LA MÁS LINDA DEL BARRIO

«..me dio un beso en los labios – ¿En dónde quieres que los usemos?…»

por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/

Me sentía con el corazón roto después de su rechazo. Me dolía el recuerdo de las palabras que me dijo tras obsequiarle aquel ramo de flores y pedirle que fuera mi novia frente a toda la escuela; fue doloroso ver su rostro serio y lleno de lástima, antes de que me tomara del brazo y me apartara de la vista de los demás, llevándome a un rincón apartado de la escuela, suspirando mientras me veía con una mirada triste en sus hermosos ojos azules, mientras escuchaba las palabras más dolorosas que había oído hasta ese momento en mi vida: «te quiero mucho, pero te quiero como si fueras mi hermano, solamente te veo como mi amigo».

Ella se despidió de mí dándome un beso en la mejilla mientras sentía cómo las lágrimas humedecían mi rostro, antes de marcharse y dejarme solo, sintiendo un vacío en el estómago que no me permitía moverme, que me hacía sollozar con amargura y me provocaba querer salir corriendo de ahí, después de que Vania, la niña más linda del barrio, me hubiera dicho que no quería ser mi novia.

Salí de la escuela sin importarme haber dejado mis cosas en el salón. Me fui a refugiar en un rincón del parque, el mismo donde solía ir a jugar con Vania cuando éramos niños, tratando de lidiar con el dolor que me había provocado su rechazo, regodeándome en el sufrimiento y la nostalgia que me provocaba el saber que nada volvería a ser igual con ella; que no volveríamos a ser amigos. Después de todo y a pesar de estar tan enamorado de ella, no era tan idiota como para seguir viéndola sabiendo que eso me haría mucho daño, que el solo estar a su lado representaría una continua e insoportable tortura. No, nada volvería a ser como antes.

Pasaron varias horas en las que me quedé sentado en ese rincón, paralizado ante el rechazo y la miseria, hasta que escuché algunos pasos acercándose a mí, sintiendo un vuelco en el estómago al pensar que podría ser Vania. Que tal vez había cambiado de opinión. Sin embargo, no se trataba de ella sino de Mariana, su mejor amiga y también una de mis mejores amigas. Alguien a quien si bien no había conocido desde que éramos niños, también le guardaba un muy especial cariño.

– Imaginé que estarías aquí, Pablo, ¿Estás bien? – me preguntó, dejando mi mochila a un lado de mí, sentándose a mi lado y luego pasando su brazo sobre mis hombros, mientras yo negaba con la cabeza.

– Duele mucho, es difícil pensar en que podríamos ser muy felices juntos si tan solo me hubiera dado una oportunidad, pero…

– Te entiendo, Pablo, aunque no lo creas te entiendo; pero cómo te lo dije antes, muchas veces, ella no quería esa clase de relación contigo, sólo te veía como un amigo, nada más.

– Supongo que debí escucharte, pero el que me aceptara las flores, los chocolates y cada cosa que le regalaba… no lo sé, me hizo pensar que tal vez…

– Sí, bueno, ella es así. La quiero mucho, pero no me gusta que se escude con eso de “yo no le pedí que lo hiciera”. Es injusto, hace que los chicos se ilusionen aunque no tenga intenciones de… – Mariana se detuvo al ver que volvía a llorar, sus palabras describían un hecho que en realidad era muy difícil de aceptar.

Nos quedamos en el parque por varias horas más, sentados en aquel rincón, sin decir nada, viendo a ratos a unos niños jugando en los juegos y luego quedándonos nuevamente solos, pensando de una forma completamente insensata en todo lo que había pasado con Vania. Repitiendo una y otra vez lo que ocurrió cuando le declaré mis intenciones y ella me rechazó. Llorando una y otra vez por la misma razón, sintiendo cómo poco a poco mi cuerpo iba perdiendo su fuerza.

La tarde cayó sobre nosotros y con ella la paciencia de Mariana se agotó, pues en algún momento mientras el sol comenzaba a desaparecer en el horizonte, se puso de pie y se sacudió la ropa con vigor para retirar hasta el más mínimo residuo de tierra o pasto que hubiera quedado impregnado en ella, antes de pararse frente a mí con los brazos en jarra.

