MI PADRE: EL AMANTE DE MI NOVIA

«…- Entonces ¿cómo te explicas esto –repliqué, tomando mi pene con la mano por encima de la ropa…»

por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/

– Hola, Juan, ¿Qué tal estuvo tu…?

– Diego, tengo algo que decirte y… – mi amigo respiró profundamente, bajando la mirada, evitando que mis ojos se encontraran con los suyos.

– Está bien, solo dilo – traté de animar a mi amigo, entendiendo que lo que fuera que tuviera que decir, en realidad lo estaba perturbando.

– Mira, no te lo diría si no estuviera seguro de lo que vi, ¿Vale? Y espero que por decirlo no me partas la madre, pero… – Juan hizo una nueva pausa – ayer salí con una de mis amigas, fuimos a cenar y luego a tomar unos tragos, después nos fuimos a un motel y cuando estábamos llegando, vi salir el carro de Anahí – un vacío se formó en mi estómago y de pronto una ira muy intensa comenzó a nublar mi vista – al principio pensé que había visto mal, pero, bueno, la seguí por unas calles hasta que un tipo se bajó del carro y luego ella se arrancó, no quería…

– ¿Cómo te atreves a sugerir que…? – dije sintiendo una oleada de rabia que me impulsaba a golpear la cara de Juan, sin embargo, antes de que lo hiciera, él sacó su celular y me mostró una foto del auto que siguió, seguida por otra en la que se mostraban las placas del vehículo, la misma que en cuanto la vi me provocó un nudo en la garganta al darme cuenta de que en realidad era el auto de mi novia.

– Escucha viejo, lamento ser yo quien te dé esta noticia pero…

– Me dijo que llegaría tarde por estar con su mamá, me dijo que estaba enferma y que no podía irse hasta que llegara su hermana – dije en voz alta, pero me hablaba a mí mismo.

– Lo siento, amigo – expresó Juan, aunque para ese momento ya no tenía intención de escuchar a mi amigo.

Sin esperar más tiempo salí de la oficina diciéndole a mi jefe que tenía una emergencia familiar, decidido a ir a casa para encararla, pensando obsesivamente en quién sería ese hijo de puta con quien me había engañado.

Conduje el auto por algunos minutos a una velocidad temeraria, afortunadamente no me crucé en el camino de ninguna patrulla ni de ningún otro conductor que fuera tan irresponsable e imprudente como yo. 

Al llegar al edificio donde vivía, quise estacionar mi auto en mi lugar de estacionamiento, pero no pude hacerlo pues un vehículo lo estaba ocupando, un auto que sabía muy bien a quien le pertenecía, pero que me costaba trabajo entender qué era lo que esa persona estaba haciendo ahí.

Una oleada de dolor y un vacío en el estómago martirizaron mi cuerpo al pensar que tal vez… no, no podía ser cierto, seguramente él estaba en mi casa por una razón diferente, ¿Cómo podía desconfiar de mi padre de esa forma? Me pregunté, pero en el interior algo me dijo que convenía entrar a mi casa con sigilo, pues si mi sospecha era cierta, quería atestiguarlo, quería atraparlos en el acto.

No usé el elevador para llegar a mi departamento, subí por las escaleras tan rápido como me fue posible. Una punzada en el pecho me acogió cuando escuché algo de música saliendo de mi hogar. Metí la llave con cuidado de no hacer ruido y abrí la puerta tomando la misma clase de precaución.

No fue necesario ver nada para saber lo que estaba pasando en mi recámara, pues los gemidos de Anahí se escuchaban hasta la sala. Dejé mis cosas en un sillón, me quité el saco y la corbata, guardé mi reloj y anillos en la bolsa de mi saco y me preparé para enfrentar una realidad que cambiaría por completo mi vida, en cuanto viera a esa zorra teniendo sexo con mi padre en la cama que compartimos por varios años, en la misma cama donde muchas veces nos dijimos lo mucho que nos amábamos.

