LLAMA LIBERADORA

«…Sara quiso ahogar el gemido que le produjo ese nuevo y repentino asalto…»

por Teodoro Ndomo, Lili, Sr. Eros y Javier; criaturas del Inframundo de Erika Moore jugando con las palabras.

El gas en la leña se acumuló muy rápido y el restallido provocó un chillido agudo en Sara.

Una leve luz en su blusa alertó mi reacción. Tapé con la palma de mis manos la traicionera llama y acerté en retirar la blusa de nácar antes que sellara en su piel.

Y las llamas entraron en mis pupilas. Había deseado ese momento, aunque no precisamente en esas condiciones.

Su piel de ébano azotaba mi cordura. No me supe resistir. Recorrí la minúscula herida con lengua desinhibida, mientras la luz de la chimenea ofrecía una sombra maravillosa en la que Sara mostraba un pecho firme y orgulloso.

Al primer quebranto de la chispa cobarde y pérfida le siguió un brusco arqueo de su espalda al notar mi descarada forma de asistir al auxilio.

– ¿Qué me haces Helena? -dijo con un hilo de voz Sara.

Sin darme cuenta, repetí el movimiento de mi lengua desatada y Sara quiso ahogar el gemido que le produjo ese nuevo y repentino asalto.

Ambas quedamos en un duelo de miradas.

Fue una danza al unísono entre pieles casi del mismo tono, pero con distinto olor… Fue entrega de dos almas sumidas en el más bajo instinto primitivo, sedientas sin conformismo alguno, ya que ambas buscábamos el placer de la otra…

Vi mi miedo reflejado en Sara para decir algo y es que aunque nuestra mirada fuese efímera, pareció eterna. Como la de dos enamorados adolescentes. Nunca había probado el dulce néctar de este mundo totalmente nuevo y, al parecer, ella tampoco.

Teniendo el corazón a mil por hora y reprimiendo mis ganas por volver a hacerlo, le dije:

– Sara, solo quería curártelo y se me ocurrió esto. ¿No te sientes más aliviada?

Y comenzó una coreografía sublime. Se abrieron las puertas del Parnaso y caí rendida. Sara se abalanzó felinamente. Giró su torso desnudo empujándome contra la mullida alfombra que antes pudo haberse quemado y que ahora iba a soportar el tsunami del nuevo mundo ante el que caí sumisa.

Las copas con las que brindamos hacía unos minutos, repiquetearon derramando el Marba Blanco afrutado que definitivamente, al menos por mi parte, había servido para desatascar el calor que me hacía desprender Sara desde la primera vez que la vi en la oficina. Una puta semana solamente y se incrustó en mi mente como para decidirme a llevarla a casa a la menor oportunidad. Y llegó, aunque ahora no sé si fui yo la cazadora o la cazada.

Aplastó mis hombros como una pantera atrapa a su presa.

– Deja que te muestre el camino de baldosas amarillas querida Helena -me susurró al oído de manera que noté sus pezones invadir mi espacio.

Sentada a horcajadas, aprisionando estratégicamente mi pubis, comenzó a desabrochar mi camisa. Su rostro rezumaba calma. Casi maternal. Extrañamente lo agradecí. Las prisas y embestidas a las que me sometían algunos hombres ufanos de su poderío, a veces me resultaban hasta cómicas. Otras no me generaron sino repulsa.

Pero la suavidad con la que Sara recorrió mi estómago agradecido con sus besos, no hicieron sino derrotar cualquier atisbo de duda sobre si lo que estaba haciendo merecía la pena o no.

Retiró una copa del sostén para liberar uno de mis pechos. Comenzó a lamer mientras lo aprisionaba con firmeza llegando a coronar el pezón con una lengua húmeda y ardiente.

Bien por mí. El sujetador era de apertura frontal. Me retiró la mano al intentar desabrochar.

– Déjame hacer, por favor.

– No pienso oponerme Sara, -logré susurrar con temor a a romper el clímax en el que me estaba deleitando.

Expuesta a los designios de mi pantera compañera, giré la cara contemplando las sombras generadas por la chimenea y la penumbra que poco antes nos sirvió de confesionario improvisado.

Y mordió mi cuello. Y mordió mis hombros. Y consiguió morder cada poro de mi torso descubierto.

– ¿Vas a permitir que tome las riendas en algún momento querida Sara?

– En cuanto descubra tu talla -y pasó del altiplano de mi vientre, retirarme los botones del vaquero.

Facilité las tareas encorvando la espalda y elevando mi poderoso culo. Si algo tengo claro, es el activo de mis posaderas. Al menos con el sexo opuesto, en quienes notaba el silencio al pasar y el roce de las pupilas dilatadas y babeantes.

Y descubrió mi talla. Me asió de las caderas y vaya que si descubrió mi talla. Sobre todo talló en mí una labor que antes nunca había recibido. Su lengua esculpió el más magnífico de los gritos liberadores que hubiera emitido antes. Aprisioné su cabeza con la intención de tatuar su nariz en mi clítoris mientras daba a conocer la orografía de mis labios.

(…¿continuará?…)

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