«… mis caderas se movían enloquecidas y mi cuerpo se estremecía ante la inminencia de un orgasmo devastador, …»
por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/
Me casé con José cuando tenía tan solo diecinueve años. Estaba muy enamorada de ese chico inteligente, dulce, tierno y sensible; un hombre completamente diferente de cualquier otro que hubiera conocido antes, muy distinto de mi padre o de mi hermano, a quienes su educación en el rancho les había inculcado la idea de que el único trabajo digno de un hombre era aquel que dolía, que hacía sudar y fortalecía el cuerpo.
Obviamente José no encajaba en esa forma de pensar, a él le gustaba el estudio, los números, los libros, el arte y la música, un estilo de vida que me seducía y me atraía de muchas y muy distintas formas, aunque mi padre lo tachara como propio de tipos débiles y afeminados.
José y yo nos conocimos en una de las tantas fiestas que solían celebrarse en el pueblo, una que ciertamente tuvo lugar en el rancho donde viví desde que era una niña, propiedad de mi padre y que a su muerte lo heredaría mi hermano.
Aquella tarde de fiesta, música, abundante comida y bebida en exceso, José llegó acompañado de sus padres, vistiendo un traje poco convencional para el lugar en el que vivíamos, de saco y corbata, con camisa blanca y zapatos negros, nada que ver con la ropa que solían vestir los hombres del pueblo, un atuendo que lo hacía lucir hermoso, muy atractivo, de una forma completamente distinta a lo que yo había visto en mi corta vida.
Fue mi padre quien nos presentó, por mera cortesía con la familia de José, pues su padre y el mío fueron muy buenos amigos en su juventud, tan similares que ambos compartían la misma forma de pensar, pues el padre de José siempre le insistió que se quedara con el rancho, que no tirara a la basura los años que le llevó a su familia construirlo; no obstante, él nunca se sintió cómodo con la vida de campo, los animales y el tipo trabajo que implica un lugar como el que tenía su padre; no, lo suyo eran los números y a decir verdad, era algo que se le daba muy bien.
Esa tarde pasamos algunas horas echándonos miradas desde lejos, sonriendo apenados, queriendo acercarnos sin saber muy bien cómo hacerlo, sin atrevernos a dar el primer paso; hasta que su madre se dio cuenta y lo sacó a bailar por unos minutos, antes de hacerme una señal con la mano para que me acercara a ella mientras bailaba con su hijo.
– Querida, ¿Me harías un favor? Cuidarías de mi hijo mientras voy al tocador, no quiero dejarlo solo, alguna lagartona se lo podría robar – dijo falsamente preocupada, guiñándome un ojo en un gesto de complicidad.
Entre las risas nerviosas que nos robó con su picardía, José aprovechó su oportunidad para tomar mi mano con suavidad y apartarme de su madre, moviéndose con tanta gracias que me sentí muy cómoda bailando con él, algo que hicimos por más de una hora sin tomarnos un solo respiro, sin dejar de sonreír ni divertirnos, lanzándonos constantemente miradas coquetas que erizaban la piel de ambos, hasta que fui yo quien le pidió tomar un descanso e ir por una bebida.
No fui ignorante de la forma como mi hermano y mi padre nos miraban ni tampoco lo fue José, pero a ninguno nos importó mientras caminábamos tomados de la mano en dirección a una de las mesas y nos sentábamos a beber algo, iniciando una plática que se extendió por varias horas y que solo terminó cuando la música se acabó y la gente comenzó a marcharse.
Esa tarde intercambiamos números de celular y prometimos estar en contacto, algo que nos resultó muy fácil después de la conexión tan hermosa que tuvimos, de sentirnos tan bien cuando charlábamos como si nos conociéramos de toda la vida.
Pasaron varios meses en los que nuestra única forma de comunicación fueron mensajes de texto y las ocasionales llamadas que nos llegábamos a hacer, siempre a escondidas, pues después de aquella tarde en que nos conocimos, papá me dejó muy claro que no permitiría que viera a ese maricón, como él lo llamaba; por supuesto que la opinión de mi padre no me importó, quería conocer más a José, necesitaba saber de él, escuchar su voz, ver su rostro y su sonrisa en cada una de las fotos que me mandaba.