Remangué las mangas de mi camisa para tener mayor libertad de movimiento, pues no me importaba que el hombre que se estaba cogiendo a mi novia fuera mi padre, recibiría su merecido por haberme traicionado, por haberle sido infiel a mi madre, por ser el hijo de puta que siempre me negué a creer que era.

Los gemidos se hicieron cada vez más sonoros mientras me acercaba, al igual que las palabras de Anahí se hicieron más claramente distinguibles.

– ¡Coges más rico que tu hijo, mi amor! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡No sabes cómo te extraño en las noches! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Me duermo muy caliente pensando en ti! – una estruendosa y grave risotada siguió a esas palabras mientras me quedaba un momento parado a un lado de la puerta de mi alcoba, fuera del alcance de la vista de ese par de animales.

– No has cogido con él, ¿Verdad, puta?

– ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Claro que no! ¡Ahhh! ¡Tú me lo prohibiste!

– ¡Eso es! ¡Así me gusta! ¡Que seas una perra obediente! – dijo mi padre, destruyendo por completo cualquier clase de respeto o cariño que aún pudiera tener por él. Entré sin más en la habitación, caminando directamente en dirección a ese hijo de puta.

– ¡Diego! ¿Qué demonios…? – comenzó a decir Anahí en cuanto me vio, abriendo mucho los ojos mientras miraba cómo me acercaba a mi padre, a la vez que él se levantaba un poco, apenas girando la cabeza para mirarme, pero no lo suficientemente rápido como para poder evitar el puñetazo que le di de lleno en el rostro, abarcando con mi puño el espacio comprendido por su pómulo y su nariz, haciendo que cayera a un lado en la cama, mientras trataba de recomponerse y ponerse de píe.

Sin esperar a que se recuperara ni darle una sola oportunidad, corrí rodeando la cama mientras escuchaba los aterrados gritos de esa perra con los que trataba de detenerme, pero estaba cegado por la ira y no fui consciente de lo que hacía en el momento en que mi pie se hundió en el estómago de ese animal ni tampoco cuando mi puño volvió a estrellarse en su cara, haciendo que cayera al suelo de mi alcoba, prácticamente noqueado, mirándome a los ojos con un patético brillo de miedo en ellos, mientras sacaba mi celular y le tomaba una foto en aquella posición, abarcando en la imagen a la zorra desnuda que estaba arrodillada sobre mi cama, llorando y temblando de miedo por lo que acababa de pasar. No tardé un solo segundo en enviar la imagen a mi madre, ese perdedor al fin sabría lo que significaba tener que trabajar para comer, al fin mi madre lo echaría de la casa y se quitaría el lastre que ese imbécil había representado para ella durante la mitad de su vida.

– Lárgate de mi casa, imbécil – le ordené, y de pronto el hombre que minutos atrás mostraba su dominio sobre quien hasta ese momento había sido mi novia, se comportó como un perro asustado mientras se arrastraba en el suelo recogiendo sus cosas – es una lástima que todas esas horas en el gimnasio no te hayan convertido en un hombre, estúpido cobarde – le espeté mientras veía cómo se escabullía para salir de mi habitación, poco antes de escuchar la puerta del departamento cerrándose con fuerza.

Miré a Anahí y la expresión de miedo que tenía en su rostro. Nunca le había pegado a una mujer y de hecho nunca lo hice, pero admito que en aquel momento estuve tentado a darle una bofetada a esa zorra a quien había mantenido por varios años, por quien me había conseguido un trabajo que odiaba tan solo para poder cumplir sus caprichos, para que me pudiera mirar con orgullo. Era doloroso saber que nada de eso había servido para ella, que nada de lo mucho que sacrifiqué significó algo para esa puta. Tomé mi celular e inicié una llamada, esperando luego con el teléfono en mi oído a que me respondieran.

– Hola muchacho, qué gusto que me hables, yo…

– Lamento molestarte Roberto, pero esto no es una llamada de cortesía, me comunico contigo para que vengas a recoger a tu hija porque estoy a punto de echarla de mi casa…

– ¿De qué estás hablando, Diego? ¿Por qué…?

