MI ESPOSA, TU TRIBUTO

«… y robarle un largo y sonoro gemido que resonaría en mi memoria por el resto de mi vida …»

por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/

Nos casamos antes de que la pandemia llegara, mucho antes de que las primeras mutaciones aparecieran y las zonas de exclusión se convirtieran en una realidad. 

Fuimos llevados con nuestras pocas pertenencias a la zona A4, donde nos fue asignada una habitación junto con las tareas que deberíamos llevar a cabo para poder vivir ahí, en medio de una ciudad amurallada que nos separaba de los mutados, que nos separaba de la muerte. 

Recuerdo el rostro aterrado de mi mujer cuando vio por primera vez a uno de los mutados, mientras escapábamos en dirección a la zona de exclusión. Apenas puedo creer que lograra superar el haber visto a un hombre siendo mutilado por el filo de mi machete, mientras ella se quedaba completamente paralizada, después de haber estado a punto de haber sido brutalmente asesinada.

Los primeros meses en la zona de exclusión no fueron tan malos. Trabajábamos por días enteros reforzando la muralla, a veces ayudando en el campo o reforzando la muralla y en otras ocasiones trabajando en la cocina. Pasó algo de tiempo para que nos fueran asignados roles fijos, enviando a mi esposa a las parrillas para preparar la comida de quienes vivían en la zona A4, y a mí a trabajar a la muralla, haciéndome cargo de la instalación de los cercos electrificados.

Todo iba más o menos bien hasta que la Ley de Gratificación fue aprobada. Una ley que permitía a los a los guardianes, aquellos que se encargaban de patrullar los alrededores de la zona de exclusión para protegernos de invasiones mutantes, recibir tributos por parte de cada mujer en la zona de exclusión, como una compensación al peligro que corrían al arriesgar su vida para protegernos a todos.

Cuando la ley fue promulgada, ninguno de los dos teníamos idea de qué era lo que en realidad significaban aquellas palabras. Nunca nos hubiéramos imaginado que un gobierno permitiría tal clase de abominación, que legalizarían la violación como una forma de impuesto que las mujeres debían pagar a los guardianes, sin importar el estado civil de la chica o su estado de salud.

Pasaron algunos días sin que nuestra habitación recibiera la visita de los guardianes, pero noches enteras fuimos incapaces de conciliar el sueño mientras escuchábamos los gritos desesperados de las mujeres que en aquel momento eran violadas, las súplicas que gritaban para que los guardianes se detuvieran, los gritos de frustración de esposos que eran obligados a mirar como hombre tras hombre entraba en el cuerpo de sus mujeres, enseñando de esa forma a un pueblo oprimido, a rendirse ante la fuerza militar de esos salvajes ante quienes debíamos rendir pleitesía.

Las historias de lo que pasaba cuando los guardianes llegaban a  una casa, eran horribles, las anécdotas de las sobrevivientes, las secuelas que dejaba cada noche en que se hacía cumplir la ley de gratificación, eran tan devastadoras que incluso algunas de ellas se quitaron la vida. 

Alejandra y yo sabíamos que nada de lo que hiciéramos evitaría que tarde o temprano aquella aberración nos alcanzara. Lo hablamos muchas veces, tratando de asumir lo que pasaría de la mejor forma posible, ideando un plan para hacer que aquello fuera menos doloroso y violento para ella, que no la rompiera por dentro como lo había hecho con muchas otras mujeres, quienes intentaron resistirse a lo que pasaría, quienes lucharon para evitar ser violadas por esos animales.

El día de nuestro turno llegó, lo sabíamos porque solamente nuestra habitación faltaba de cumplir la ley de gratificación. Ale se preparó para ello, recogiendo su cabello, esperando sentada en la cama, vistiendo nada más que una playera suelta, sin ropa interior que dificultara cumplir los deseos de los guardianes que esa noche nos visitarían. Yo esperaba sentado en una silla a un lado de la cama. Ninguno de los dos era capaz de levantar la mirada, mientras éramos presas del miedo y los nervios que hacían temblar todo nuestro cuerpo. Dos golpes secos cimbraron la puerta.

– ¡Guardianes! ¡Venimos a cobrar su tributo con base en lo estipulado en la ley de gratificación! – vi los ojos de mi esposa abrirse mucho, mirarme al fin, aterrada, pero sabiendo que no teníamos más opción que cumplir con esa maldita ley absurda. 

Me levanté y crucé la habitación para abrir la puerta, solamente giré la manija y regresé pacíficamente a la silla en la que me había sentado antes de la llegada de los mal llamados guardianes. 

Un hombre alto y uniformado de negro, entró en la habitación, mirándome con sorpresa, supongo que estaban acostumbrados a recibir una mayor resistencia, nunca hubieran esperado que no hiciera el intento por resistir ante algo que me resultaba evidentemente inevitable.

