LUBRICACIÓN

«…Todo lo que está vivo está húmedo, decía Tales de Mileto…»

por Francisco J. Rodríguez Luis

En la reciente operación de hernia constaté que, ante la inminencia de un suceso más grave, dejan de tener importancia tus antiguos pudores y vas mostrando con naturalidad a médicos, auxiliares y enfermeras tus intimidades. Desnudo en la mesa de operaciones, ya insensible de cintura para abajo por efecto de la anestesia, te dejas hacer, te entregas sin prejuicios a las manos expertas en las que depositas toda tu confianza. Sientes como las enfermeras te rasuran la zona y te manipulan los testículos y el pene insensible. Ambos miembros los siento, por la anestesia, como si fueran más grandes, monstruosos casi.

Después de la intervención, en la habitación 225 me sorprendió un terrible retortijón de barriga que relacioné con la acumulación de gases. El dolor tan intenso me hizo llamar a las enfermeras. Una doctora muy joven dictaminó que era problema de la vejiga y que tenían que sondarme para extraer la orina y remitiera el dolor. Como aún estaba bajo los efectos de la anestesia no sentí ninguna molestia. La joven doctora y su ayudante realizaron toda la operación con presteza y manipularon mi pene con delicadeza mientras me iban explicando los pasos del proceso. Me llamó la atención que lubricaran el miembro para introducir la cánula liberadora del dolor.

Toda penetración requiere lubricación. Todo lo que está vivo está húmedo, decía Tales de Mileto. Se requiere pausa, suave deslizamiento. Incluso para transmitir e inculcar ideas. Esto ya lo sabía Sócrates quien no pretendía apabullar al público con largos y brillantes discursos, sino que practicaba un sereno diálogo donde él y el interlocutor llegaran a un consenso, un acuerdo sobre la definición, el parto de una idea. Su mayéutica era una sonda lubricada de ideas. 

Esa noche en la incómoda cama articulada tuve un sueño muy extraño pero muy intenso, muy vívido. Soñé que me visitaba una enfermera alta y hermosa a la que se le apreciaban sus pezones pugnantes bajo un traje de asillas blanco vaporoso. Sin mediar palabra, bajó la baranda lateral de la cama y me besó con sus carnosos labios mientras introducía la lengua ansiosa. A su vez buscó mi pene y comenzó a moverlo con manos expertas hasta conseguir una espléndida erección. En el sueño toqué sus pechos, los estrujé y pellizqué sus pezones excitados; ella se alongó hasta que estuvieron al alcance de mi boca y mi lengua para chupárselos y mordisquearlos.  Ella seguía sobando mi polla, mis testículos y el perineo endurecido cada vez con más intensidad. Subí su traje y recorrí con mi mano libre el contorno de sus hermosas nalgas, aparté sus braguitas e introduce mis dedos en su coño rasurado y enfangado de humedad. Entonces ella se precipitó sobre mi pinga y se la metió en su boca carnosa y experta, la chupó, lamió, mordisqueó hasta que apoyó su mano en la herida de la hernia. En ese momento me desperté todavía con la sensación de un dolor agudo en el costado. Me miré el pene, seguía lánguido por el efecto de la anestesia, en el nido de mis testículos dilatados.