– Acabo de sorprender a tu hija teniendo sexo con mi padre, en mi casa, en mi cama. Lamento mucho que te enteres por mí, pero tu hija saldrá de mi casa en cuanto termine de empacar sus cosas, lo siento, cuídate – terminé de decir antes de cortar la llamada.

– ¡Diego, no puedes hacerme esto! ¡Yo te amo! ¡Esto no significó nada! ¡Solamente…! – gritaba llorando, suplicando para que no la echara mientras le daba la espalda y caminaba en dirección al armario, para sacar un par de maletas y guardar en ellas toda la ropa de esa ramera.

– Me pediste que me metiera al gimnasio a pesar de que no quería y tampoco lo necesitaba, lo hice por ti; me pediste que renunciara a mi sueño de convertirme en escritor porque querías que ganara más dinero, no quería hacerlo y odié mi trabajo desde el primer día, pero sacrifiqué mis sueños por ti; cumplí cada uno de tus caprichos, renuncié a mis amigos, renuncié a mis pasatiempos y lo único que te pedí a cambio fue fidelidad, amor, paz, cosas muy sencillas de darle al hombre que no te pidió trabajar, que ni siquiera te pidió limpiar la casa porque para ello contrataba personas que se hicieran cargo, y así me lo pagas, acostándote con mi padre en mi cama, diciéndome que ibas a ver a tu madre mientras te metías a un motel con ese hijo de puta. Bueno, ahora puedes hacer lo que quieras con él o con quien se te pegue la gana, porque ya no estamos juntos, ya te quedaste sola – dije, mientras terminaba de cerrar las maletas y las arrojaba en dirección a la puerta de la habitación. Anahí me miraba atónita, aterrada, moviendo la cabeza de un lado a otro, negándose a aceptar una realidad que ya no podía cambiar.

Caminé en dirección a la cama y recogí de ella las prendas que estaban regadas y que pertenecían a Anahí, para luego arrojárselas a la cara.

– Vístete y lárgate de mi casa y de mi vida – le espeté, antes de caminar a su mesa de noche y tomar el costoso celular que le había obsequiado, junto con el juego de llaves que le pertenecía a esa mujer para extraer de él las llaves del coche que le compré y del departamento donde vivimos juntos por algunos años.

Anahí dejó de intentar convencerme para que me arrepintiera de mi decisión mientras yo me comunicaba al banco para cancelar todas y cada una de sus tarjetas, al mismo tiempo que ella se vestía con inusitada lentitud, como si con ello tratara de darme tiempo para pensar mejor las cosas.

Cuando sus cuentas estuvieron canceladas y al fin terminó de vestirse, Anahí se paró enfrente de mí y trato de abrazarme por la cintura, sin embargo, con una fuerza desmedida la tomé de los brazos y la empujé hacia atrás, antes de caminar hacia las maletas y tomarlas en mis manos, saliendo a toda prisa del departamento para arrojar las maletas al pasillo y luego mirarla mientras lloraba y me pedía que no lo hiciera.

– Largo, no quiero seguir viviendo con una puta como tú – le espeté y esperé a un lado de la puerta a que ella avanzara, pero al ver que no lo hacía di un par de pasos en su dirección y tomándola del brazo la llevé casi a rastras hasta el pasillo del edificio y la empujé hacia la pared de enfrente, antes de regresar a mi departamento y cerrar la puerta, sintiendo en el justo momento en que lo hice, una insoportable sensación de vacío, de soledad, entregándome a un llanto desgarrador al saber que me había traicionado la mujer que amé por tantos años, aquella que creí que sería la madre de mis hijos.

Me dejé caer en el suelo del departamento, llorando sin encontrar consuelo mientras escuchaba la voz de Roberto reprendiendo a su hija, acompañada por una sonora bofetada que hizo que el llanto de Anahí se pronunciara aún más, antes de que todo quedara nuevamente en silencio, acentuando la soledad que había abrazado mi vida con sus gélidos brazos.

