«…Te aseguro que mi cuerpo ha pedido a gritos dejarte entrar…»
por Teodoro Ndomo
Una y otra noche destrozaba mi risa coloquial desde el otro extremo de la barra. Yo con mis elefantes en aquel cementerio llamado Herodes y ella con su ejército de divos y divas frikis perfectos y maravillosos.
La primera vez fue un juego simple y banal de miradas a distancia. Con el rabillo del ojo terco en observar el perímetro, confirmé contacto visual.
Espléndidamente pelirroja de labios rojo. Brillaba.
La segunda noche fue su risa fuerte, clara, sin sentido de ridículo, libre. Sonreí al fondo de la copa mientras apuraba la doble malta.
- ¿De qué te ríes capullo?, -me reclamó Paloma desconcertada.
La pobre me estaba aportando nuevos hitos de su periplo por el páramo de su separación.
- No idiota, no me río de ti. Recordé una estupidez y me hizo gracia.
- Encima idiota… si es que no me respeta ni un amigo.
- A ver, subnormal, estoy aquí contigo y te escucho como cada semana desde hace dos meses. Pero debes aprender ya a reír cabrona -le escupí eludiendo también mis propios fantasmas que sé que debo aplacar.
Me giré hacia la risa y le señalé el motivo de la mía.
- ¿Ves? ¿Crees que esa señora no tiene su propia mochila que aguantar? Todos tenemos una piedra que erosionar o sortear para continuar nadando en este río de promesas y suertes. Hay que aprovechar que sigue habiendo agua. Recuerda que cuando lleguemos al delta, seremos pasto de la quietud.
- Joder Migue, cuando te pones metafísico, te pones. ¿En breve tocará la exaltación de la amistad y me darás un beso?
- Querida Paloma, sabes que mi cama es tu cama.
- ¡Hijo de puta, tú sí sabes cómo hablar a una mujer!
Miré a Paloma y nos quedamos ese segundo imperfecto, pero certero de traspaso de frontera, tras mucho y peligroso acomodo etílico.
- ¿Es hoy el día en que me voy a tirar a mi amiga tras tantos años de incertidumbre?
- Querido Migue, -hizo una pausa crítica y culminó con gesto firme- te espero en el baño.
Y se levantó del taburete apoyando su decisión en mi nardo. Una punzada en el bajo vientre me indicó que debía rendirme y claudicar. Que no debía pensar en nada más que disfrutar. Miré el camino de baldosas amarillas que dibujó el cuerpo de Paloma y cuando me incorporé del taburete en dirección al paredón en el que me iba a ajusticiar, recibí el impacto de un olor a fruta madura.
- ¿Señora? Nadie se había atrevido a llamarme así. ¿Te crees un pipiolo?
Alcé la vista y me encontré de frente con la sonrisa que me había aturdido estos días.
- Disculpa si te ofendí. No esperaba que me estuvieras vigilando. ¿Cómo me has escuchado con este ruido?
- Eso no importa ahora. Vete que pierdes un tren querido pipiolo. -y señaló con la mirada hacia los baños de féminas sonriendo.
Miré aquellos ojos clavados en mi estúpida cara y asentí con la cabeza.
No tuve que plantearme si había más gente en el baño al que había ido Paloma. Allí estaba esperando en cuanto me acerqué a la zona. Tiró de mi cuello y me hizo disfrutar de una premonitoria mordida de labios.
Cerró tras de sí la puerta, me apartó y se quedó mirando al espejo. Abrió de par en par las piernas y me pidió sin voz que me acercara. Mis manos rodearon primero su cintura para luego recorrer su entrepierna en busca de la cremallera del vaquero. Antes de abrir el telón, apreté firme como ella antes me había dado luz verde al pasear su mano por mi paquete. Un leve gemido dio el pie para comenzar.
- Hazlo ya, no debemos tardar mucho aquí.
Así que bajé su pantalón y desabroché el mío. Humedecí mi verga y ella hizo lo propio con su vagina, aunque no pareciera que le hiciera mucha falta.
Fueron apenas dos minutos. El lugar solo se prestaba a ese tiempo, por lo que me dediqué solo a disfrutar de lo que se me había otorgado. Tras la embestida final, agarré firme el cuello y la mordí mientras miraba su cara reflejada en el espejo.
Me retiré sobresaltado. ¿Había visto la cara de la “señora”?
- Ey galán, ¿te arrepentiste de repente? -me largó sorprendida Paloma.
- No, no. Me ha dado un calambre -respondí como excusa sonriendo y la besé con cierta ternura aun con los pantalones en el suelo.
