«…- Quiero verte ya cómo te retuerces al sentirme en tus entrañas…; quiero ver cómo el placer que te doy te deja los labios fríos… los nervios deshechos. ¡Goza, goza ya…! Háblame, ¿por qué callas?…»
LA QUE GOZÓ HASTA MORIR, por MARÍA SAMOVIA, Ilustraciones de Zala, Colección LA NOVELA ESQUISITA, Año II, nº65 , 60 céntimos. (Se ha transcrito exactamente como en el libro original. Se trata de un extracto de su capítulo IV)
– ¡Calla! -le interrumpió Ninón tapándole la boca con su mano temblorosa-. ¡No me recuerdes! Hablemos de nosotros solamente.
Yo te quiero mucho, José María, porque eres igual que él … ¿Tú no sabes quién es él? El único amor sincero de mi vida, porque le he querido hasta enfermar… Y tus ojos los suyos, y tu boca la suya, y hasta tus besos se parecen y como tú eres su sombra, yo me he enamorado otra vez. Ho te quiero por él, ¡perdóname!; mañana quizá te quiera sólo por ti mismo,
Tú y yo no debemos engañarnos Aborrezco la mentira porque la he vivido demasiado…
Ya en la alcoba, Ninón le seguía hablando emocionada con un brillo de lágrimas en sus ojos. Y entonces él, como si aquella emoción fuera su fetichismo amoroso, enamorado también y enardecido por contactos anteriores, la tomó entre sus brazos y con sus hábiles manos fué desnudándola despacio, muy despacio…; y fué besando lentamente con besos tardos y quemantes todo aquel cuerpo de marfil y rosa con amantísimos cuidados como si temiera romperla …
Y poco a poco las delicias del momento fueron deshaciendo recuerdos, fantasma, ¡todo!
Todo se hundía, todo lo quemaba la llama arrasadora de aquella lujuria de infierno. Las manos brujas de aquel hombre, que acariciaba como nadie, la excitaban de tal manera que al llegar a sus pechos ella misma los ponía entre sus labios, diciéndole fuera de sí:
– ¡Tómalos, que son tuyos! Que los goce tu boca si le gusta morderlos. ¡Apriétame fuerte! Así … que yo sienta el dolor de esa caricia…
El amante besó y mordió ansioso aquellos pechos magníficamente blancos y perfectos. Ella, más enloquecida cada vez al sentir el roce suave de los dientes que pasaban sobre sus diminutos pezones sin hacerla daño, murmuraba entre movimientos de vibrante voluptuosidad….
– Mírame toda y tócame: estoy ardiendo, estoy deseando sentirte dentro de mí. No te soltaré de mis brazos hasta que no sienta que ya no tienes nada que darme… Cuando hayas derramado toda tu.. vida sobre mí, entonces; pero mientras yo sienta esto tuyo como ahora… ¡no me dejes!
Y sus manos de seda acariciaban con toda su sabiduría la potente virilidad del hombre que, enloquecido, cayó en los brazos de ella como en un abismo de caricias…
Y él, que era el mago de todos los refinamientos, obedeciendo a la ilusión que le cegaba, la besó cosquilleante en los párpados de sus ojos, en el miosotis de las orejas, donde la sensibilidad se acentuaba; en su boca mordedora y mordida…. en todos sitios donde ella se estremecía.
Y loco, exigía el espasmo supremo y concluyente.
– Quiero verte ya cómo te retuerces al sentirme en tus entrañas…; quiero ver cómo el placer que te doy te deja los labios fríos… los nervios deshechos. ¡Goza, goza ya…! Háblame, ¿por qué callas?
– ¡Porque estoy loca! -contestó ella en el paroxismo de todos los placeres.
– ¡Aún no! Habrás de volverte loca cuando yo te…
Y no terminó la frase porque desligándose de sus brazos fué arrastrando suavemente la boca por todo el cuerpo hasta llegar al sexo casi inundado de la divina viciosa que convulsionada por aquella sensacion dominante, suplicaba una tregua… un ligero descanso para saborear todo aquello…
– ¡Es pronto! -murmuraba temblorosa por la sensación de aquella perfecta caricia-. Es pronto, déjame un poquito así; ahora bésame en la boca otra vez como si empezaras de nuevo a enloquecerme. Él la miró.
¡La vio tan hermosa, tan ardiente! Los ojos lindísimos hundidos por deseo, la boca roja y palpitante de deseo… toda ella parecía una fantástica y lasciva quimera que atraía irresistiblemente.
Ya no era posible jugar más con el fuego.
Ya la carne de aquella mujer encendía en la sangre el rabioso afán de poseerla.
Y entonces surgió la tregua que ella pedía hacía un momento. Dejó de besarla primero; después, quitó la boca de allí… donde tanto la había estremecido, y suavemente, sin brusquedad, como él sabía hacer todas las cosas de lujuria, la volvió a tomar entre sus brazos, y sin que ella pudiera darse cuenta de aquel cambio, en un lento movimiento; poco a poco, entre palabras enervadoras y sabrosos disparates sensuales, ella fué sintiendo en sus entrañas la tibieza de algo que la estaba produciendo el espasmo. Abrazados estrechamente, sentían que la esperada sensación estaba llegando…
– ¡Espera, espera! -decía ella suplicante ¡Un poco más todavía!…
El aguardaba con entereza haciéndose sufrir. ¡Pero qué importaba si el mayor placer era ver cómo ella estaba gozando!
Al fin retorcida como un sarmiento en la llama… jadeante, loca, le aprisionó con sus brazos fuertemente; abrió mucho los ojos; sonrió en una mueca de infernal deleite y dijo entregándose:
– ¡Ahora! ¡Ya, ya soy tuya!
Después, un grito de ella que él ahoga en un beso.
Pasa un rato; él espera, ella está inmovil.
– Es que descansa -piensa él.
Unos minutos más y la llama.
– ¡Ninón! ¡Ninón! Nena, alma, oye…
Pero Ninon no contesta.
Sus labios están yertos, pierden su color de sangre viva que tenían… Su cara vuelve a estar tan pálida como cuando parecía un crisantemo del Kioto…
Sus ojos siguen entornados como si estuviera gozando todavía.
El, con un espanto en los ojos y una pena en el alma, la sigue llamando inútilmente.
– ¡Ninón! ¡Ninón!
Entre los brazos amantísimos…, bajo las sombras de misterios que reflejan la enorme lámpara violeta que fue amable cómplice de perversas comedias amorosas… Ninón Prevette gozó hasta morir.
Sació su incompleto deseo de siempre. Vivió su carne las inmensas sacudidas de la más deleitosa lujuria.
¡Nunca, nunca como ahora gozaste!
Parecían decirle sus nervios cuando el espasmo, como algo invisible que hacía daño, la estaba matando. ¡Piensa, piensa en este placer! ¡Mira, mira cómo gozas! ¡La vida no vale nada, no merece la pena…! ¡Muérete, muérete así…!
!!!
¡Y pobrecita muñeca!
Esta fué una aventura demasiado seria en la que ella olvidó que su corazón estaba viejo… ¡Había soportado tantas emociones distintas, tanta morfina, tantos engaños…!
Le habían dado tan mala vida, que no tuvo tiempo de saber el encanto del verdadero amor… ¡más que una noche!.
