LOS BESOS DE MI HIJO

«…tan acostumbrada a sentir tan poco placer que en algún momento incluso dejé de esperarlo…»

por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/

Mi nombre es Ana María y esto es una confesión… creo… más o menos… bueno, el punto es que sé que no debí hacerlo, pero se sintió tan bien y llegó de una manera tan natural y de una forma tan paulatina, que cuando ocurrió todo parecía estar bien, como si no hubiera nada malo en lo que hicimos… Ay es que se sintió muy lindo estar con él; pero bueno, no más divagaciones, voy al punto.

Juan Carlos es mi hijo, el único que quisimos tener mi esposo y yo, ya que después de todos los problemas que surgieron en mi embarazo, definitivamente no nos quedaron ganas de otro nene, así que a partir de que Juan nació, comenzamos a cuidarnos con preservativos y también con el implante anticonceptivo, no quería dejar nada al azar y tampoco quería cortar el romance en caso de que se nos olvidaran un día los condones.

Juan, mi hijo, desde muy pequeño fue un chico muy cariñoso, eso me encantaba de él, desde que estaba chiquito pasaba mucho tiempo conmigo, me llenaba de besos y apapachos cada vez que podía, algo que afortunadamente no cambió con el paso de los años, pues a pesar de convertirse en un adolescente siempre que llegaba de la escuela me hacía cosquillas y me llenaba la cara de besos hasta que me deshacía en carcajadas, una actividad que disfrutaba tanto que nunca vi nada de malo en ella, a pesar de que ya se estaba convirtiendo en un hombrecito y de que en ocasiones se le pasaba un poquito la mano y tocaba otras partes de mi cuerpo o de que ocasionalmente llegaba a sentir su cosa un poco más dura de lo que una madre esperaría experimentar con su hijo; pero bueno, al punto al que quiero llegar es que Juan y yo éramos muy apegados, y no es que fuera un chico raro de esos que no pueden despegarse nunca de su madre, para nada, él hacía su vida con su amigos y alguna que otra ocasional novia, pero me agradaba que no tenía ninguna clase de reparo en demostrarme lo mucho que me quería en cada oportunidad que tenía de hacerlo.

La verdad es que siempre tuve una conexión muy fuerte con él, más que madre e hijo éramos una especie de cómplices, del tipo de relación en la que se guardan secretos, en la que se alcanza un punto de comunión en el que las palabras llegan a sobrar para saber lo que el otro quiere o necesita; no obstante, con el paso de los años, específicamente cuando mi muchacho entró en la prepa, tuve mucho miedo de que perdiera esa forma cariñosa que tenía de ser conmigo, así como también llegué a temer que nuestra conexión se fuera desvaneciendo poco a poco hasta convertirme únicamente en su madre.

Sí, lo sé, suena raro, pero trata de entenderme, mi hijo de alguna manera se había convertido en mi mejor amigo, en mi confidente, la persona con quien solía quejare de los problemas que había en mi matrimonio, a quien le decía las cosas que me molestaban, con quien platicaba acerca de mi día a día sin temer que me juzgara o me reprendiera de alguna forma como solía hacerlo mi esposo por aquellos días, quien por cierto era un increíble sujeto y un excelente padre, pero si he de decir la verdad, no era el mejor esposo del mundo, me tenía muy descuidada en más de un sentido y sí, vale, cumplía a rajatabla con su obligaciones, porque no solo llevaba a casa el dinero que necesitábamos para vivir y nos llenaba de lujos y comodidades, sino que siempre se preocupaba de que no nos faltara nada, de darnos lo que deseábamos siempre, sin condiciones y a manos llenas, y también sé que debo sonar horrible por quejarme de él, pero bueno, una chica también necesita apapachos, que le hagan cositas de vez en cuanto, que la procuren a nivel íntimo, que la escuchen, algo en lo que para mi desgracia, mi marido no era precisamente muy proactivo, más allá de un par de ocasiones al mes en las que se sentía ganoso y me hacía lo que quería por un ratito sin dejar que yo terminara nunca, y la verdad es que acariciarme yo sola me parecía muy triste, por lo cual pasé muchos años reprimida, sin saber lo que era un orgasmo, tan acostumbrada a sentir tan poco placer que en algún momento incluso dejé de esperarlo. Suena triste ¿No?

