PECADOS CAPITALES

“…el gran lugar para perderte en una noche de deseos y excesos del cuerpo a cumplir…”

por ERIKA MOORE (encuentra más de ERIKA en www.erikamoorewriter.com)

Los sexshops son sitios curiosos, me llamaba mucho la atención quedar allí con mi siguiente cita, en parte porque me moría de la curiosidad hacer una visita sin prisas y poder observar todo con detalle y en parte por puro morbo. 

Como llegué antes de tiempo, me aventuré a curiosear antes de que llegase mi cita y entré sin mi acompañante, estaba muerta de la excitación, me temblaba todo, las piernas, las manos, hasta tenía un tic en el ojo. 

Nada más entrar me encontré con un mostrador de madera envejecida, de color negro, muy ancho y bastante alto, para lo que suele ser un mostrador de una tienda. Y allí detrás, estaba el dependiente, un hombre mayor vestido de manera clásica con una camisa blanca y un chaleco abotonado, azul marino a juego con los vaqueros, muy amanerado, me invitó a seguir con mi curiosidad y entrar, me saludo con una gran sonrisa y un guiño y me invitó a adentrarme en la gran sala del placer, que intimidaba un poco, con la mano abierta hacia arriba moviéndola hacia ese primer pasillo no dijo nada. No me condicionó viniendo conmigo pegado a mí, me dejó vagar libre por aquellos entresijos de la carne. Sonaba Ópera clásica, María Callas en concreto, después Pavarotti, no recuerdo a ningún otro más, debían estar en una lista en bucle con los mayores éxitos. 

La sala era muy espaciosa, nada agobiante, llena de vitrinas impolutas gigantes de cristal iluminadas con luz blanca por dentro, con focos de diferentes tamaños inteligentemente dirigidos a lo que querían sobresaltar. La sala estaba pintada de un color rojo, sangre abrumador, con toda la decoración en negro, neones con reproducciones de gemidos o frases que la gente utilizaba al correrse, era como una gran Casino, esos colores sin luz natural, para quedar absorbido por aquella atmosfera embriagadora de lo prohibido haciendo de aquel lugar un póquer de vicio a la carta o una ruleta rusa de la doble moral. La iluminación en toda la sala era indirecta y salía de unas hileras desde el suelo. Eran como galaxias proyectadas en el techo. No había visto nada igual. Tenía un punto gótico muy erótico, muy anclado en la época victoriana de mi amado Poe. 

Cada vitrina estaba destinada a un pecado capital. Disponían de preciosos y espectaculares letreros que colgaban del techo con unas cadenas, como si se tratase de una mazmorra de algún castillo. 

7 en Total. La Soberbia, la Avaricia, La Envidia, La Ira, La Gula, La Pereza y La Lujuria.

En la Soberbia solo había objetos de dominación y sumisión, máscaras, látigos, esposas, cuerdas, pinzas, agujas, bozales, arneses, cualquier cosa que se venga a la cabeza relacionada con el BDSM. Incluso una pequeña jaula. 

En Avaricia, encontrábamos cualquier juguete que se podría usar en grupo y solo en grupo. Más de 2 siempre. Libros, Juegos de mesa, dados, lubricantes, condones y todo lo relacionado con el sexo seguro que puedas imaginar. 

Con La Envidia, teníamos todo tipo de objetos para practicar voyeurismo o ser 007 con tu pareja, micro cámaras, prismáticos, era como una mini tienda del espía… 

La Ira eran todo tipo de disfraces de cuero y látex. Ropa para que fuera hecha jirones sin esfuerzo, ropa interior fuera de lo normal por su decoración y patronaje y muchos complementos, pañuelos, corbatas, principalmente, pero con un carácter distinguido y elegante propio de una tienda de lencería de lujo y muchas velas… 

En la Gula había, como no podía ser de otra manera, comida y bebida gourmet que prometía ser afrodisíaca debido a su consumo en ingentes cantidades. Siropes, bolsas de Chucherías, todo con una marcada temática sexual, obviamente. Incluso podías comprar vales para canjearlos en una especie de Take away de terceros donde te servían comida con forma de polla o coño, según gustos. O paquetes para parejas en restaurantes eróticos. 