Pasó casi un año para que volviera a verlo, el mismo tiempo que le tomó terminar la carrera de contabilidad y regresar al pueblo para la fiesta que su madre le organizó, aun cuando su padre no se sintiera orgulloso de su hijo, pensando que solamente había perdido el tiempo en la universidad, que solamente se había gastado su dinero; no obstante, como después se lo dijo a todo el mundo durante la fiesta, su regreso solamente era momentáneo, pues incluso antes de terminar su carrera ya había conseguido un buen trabajo en una empresa de la capital.
Reencontrarme con él fue algo maravilloso. Fui sacudida por un mar de emociones que casi me hacen olvidar que teníamos que ser discretos ante los inquisitivos ojos de nuestros padres y mi hermano; no obstante, conforme avanzó la fiesta y nuestros vigías fueron poco a poco cediendo ante los efectos del alcohol, al fin encontramos el momento de vernos a solas, en un rincón apartado de nuestros padres, en uno de los graneros de aquel lugar que vio nacer y crecer al hombre del que tan enamorada estaba.
Nunca olvidaré ese primer beso que nos dimos, el contacto con el calor de su piel y la sensación de flotar en el viento mientras el hombre a quien amaba me acariciaba con sus labios, posando sus manos en mi cintura y apretándome contra su cuerpo.
Era demasiada la euforia que nos invadió ante una muestra de amor tan pura, tan anhelada que entre nosotros surgió la incontenible necesidad de convertirnos en uno solo, de entregarnos por completo a un amor que cultivamos a la distancia, durante lo que parecía haber sido una eternidad.
Escondidos entre la paja nos desnudamos sin dejar de besarnos, sin querer estar separados el uno del otro por un solo segundo, sonriendo a ratos, emocionados por saber que al fin estábamos juntos.
Me recosté sobre la paja, sonriendo, sintiendo que el calor dominaba mi rostro mientras él miraba mi cuerpo con una tímida sonrisa en los labios, acercándose a mí lentamente, nervioso, pues no era un hombre experimentado en lo que estábamos a punto de hacer, aunque en realidad a mí no me importaba, solo quería estar con él, quería que fuera José quien me convirtiera en mujer.
Sentir sus labios recorriendo mi cuerpo fue algo hermoso, experimentar la forma como mi piel se erizaba una y otra vez ante las caricias de mi hombre, ante la forma como se comía mi cuerpo y su respiración se impactaba en varias partes de mi ser.
Mi mundo se convirtió en nubes cuando sentí por primera vez su sexo en contacto con mi cuerpo, experimentando la dureza que yacía entre sus piernas, acariciando mis labios con suavidad, lentamente mientras nos besábamos aprovechando al máximo ese hermoso momento.
La exquisitez del dolor que sentí cuando entró en mi vientre, me provocó abrazarlo con fuerza, rodear sus piernas con las mías y gemir, feliz porque al fin era su mujer, porque finalmente él se había convertido en mi hombre, el primero en conocerme de esa forma, el único con quien quería compartir mi cuerpo por el resto de mi vida.
La forma como entraba y salía de mi vientre, la manera como besaba mi cuello y acariciaba mis senos, hicieron que mis ojos se pusieran en blanco, que gimiera como nunca jamás lo había hecho en las pocas ocasiones en que llegaba a tocar mi cuerpo pensando en él.
Sé que no duró mucho, que la experiencia no estaba de su lado como tampoco lo estaba del mío, pero la falta de pericia en el arte del amor no hizo mella en la ocurrencia de un orgasmo magnífico, que me obligó a enterrar mis uñas en su espalda, mientras sentía cómo mi hombre embestía mi cuerpo mientras gritaba de placer y él se vaciaba en mi interior, dejando su semilla en mi vientre, provocando un mar de lágrimas salir de mis ojos, ante la maravillosa idea de que aquel momento sería el inicio de una hermosa historia de amor.
Esa noche salimos del granero y regresamos a una fiesta que se había terminado demasiado pronto, caminando tomados de la mano mientras sentía la semilla de mi hombre abandonando mi cuerpo.