– Bueno, creo que ya fue suficiente de estar aquí, muchacho, se hace tarde y seguro que te extrañan en casa, así que anda, te acompaño a tu casa y luego me voy a la mía – me dijo, con aquella voz tierna, dulce e infantil con la que siempre hablaba cuando estaba conmigo.

No puse objeción a lo que Mariana decía y en realidad no tenía energía como para llevarle la contra u oponerme a lo que ella quería. Así que solamente me levanté, me colgué la mochila de los hombros y comencé a caminar, sintiendo cómo mi amiga se abrazaba de mi brazo mientras avanzábamos, sin ser plenamente consciente de adónde me llevaban mis pasos pues no lograba separar mi vista del suelo, por lo cual me resultó completamente sorpresivo el momento en que llegamos a casa y Mariana tocó a la puerta, un segundo antes de que esta se abriera y apareciera frente a nosotros Adrián, mi hermano mayor.

– Al fin apareces – dijo, antes de darnos la espalda e ir a recoger la mesa después de haber comido con mi otro hermano, Poncho, el hermano de en medio, quien en aquel momento también me miraba con gesto adusto, preocupado por no haberme aparecido en casa por horas.

– ¿Dónde andabas chamaco? Tus hermanos te fueron a buscar por todos lados y no te encontraron, también le hablé a Vania y ni ella sabía dónde estabas – inquirió mi madre, muy enojada por mi desaparición, con un gesto muy duro que se suavizó en cuando vio mi rostro, supongo que era imposible fingir que no estaba hecho pedazos por dentro.

– Lo siento, señora… me estuvo acompañando en la tarde… no me sentía muy bien y él… bueno… – dijo Mariana, en un intento desesperado por salvarme, aunque era evidente que nadie le creyó, que se habían dado cuenta de que algo me había ocurrido, algo que fue notorio cuando observé que mis hermanos y mi madre intercambiaron algunas miradas preocupadas.

– ¿Pasó algo en la escuela, hijo? – preguntó mamá, con un tono de voz que delataba lo preocupada que estaba, pero no fui capaz de decir nada, ni tampoco de mover un sólo músculo, pues la pregunta de mi madre nuevamente me paralizó al hacerme recordar el rechazo de Vania, trayendo consigo los horribles sentimientos que aquello me inspiraba, los mismos que provocaron que nuevamente mis lágrimas comenzaran a derramarse por mis mejillas.

Fue Adrián quien dio un paso al frente y me abrazó con fuerza, un gesto que no sabía que necesitaba tanto hasta que sentí el apoyo de mi hermano, hasta que tuve la necesidad de aferrarme a él, como si fuera lo último que me quedara en el mundo mientras me deshacía en llanto y sonoros sollozos.

Mariana resopló resignada, sabiendo que su intento por salvaguardar mi secreto se había desvanecido con las evidencias de mi sufrimiento, dejándola desarmada y sin tener más remedio que contarle a mi madre y mis hermanos lo que había pasado en realidad.

– Vale, la verdad es que Pablo le pidió a Vania que fuera su novia y ella… bueno, ella le dijo que solo lo veía como su amigo… estuvimos en el parque toda la tarde, perdón por no avisarle señora, pero…

– ¡Te dije que no lo hicieras, güey! ¡Esa pinche vieja nada más es una calienta huevos! ¡Te lo dije muchas…! – gritaba Poncho.

– ¡Déjalo en paz! – le espetó Adrián mientras se separaba un poco de mí – mi hermanito ya tuvo un muy mal día como para que lo sigas molestando.

– No te disculpes por no avisar, mija – comenzó a decir mamá dirigiéndose a Mariana –  gracias por no dejar solo a Pablito, pero ya es tarde, deberías ir a casa. Poncho, acompaña a Marianita a su casa y te regresas, le dices a su mamá que estuvo con nosotros y te disculpas por llevarla tan tarde.

– Sí Ma – contestó mi hermano mientras se levantaba y se dirigía a la puerta, pero antes de marcharse, Mariana se acercó a mí y me besó en la mejilla.