Pasé la tarde ahí tirado sin lograr reunir las energías para levantarme, sin tener un motivo suficientemente fuerte como para querer hacer algo diferente de regodearme en el dolor que embargaba mi corazón, hasta que casi al anochecer sonó mi celular y me vi obligado a contestar, pensando que tal vez sería alguien del trabajo, o quizás Juan que me hablaba para saber cómo estaban las cosas en casa.

– Hola, mamá, ¿Como estás?

– No tan mal como el idiota de tu padre, cuando llegó a la casa tenía la cara destrozada, me imaginé que habías sido tú después de la foto que me enviaste. Él ya no vive más conmigo, no sé a donde se fue y para ser honesta, tampoco me importa, pero dime, ¿Estás bien hijo? ¿Necesitas algo? ¿Qué pasó con Anahí? ¿Cómo…?

– La corrí de mi casa después de pegarle a… no quería seguirla viendo, le llamé a Roberto para que viniera por ella y se fueron poco después.

– Vale, pero ¿Cómo estás? – insistió mi madre, haciendo evidente lo preocupada que estaba por mí.

– Estoy hecho mierda, aún en la mañana la imaginaba siendo madre de mis hijos y ahora, bueno, creo que sobran las explicaciones.

– Lo entiendo, cariño, yo tampoco estoy muy bien, casi me parece mentira que después de veinte años de casados… No supimos escoger a nuestros compañeros de vida, amor.

– Eso parece – contesté con tristeza, antes de que ambos nos quedáramos en silencio por algunos segundos.

– Escucha, no quiero estar sola en mi casa, si lo hago me voy a sentir mucho peor de lo que ya me siento, ¿Te parece bien si me paso un rato por tu departamento?

– Sí, está bien, tampoco me hace gracia quedarme aquí solo.

– Bien, entonces, te veo en un rato hijo y… de verdad lamento lo que pasó, es una mierda lo que hizo tu padre.

– Sí, también yo lo lamento.

La comunicación se cortó y miré a mi alrededor encontrándome con un lugar vacío y frío, pensando que en realidad había sido una muy buena idea que mi madre me visitara, pues estar solo en ese lugar que estaba lleno de recuerdos con Anahí, podría convertirse en algo horrible y muy doloroso.

Con las energías ligeramente renovadas ante la perspectiva de la visita de mamá. Recogí mis cosas del sillón y fui a dejarlas a mi habitación, donde retiré la ropa de cama sobre la cual esos animales habían fornicado, para luego amarrarla y echarla en una bolsa de basura que arrojé al tiradero del edificio.

Me quité la ropa de trabajo y me vestí con un pantalón deportivo, unos tenis y una camiseta cualquiera, antes de que mi cuerpo me reclamara el no haberlo alimentado por horas, haciendo que me dirigiera a la cocina para preparar algunos emparedados, pensando en que tal vez mi madre tampoco habría comido mucho después de la noticia que nos sacudió más temprano. El timbre del departamento sonó.

– Hola, mamá, pasa por favor – dije al encontrarme a la hermosa mujer que me dio a luz, quien tenía los ojos empañados en lágrimas e hinchados tras haber llorado tanto, vestida aún con la ropa con la que iba a trabajar todos los días, cargando en una mano su bolso diario y en otra una bolsa del súper con lo que parecían ser un par de botellas de alcohol, algo en lo que mi vista descansó por uno segundos.

– Supuse que como tú no sueles tomar, no tendrías una gota de alcohol en casa, así que… bueno, espero que no te moleste.

– Para nada mamá – contesté mientras la abrazaba – creo que me sentará bien un par de tragos – mamá dejó su bolso en la mesa del comedor mientras yo sacaba un par de vasos para servir el licor que había traído.

Ambos nos sentamos después en la sala, frente a frente en el mismo sillón, mamá se quitó lo tacones y subió sus piernas en el sillón, mientras yo le extendía un vaso.