Contrario a lo que yo le dije, pero siguiendo las costumbres de mi pueblo, él quiso hablar con mi padre para que nos permitiera convertirnos en marido y mujer; sin embargo, bastó solamente con que nos viera tomados de la mano para que en cuanto estuvimos a su alcance, un puñetazo le rompiera la nariz a mi hombre, seguido por la patada que mi hermano le dio en el estómago y que lo hicieron revolcarse en el suelo, esforzándose por respirar, mientras papá me tomaba por la fuerza y me sacaba de ese lugar, entre los gritos que profería al ver a mi hombre derribado en el suelo y el llanto imparable que dominaba mis sentimientos.
Fue difícil volver a comunicarme con él, pues papá me quitó el celular y cualquier cosa que pudiera usar para comunicarme con él, había decidido que no me dejaría estar con mi hombre, que no permitiría que me casara con un maricón como José; sin embargo nuestro amor encontró la forma y gracias a su madre y a sus esfuerzos por lograr que estuviéramos juntos, supe que José iría por mí, a través de una pequeña nota que me entregó una de las mujeres que trabajaban en el rancho, donde me decía que estuviera lista pues me robaría durante la misma noche en que mi padre y mi hermano estarían en la capital por asuntos propios del mantenimiento del rancho.
No debió ser fácil para él lograr colarse por el rancho evadiendo a los trabajadores y capataces, pero cuando la oscuridad había caído, llegó románticamente hasta mi habitación, haciendo que me sintiera como en una de esas viejas películas de amor donde le hombre se roba a la mujer para convertirla en su esposa.
Su madre nos esperaba con la camioneta afuera del rancho, del cual salimos a toda prisa después de que un par de trabajadores nos vieran y corrieran detrás de nosotros, hasta que logramos subirnos en el auto de mi suegra y conseguimos fugarnos, felices por estar juntos de nuevo y ante la promesa de seguir así por el resto de nuestras vidas.
Aquella noche la pasamos juntos en una pequeña casa del pueblo, una propiedad algo vieja pero bien conservada, que perteneció a la tatarabuela de mi hombre, la misma que su madre conservaba impecable por nostalgia, aunque llevaba años de no estar habitada.
A la mañana siguiente, las cosas comenzaron demasiado temprano, con la ansiedad que nos corroía por no ser atrapados por mi padre o mi hermano, quienes seguramente ya habrían llegado al rancho para encontrarse con la noticia que José me había llevado.
Apenas habían pasado unos minutos después del amanecer cuando la madre de José llegó con un Juez y algunos mozos que fungieron como testigos de nuestro matrimonio, en una ceremonia tan discreta y fugaz como nos fue posible, pues necesitábamos casarnos cuanto antes, firmar el contrato por el cual ni mi padre ni mi hermano podrían separarnos, un pacto de vida que sellamos con el hermoso beso que nos dimos en los labios, un segundo antes de que mi padre y mi hermano entraran por la fuerza en esa casa, deteniéndose solamente en el momento en que se dieron cuenta de que era demasiado tarde, pues mi esposo y yo ya estábamos enlazados por el resto de nuestras vidas.
Los mozos de la madre de José lograron contener la furia de mi padre y mi hermano, quienes proferían sendas amenazas en contra de mi esposo, a la vez que me repudiaban, diciéndome que había perdido el derecho de regresar a su casa, que ahora no era más parte de la familia, que desde ese momento yo había muerto para ellos. Sí, no fue sencillo soportar la violenta reacción de mi familia, pero encontré el consuelo en los brazos de mi esposo, en su cariño y el amor inconmensurable que me profesaba.
No tardamos mucho tiempo en salir del pueblo e ir a la capital. Su madre nos ayudó obsequiándonos un departamento modesto en el que fuimos felices por un par de años, hasta que las finanzas de mi marido mejoraron y pudimos hacernos de nuestra propia casa, un sueño hecho realidad al que solamente le faltaba la llegada de un hijo, el cual tuvimos la bendición de recibir un año después de habernos mudado a nuestra nueva casa, haciendo que sintiéramos que estábamos en el camino correcto, que no podía haber nada que corrompiera la felicidad que nos embargaba, hasta que Pepe, mi hijo, cumplió un año y una horrible enfermedad llenó de oscuridad la felicidad que hasta ese momento había reinado en nuestras vidas. Una desgracia que solamente se vio empeorada con la muerte de mi padre y los padres de mi esposo, quienes viajaban juntos por la carretera para cerrar un negocio cuando un tráiler de carga los embistió y les arrebató la vida.