Nos miramos al espejo y sonreímos como infantes.
- Esta noche no vienen los niños ¿Nos vemos en una hora en mi casa? Quisiera terminar de otra manera esta noche -y me puso una copia de las llaves de su casa en las manos.
- Me queda trabajo, lo sé. En media hora también, si quieres. Deja que pague y salgo.
Volví a la barra y pedí la cuenta. De nuevo ese olor. Giré la cabeza y allí estaba.
- Celeste. Me llamo Celeste.
- Migue, me puedes llamar Migue y disculpa por lo de “señora” si es que te ofendió. Lo cierto es que prefiero una señora que una señorita. Ya no soy un pipiolo y a pesar de mis canas, no prefiero dos de veinte -sonreí en modo “graciocete”. Había algo en ella que me daba paz o confianza para hablar como quisiera.
- Bueno, las filias de cada uno son de cada uno. No juzgo. Y sí, ya veo que no eres un pipiolo.
Y mientras dijo eso, acercó su mano a mi entrepierna y me subió la bragueta del pantalón.
- Cuidado, que se te escapa de nuevo el pájaro.
Primero azorado y luego extrañado le pregunté:
- ¿Siempre eres así de clara y directa?
- Siempre que deseo,… pues sí.
- Ajá. ¿Y ahora, qué deseas?
- Pues ahora no, debes seguir con tu presa. Aprovecha. Siempre hay más noches.
- Es una buena amiga y …-frené en la contestación, dándome cuenta que era una extraña y le estaba hablando como si la extraña fuera Paloma- … bueno, disculpa, me voy. Como bien dices, me esperan.
En el coche, no dejé de pensar en Celeste. Vaya noche insólita. Paloma y yo nos dejamos llevar y follamos como animales en celo en el baño; y una desconocida se me acerca a dar una charla un tan sui géneris.
Subiendo el ascensor a casa de Paloma, me miro en el espejo, peino mi flequillo aún joven y me digo: “un pipiolo” y sonrío. Se abren las puertas del ascensor y oigo como cierran a mi espalda.
- “Pipiolo”.
Me di la vuelta sobresaltado ante el susurro nítido que escuché. Juraba que antes de terminar de cerrar las puertas vi el reflejo de Celeste en el interior.
Un escalofrío estúpido me recorrió la dorsal. Puse rumbo a la puerta de Paloma y me dije “Migue, debes beber menos”.
La pequeña lámpara fue suficiente luz. El cuerpo desnudo de Paloma descansaba dormido en su cheslong. “Se aplaza el trabajo…” me dije y rocé sus mejillas con un beso mientras tapaba su exquisito cuerpo maduro, con las estrías propias de madre. Supongo que tengo algo de Edipo.
Paloma sonrió y abrió los ojos.
- Por estas cosas me gustas tanto cabrón. Desde siempre me has transmitido cariño. Supongo que el que no me daba el subnormal de Claudio. Ese subnormal que tanto he llorado. Ven aquí que esta noche solo pienso llorar de alegría al correrme -y me atrapó la cara para volver a morderme el labio como hiciera en el baño del Herodes.
Se incorporó y me mostró el camino separando sus piernas otra vez. Lamí sus muslos mientras ella me quitaba la camisa. Un baile armónico, sin prisa, no como minutos antes. Lo agradecí.
- Me muero por poder hacerte disfrutar -y agaché mi cabeza.
Llegué a su clítoris expuesto e hice sacudir las primeras descargas en el cuerpo de mi querida amiga. Repasé cada labio como si quisiera escanear cada milímetro de aquellas ondas preciosas y vivas. Agradecida, Paloma enterró aùn más mi cabeza para que mi nariz actuara y fuera protagonista también.
Abracé sus caderas para marcar firme mis huellas en sus nalgas. Esas que siempre había visto golosas y que prefería no insistir en pensar bajo mi cuerpo pensando en no perder su amistad.
Moldeé su cuerpo para que descansara horizontal. Mientras sometía su valle, atrapé sus pezones y ella atrapó mis manos en connivencia.
Noté sus muslos cada vez más firmes que atrapaban mis orejas y de repente me sacudió por los pelos en señal de que el derrame llegaba. Ahogó su grito tapándose con una de sus manos para luego retirarla y estirarse como quien despierta del mejor sueño de su vida.
- Mi querido amigo, te mereces una condecoración al mérito laboral -se incorporó juguetona, me bajó la cremallera y sacó mi miembro a por un segundo riego.
