«…esos santos españoles, gozadores del dolor, que se autoflagelaban…»
por Alejo Hernández, Biblioteca Italia, Segunda Edición (sin fecha) Madrid, 1 peseta. (Se ha transcrito exactamente como en el libro original, entre las páginas 37 y 44).
Las caricias mortales son las más dulces de las caricias todas.
-Puede ser.
-Ved este otro; es un látigo tártaro; ya veis que difiere poco del Knout ruso; es un poco más largo; como casi todos los látigos continuos…
-¿Continuos?
-Si; aquellos en que el puño y el flagelo son prolongación uno del otro y hechos de la misma materia. Éste lo emplean los tártaros también, de un modo indistinto, para el erotismo y para la equitación.
Lo tomé en la mano, y observé que estaba tejido con habilidad extraordinaria, simulando escamas sus seis hileras de junturas; tenía forma semicónica y se iba estrechando armoniosamente hasta terminar en una punta suave y vibrátil, como un pilorriza.
-Veo -dije a la Criolla- que conocéis bien la materia. Sería curioso que resumierais en una sabia memoria académica vuestros conocimientos… Una Historia del Látigo …
-No pienso escribirla… Sería, como todas las Historias, una cosa molesta, inútil y desprestigiada; más interesante sería la filosofía del látigo.
-¿Pensais que sobre ello cabe filosofar?
-Si; filosofar es divagar. Yo me figuro a los filósofos como mariposas que revolotean en torno a las esencias de las cosas: unos se acercan más; otros menos. Los filósofos no son mas que presentadores de facetas; en este sentido llamamos filósofo a vuestro Unamuno, tan amante de Portugal, hombre delicioso cuando no habla en Novelty…. También conoce mi colección…
-¿De látigos? -inquirí con impaciencia.
-No; de incunables…
-¡Ah! Temí que también Unamuno…
-No creo… Pero no tendría nada de particular… Él pasa en el monasterio de la Peña de Francia grandes temporadas, haciendo una vida frugal entre los frailes, y ya sabéis que los monjes de uno y otro sexo han sido siempre los verdaderos virtuosos del látigo.
-Luego ¿cabe virtuosismo?
-Indudablemente. Un látigo es como un violín: vibra más o menos delicadamente, según el alma que lo inspira; pero comprenderéis que en ellos cabe también el refinamiento. Hay látigos de mérito incalculable, verdaderas joyas, como en los violines hay stradivarius; un látigo vulgar, construido para golpear a un caballo, no puede valer como un látigo de Irkuts, hecho exprofeso para el amor y cuyo delicioso contacto deja en la piel unos puntos ligeramente rosados, que van aumentando gradualmente el escozor a medida que van tornándose cârdenos, hasta convertirse en azules y minúsculas violetas, que se dirían repujadas. Una mano inhábil jamás arrancará notas deliciosas a un stradivarius; en cambio, una mano artista y apasionada nos llevará al éxtasis, aunque se haya de servir del más rudimentario instrumento, sea látigo, sea violín.
-Empiezo a comprender que cabe filosofía.
-Sobre todo, en los efectos; porque no sólo hay que considerar el instrumento, el golpe y el agente, sino la relación que une al que sufre y al que obra, y, sobre todo, el estado de alma que en el paciente se produce a causa de la flagelación. Hay látigos Kirghuses que excitan, encolerizan y hacen botar como un caballo; en cambio, tenéis látigos de Bagdad (llamados también flagelos de eunuco), cuyo contacto sume al paciente en una lánguida pereza mental, entre cuyo dulce abatimiento pasan visiones de amor y de crueldad que esmaltan brillantemente la resignación. Sería curioso investigar esa facultad que el látigo tiene para trocar en placer el dolor, para confundirlos, para mistificarlos y dosificarlos en proporciones armónicas; ese mágico poder de sugestión; esa radiación espiritual que toma como vehículo el látigo para dominar, para infiltrarse en nuestra alma y apoderarse de todos sus resortes.
-Debe de ser curiosa la Psiquiatría.
-Yo no lo creo así; sin embargo, he visto en los manicomios casos admirables; he encontrado verdaderos y fervientes gozadores del látigo: activos los loqueros, y pasivos los… otros, los sometidos… a tratamiento.