No hubo dinero ni posesiones suficientes para lograr pagar los costos del hospital, las medicinas y las terapias mensuales a las que mi hijo tenía que asistir sin falta. Con la casa hipotecada y todas nuestras pertenencias vendidas, las opciones se nos habían acabado y la desesperación comenzaba a hacernos su presa, hasta que todo terminó en el momento en que la notificación de embargo llegó, sin tener a donde ir ni el dinero suficiente para cubrir lo que mi hijo necesitaba para vivir.
No tuve más opción que hablar con mi hermano, suplicándole por su ayuda, pensando que al haber pasado tantos años, seguramente su corazón se habría ablandado y que no permitiría que su sobrino perdiera la vida por falta de dinero.
Fue una sorpresa el escuchar la forma como me habló, con una calidez que nunca había mostrado mientras mi padre estaba vivo, con una energía que me hacía pensar que todo estaría bien, que con su ayuda podría salvar la vida de mi hijo.
– Claro que te voy a ayudar hermana, que para eso somos hermanos ¿Qué no? Tráete a tu chamaco y al marica de tu esposo y aquí los vamos a cuidar, no les va hacer falta nada en el rancho y tu señorito puede encargarse de llevarnos las cuentas, así se van ganando la vida de este lado, hacen algo de dinero y en unos años vuelven a empezar su vida ¿Qué no? Vénganse para acá cuanto antes, aquí los espero en el rancho.
Tardamos poco tiempo en marcharnos al rancho que mi hermano había recibido como herencia de mi padre. Sabía que ese lugar no era para nada del agrado de mi hombre, pues estaba lleno de malos recuerdos, de la forma como su padre lo rechazaba una y otra vez y la manera como constantemente lo presionaba para hacerse cargo de su legado, hasta que el señor se rindió y antes de la muerte de sus padres, dejó estipulado que aquella propiedad pasaría a repartirse entre todos sus hermanos sin considerar en ninguna parte de su testamento a su hijo, quien había sido repudiado durante toda su vida por sus tíos, de quienes no podíamos esperar nada más allá de burlas y una patada por detrás si llegábamos a acercarnos demasiado a lo que un día fue el hogar de mi esposo.
En mi caso las cosas eran diferentes pues para mí, la vida en ese lugar siempre había sido algo hermoso, tanto que sentí una oleada de nostalgia cuando pusimos los pies en el rancho de mi padre, cuando en mi pensamiento comenzaron a mostrarse tantos recuerdos e historias de una infancia entera vivida en ese lugar, el mismo donde conocí a José y de donde me robó para casarme con él.
Mi hermano salió a recibirnos con una sonrisa enorme en el rostro, dándome un fuerte abrazo que me hizo pensar que en realidad estaba contento de tenerme de vuelta, que me hizo creer en la veracidad de sus palabras al decirme que estando ahí todo estaría bien.
– Ese cuñado ¿Sin rencores pues? – dijo mi hermano, extendiendo su mano hacia mi esposo, quien la estrechó de inmediato aunque en realidad era evidente que no confiaba en mi hermano en lo más mínimo, que ese lugar era donde menos hubiera querido estar, pero que también entendía que era el único donde podíamos estar.
Las primeras semanas en el rancho fueron un trago de tranquilidad, pues tal y como lo prometió, mi hermano no dejó que pasara un solo día sin que mi hijo recibiera sus medicamentos y las atenciones médicas necesarias para estar lo mejor atendido que fuera posible.
Mi marido comenzó a trabajar de inmediato en el rancho, llevando la contabilidad del lugar así como las finanzas personales de mi hermano. Un trabajo por el cual recibía un sueldo bastante alto, con el cual, según los cálculos de mi marido, podríamos regresar a hacer nuestra vida en no más de un año.
Sí, nuevamente parecía que todo saldría bien, que la paz había regresado a nuestras vidas y que el ambiente del campo le había sentado bien a mi hijo, pues aquel lugar parecía obrar un milagro en su salud y en su ánimo; aun a pesar de que el camino de su curación sería largo, todo parecía ir por un buen cauce; no obstante, al final mi hermano no resultó ser todo lo bondadoso y caritativo que fingió ser conmigo.