Bueno, pero ¿Por qué te estoy contando todo esto? Pues bien, toda esa represión tiene relevancia por lo que pasó en el último cumpleaños de mi hijo que celebramos antes de verlo marcharse a una universidad que estaba muy lejos de casa, en la que le habían dado una beca por su buen desempeño y a la que lamentablemente para mí, estaba más que encantado de asistir.

Por supuesto que yo estaba completamente en contra de que se fuera, hice todo lo posible porque ingresara a una universidad cerca de la casa para que siguiera viviendo con nosotros unos años más, pero lamentablemente para mí, no importó lo mucho que traté de convencerlo, el mocoso estaba empeñado a largarse y dejar a su madre sola.

Ya sé que sueno egoísta y un poco ruin, pero saber que mi hijo se iba de la casa me ponía muy triste, me hacía pensar en lo que haría por las tardes, en la falta que me haría comer con mi hijo y escuchar sus historias, en lo triste que sería no tener con quien hablar, con quien desahogarme, con quien reír y tener algunos momentos felices en mi cada vez más monótona y aburrida vida.

Aquella tarde de su cumpleaños mi hijo no quiso nada especial, solo nos pidió ir a un lugar brasileño, de esos en los que pasan los meseros con espadas y se come mucha carne, algo a lo que no opusimos la más mínima objeción tomando en cuenta que mi hijo siempre fue un buen chico, por lo que mi esposo y yo decidimos complacerlo, después de todo sería una de las pocas y últimas veces que podríamos pasar el tiempo en familia antes de que se marchara a esa dichosa súper universidad que me lo arrebataría por al menos cuatro años. Sí, estaba muy triste y por más que me esforzaba en ocultarlo no siempre me era posible controlar mis sentimientos y emociones.

Aquella tarde que compartí con mi hijo y mi esposo, estuvo llena de momentos agradables entre las charlas que manteníamos, las bromas que nos jugábamos y el abundante flujo de tragos que iban y venían ¡Claro que la pasé muy bien! Aunque eso solo ocurría cuando no recordaba que mi hijo se marcharía en poco tiempo ¡En serio intenté que me hiciera feliz el saber que mi hijo estaba cumpliendo su sueño! Pero ¿Era mucho pedir que lo cumpliera cerca de mí?

Entre trago y trago y los innumerables brindis que mi esposo hizo en honor a mi hijo, sintiéndose orgulloso de lo mucho que Juan había logrado a tan corta edad, como puede resultar obvio, mi esposo se puso como una cuba antes de terminar de comer, algo que lejos de molestarme me hizo mucha gracia ¡Fue muy divertido verlo así! Y es que mi marido era el tipo de hombre sobrio y sentimentalmente alejado de la gente, siempre serio y formal, algo que esa tarde olvidó por completo cuando se ponía a brindar con desconocidos e incluso cuando cantó un par de canciones a todo pulmón, alegre de saber que su hijo tendría un futuro digno y prometedor.

Yo estaba fascinada con esa faceta de mi esposo, la verdad es que me hubiera encantado que se comportara así todo el tiempo, que siempre fuera tan jovial, extrovertido y alegre, principalmente cuando estaba solo conmigo, pero lamentablemente sabía que era el alcohol lo que había provocado tal clase de comportamiento en mi querido marido.

Cuando el momento de marcharnos llegó, mi esposo tuvo que ser llevado hasta el auto en calidad de bulto, cargado por mi hijo y por un amable mesero que se ofreció a ayudarnos hasta dejarlo sentado en el asiento de atrás, unos segundos antes de que se acurrucara en el asiento y comenzara a roncar de una forma tan estruendosa que incluso llamó la atención de un par de personas que estaban cerca del auto.

– Nunca lo había visto ponerse así – dijo Juan mientras lo miraba desde el asiento del copiloto, a la vez que se colocaba el cinturón de seguridad, sonriente al saber que su padre se había divertido como pocas veces en la vida.