Aún deshaciéndome de mis vaqueros, ella maullaba pues no quería parar de darme el premio. Lamió y succionó con delicadeza al principio. Mordió y escupió para facilitar las tareas de lubricación. Me masturbaba mientras agarraba mis pelotas con delicadeza de no enturbiar el momento. Y de repente se frenó en seco.
- Métemela otra vez como en el baño -y se postró a veinte uñas.
Y cuando apenas había penetrado, retiró mi miembro para jugar con mi prepucio en su ano.
- Aquí chaval, aquí es donde quiero que me cabalgues un rato.
Las copas, el verbo directo de aquella noche en el Herodes, el episodio del baño, la mirada de Celeste, todo dio vueltas en mi cabeza. Y allí me encontraba haciéndole un anal a mi amiga. Sin duda una noche que se iba a grabar a fuego en mi mente y en mi piel.
- Despacio, entra despacio, deja que marque el paso. Así, así, …con calma. Madre del amor hermoso, qué guarra me siento. Sigue así. Ahora no te corras por favor, ahora no te corras -mientras masajeaba su clítoris.
No iba a durar mucho más, así que bajé el ritmo, confiando en que no iba a estallar hasta que ella decidiera.
- No, no, ahora dame un poco más rápido; sigue, por favor, no pares que vas perfecto, no pares mi campeón -casi susurrando me decía, casi reclamando que la acompañara al Parnaso para entrar juntos- te corres dentro, pero no pares, por favor.
Eso me puso más cachondo aún y noté que en breve iba a terminar mi papel en el escenario.
- Me voy a correr Paloma, me voy a correr y no quiero hacerte daño cabrona -solté poseso.
Y me la sacó para que entrara en el hoyo 18, acabar el juego, alzarme con el trofeo y descorchar el cava por segunda vez. Ahora sí, con un embiste agresivo en el que las nalgas sonaron como campanas en fin de año, gritaron ambos cuerpos -casi al unísono-, la llegada de la algarabía y el desplome final sobre el sillón.
- No me esperaba esta noche. Te aseguro que no sé qué me ha pasado para desear que me ensartaras así. Bueno, no me esperaba ser ensartada por tí nunca. Oye, ¿no me habrás echado algo de esas mierdas en la copa verdad?
- Paloma, por favor. No bromees con eso -y le tiré de los pelos como si fuéramos colegiales aún.
Puedes dormir aquí. Como te dije, esta noche no tendré a los niños, aunque me debo levantar temprano para llevarlos a un dichoso partido de no sé qué torneo de los cojones.
- Te lo agradezco Paloma, no voy a olvidar esta noche jamás, pero quizá debería irme a dormir a casa. ¿Quedamos mañana o tienes miedo de volver a acabar poniéndome otra medalla? -dije riendo.
- Querido, lo que ha pasado esta noche es complejo de repetir. Te aseguro que mi cuerpo ha pedido a gritos dejarte entrar. Mira -agachó la cabeza mientras se cubría con una sábana como si el pudor estuviera ganando terreno- no creo que olvide nunca esta noche. Me has hecho feliz y satisfecha como hacía mucho tiempo que mi cuerpo no lo disfrutaba. Mañana nos vemos de nuevo en el Herodes y veremos qué tal ¿Te parece?.
Asentí y me despedí con un abrazo confidente.
- Te adoro, pedazo de cabrona.
- Qué bien sabes hablarle a una señora pipiolo -y me pareció escuchar y ver con claridad a Celeste lo que me hizo dar un respingo de nuevo, como minutos antes en el ascensor.
- ¡Ey, no te asustes campeón, qué te pasó! -reaccionó Paloma viendo la cara pálida que se me quedó.
- Mi niña linda, no me asusto. No sé por qué se me ha venido a la cabeza que había perdido el móvil de repente. Serán las copas y el trabajito de esta noche que han hecho estragos en mi senilidad -sorteé mientras recuperaba una sonrisa algo forzada.
Un tierno beso en el que me atreví a meter la lengua como agradecimiento a aquella noche, fue correspondido con una agarrada testicular juguetona.
De vuelta al coche, quedé pensativo con las “apariciones” de Celeste. Al mismo tiempo, mi paquete recordó la alucinante noche con Paloma. Ni en mis mejores sueños húmedos había estado presente Paloma.
Me dirigí de nuevo al Herodes. Seguro que habría dejado allí el móvil. En el coche ya había rebuscado. Aún quedaba media hora para que cerrara. Si no, daba igual, mañana iría a por él. Nadie me esperaba hace un par de años.
…CONTINUARÁ…