Habían pasado ya un par de meses desde que llegamos al rancho cuando una mañana de sábado, mientras mi esposo y mi hijo se iban a dar un paseo por el monte, guiados por uno de los capataces, yo decidí darme un refrescante y muy necesario baño, pues el verano en aquel lugar era algo verdaderamente difícil de sobrellevar.
Me encontraba en la ducha recorriendo mi cuerpo con el jabón en la mano, sintiendo la refrescante sensación del agua cayendo sobre mi piel, cuando la puerta del baño se abrió e instintivamente me tapé los senos con una mano y mi vulva con la otra.
– Está ocupado, me estoy…
– Tranquila hermana, tranquila, que soy yo, pues – dijo mi hermano, entrando en la habitación sin importarle que yo estuviera desnuda – solo vine a darme un baño, hermanita.
– Está bien, solo dame un minuto para enjuagarme y…
– ¿De qué hablas? Si lo que quiero es bañarme contigo, como cuando éramos niños ¿Te acuerdas? Cuando mi abuela nos metía en la pileta a remojarnos un rato para no estar dando lata en otro lado – dijo, soltando una risotada, mientras yo trataba de enjuagar mi cuerpo tan rápido como podía para salir de ese lugar cuanto antes, pues la actitud de mi hermano no me gustaba y no me hacía nada de gracia estar desnuda en el mismo cuarto en el que él se estaba desvistiendo.
Para mi desgracia no fui tan rápida en salir de ahí como él lo fue en quitarse toda la ropa, pues antes de que siquiera hiciera el intento de salir de la ducha, sentí las manos de mi hermano rodeando mi cintura, abrazándome mientras me pegaba el cuerpo por detrás y me obligaba a sentir su miembro abriéndose paso entre mis nalgas.
– Hermano, por favor aléjate de mí – dije suplicante, en un hilo de voz, sintiendo mucho miedo ante la actitud de mi hermano, una emoción que se hizo mucho más intensa cuando sus manos subieron y se posaron en mis pechos.
– Ay hermanita, esa no es la forma de tratar a quien te dio casa, alimento, salvó a tu hijo de morir y además le dio un trabajo al maricón de tu esposo – sus manos apretaron mis senos mientras sus caderas comenzaron a moverse, haciéndome sentir su miembro recorriendo el canal de mi trasero, una y otra vez, mientras mis ojos comenzaban a derramar lágrimas, sabiendo lo que mi hermano estaba a punto de hacer, completamente en contra de mi voluntad, aprovechándose de mi vulnerabilidad, de nuestra precaria situación económica y la desesperación que experimentábamos ante la enfermedad de mi hijo – mira hermanita, te lo voy a poner facilito, tan claro que hasta el pendejo de tu esposo lo va a entender: mientras vivas en mi casa, comas mi comida, cuide de tu hijo y le dé trabajo al maricón de tu marido, tú eres mi vieja – una de sus manos se deslizó por delante de mi cuerpo, metiéndose por entre mis piernas para acariciarme la vagina – vas a ponerte flojita cada vez que quiera coger contigo, vas a dormir en mi cama cada noche a partir de hoy y solo vas a coger con tu marido una vez a la semana, solamente cuando ambos se porten bien y yo te dé permiso; si no lo haces, si llegas a resistirte tan solo una vez, voy a ordenar a los muchachos que los saquen de mi rancho y los dejen en la calle, a ver cuánto dura tu hijo vivo ¿Entendiste pues? – sentenció, dejándome completamente paralizada al saber que me tenía completamente en sus manos, mientras sentía su miembro buscando la entrada de mi vagina, llorando ante la impotencia que me embargaba, temblando de miedo y de la repulsión que me provocaba saber que era mi hermano quien estaba a punto de penetrarme.
– ¡Ahhh! – escapó un gemido de mi boca cuando lo sentí entrando en mi cuerpo, cuando experimenté la forma como abría mi vientre, retando su elasticidad, provocándome sensaciones que nunca había experimentado con mi esposo, haciéndome sentir su enorme sexo penetrando mi vagina, provocando que mis piernas temblaran y que un gran número de gemidos escaparan de mi boca, aun cuando apenas su miembro se deslizaba hacia adentro de mi vientre.