– Está muy orgulloso de ti, cuando le dijiste que tenías esa beca casi llora de la emoción, supongo que esta fue su forma de expresar lo feliz que se siente – dije, tratando de que mi voz sonara al menos desinteresada, pero mi hijo era demasiado listo como para no darse cuenta de que hablar de ello me molestaba mucho, que incluso llegaba a dolerme.

– Sigue sin gustarte la idea de que me vaya – dijo Juan mientras yo echaba a andar el auto, fingiendo que no lo había escuchado, intentando evitar el momento de verme obligada a hablar pues estaba segura de que el temblor de mi boca delataría lo mucho que aquello me molestaba – mamá solo será por unos meses, vendré en vacaciones de verano y de fin de año, no será tan malo – expresó Juan tratando de animarme con esa forma tan tierna y atenta que lo hacía cada vez que aquel tema salía a la luz; pero la verdad era que no importaba lo que me dijera, de igual forma se largaría de casa al final del semestre y eso me hacía enojar con mi hijo, con mi esposo y con esa estúpida universidad que me lo iba a quitar.

– Yo no he dicho nada – dije apenas en un hilo de voz mientras fingía concentrar toda mi atención en el camino.

– Ajá, claro, pero no tienes que decir nada para saber que estás molesta por ello ¿Acaso quieres que deje pasar esta oportunidad?

– No, eso no, no lo quiero – contesté, derrotada ante algo que no podía debatir, pues si bien quería que mi hijo siguiera cerca de mí, no quería destruir sus sueños ni mucho menos su futuro – ya sé que te tienes que ir y… y que debes hacerlo, ¿Vale? Pero no puedes culparme por extrañarte mucho, eres mi único hijo y siempre estamos juntos… solo digo que será difícil acostumbrarme a que no me estés dando lata todos los días, a no tener que lavar tus calcetines apestosos y ver cómo te acabas la despensa de un mes en una semana – bromee para tratar de relajar un poco las cosas y no hacer sentir mal a mi hijo por lo que no podía y ni siquiera debía tratar de cambiar. Él sonrío un poco pero su mirada se deslizó hacia abajo, a sus manos que se entrelazaban mientras sus pulgares jugaban entre ellos.

– Vale, yo también te voy a extrañar, no voy a conocer a nadie allá, no voy a tener con quien platicar, al menos no en algunos meses, pero tú al menos tienes a papá y bueno… – una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro – siempre está la opción de tener otro hijo para no aburrirte o al menos intentarlo hasta el cansancio.

– ¡Tonto! – le solté, antes de que ambos nos riéramos de forma estruendosa, pues él sabía que mi vida íntima con mi marido no era muy buena ni regular.

Durante el resto del camino a casa, mi hijo se dedicó a hablar de cualquier tema que nos alejara del hecho de que se iría de la casa, y la verdad es que fue lo mejor que se le pudo haber ocurrido, porque por todo ese rato la pasamos riendo y bromeando, compartiendo uno de esos momentos especiales entre madre e hijo mientras mi esposo seguía roncando en el asiento de atrás, hasta que al fin alcanzamos nuestro destino y estacioné el auto en el garaje de la casa.

– Bueno, ahora me tendrás que ayudar con papá, sigue en calidad de bulto y dudo que pueda llevarlo yo solo a su cuarto – expresó Juan, un poco preocupado por su padre.

– También podríamos dejarlo aquí por andar de borracho – comenté sin evitar que una risilla se escapara de mi boca, mientras mi hijo negaba con la cabeza, pero también sonreía – no me veas así, pensaba taparlo con una cobija – ambos reímos mientras descendíamos del auto, antes de enfrentar al problema que suponía bajar a mi esposo del vehículo y llevarlo hasta su cama, o al menos hasta el sillón de la sala.