En la Pereza estaban todos los dispositivos del mercado que van a base de cargadores electrónicos y sirven para dar placer sin esfuerzo alguno. La verdad es que quien tuvo la idea era un cachondo mental. Que buen chiste el de la pereza. 

Y en la Lujuria me quedé petrificada. Esperaba una vitrina más. Y me encontré una puerta. 

— ¿Llevas mucho esperándome? Perdona, no encontraba sitio para aparcar -me tocó el brazo al darme dos besos y mi vello se erizó. Un escalofrío me recorrió la espalda. 

— No te preocupes, he estado de lo más entretenida…, -sonreí maliciosa.

— Ya te dije que te iba a sorprender el sitio, no es nada convencional y siempre hay un ambiente exquisito. Nadie te pregunta ni te intimida con miradas inquisidoras de comprarme o vete -esa sonrisa, que le marcó el hoyuelo que tenía en el moflete marcado, era de lo más hot, era un gesto pícaro y tenía un ligero punto de ingenuidad que me puso supercaliente. 

¿Cómo podría alguien transmitir ingenuidad y morbo a partes iguales, como si fuera una bomba a punto de estallar, si la apretabas con la presión adecuada? Me provocaba unas ganas voraces de devorar, morder, chupar, acariciar… Destrozar e infligir dolor. Era la persona más excitante que había conocido hasta el momento, divertida, inteligente, mordaz, dulce y muy muy morbosa. Quizá por su situación personal, quizá porque se debatía entre lo que debía hacer y lo que de verdad le pedía el cuerpo. Quizá porque me había confesado desde el principio su intención sincera y sus miedos. Puta Mezcla, como si fuera tequila para mezclar con el limón y la sal, que no es lo mismo tomarlo solo, que en esa jodida combinación. Era exactamente lo mismo. 

— ¿Y bien? ¿No quieres entrar a la Lujuria?, -y sacó la lengua por la comisura como si estuviera a punto de hacer una trastada. Algo prohibido. 

— Solo si vienes conmigo, -contesté sonriéndole. 

— Para eso hemos quedado, ¿no, Erika? Para conocernos y ponernos cara y cuerpo y ¡para entrar en el pecado.!, -y rio bajito. 

En ese momento mi mano se fue directamente al picaporte de la puerta, hecho a cosa hecha para ponerte más nervioso aún, obligándome a tener que girar el pomo de la puerta, como una peli de suspense. 

Creo que mis ojos se salieron de las órbitas cuando vi aquello que tenía enfrente de mis ojos. Eso y que me metieron la mano por debajo de la falda y me introdujeron una mano por el cachete de culo, masajeándolo de una forma tan lasciva e impertinente, que me quedé inmóvil. Entrelazaron los dedos de mi mano, y tiraron de mí por un pasillo que apenas se veía entre tanta cortina de terciopelo verde y las paredes sin esquinas y tan oscuras. Vaya contraste de color. Aunque tampoco había mucha luz, el color esmeralda llamaba la atención por lo brillante que era con esos reflejos del suelo. Cada cortina escondía a su vez una puerta, pero lo que me dejó clavada al entrar fue la disposición de la sala. Delante de mí, había un pequeño pasillo que daba a sala de cristal a una pecera con forma redonda, que cada poco, no pude calcular cada cuánto tiempo, el cristal dejaba de estar ahumado y se podía ver a una pareja follando tranquilamente detrás del cristal. Tragué saliva. 

Mi acompañante ya conocía el lugar de un blog erótico que lo ponían como “el gran lugar para perderte en una noche de deseos y excesos del cuerpo a cumplir” lo había leído literal por internet y se moría por ir. ¿Y quién no?. 

En cada cortina de la sala, en la parte inferior del suelo relucía, como si se tratara de un reflejo de lo que nos aguardaba el interior, una luz verde que acentuaba la cortina aún más. Indicaba la libre disponibilidad, si estaba apagada, estaba ocupada. Allí fui como envuelta por un influjo mágico de aquella mano suave que agarraba la mía. 

Al descorrer aquella cortina, la puerta tenía un teclado numérico Solo había que introducir el tiempo que se quería pasar dentro disfrutando del espectáculo. Una vez consumido dicho tiempo, los cristales volverían a ser opacos. Desde dentro se podía añadir más tiempo solo con una orden de voz a la cabina. “10 minutos más”. 