– Ay, hermanita, tienes la conchita bien apretadita, seguro que ese maricón no te coge como te mereces, bueno, pues ahora vas a probar a un verdadero macho, ahora vas a saber lo que es un verdadero semental.
Era imposible evitar retorcerme ante el placer que su suave penetración me estaba ofreciendo, era inútil tratar de contener los gemidos que mi hermano me robaba con su enorme miembro, nunca mi esposo me había hecho sentir tanto placer con solo tenerlo dentro de mi cuerpo, y menos aún cuando mi hermano comenzó a mover sus caderas, cuando comenzó a cogerme muy despacio, acariciando mis senos con una firmeza que no conocía, cogiéndome con sumo cuidado, pero con una seguridad inusitada que me provocaba estremecerme, que me hacía gemir con fuerza, que de una manera vergonzosa me obligó a mover las caderas, tratando de sentir esa enorme verga tanto como pudiera, cerrando los ojos, sintiendo el temblor de mis senos y la sacudida de mi cuerpo ante las embestidas de mi hermano, las mismas que poco a poco se iban haciendo más fuertes y devastadoras, que me hacían gemir con violencia mientras lo sentía taladrando mi vagina, como nunca antes me había cogido mi esposo, como nunca podría hacerlo, pues no era la clase de hombre que era mi hermano.
– Eres una buena hembra hermanita, sabía que ese maricón no te trataba como te merecías, pero aquí tienes a tu macho, te voy a dar toda la verga que te hace falta, te voy a coger como ese maricón no puede cogerte.
– ¡Ay! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! – gemidos escapaban de mi boca sin poder controlarlo, sin tratar siquiera de evitarlo. Mientras mis caderas se movían enloquecidas y mi cuerpo se estremecía ante la inminencia de un orgasmo devastador, que me llevó nuevamente a las lágrimas al pensar en mi esposo, al sentirme culpable por estar con otro hombre y más aún por desear que aquello no se detuviera, por querer que mi hermano me siguiera cogiendo y desear sentir su semen en mi vientre.
– ¡Uff! ¡Estás demasiado buena para ese pendejo! ¡Apuesto a que nunca te había cogido así! ¿Qué no? – me tomó del cabello y jaló de él, levantando mi cabeza – Anda, hermanita, dímelo ¿Te había cogido así ese maricón?
– ¡Ahhh! ¡No, nunca! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! – escapó de mi boca sin apenas pensarlo, sintiendo un placer inconmensurable, deseando que no se detuviera nunca, que no dejara jamás de cogerme como lo hacía.
– ¡Eso es! ¡No te preocupes hermanita! ¡Ahora que estás en casa te voy a enseñar lo que es un hombre de verdad! ¡Y vas a empezar por probar la leche de un semental, hermanita!
Tomándome del pelo, mi hermano me hizo arrodillar frente a él y fue en ese momento en el que me di cuenta de que la mujer que estaba ahí, ya no era yo, pues no hizo falta que me dijera nada para que abriera la boca y me tragara su verga tanto como podía, sintiendo una angustiante necesidad por mamar ese pedazo de miembro que me había hecho gozar como nunca lo había logrado mi marido, sintiendo una inevitable sed de su semilla, deseando probar su semen mientras disfrutaba del sabor de su verga en mi boca, hasta que la explosión llegó y mis ojos se pusieron en blanco cuando al fin lo sentí llenando toda mi boca, escurriéndose por mi garganta y volviéndome loca ante el desconocido placer que experimenté al probar el semen de un macho como el que me acababa de coger.
– ¡Ya puedes pasar cuñado! – gritó mi hermano, haciendo que una punzada atravesara mi estómago cuando la puerta se abrió y ante mí apareció José, mirándonos con los ojos muy abiertos, con la cara embargada por la sorpresa y la decepción, mientras yo intentaba sacar el pene de mi hermano de mi boca, aterrada y avergonzada al saber que José estaba ahí, delante de mí, viéndome mamarle la verga a un hombre que no era él, a la vez mi hermano me impedía apartarme de su cuerpo al tomarme de la nuca y embestirme como si me estuviera cogiendo – ¿Cómo la ves cuñado? A que nunca pensaste verla mamándosela a otro cabrón ¿Qué no? – dijo mi hermano antes de soltar una risotada – pues mírala bien porque ya no es tuya, al menos no lo va a ser mientras vivan aquí – una carcajada lastimó mis oídos mientras veía como se partía en pedazos el corazón de José.