Tres hombres más entraron, mostrando en sus rostros la misma expresión que mostraba el hombre que aparentemente era su líder. Todos sonrieron cuando vieron que mis ojos comenzaban a liberar algunas lágrimas, pero no dijeron nada por algunos segundos, no me prestaron la más mínima atención y solamente se concentraron en mi aterrada esposa.

El líder del grupo se quitó la metralleta de los hombros, se sacó de encima la casaca y se bajó el pantalón, liberando de esa forma un pene enorme que era difícil de ignorar. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando sin decir nada, el tipo tomó a Alejandra de la coleta y la obligó a arrodillarse ante él, a escasos centímetros de donde yo estaba.

Lo habíamos hablado muchas veces, la única forma de que no la rompieran por dentro era que se mostrara todo lo cooperativa que pudiera, que hiciera lo que le ordenaran sin resistirse, sin oponer la más mínima de las objeciones.

Vi con pesar como Ale abrió su boca tan grande como le fue posible para que el hombre metiera en ella su gordo y enorme miembro. Presencié como la tomaba de la cabeza y forzaba la entrada de su pene, haciendo que mi mujer diera arcadas cuando su miembro llegó a su garganta, un momento antes de acostumbrarse a su tamaño, antes de que los movimientos de su cabeza se hicieran fluidos, mientras ella se aferraba a las piernas del hombre.

– Levántate y recuéstate en la cama – le ordenó el tipo tras algunos minutos, ella obedeció sin rechistar, mostrándose agitada, pero en su rostro había desaparecido aquel gesto de terror con que recibió a esos hombres – quitate la blusa.

Verla desnuda, acostada en nuestra cama y con las piernas abiertas, respirando con ansiedad y sin apartar la mirada del miembro de ese tipo, provocó que el estómago se me revolviera, que tratara de recordar que esa era la forma correcta de hacer las cosas, que solo así impediríamos que Alejandra sufriera; sin embargo, en todo nuestro plan nunca imaginé lo difícil que sería mirar a mi esposa disfrutando tanto de ser cogida por otro hombre.

El tipo terminó de desnudarse y se arrodilló a los pies de la cama, delante de mi mujer, hundiendo su cabeza entre sus piernas para llevar sus labios a la vulva de Alejandra y robarle un largo y sonoro gemido que resonaría en mi memoria por el resto de mi vida.

Mientras él besaba su vulva, la penetraba con sus dedos y acariciaba sus senos, ella gemía sin control, cerrando sus ojos y arqueando su espalda, dejándose llevar por lo que ese desconocido le hacía, tomando la cabeza del hombre y apretándola en contra de su vientre, tratando de sentirlo más adentro de ella, de gozar de sus caricias tanto como pudiera, olvidándose por completo de mí.

El hombre se levantó y recorrió el cuerpo de mi esposa con su lengua, besando su piel y mamando sus senos con pericia, haciendo que Alejandra se sintiera en las nubes, que gimiera con una sonrisa en los labios mientras él la penetraba despacio, de una forma que le resultó tan placentera a mi mujer que de inmediato lo abrazó con sus piernas para empujarlo a su interior, para sentirlo tan adentro como pudiera, antes de que el guardián comenzara a cogérsela frente a mí, haciendo que gimiera enloquecida ante un placer tan grande que yo jamás podría brindarle.

Fue ella quien abrazó su cuello y lo acercó a su boca, fue ella quien besó sus labios y provocó aquel baile de lenguas que resultaba evidente incluso para mí. Me costaba trabajo mirar la escena, pero no era capaz de apartar la mirada mientras un hombre extraño se cogía a mi esposa, haciéndola desear que aquello nunca terminara, mientras el choque de sus cuerpos resonaba en las paredes, acompañado por el sonido del colchón que se comprimía con cada embestida que ese hombre le daba a mi esposa. 

Los senos de Alejandra fueron besados nuevamente por el guardián. Ella sonreía mientras gemía, disfrutando de cada cosa que le hacía, de cada beso, caricia y cada ocasión en que el miembro de ese hombre llenaba su vientre.

– ¿Quieres que me venga dentro de ti? ¿Quieres que te llene de mi leche? – dijo el hombre, mirándome mientras lo hacía, sin apartar la mirada de mis ojos mientras mi esposa le respondía.

– ¡Sí! ¡Hazlo! ¡Por favor! ¡Ay! ¡Lléname! ¡Lléname de tu leche! ¡Ay!

Mis ojos se abrieron sorprendidos ante las palabras de Alejandra, mientras miraba aterrado como ese tipo le daba una última estocada para dejar completamente adentro su miembro, expulsado todo su semen en el interior de quien creía que era mi mujer, pero que ahora claramente le pertenecía a alguien más, pues en aquel momento no dejaba de gemir, buscando los labios de ese hombre para besarlo apasionadamente mientras se vaciaba en su interior.

