Bombillo

POR UN BOMBILLO

«…le dije que se agarrara bien…»

«Coloca este bombillo«, me propuso. Llevo 7 días fuera de casa y me planteó que colocara un bombillo… Descolocado me dejó a mí. Seis noches sin tener su aliento en mi pecho y me pide hermética y fríamente, que cambie un bombillo del baño.

Tras cinco duty free, por fin conseguí un regalo del que sentirme orgulloso por elegirlo a conciencia y no solo por compromiso. Ni lo había abierto. Tres horas esperando en el aeropuerto. Pude terminar antes de lo previsto y llegar un día antes a casa con ella. Casi dos horas esperando en la puerta de casa, por la fea costumbre de dejar las llaves en casa cuando viajo.

Un simple y anodino beso de su cara fatigada al verme sentado en el rellano de la puerta. Colocó las bolsas de la compra y el bolso de gimnasio, mientras yo descargaba la maleta en el cuarto, atónito por la parca bienvenida. «¿Por qué tan seria?«, le suspiré disgustado. Me arrastró por el pasillo con firmeza hacia el baño. «No dejaste el bombillo colocado«, me dijo en seco.

Me puso una banqueta y subí sumiso…

Siete días fuera de casa fueron para mí una liberación. No sabría cómo explicárselo y tampoco quiero. Sé de su debilidad. Sé cómo le afecta que le diga que tengo ganas de echarlo de menos. Pero es que es una auténtica lapa. Seis noches que me pasé llegando tarde a casa. Tarde es un concepto lujoso para mí. Tarde es «cuando me salga del coño«. No debe de ser medianoche, puede ser las seis de la tarde. Pobrecito mío que siempre cree que me he equivocado de pareja. Lo adoro. Pero le cuesta dejarme tranquila. Son solo 5 horas al día a solas. El intervalo de tiempo que nos separamos en el trabajo. Uno a su ordenador y yo al gimnasio. Es lo que tiene trabajar para la misma empresa. Cuatro años en convivencia y me he dado cuenta que tengo adhesivo de su piel en la mía. Al principio me enfadaba conmigo misma. Creía que lo perdía por encontrarme acogotada con su presencia extrema. Pero hace tres meses encontré paz. Dejamos de trabajar juntos. ¡Libertad! ¡Cómo la saboreo!. Quiero enseñarle que no es un daño la separación puntual. No es una separación. Es aire.

Llegó dos horas antes. ¡Y un día de adelanto!. Pero esta vez lloré para mi interior. ¡Cómo lo eché de menos!. Pero no se lo iba a decir. Así que lo miré impasible. Una leve sonrisa. Un melancólico «¿ya llegaste?«. Sabía que lo tenía en el bote. Sabía que lo dejé traspuesto. ¿Cruel?, puede ser.

«Coloca este bombillo«, le dije. En cuanto subió a la banqueta, le dije que se agarrara bien al techo. Mientras enroscaba la bombilla cómplice, desabroché su botón y bajé la cremallera.

«Hola cariño. ¿Creías que no te echaría de menos?…»

Bombillo

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