– Cuídate y si necesitas algo, háblame ¿Vale? – dijo, yo asentí con pesar, sin querer moverme mucho, mientras Adrián me miraba con un gesto triste en el rostro, algo poco común en un tipo tan rudo como lo era mi hermano, quien hacía algunos años se había convertido en carnicero y junto con mi padre era el sostén de la familia, quien pagaba la universidad de mi hermano Poncho y me ayudaba con los gastos de la escuela.

Los días pasaron de una forma dolorosa. Era difícil ver a Vania en la escuela, sonriendo y charlando con sus amigos y con otros chicos como si nada hubiera pasado, mientras yo me hacía pedazos por dentro tratando de vivir con la idea de que nunca podría estar con ella.

Fue Mariana quien no me dejó solo en ningún momento, quien incluso se encargó de hacerme las tareas mientras yo me recluía en mi soledad y el dolor que parecía que nunca iba a desistir, un sufrimiento que comenzó a perder sentido desde aquel fin de semana en que Poncho y Adrián entraron en mi cuarto, cerrando la puerta tras ellos, sentándose luego en la cama, frente a mí, con gestos que revelaban que estaban algo molestos.

– A ver cabrón, ya estuviste mucho tiempo como pendejo y ya estuvo suave, no puedes vivir llorando por esa pinche vieja interesada. Ya te dijo que no, a lo que sigue, no puedes estar así todo el tiempo, ni que fuera la última vieja del barrio, además no seas güey, estás tan apendejado porque te rechazó que no te das cuenta de lo que tienes a un lado – dijo Poncho, con su extraña y ya conocida forma de tratar de animarme con regaños.

– No hay ninguna chica tan hermosa como Vania.

– Vale, puede ser, pero no es tu mejor opción – intervino Adrián – y en eso tiene razón Poncho, estás tan cegado con esa vieja que no estás viendo lo que tienes a un lado.

– No sé a qué te refieres.

– ¡A Mariana, pendejo! ¡A Mariana! La pobre se la vive en la casa porque te quiere, porque le duele verte todo pendejo; te hace las tareas, te cuida, incluso te ha hecho de comer un par de veces y eres tan tarado que no te das cuenta de que está toda loquita por ti y vale, no es la otra pendeja. Pero eso es justamente su principal cualidad. Ella es una buena muchacha, está bonita y te adora; serías un tarado si no te das cuenta, así que ya deja estas mamadas de encerrarte todo el puto día y ve a buscar a Mariana. Invítala al cine o vean una película en la casa o qué chingados voy a saber, pero no pierdas a una niña que te quiere por una pendeja a la que le vales verga, y si crees que no es así, dime: ¿cuántas veces te ha hablado Vania para saber cómo estás? ¿cuántas veces desde que te le declaraste te ha siquiera saludado? Supuestamente eran muy amigos, pero de un día para otro le valiste madres, y es más…

– ¡Poncho! – le espetó Adrián mientras lo fulminaba con los ojos, pero mi hermano no se dejó amedrentar por nuestro hermano mayor.

– … ella ya anda con otro güey – una punzada me atravesó el estómago – los vi ayer cuando fui a dejarle a papá y a Adrián la comida a la carnicería, anda con Fermín, el tarado de la papelería, el hijo de don Chucho, los vi besándose y…

– ¡Ya es suficiente! – intervino nuevamente Adrián tratando de sanjar el asunto, pero Poncho no quería dejarlo pasar.

– ¡No, no es suficiente, él tiene que entender que…! – tres golpes se escucharon en la puerta.

– Lo siento, ¿Puedo pasar? – dijo Mariana desde afuera de la habitación.

Poncho y Adrián intercambiaron una mirada, antes de que Poncho sonriera con un poco de malicia en el rostro y se levantara a abrir la puerta.

– ¡Poncho, no vayas a…! – comenzó a decir Adrián en voz baja, con un tono de alarma y advertencia, pero en aquel momento Poncho abrió la puerta y por ella entró Mariana, sosteniendo una caja de galletas en las manos.

– Hola a todos, perdón por interrumpir, es solo que le hice unas galletas a Pablo para tratar de animarlo y…

– No interrumpes nada Mariana, de hecho estábamos hablando de ti – dijo mi hermano haciendo que Mariana se viera sorprendida.

– ¡Poncho! – intervino Adrián tratando de que nuestro hermano se callara, pero no lo logró.