En cuanto el tipo salió de ella, se miraron a los ojos, sonrientes, agitados por el esfuerzo. El hombre se vistió sin dejar de mirarla y antes de abandonar la habitación se despidió de ella con un beso. 

– Nos vemos en un mes amor, no me olvides – dijo el hombre. Alejandra no dijo nada, pero pude ver como una sonrisa enorme se dibujaba en sus labios, mientras otro tipo se desnudaba frente a ella, se abalanzaba sobre su cuerpo y ella lo recibía con una sonrisa. No lo soporté más y salí de la habitación ante las carcajadas de los guardianes que me miraron burlones al dejar atrás a Alejandra, sabiendo que ella estaría bien, aunque en realidad lo que pasara con ella me había dejado de importar,desde el momento en que sonrió ante la idea de volver a coger con ese tipo.

Me quedé sentado afuera de la habitación por cerca de una hora, pues un guardián en el pasillo no me dejó marcharme de ahí. Me vi obligado a escuchar los gemidos de Alejandra, sus risas, su voz al suplicar que le dieran más fuerte, que se vinieran sobre ella. Un martirio que duró un par de horas hasta que los guardianes al fin salieron de la habitación, dejándome creer que todo se había acabado, pero solamente fueron a buscarme. Uno de ellos me miró, parado frente a mí, completamente vestido con su uniforme.

– Fue muy poco caballeroso y descortés que dejaras sola a tu esposa, pero hemos acabado con ella y ahora te extraña – dijo el soldado mientras los otros dos me levantaban por los brazos y me llevaban al interior de la habitación.

Ver a mi mujer en la cama, sonriente, con las piernas abiertas mientras el semen escurría de su vagina y de su boca, provocó en mí un sentimiento de odio que jamás había experimentado. Una ira que era completamente nueva y que solamente se incrementó cuando ella me miró a los ojos mientras su mano se llevaba a la boca los restos de semen que le habían dejado esos hombres esparcidos por la cara.

Era claro que lo había disfrutado demasiado, que yo me había convertido en nada más que una burla para quien antes había sido la persona más importante en mi vida. Ya no quería estar con ella, no quería compartir la cama con esa mujer y sabía cómo podría deshacerme de Alejandra en ese mismo momento, pues ambos nos habíamos tomado el tiempo para conocer aquella nueva ley.

– Tengo entendido que un hombre puede hacer una donación voluntaria al cuerpo de guardianes, y que al hacerlo quedaría exento de por vida de pagar el tributo que demanda la ley de gratificación en caso de que en algún otro momento decidiera casarme ¿Es correcto? – la sonrisa de Alejandra se borró de su rostro, pero la del soldado se ensanchó alegremente.

– Es correcto.

– Entonces, quiero donar a mi esposa al cuerpo de guardianes…

– Espera Ramiro, ¿qué estás haciendo? – dijo ella, aterrada, pues habíamos leído juntos los estatutos de la Ley de Gratificación, y sabía que lo que estaba haciendo la condenaría a convertirse en una puta permanente para los guardianes, algo tan cercano a un estado de esclavitud que era difícil distinguir la diferencia. 

– Me parece que ella ha disfrutado tanto esta noche, que seguramente estará más feliz bajo el cuidado de ustedes caballeros, así que pueden disponer de ella desde este preciso momento.

Los gritos de Alejandra y las súplicas que me dirigió mientras los hombres se la llevaban, no tuvieron el más mínimo efecto en mí; no era capaz de olvidar lo que había presenciado minutos atrás, la sonrisa que le dedicó a ese primer hombre y la mirada de añoranza que se presentó en su rostro ante la promesa de volverse a encontrar con él. 

Esa noche me quedé solo en mi habitación, giré el colchón para recostarme en la parte limpia, después de cambiar las sábanas y las cobijas y desechar aquellas que habían sido manchas con el semen de esos hombres. Esa noche dormí con tanta paz y tranquilidad como no lo había hecho en mucho tiempo. 

Pasaron algunos meses antes de que volviera a ver a Alejandra, encontrándome con una mujer demacrada, vestida con ropa sucia y desgastada, sirviendo de comer a los guardianes a quienes ahora pertenecía, quienes le tocaban el culo y los senos con descaro, sin que ella hiciera nada por impedirlo.

Su mirada se encontró con la mía, haciendo que ella se quedara congelada al verme vistiendo el uniforme de guardián en mi primer día de trabajo, tras haber completado el entrenamiento y recibir mis primeras órdenes. 

La miré todo el tiempo mientras iba a la cocina y regresaba con mi comida: un emparedado y un vaso de jugo, un desayuno apropiado antes de partir a mi primera misión. Dejó la comida sobre la mesa y se quedó parada a mi lado, mirándome con los ojos llorosos. Levanté la cabeza para encontrarme con ella, su cuerpo temblaba aunque no sé si de rabia, temor o arrepentimiento. Ahora era yo quien sonreía.

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