– Aún me cuesta creer que se atrevieran a tanto, quiero decir, en casa las cosas desde hace tiempo no estaban bien, tu padre parecía estar todo el tiempo enojado, no habíamos tenido sexo en mucho tiempo y cuando trataba de acercame a él de esa forma, siempre me rechazaba; llegué a pesar que le había dejado de gustar y de hecho por eso me paraba más temprano para entrenar algunos minutos más y tratar de recuperar la atención de tu padre, pero al parecer eso no funcionó, no logré…

– Esto no fue culpa tuya mamá, tú le diste todo a ese idiota y él te traicionó, igual que Anahí lo hizo conmigo, aunque aún no tengo muy claro cómo pudo haber empezado todo esto.

– Bueno, eso yo sí lo sé, se lo pregunté a tu padre mientras el inepto recogía sus cosas. Me dijo que coincidieron un par de veces en el gimnasio y comenzaron a hablar, supuestamente todo empezó con una relación de suegro nuera y luego, según él, ella le dijo que no le prestabas atención, que trabajabas mucho y que se sentía sola, él le platicó que se sentía igual y bueno, lo demás ya lo sabemos – una risotada llena de sarcasmo escapó de mi boca.

– Trabajaba todo el día para tenerla contenta y para darle todo lo que me pedía, ahora dice que no le prestaba atención – un nuevo silencio nos embargó por unos minutos mientras ambos mirábamos nuestros vasos.

– ¿Qué harás ahora? – le pregunté a mamá, ella suspiró.

– Bueno, le hablé a Marquito, él llevará el asunto del divorcio, algo que no creo que se complique demasiado pues todo está a mi nombre y como nos casamos por bienes separados, tu padre no tiene nada que pelearme, así que a menos de que sea un verdadero estúpido, todo podría arreglarse de una forma bastante civilizada; pero para serte sincera, más allá de eso no sé que va a pasar conmigo, no me va a ser fácil asumir que… – las palabras de mi madre fueron cortadas por las lágrimas mientras sentí un dolor en el pecho al ver a una mujer tan maravillosa sufriendo de la manera como lo estaba  haciendo – fueron muchos años los que estuvimos juntos… pero en fin, ¿Qué sigue para ti?

– Lo estuve pensando, después de que Anahí se largó tuve mucho tiempo para hacerlo mientras estaba ahí tirado en el suelo – señalé en dirección a la puerta – creo que lo primero será renunciar al estúpido trabajo que conseguí para hacer más dinero, le hablaré a Rafa para ver si aún soy bienvenido en la editorial y también creo que me mudaré de este lugar, voy a vender el departamento y me cambiaré a otro sitio, no quiero seguir viviendo aquí, tal vez me siente bien un cambio de aires… ah, y también voy a dejar el gimnasio, no logro entender cómo la gente puede pagar tanto dinero por estar cansado todo el tiempo y sentir dolores en el cuerpo – mamá soltó una risotada.

– Ay hijo, yo en tu lugar no lo haría, la verdad es que te ves mucho mejor desde que empezaste a hacer ejercicio, luces más fuerte, llamas más la atención.

– Eso lo dices porque eres mi madre.

– Claro que no, te lo digo como mujer, antes tenías un cuerpo esbelto pero flojo, con esa panza que parecía albergar lombrices adentro y te hacía caminar medio jorobado; ahora te vez muy bien, seguramente disfrutarás mucho tu nueva soltería, ahora que ya estás disponible – dijo sonriendo y robándome un gesto similar al suyo, mientras sentía mis mejillas acalorarse.

– ¿Y qué me dices tú? ¿Te unirás al club de las sugar mommies? – le dije, robándole de nuevo una risotada.

– Ay amor, pero qué cosas dices; no, ya no estoy en edad de la aventura, supongo que me toca resignarme a pasar el resto de mi vida sola, ya no estoy en edad de citas y dudo mucho que un muchachito pudiera fijarse en una vieja como yo.

– Vamos mamá, todas esas horas en el gimnasio no han sido en vano, siempre he dicho que tengo una madre muy hermosa y mis amigos también decían lo mismo de ti, así que nada de pensar en que estás demasiado vieja, ¿Vale? Y no descartes la posibilidad de encontrar a un hombre con quien andar de novia, seguro que más de una centena de hombres estarían encantados de emparejarse contigo – nuevamente mamá dejó escapar su melodiosa risa, meneando la cabeza de un lado a otro antes de comenzar a preguntarme acerca de mis proyectos a futuro, acerca de qué sería lo que me gustaría escribir, de dónde me gustaría vivir tras vender mi departamento y que me gustaría hacer ahora que la libertad de la soltería me había alcanzado de nuevo.

