«…Por estos sí que me dejaría dominar, me abandonaría a sus pretensiones, claudicaría a sus deseos…»
por BÓREAS SANFIEL
Me gusta viajar en guagua, lo hago a diario. Habrá quien espera que diga que es por un motivo ecológico, pero no es así. Vivo en zona de extrarradio, o rural, más bien una mezcla de ambas cosas; vivo en un pueblo no muy grande cerca de una zona poblacional grande, esto es lo exacto. Supongo que en ciudades masificadas en las que las plazas de aparcamiento son escasas, y la frecuencia horaria es amplia, el dejar el coche de lado tiene una justificación y hasta un beneficio, pero cuando se reside en una zona en la que el transporte público no cumple con el horario y tan pronto no te pasa una guagua en más de una hora, como después en quince minutos pasan tres, cuando tienes que cumplir un horario laboral, usar el transporte público puede convertirse en una odisea nada agradable. Aún así, me gusta viajar en guagua. Ojalá fuese rico, ojalá me tocase una lotería o algo así, para poder viajar todo el día en guagua sin preocuparme de tener que llegar a tal sitio a tal hora.
Me gusta viajar en guagua, y me gusta porque puedo dedicarme a mirar hombres, e imaginarme cómo son y qué hacen. Me fijo en todos, desde el chófer, para mí es una decepción cuando es una mujer (sí, ya sé que hay que derribar las barreras laborales y salariales entre hombres y mujeres, que debemos lograr una sociedad inclusiva para ambos géneros, pero yo no me acuesto con mujeres) como en todos los que suben después de mí, no tanto en los que ya están sentados cuando yo llego, es demasiada información que procesar en demasiado poco tiempo, y siempre aparece algo digno de admiración que sube las escalerillas, paga el billete y pasea el pasillo cuando yo ya estoy cómodamente sentado en mi plaza y tengo todo el tiempo que dure su desfile para recrearme la vista, para analizar su cara y
sus manos.
Las manos. Qué tendrá ese apéndice con una labor tan funcional y que, sin embargo, tanto me atrae. No es que imagine cómo me acarician, me agarran, me sujetan, no es eso. Muchas veces he oído, creo que todos lo hemos hecho, que las manos son un reflejo del miembro viril, que, observando cuidadosamente su morfología, podemos llegar a acertar, en un alto grado, cómo es el pene del propietario de ambas delicias (el pene y las manos). Se supone que, si analizamos el ancho de la palma, el grosor y longitud de los dedos, esto combinado con la forma y tamaño de la nariz, sabremos de forma muy aproximada con qué te amaría; no deja de ser gracioso que nos fijemos en todas aquellas partes visibles que tienen una cierta forma fálica, y, sin embargo, dejamos de lado los pies, por ejemplo, y creo que esto es porque normalmente están ocultos. También es cierto que no encuentro nada de atractivo en los pies, no tengo ese fetiche; ya sé que hay gente que sí, cada uno con sus gustos. También me fijo en las uñas, pero no si están limpias o cuidadas, que también, sino en su morfología; si los dedos son espejos en los que se refleja la verga, las uñas han de serlo del prepucio, ¿no? Lo que realmente me excita es que haya una consonancia estética entre dedo y uña, que, si un dedo es largo y fino, mis favoritos, las uñas tengan la misma forma; no me atraen nada esas manos toscas, anchas, con dedos gruesos y cortos coronados por uñas estrechas y finas, se me asemejan a los falos que yo llamo punta de flecha, que se ensanchan más cuanto más se acercan a la base. Esos no me gustan.
También me fijo en la cara de mis compañeros de viaje. No si son guapos o feos, bueno, en eso también, no soy tonto, sino más bien imagino la cara que pondrían al eyacular. Esto, por supuesto, entra dentro de la mera especulación, hasta ahora. Y esto quiero remarcarlo bien, nunca me he acostado con ninguno de esos hombres que he encontrado en la guagua, aunque alguna vez ya ha habido algún tonteo, algún amago de llegar a tener algo íntimo, y no dudo de que, tarde o temprano, llegue a pasar; hasta ahora no se ha dado. Esto es, básicamente, lo que analizo. Ya imagino que suena raro, pero recomiendo a todo el mundo que intente este ejercicio de imaginación, les sorprendería los resultados. Cierto es que, para poder lograr esto, hay que tener una amplia experiencia en el sexo, haber practicado mucho, con muchos hombres distintos, y haberse estado fijando constantemente en sus caras cuando tiene lugar el culmen del acto sexual. Yo poseo, no me da vergüenza reconocerlo, esa experiencia. Por esto, los miro a la cara y no me resulta difícil imaginar su gesto cuando se vacían. En esto debo reconocer que me he llevado sorpresas, porque he visto varios hombres con cara de vicio total para después, en nuestro polvo imaginario, convertirse en un egoísta que termina en un suspiro, con un gemido demasiado hosco y breve, y retirarse inmediatamente, sin tener en cuenta si yo ya he llegado al orgasmo o no. Otros, sin embargo,
de rostro dulce y cándido, cuando llega el momento, prolongan el orgasmo empujando para dejarlo bien profundo en mi interior, y lo alargan entregándome su placer hasta estar seguros de que he quedado satisfecho. Con ambos me acostaría, pero son estos segundos los peligrosos, porque me apetecería repetir con ellos una y otra vez, y ya sabemos que eso es tentar a la suerte de correr el riesgo de empezar a sentir algo por ellos; eso es algo que no quiero, no quiero relaciones afectivas, solo quiero sexo pleno, excitante y saciante.
Otro punto de mi interés es el cuerpo o, mejor dicho, la actitud. No tanto su morfología, altura, peso, constitución, en esto me he dado cuenta de que no tengo un prototipo de cuerpo que me atraiga, como la personalidad que trasmiten a través de sus movimientos. Que no me vengan de tímidos, me aburren, y lo más que conseguirán es que los ignore; no estoy yo para tomar la voz cantante. Tampoco con aires chulescos, estos son los egoístas que van a descargarse ellos sin preocuparse del otro, además de que no soy de los que se dejan dominar fácilmente; en el sexo, en el amor, debe haber una puja constante, un equilibrio entre ser dominador y dominado. Hay un tercer grupo que, aún no he conseguido averiguar por qué, cuando avanzan entre los asientos, van desplegando una personalidad marcada, esto no significa que sea fuerte, y con el simple hecho de caminar demuestran que son personas seguras de sí mismas, que tienen claro lo que quieren, cómo y cuándo. Estos consiguen que, solo verlos, tenga una erección. Por estos sí que me dejaría dominar, me abandonaría a sus pretensiones, claudicaría a sus deseos. No he renunciado a descubrir qué es lo que me genera este deseo hacia esos hombres, algún día averiguaré qué es lo que me muestra que son ellos la diana de mis anhelos sexuales. Y así, entre miradas casi nunca respondidas, entre manos que podrían llegar a sujetarme, entre caras que son un reflejo del orgasmo, entre cuerpos que me excitan o no, he llegado a mi parada. Aquí me bajo. Mañana más viajes, más hombres.