No fue fácil hacerlo, de hecho, como para ese momento mi marido estaba completamente noqueado, mi hijo tuvo la idea de agarrarlo de las manos y que yo lo agarrara de los pies para meterlo de esa forma a la casa, de la misma forma que un grupo de chicos agarraría a un amigo antes de lanzarlo a una piscina, una idea que se me presentó justo en ese momento, haciendo que soltara una carcajada y que dejara caer a mi esposo accidentalmente (seguro que si hubiera estado despierto le hubiera dolido el costalazo que se dio al caer de espaldas) pero he de decir que después de aquel pequeño tropiezo no hubo otro contratiempo y, de hecho, nos acomodamos tan bien llevando a mi esposo de esa forma, que no nos detuvimos hasta que llegamos a la habitación y no sin algo de esfuerzo lo subimos a la cama, dejándolo acostado boca abajo, noqueado, tal vez en estado de coma etílico, porque a ese señor no lo despertaría ni el trompeteo de un elefante aunque estuviera en la misma habitación.

– Necesito un trago ¿Te unes? – le pregunté a mi hijo, quien no había recuperado aún el aliento y solamente asintió con la cabeza, antes de que saliéramos de la habitación, bajáramos las escaleras y nos dirigiéramos a la cantina, sudando un poco por el esfuerzo, sintiéndonos un poco mareados después de lo que ya nos habíamos bebido en el restaurante.

– Quien pensaría que estando tan flaco podría pesar tanto – dijo Juan, haciéndome sonreír mientras servía un par de tragos con refresco, antes de que viera a mi hijo beber de su vaso y nuevamente me azotara la odiosa idea de tener que despedirlo en poco tiempo.

– ¿Ya has empezado a arreglar tus cosas para la universidad? – solté de pronto, como si tal cosa, haciendo que mi muchacho me volteara a ver con gesto de exasperación, mientras le daba un trago enorme a mi bebida y desviaba la mirada para no encontrarme con la suya.

– Estás empeñada en sacar ese tema cada que puedes, mamá, pero aún no me voy, todavía estoy aquí, no deberías estar sufriendo por adelantado – me reprendió.

– Ya sé – dije con la cabeza agachada, torciendo la boca como niña chiquita, mientras suspiraba resignada.

– Vamos, mamá – dijo Juan mientras iba a mi lado y me abrazaba por los hombros, dejando que recargara mi cabeza sobre su pecho y lo abrazara por la cintura – estoy seguro de que no será tan malo, ya verás que las primeras vacaciones llegaran en un abrir y cerrar de ojos; pero aún así no quiero que sigas así, al menos no mientras estoy en casa, mejor dime ¿Qué puedo hacer para que estés más contenta? Solo tienes que decirlo y lo haré, no importa lo que sea – una sonrisa se dibujó en mi rostro.

– Vale, entonces quiero muchos apapachos de aquí a que te vayas, muchos besos y muchos mimos, quiero que todos los fines de semana que quedan la pasemos juntos, que comamos juntos a diario y quiero… ¿Qué más quiero? – mi hijo soltó una risotada y sin esperar un solo minuto comenzó a abrazarme con fuerza y a llenarme la cara de besos, haciendo que me retorciera por las cosquillas que sus mimos me provocaban, que tratara de escapar de sus brazos ante aquella divertida tortura que me estaba propinando mientras él no se rendía en su intento por hacerme feliz.

– ¡No, claro que no! ¡No vas a huir de mí! ¡Tú lo pediste y ahora lo vas a tener! – dijo divertido mientras me abrazaba desde atrás de mi cuerpo, rodeando toda mi cintura con sus brazos, picándome las costillas con sus dedos mientras me daba tronados besos en el cuello y, para sorpresa mía, sentía cómo algo crecía y se restregaba en mi trasero.

¿Fue raro? Sí… bueno, al principio, sí… solo por un par de segundos, tal vez menos… bueno, está bien, no, no fue tan raro como hubiera pensado que sería si en algún momento de mi vida me hubiese imaginado tal clase de situación entre madre hijo; la verdad es que me encantó sentirlo de esa forma, no lo voy a negar, estaba tan reprimida en mi matrimonio y anhelaba tanto tener a mi hijo cerca, que sentirlo de esa manera… ¡Por dios! ¡Fue maravilloso! Me hizo temblar de nervios en cuanto lo sentí endurecerse en mi trasero, me hizo morderme el labio e incluso parar el culo para sentirlo más apretado contra mi cuerpo.