Al entrar la puerta se cerró sola, había un sillón de aspecto cómodo, la disposición era circular y no había luz, excepto la que salía de la pecera y reflejaba el cristal. 

De un empujón me tiraron encima del sofá, caí con las piernas abiertas y de repente se arrodillaron delante de mí. Mirándome como pidiéndome permiso, me abrieron más las piernas, me separaron las rodillas, deprisa con una respiración agitada, las manos me recorrían las piernas de arriba a abajo y me sonreían y besaban mientras me miraban. Los besos recorrían la cara interior de mis muslos de una manera animal, era todo deprisa, alborotado, sin tiempo para recrearse. El apremio de la excitación no podía estar más tiempo contenido, mi cabeza se inclinó hacia atrás, pero al tiempo el cristal cobraba vida propia y allí estaba una pareja de dos chicas que me miraban, mi cabeza ya no quería reposarse, quería mirar, eran bellísimas, una era una espectacular mestiza negra con una melena rizada y larga como Beyoncé, con una piel dorada reluciente y un culo endemoniadamente perfecto, y unas curvas de infarto, que estaba introduciendo a la otra, pequeñita, una gran polla de un arnés que llevaba atado a la cintura. Me miraron, me mantuvieron la mirada y sonrieron cómplices. Si Beyoncé era espectacular, la asiática pequeñita, era como una Cleopatra asiática y era embestida con tal fuerza que parecía de porcelana. Dos muñecas. Tan diferentes como preciosas. 

Marta, me preguntó, – “¿Te importa que ellas disfruten de nosotras también?”. 

Negué con la cabeza, tiré de su pelo rubio hacia arriba y me incliné para besarla, tenía los labios más jugosos y más suaves que había probado. Su boca era como algodón de azúcar. Se apoyó en mis rodillas para seguir destrozándose la lengua contra la mía a grandes lametazos mientras se quitaba con una mano el tanga que llevaba de un hilo finísimo y me lo metía en la boca. 

— Llevo mojando toda la ropa interior como este tanga desde que empecé a hablar contigo, muñeca. Nunca me había pasado con otra mujer. Y estoy tan excitada que no sé, si podré complacerme, porque lo que realmente quiero es hacer que te corras mientras te como el coño. Lo mismo tenemos que repetir para quedarme yo a gusto. 

Con una mano introdujo la mía entre sus exquisitos muslos torneados por el gimnasio, y me llevó directamente a su clítoris, los labios reventones que tenía clamaban atención poderosamente con esa forma, además con aquella pose, estaba mostrándoles el nivel de excitación a las chicas que a través del espejo no nos quitaban ojo y se follaban más excitadas aún, Marta ponía el culo en pompa y lo meneaba como si incitando a que alguien la enculara salvajemente. Se movía al ritmo que marcaba mis manos al tocarla, sus caderas seguían mi compás. Mientras su boca seguía enlazada con la mía. Estaba tan mojada, que inmediatamente yo me puse a la par. Su mano libre me abrió más los muslos hábilmente y me empezó a follar con los dedos, mientras yo hacía lo mismo con ella. 

Mi mano libre retiró de mi boca mi mordaza, para poder respirar, porque con los jadeos y gemidos que me estaba provocando mi compañera de juegos tenía la sensación de que iba a necesitar toda mi boca para poder respirar. Olí aquel tanga y me encantó descubrir que su olor era muy parecido al mío, quizá por eso nos habíamos atraído tanto desde el principio, quizá teníamos una química similar en vena. Empecé a tocarme el pecho, necesitaba presionarlo, ella al ver mi desesperación derritió su boca en mi pezón succionando con tanta dulzura que dolía. Se arrodilló entre mis piernas y de un lametazo en el clítoris me arrancó un orgasmo que recordaré como el mejor que me ha hecho una lengua. Se corrió conmigo, aunque yo había dejado de tocarla y era la que se estaba dando placer, rozándose como podía con su mano, como podía porque temblaba entera. Al momento escuchamos los orgasmos de las otras dos que faltaban y quedamos a oscuras segundos después. Se agotó el tiempo. 

Fue la experiencia lésbica más endiabladamente perfecta que nunca imaginé. Y fue la primera para ella, pero no para mí. Mi desvirgamiento había sido, no hacía mucho, en una fiesta de máscaras.

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