Platicar de cualquier cosa fue un respiro al mal rato que pasamos por la tarde, bromear, reír y mantener esa charla desinteresada fue algo que sanó nuestra alma al menos por algunas horas, mientras las botellas que mi madre llevó se iban agotando poco a poco, haciendo que mi cuerpo fuera registrando paulatinamente el efecto del alcohol corriendo por mis venas, algo que ocurrió de una forma tal vez demasiado pronta dado que no estaba acostumbrado a beber con mucha frecuencia.

– Amor, dime algo – dijo de pronto mi madre, con las palabras arrastradas por el efecto del alcohol ingerido, tras lanzarme una mirada interrogante – pero quiero que seas honesto.

– Vale – dije sonriente, sintiendo cómo todo comenzaba a dar vueltas en mi cabeza.

– De verdad crees que soy una mujer hermosa, no me refiero a una madre hermosa, no quiero que me contestes como mi hijo ni que me lo hagas para hacerme sentir bien, quiero que me lo digas como hombre, quiero que imagines que no soy tu madre y que me veas como una mujer que te encontrarías en un bar, ahora dime ¿Crees que soy hermosa?

Una sonrisa estúpida se dibujó en mi rostro mientras descaradamente recorría el cuerpo de mamá con la vista, fijándome en que se le había subido un poco la falda dejando ver el final de sus medias a mitad de sus carnosos muslos, subiendo un poco más para fijarme en su esbelto abdomen y sus pronunciados pechos que cuya hendidura se asomaba por el discreto escote que mi madre llevaba aquella noche.

– Eres tan hermosa, que si fueras una desconocida en un bar, seguramente te llevaría al baño y te haría muchas cosas – contesté, habiendo perdido por completo el piso, sintiendo cómo el haber visto a mi madre de esa forma tan lasciva había despertado el pedazo de carne que hasta un minuto atrás había permanecido inmóvil entre mis piernas. Mamá soltó una incrédula carcajada.

– Eres un mentiroso, seguro que te irías con una niña mucho más joven que yo, no me creo que un chico tan guapo se fijaría en mí en un antro lleno de…

– ¿En serio lo dudas?

– Estoy segura de que no te fijarías en mí – contestó mamá, asintiendo con la cabeza, sin controlar mucho los movimientos de su cuerpo.

– Entonces ¿Cómo explicas esto? – repliqué, tomando mi pene con la mano por encima de la ropa, marcando su contorno al hacer presión sobre la tela, capturando la atención de mi madre de inmediato, quien miraba fijamente mi sexo mientras una de sus manos recorría el contorno superior de su blusa y la otra llevaba su vaso a su boca para vaciar en ella todo su contenido.

– ¿Yo provoqué eso? – preguntó mi madre sin dejar de ver el bulto en mi pantalón.

– Mírate, con esas piernas tan hermosas, esa figura tan estilizada y esos senos tan lindos, ¿Como podría un hombre pasarte por alto?

A pesar de decir lo que pensaba, no era del todo consciente de lo que estaba haciendo, de la forma como mi mano comenzó a acariciar mi pene por encima de la ropa, ni de la forma como mi madre de pronto comenzó a morder sus labios sin retirar su vista de mi entrepierna.

– No me imaginé que hubieras crecido tanto, hijo – mamá tragó saliva y luego de manera sorpresiva sus ojos se encontraron con los míos – me dejarías verlo, amor – soltó de pronto, mientras su mirada regresaba a mi entrepierna y yo, sin pensármelo un solo segundo, me bajaba un poco los pants y sacaba mi miembro para mostrárselo a mamá, provocando que se levantara un poco y dejara su vaso en la mesa sin perder detalle de mi miembro, que se acercara un poco más a mí y estirara su mano para acariciar mi glande con las yemas de sus dedos – tienes un pene muy bonito amor, si no fueras mi hijo… – mamá se quedó callada de pronto sin dejar de tocarme, haciendo que la piel de todo mi cuerpo se erizara, mientras mi mirada era cautivada con la precaria vista que su discreto escote me proporcionaba de sus senos.