Y él no dejo de atacarme de esa forma, haciéndome cosquillas y besando mi cuello, mis hombros, mientras yo fingía tratar de soltarme de su agarre, moviendo sus brazos en débiles movimientos de defensa, provocando que sus manos me tomaran de los senos, que su verga se enterrara con más fuerza en mi trasero, perdiendo la cabeza mientras sentía cómo se mojaban mis bragas y en un arranque de locura mi mano bajaba hasta la entrepierna de mi hijo y lo tocaba, haciendo con ese simple acto que toda actuación y pudor que pudiéramos tener se fuera a la mierda, provocando que nos volviéramos descarados en la forma como nos tocábamos, que fuéramos plenamente conscientes de lo que estábamos haciendo, que mi hijo me apretara los senos con sus manos mientras yo hacía lo propio con su hermoso paquete, alargado, grueso y que se sentía tan duro como si estuviera tocando una roca.

Juan no dejaba de besar mi cuello aunque ahora lo hacía de una forma sensual y enloquecedoramente erótica, robándome suspiros, gemidos, haciendo que mi piel se erizara y una enorme sonrisa se abriera paso entre mis labios mientras bajaba su cierre y liberaba al enorme monstruo que descansaba entre sus piernas, sintiendo de pronto la necesidad de verlo, de voltearme para mirar los ojos de mi hijo, de hacer que todo aquello fuera real y tener la certeza de que ambos queríamos que pasara algo más íntimo entre los dos.

Giré mi cuerpo y encaré a mi hijo sin pensarlo demasiado. Él estaba nervioso, tal vez un poco confundido, me miraba como esperando un regaño, como esperando que aquello terminara, seguramente no imaginaba lo que pasaría a continuación, que su mami lo mirara con una sonrisa en los labios, un gesto que fue provocado por el brillo de ternura que vi en sus ojos mientras acariciaba su pelo con mis dedos.

– No es fácil ver que te has convertido en un hombre, mi amor – dije sonriente, un segundo antes de cerrar los ojos y acercarme a él, de experimentar la electricidad que sus labios descargaron en mi cuerpo al besarme, la forma como mis senos se aplastaron contra su pecho cuando nos abrazamos como si no quisiéramos separarnos nunca, mientras las manos de mi hijo bajaban a mi trasero y lo apretaba con fuerza, a la vez que podía sentir su endurecido miembro en la parte baja de mi abdomen y me apretaba contra el cuerpo de mi hijo para sentirlo enterrándose en mi cuerpo.

Una vez más me separé de él, sintiendo cómo la temperatura de mi cuerpo subía, viendo la cara de excitación de mi hijo, experimentando cómo los fluidos de mi conchita empapaban cada vez más mis bragas.

– Esto será un secreto entre tú y yo ¿Vale? – dije con la misma voz que empleaba con mi hijo cuando era un niño, cuando le pedía que no dijera lo que había hecho para que su papá no lo regañara – no puedes decírselo a nadie ¿Sí?

– Sí, mami, será un secreto entre tú y yo – contestó mi sonriente muchacho antes de que le diera un pico en sus labios y me arrodillara frente a él, mirando todo el tiempo hacia arriba, a sus ojos, mientras mi mano se apoderaba de su sexo y lo acariciaba, antes de que mi boca se abriera tanto como podía para sentir el calor de su verga al entrar en contacto con mi lengua, deleitarme con el olor a hombre que despedía su verga y dejarme llevar por la increíble sensación que me provocó ver a mi hijo echando su cabeza hacia atrás, poniendo sus ojos en blanco y llevar sus manos a mi cabeza mientras mi lengua acariciaba su miembro con suavidad y mis labios sellaban toda salida de aire para succionar su delicioso pene con fuerza, moviéndome con el ritmo perfecto para enloquecer a mi hijo, para hacer que gimiera y se dejara llevar por el placer que mami le estaba provocando.

Sin sacar su miembro de mi boca desabroché su pantalón y lo bajé junto con sus bóxers, para deleitar mi tacto con la sensación de sus huevos mientras los acariciaba y mi hijo comenzaba a mover sus caderas, apretando mi cabeza por la nuca, sintiendo cómo forzaba su miembro en mi garganta, haciendo que mis manos temblaran de la excitación y se aferraran a sus nalgas para apretarlas con desesperación mientras sus testículos chocaban una y otra vez contra mi barbilla.