Las lágrimas reanudaron su escape de mis ojos mientras mi hermano seguía moviendo sus caderas, metiendo y sacando su miembro de mi boca. Yo miraba a mi esposo de reojo, horrorizada al ver las lágrimas que nublaban su vista, el gesto de decepción al ver a su mujer dominada por otro hombre.
– Escuchaste todo lo que dije, ¿Verdad cuñado? – José asintió, sin perder el gesto de perplejidad, inmóvil y sin dejar de mirarme – bueno, entonces todo entendido, hoy puedes cogerte a tu esposa, pero en la noche dormirá conmigo, venado – mi hermano salió de mi boca y luego salió de la ducha, burlándose de mi esposo con sonoras y prolongadas carcajadas mientras lentamente abandonaba el baño.
José se sentó en un banquillo que había en el sanitario mientras me miraba. Me puse de pie tan rápido como pude y salí de la ducha, sin ser consciente de que un poco de semen escurría por mi barbilla, corriendo hasta mi esposo, tomándolo de las mejillas para tratar de que me mirara, pues su cabeza se había derrumbado y su mirada se negaba a abandonar el suelo.
– ¡Perdóname mi amor! ¡Por favor, no me odies! ¡No tuve opción! – le supliqué, llorando mientras veía su cara destruida por el llanto – ¡Tú eres mi hombre, José! ¡Eso nadie lo va a cambiar! ¡Eres mi esposo! ¡El único hombre al que amo! – dije, pero incluso para mí fue sorprendente el tono de mi voz, que se escuchaba como si quisiera convencerme de la veracidad de mis propias palabras, al mismo tiempo que trataba de convencer a mi esposo, tratando que él creyera algo que en el fondo sabía que era una mentira.
Me sentía desesperada por hacerle saber que él era mi hombre, aun cuando yo misma lo dudaba, aun cuando sabía que él jamás me llevaría al lugar que me había llevado mi hermano. Desesperada desabroché el pantalón de José y busqué con ansiedad su miembro hasta encontrarlo, sorprendiéndome de encontrarlo completamente erecto, pero sin que ello me detuviera en mis obstinados intentos por hacerle saber que seguía siendo su mujer.
Engullí su miembro ignorando el hecho de que se hubiera excitado al escuchar como mi hermano me cogía y al verme con su verga metida en mi boca, movía la cabeza y lo acariciaba con mi lengua con tanto entusiasmo como podía imprimir en cada uno de mis movimientos, pero sin lograr que José reaccionara de forma alguna, sin conseguir siquiera que me mirara.
Me levanté y me monté encima de él, tomándolo de la nuca para llevar su cabeza a mis senos, sintiendo sus labios moviéndose sin energía sobre ellos, chupándome de una forma perezosa, sin la más mínima motivación por besar mi piel, sin la chispa que siempre habíamos compartido cuando hacíamos el amor.
Apenas fui capaz de sentir su miembro al penetrar mi cuerpo, dándome cuenta con tristeza, de que no había comparación entre su pene y el monstruoso pedazo de carne de mi hermano; pero aun así moví mis caderas con vigor, empecinada en sentir su verga en algún momento, en hacer que me brindara alguna clase de placer, por mínimo que este fuera, pero los minutos pasaron y no lograba sentir a mi marido, no lograba disfrutar de la calidez de su miembro al penetrar mi cuerpo y esa sensación de bienestar que siempre me había acompañado al hacer el amor con él. No pude sentir nada hasta que su semen fue escupido en mi interior, sin que él mostrara el más mínimo deseo, sin que la expresión destruida en su rostro se viera alterada.
Me abracé a su cuerpo sintiendo cómo renovadas lágrimas recorrían mis mejillas, al darme cuenta de que mi hermano me había arruinado para mi esposo, pues aun cuando José estaba adentro de mi cuerpo, no podía dejar de recordar el inmenso placer que me había provocado el semental que me hizo suya minutos atrás, no podía dejar de añorar la sensación de tenerlo dentro de mí, ni dejar de sentir la ansiedad que me provocaba el saber que esa misma noche, mi hermano volvería a hacerme suya.