– ¿No se suponía que estábamos fingiendo que no eres mi madre? – solté sin pensarlo, queriendo que fuera más allá, deseando que me agarrara la verga con fuerza, que me la sacudiera, que se la metiera en la boca y pasara la noche conmigo para no tener que sentirme solo cuando se marchara.

Ella me miró tragando saliva, alternando su mirada entre mis ojos y mi verga, lamiéndose los labios mientras una batalla tenía lugar entre la moralidad que enjuiciaba aquel acto como indecente y el deseo que embargaba su cuerpo ante la necesidad de hacer el amor después de lo que su esposo le había hecho.

Un vacío en el estómago, una sensación de vértigo se presentó cuando sentí su mano abrazando mi miembro mientras se mordía el labio inferior con la mirada hipnotizada en el brillo de mi glande.

– Supongo que si me encontrara a un chico como tú en un bar… no lo sé… tal vez algunos besos no harían ningún daño – expresó con un volumen de voz casi inaudible, un segundo antes de agacharse sobre mi pene, sacar su lengua y comenzar a lamer mi glande, despacio, recogiendo con delicadeza los líquidos que ya escapaban de mi verga, cerrando los ojos mientras lo hacía, sin dejar de masturbarme ni de lamer, un momento antes de sentir cómo sus labios abrazaban mi miembro, de experimentar el calor de su aliento y las suaves caricias de su lengua al recorrer el largo de mi sexo.

– Tal vez si no fueras mi madre te metería la mano por tu escote de esta manera y te acariciaría los senos de esta forma – dije mientras mis manos acompañaban a mis palabras, sintiendo la firmeza de sus tetas al ser apretadas por mis dedos, mientras mamá se llevaba las manos a la blusa y se la quitaba con movimientos torpes, alejándose de mi verga tan solo por los segundos en que se tardó en despojarse de su prenda, dejando a mi vista un hermoso par de senos apenas cubiertos por un lindo sostén morado con encajes negros.

Mi mano se metió entre su sostén y una de las tetas de mamá, encontrándome con una pezón gordo y poco alargado que apreté un poco entre mis dedos, robando un gemido de la boca de mi madre.

– ¿Sabes algo? Si no fueras mi madre te quitaría el sostén para ver tus hermosas tetas – expresé mientras mi mano la despojaba de su prenda, sintiendo cómo su lengua se movía con mayor rapidez y sus manos apretaban mis piernas con fuerza, enterrando un poco sus uñas en ellas.

La mano de mamá tomó de nuevo mi verga y reanudó sus caricias para masturbarme mientras me miraba a los ojos, con la vista complemente dominada por la lujuria y la desinhibición que provocó el alcohol en el cuerpo de mi madre.

– Si fueras un extraño, creo que sería muy excitante meterte la lengua en la boca – mencionó mi madre antes de que la tomara de la nuca y la acercara a mí para besarnos, para sentir su lengua jugando con la mía mientras nuestros labios se entregaba a una pasional sesión de caricias mutuas, haciendo que perdiera por completo la razón, que mi mano se perdiera entre las piernas de mamá, hiciera a un lado sus bragas y encontrara una vagina humedecida, tierna e hinchada, lista para ser penetrada.

Mis dedos se perdieron por un par de minutos entre los labios de mamá, sintiendo cómo mi mano se empapaba de sus fluidos mientras no dejábamos de besarnos y mi madre ahogaba sus gemidos mordiendo mis labios.

– ¡Cógete a mami, cariño! ¡No dejes que me sienta sola! ¡No permitas que me sienta abandonada! – me suplicó mamá cuando sus labios aún estaban tocando los míos.