Estaba encantada de tener a mi hijo en la boca, de escuchar sus gemidos, de sentir sus manos y saber que lo estaba disfrutando tanto; de hecho, si hubiera dependido de mí, podría haber pasado el resto de la tarde y la noche con la verga de mi hijo en la boca, era demasiado sabrosa como para desperdiciarla, pero mi chico tuvo una mejor idea, una que cambió la forma como ese chamaco y yo nos relacionaríamos a partir de ese momento.

– Mami, aún no me quiero venir ¿Me dejarías hacerte el amor? – un pinchazo en mi corazón, un estremecimiento en todo mi cuerpo, una sensación intensa y sorpresiva de placer entre mis piernas, todo pasó en un solo instante mientras miraba a mi hijo a los ojos sin dejar de mamar su verga y asentía sintiendo cómo su pene se deslizaba hacia fuera de mi boca.

Me puse de pie para besarlo una vez más, abrazándome de su cuerpo, pegándome a él para sentir su sexo restregándose contra mí, lo hice girar hasta que quedó de espaldas al sillón para luego empujarlo y ver cómo caía sentado mientras sonreía sin dejar de mirarlo a los ojos.

Deslicé el cierre de mi vestido lentamente y luego lo dejé caer al suelo, deleitando mi mirada con la forma como los ojos de mi hijo se desviaron hasta mis senos, apenas cubiertos por el sostén de encaje que cargaba con ellos, antes de que sus ojos bajaran un poco más para encontrarse con mis bragas, humedecidas por los fluidos provocados por todo lo que habíamos hecho hasta ese momento.

El broche de mi sostén quedó abierto y ante los ojos de mi hijo aparecieron los senos que una vez alimentaron su cuerpo, antes de que mis manos deslizaran hacia abajo el elástico de mis bragas y pronto quedará desnuda ante mi muchacho, sonriendo al ver la cara que ponía al ver mi conchita descubierta, al ver cómo temblaba de nervios al tenerme desnuda frente a él, lista para abandonar mi papel de madre por unos minutos y dejarlo convertirme en su mujer.

Me acerqué a mi hijo lentamente, cuidando cada uno de mis pasos mientras sus ojos se fijaban en mis senos. Me arrodillé frente a él y lo despojé de sus zapatos así como también hice lo mismo con su pantalón y su ropa interior, mientras él se deshacía de su playera, quedando frente a mí completamente desnudo, listo para ser mi hombre.

Me levanté y coloqué cada una de mis piernas a los costados de su cuerpo, mirando a mi hijo a los ojos mientras tomaba en mi mano su hermoso miembro y comenzaba a acariciarme la concha con él, humedeciendo su pene con mis líquidos, gimiendo ante el contacto de su calor con mis labios, ante el roce de su carne con mi clítoris, hasta que no fui capaz de aplazar más ese momento y me senté sobre él con su verga enterrándose en el vientre que años atrás lo vio nacer.

Mis caderas comenzaron a moverse sobre mi hijo mientras mi cabeza se dejaba caer hacia atrás, mi cuerpo comenzó a subir y bajar sintiendo como su hermoso pene entraba y salía de mi cuerpo, una y otra vez, desencadenando poderosas oleadas de placer que recorrían mi cuerpo una tras otra, sin detenerse, que me hacían gemir sin control, apretar mis nalgas y mi concha para estrujar su verga en mi interior.

Abrí los ojos para ver cómo mi hijo me miraba los senos, manteniendo sus manos quietas, apretando el sillón, sin terminar de atreverse a tocarme, a besarme, a dejarse llevar por lo que sentía y por lo que quería hacer. Mi mano lo tomó de la nuca e hice presión para que su cabeza se hundiera entre mis pechos.

– ¡Cómete las tetas de mamá, mi amor! ¡Ahhh! ¡Eso es, bebé! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Qué rico, cariño! ¡No te detengas! ¡No dejes de tocarme! ¡Ahhh! ¡Hazme lo que quieras! ¡Soy completamente tuya! ¡Ahhh! ¡Ahhh!