-Debe de haber cosas horribles…
-Y deliciosas… Todo esto aparte, el látigo tiene una interpretación religiosa, verdaderamente original. La exaltación mística producida por el látigo es de una fuerza superior a todo otro género de hiperestesia; es más: hay místicos que sólo llegan al éxtasis por la flagelación. Y es que el dolor ilumina el espíritu y hace brotar entre sus llamas el amor, el amor humano o el amor divino con sus reóforos, positivo (amor-delicia) y negativo (odio-dolor), y la derivación inframistica del satanismo.
-Nunca había pensado en estas cosas; empiezo a comprender el sentido místico del látigo.
-Es un aspecto muy interesante; pero no hay que desviarse. El látigo es esencialmente erótico y el misticismo es erotismo. Ahí está toda esa falange de amadores desorientados, esos santos españoles, gozadores del dolor, que se autoflagelaban o se hacían disciplinar furiosamente para llegar al deliquio, al éxtasis místico, para llegar en su hiperestesia al perfecto estado de alucinación, durante el que «veían» formas plásticas, casi siempre antropomórficas, de la Divinidad, que les «amaba», correspondiendo a sus amores. Hay quien cree que el ayuno es base de todo esto. Cosa falsa. La debilidad es la predisponente, pero la determinante es el látigo. Los exaltados por el látigo tienen visiones más ciertas, más definidas y más brillantes que los extenuados. Las visiones del Párroco de Ars son más pobres, más sucias y más frías que las de vuestra Santa Teresa, de Ávila; el misticismo del Párroco francés (ayunador), es un erotismo senil; los ardientes transportes de la santa variolosa de Ávila, tienen lozanía de ensueños juveniles…
-Pero… ¿ya en aquella época?…
-Sí, señor; es tan antiguo como la Humanidad. La única diferencia es que antes se gozaba instintivamente, sin conciencia de ello; ahora se goza por reflexión, con refina- miento. Pero la Humanidad ha usado siempre el látigo… ¿Qué representan los tirsos de sátiros y bacantes en Grecia y Roma? En la estela de Ramsés vencedor, se yergue el faraón, magnífico y soberbio, sobre un montón de reyes vencidos, y esgrime un látigo que es el emblema de la dominación. El Egipto conoció bastante bien los ritos del flagelo. Ya en la Edad Media existían Congregaciones laicas y religiosas de flagelantes; en Italia y Alemania tomaron incremento enorme, hasta el punto de reunirse por millares y hacer vida nómada; por este motivo se luchó contra ellas hasta disolverlas, pues tomaba caracteres de invasión su llegada a cualquier punto. Vuestra España, como país profundamente erótico, y por tal, profundamente religioso, ha tenido, hasta hace muy poco, organizadas Congregaciones y ritos de flagelantes; Goya mismo perteneció a ellas y fué de nuestros adeptos más ardientes; si mal no recuerno, creo que ha reproducido con sus pinceles más de una escena, y en especial una Procesión de flagelantes, maravillosa de arte y de verdad. Aun hoy, creo que en Sevilla, se celebran ritos secretos de flagelantes en algunos días de la Semana Santa; en los conventos de nuestros días existen estos ritos, sobre todo, en los de monjas, donde casi siempre van acompañados de escenas de amor lesbio. En la santa Rusia tiene hoy una importancia enorme el flagelo, no sólo en los conventos ortodoxos, sino entre la aristocracia; la desaparecida corte de el zar se entregaba a estos ritos con verdadero frenesí; a ello contribuyó mucho el monje Rasputín, que era un gran erótico… Yo misma he presenciado en Moscou…
-¿Vos misma?
-Si; pero vais a permitirme que me reserve por hoy; es tarde, y vos debéis partir esta noche para Valença do Minho a cumplir vuestra misión…
-Iré; mas quedo con la miel en los labios; espero que otro día me haréis la confidencia…
-Contad con ello; he de lograr en usted un adepto. Dentro de quince días vendréis a darme noticias de la cuestión monàrquica, muy en especial del paso de armas por la frontera del Miño.
-Confiad en mí; y ya que me habéis hecho traicionar a mi corazón y a mi cerebro, concededme algunas ideas y algunos sentimientos vuestros que consuelen mi alma desvalida.
-Espero que sabréis conquistarlos; no me gusta regalar ciertas cosas…
-Al menos, haré lo posible para merecerlos…
¡Que Dios os conserve tan bella y tan agradable!
-¡Que Él os favorezca en vuestra empresa!
-¡Portugal, por los Braganza!
Me tendió sonriente la mano marfilina, que besé con respeto no libre de pasión, y salí.