recorrieron mi columna hasta sentir un leve mordisco en una de mis nalgas ya expuestas a lo que fuera.
Una leve nalgada primero, me despertó más que cualquier café torrefacto con el que buscaba vigor matutino.
– ¿Quieres que quitemos la película?
– No, por mí es una luz suficiente y de paso, quizá nos sirva de guía.
«Mmmm», pensé. Ruth y yo. Mildred y su efebo amigo. Una orgía. Y me reí mirando a la pantalla.
Al diablo con el pádel y las prisas.
¡Bienvenida la lengua de Ruth en mi espalda!
¡Bienvenida su lengua queriendo lubricar mi culo!
¡Bienvenida a sus dedos recolectando humedad para frotar mi vello púbico!
Me había hecho correr demasiado pronto. Esa lengua no paraba y sus dedos ocuparon mis dos entradas como si conocieran cada pliegue y cada recorrido desde siempre.
Tuve que frenarla y pedir que esperara a que respirara y dejara de temblar.
– Me toca a mí. Amenacé sonriendo.
ººº ººº ººº
Mariam se separó apenas medio metro hasta la gaveta bajo la tele cómplice.
Lo que me esperaba.
Una potente verga violácea pasó a incorporarse a la fiesta. Primero hizo que la lamiéramos juntas. La preciosa mujer madura que estaba en la película también estaba dando cuenta del manubrio que le había tocado en suerte, aunque el suyo ya estaba de capa caída tras permitir evacuar sus fluidos en su torso.
Mariam y yo nos miramos traviesas, a sabiendas que pondríamos final cuando quisiéramos y no cuando el miembro se rindiera.
Me quitó el dildo de la boca y me puso de espaldas. Preparó el terreno y me penetró suave y en rítmica música, acorde a los títulos de crédito de la película que ya se fundía en negro.
Me agachó la cabeza para dejarme mejor expuesta.
Me dejé pues sabía que buscaba. Buscaba lo mismo que yo. Placer. No pensar. Disfrutar.
Y me lamió hasta penetrar una falange cuidadosa en mi recto agradecido.
Me sentí llena. Me sentí acelerada. Me sentí libre y disfrutada.
Una armonía que no sentía en años. Alguna vez con copas y polvos especiados con harina prohibida. En esos momentos no estaba. Había casi ausencia física.
Esta tarde sí que estaba presente.
ººº ººº ººº
Lamía su coño mojado queriendo que se doblara hasta escupir dolor. Y es que tenía que hacerle pagar por tener que poner excusa en el pádel.
«El trabajo es lo primero», me dije; y lo puse en un escueto mensaje al móvil:
«Lo siento mucho Jorge, no llego. Tengo mucho trabajo acumulado»
Jorge era un varón espectacular, pero Ruth me estaba haciendo sentir lo que él nunca ha encontrado. Ya no quería castrar más esta liberación.
Y seguí trabajando.
Sobre Ruth.