Fueron mis palabras lo que disolvieron las dudas de mi hijo, lo que hizo que sus manos comenzaran a apretar mis senos, mientras sus labios y su lengua besaban mis pezones, haciendo que gimiera como perra en celo, sintiendo el calor de mi hijo, sintiendo una conexión muy similar a aquella que experimentaba cuando era tan solo un bebé y se alimentaba de mis pechos.

Mis caderas perdieron el control por completo cuando el roce de mi clítoris con la piel de mi hijo se volvió inmanejable, cuando las descargas de placer se hicieron tan continuas que no había un solo respiro entre mis gemidos, sintiendo el inmenso éxtasis al que mi hijo me estaba llevando con sus besos y la forma como su hermoso instrumento taladraba mi cuerpo, hasta que no pude más y me corrí sobre mi bebé, abrazándome de su cabeza, sintiendo cómo mis piernas temblaban sin control y mi boca expulsaba gemidos tan sonoros que incluso tuve miedo de despertar a mi marido, mientras sentía los labios de mi hijo comiendo de mis tetas con ansiedad, con vicio, como si aquello fuera el inicio de una adicción que me moría de ganas por satisfacer siempre que mi chico lo necesitara.

Él no soportó mucho más tiempo que yo antes de correrse, pero no quería perder la oportunidad de conocer el sabor de su semilla, de sentir cómo su semen llenaba mi boca y disfrutar de delicioso manjar que mi hijo me podría brindar.

Desmonté a mi hijo ante su cara de sorpresa y me arrodillé tan pronto como pude frente a él, poniendo mis brazos sobre sus piernas y metiéndome su verga hasta el fondo de mi garganta, antes de ejecutar movimientos vertiginosos y violentos para estimularlo, haciendo que se retorciera de placer, que gimiera como loco mientras mami le comía su hermoso pene hasta que me tomó de la cabeza y envío su carne hasta el fondo de mi garganta para descargarse justo ahí, dejando que sintiera el sabor de su esencia, que me dejara llenar por la excitación que sentirlo derramándose en mi boca me provocaba, antes de que mi hijo me liberara la cabeza y le limpiara la verga con mis labios y mi lengua, obsesionada con llevarme hasta la última gota de su leche, para luego mirarlo a los ojos y compartir una sonrisa llena de lujuria y complicidad.

– ¿Te gustó, mi amor? – le pregunté mientras empujaba a mi boca un poco de semen que había quedado en la comisura de mis labios y me chupaba luego el dedo.

– Me encantó mami, pero quería venirme… bueno…

– ¿Querías correrte dentro de mami, cariño? – mi hijo asintió con algo de vergüenza, sonriendo con timidez.

– Tranquilo, mi amor, todavía falta mucho tiempo para que te vayas a la universidad – dije, componiendo una sonrisa llena de vicio y complicidad, un gesto que mi hijo recibió con entusiasmo antes de que me sentara nuevamente sobre él y nos fundiéramos una vez más en un delicioso beso – ¿Crees que tu papá despierte pronto? – mi hijo negó con la cabeza mientras sus manos se apoderaban nuevamente de mis senos – ¿Te gustaría bañarte con mamá? – él asintió entusiasmado y de inmediato nos levantamos del sofá, recogimos nuestra ropa y nos dirigimos al baño, no sin antes echar un ojo a mi marido, quien para ese entonces estaba completamente dormido.

Sí, sé que la infidelidad está mal, ¿Vale? Sé que tal vez lo peor que le puede pasar a un hombre sea que su mujer lo engañe con su propio hijo, pero siendo honesta, jamás podría arrepentirme de todo lo que pasó con mi muchacho durante aquellos meses que precedieron a su partida a la universidad, de todas las veces que me la metió mientras estábamos solos en la cocina, de las ocasiones en que le mamé la verga durante las noches mientras mi esposo dormía, de haberme quitado el maldito implante y haber quedado embarazada de mi hijo, sabiendo que jamás sentiría un amor más grande que aquel que sentía por mi hombrecito, esperando con ansias el día en que regresara a casa y pudiera hacerme su mujer una vez más.

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