Bajé con una mano las bragas de mi madre antes de que ella se las quitara por completo, para luego montar mi cuerpo y mover sus caderas sobre mi miembro, sintiendo cómo era bañado por sus fluidos mientras mis manos se aferraban de sus senos y los llevaban a mi boca, para saciar con ellos la necesidad que tenía de sentirme feliz, de no pensar en nada, de experimentar un poco del placer que una traidora me había arrebatado.

Mamá tomó mi miembro con su mano y luego se dejó caer sobre él, haciendo que se enterrara en su vientre de golpe, que sintiera el abrazo de sus labios y la calidez de su interior, que gimiera sin control al sentirme dentro de ella y experimentar el placer que los movimientos de sus caderas ejercían en mi verga.

Mis ojos permanecieron abiertos todo el tiempo, deleitándome con las expresiones de placer en las que se contorsionaba el rostro de mamá, admirando la forma como sus senos se mantenían erguidos y hermosos frente a mi rostro, mientras escuchaba sus gemidos combinándose con los míos y mis caderas enloquecían bajo el cuerpo de mi madre.

De pronto sentí la necesidad de llevarla a mi alcoba, de cogérmela en la intimidad de mi habitación, de hacerle el amor en el mismo lugar donde su esposo y mi novia nos traicionaron.

Apreté a mi madre contra mi cuerpo e hice que me abrazara por el cuello, antes de tomarla fuertemente del culo y levantarme del sillón con ella en mis brazos, sin sacarle la verga del coño, sin que ella dejara de mover sus enloquecidas caderas mientras la llevaba a mi cuarto.

La dejé caer en la cama y me tomé un segundo para admirar su cuerpo, observando cómo se retiraba la falda, quedando casi por completo desnuda para mí, vistiendo únicamente esas sensuales medias cuyo ligero solamente cubría hasta la parte baja de sus muslos.

– Ponte boca abajo, mamá – le ordené y ella obedeció con una sonrisa en sus labios.

Mirar el apretado culo de mi madre, la forma como sus medias enmarcaban sus voluptuosas nalgas y la manera como sus piernas apretaban sus labios, me hizo hacer que mi mano incursionara entre sus piernas y en un movimiento continuo la penetrara con mis dedos, moviendo mi mano de lado a lado con euforia, sintiendo cómo vibraba todo su cuerpo por el placer que le estaba proporcionando mientras gemía desaforada, ahogando apenas sus gemidos en la almohada.

Subí a la cama y monté su cuerpo con mis piernas a los costados de las suyas, tomando mi miembro para empujarlo entre sus labios y sentir la deliciosa presión que las paredes de su vientre ejercían sobre mi verga.

Fue delicioso sentir sus nalgas chocando con mi cuerpo, escucharla gemir sin detenerse, ver cómo se aferraba de las almohadas con sus manos y sus dientes, mientras movía las caderas para hacer aún más placentero un momento tan excitante y condenable como el que estábamos viviendo.

Repentinamente su mano bajó por enfrente de su cuerpo y pude sentir cómo masturbaba su clítoris llevándose a sí misma al limite del orgasmo antes de que mis embestidas se hicieran brutales. 

Sentir su cuerpo retorciéndose de placer, experimentar los espasmos de su vientre y la forma como mamá se aferraba de las sábanas mientras su concha me apretaba con una fuerza inaudita, pronto me llevó a derramarme en el interior de mi madre, sin dejar de moverme, regando mi semen en su vagina, dejando que se derramara fuera de su cuerpo y se embadurnara en sus piernas, mientras dejaba caer mi peso sobre su cuerpo y besaba su cuello, lamía su piel y apretaba con fuerza sus senos.

Esa noche caímos rendidos sin decir una sola palabra, quedando dormidos en el acto, tras un día lleno de emociones tan divergentes y una noche repleta de actos indecentes.

Desperté al día siguiente cerca del mediodía, mirando al techo, recordando poco a poco lo que hice con mi madre por la noche, sintiendo un dolor en el estómago al darme cuenta de que habíamos cometido incesto, antes de mirar a un lado y encontrarme con el rostro de mamá, quien con una sonrisa y una mirada astuta, solo se limitó a decir tres palabras:

– Buenos días, extraño.

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