– A ver Mariana, quiero preguntarte algo ¿A ti te gusta mi hermano? Porque veo que lo cuidas mucho y te preocupas por él, entonces me estaba preguntando si tal vez tu quieres a Pablito de una forma…

– ¡Ya es suficiente, Poncho! – se levantó Adrián al ver que las mejillas de Mariana se ponían muy coloradas, pero antes de que mi hermano mayor hiciera o dijera algo más, Mariana me miró a los ojos, con una sonrisa tímida y nerviosa en los labios.

– Sí, me gusta y lo quiero mucho – dijo la chica, haciendo que mi hermano mayor abriera muchos los ojos y se quedara completamente quieto y callado, mientras Poncho sonreía con suficiencia, con un “te lo dije” escondido detrás de su sonrisa engreída, tomando de inmediato a Adrián del brazo mientras mi hermano mayor no lograba salir del estado de sorpresa en que las palabras de Mariana lo habían dejado.

La puerta se cerró tras ellos y Mariana se quedó parada frente a mí, con la cara enrojecida y las manos aún aferrando la caja de galletas que me había llevado. De no haber sido por Poncho y sus estupideces nunca me hubiera dado cuenta de lo que Mariana sentía por mí, así como tampoco la hubiera visto con tanto detenimiento como la vi aquella tarde, fijándome por primera vez en sus hermosos ojos color miel, su cabello ligeramente ondulado y de color chocolate, su piel blanca y llena de pecas y la hermosa sonrisa que me obsequiaba, a pesar de sus nervios y de que no dijera nada.

Mariana fue la primera en hacer algo mientras yo me quedaba petrificado y sentado en la cama, con la espalda recargada en la cabecera. Sin dejar de mirarla mientras se movía hasta el costado de mi cama, dejaba la caja de galletas en mi mesita de noche y su mochila en una silla cercana, para luego sentarse a mi lado, recargando también su espalda en la cabecera y manteniendo su mirada al frente; antes de coger la caja de galletas y sacar un par, para luego ponerme una en la boca y tomar una para ella, la misma que mordió y comenzó a comérsela antes de empezar a hablar.

– Empezaste a gustarme desde el día que fuimos al parque de diversiones, ¿Te acuerdas? Fuiste el único que no se burló de mí por no quererme subir a la cosa esa que te dejaba de cabeza por un rato. El único que quiso quedarse abajo para hacerme compañía, de hecho pensé que te habías acobardado y por eso te quedaste conmigo abajo. Pero luego me di cuenta de que lo hiciste por ser lindo, pues más tarde te subiste al juego mientras Vania y yo nos íbamos a comprar comida. Luego con el paso del tiempo veía cómo tratabas a Vania, veía los regalos que le hacías y las atenciones que le tenías y la verdad sentí un poquito de envidia, nadie me ha tratado así nunca y ver que tenías esas atenciones con Vania mientras ella… – Mariana se detuvo y me miró de reojo antes de cambiar de tema abruptamente – Luego llegó mi cumpleaños, lo recuerdo demasiado bien, gracias a ti fue el mejor día de mi vida; Vania no fue porque estaba supuestamente enferma, por lo que toda tu atención se centró en mí. Me acuerdo que días antes fuimos a esa tienda de cosas viejas y me quedé mirando aquella cajita de música por todo el rato que estuvimos ahí. Me había encantado, estaba fascinada con lo hermoso que se escuchaba su melodía y la forma tan curiosa como la bailarina se movía sobre el cristal, pero no tenía dinero para comprármela y la tuve que dejar ahí; no me podía creer que la tuviera en mis manos cuando abrí el regalo que me diste, me costaba trabajo creer que hubieras tenido un detalle tan hermoso conmigo mientras escuchaba la canción que escapaba de la cajita y veía a la bailarina dando vueltas frente a mí. Habías puesto atención a lo que quería y me lo habías obsequiado, fue algo tan lindo… – Mariana hizo una pausa cuando su voz se vio entrecortada – Sé que en aquel momento estabas siendo un buen amigo y sabía también lo muy enamorado que estabas de Vania, pero ese detalle fue hermoso, algo que atesoré de una forma especial, pues eras el primer chico que me trataba de esa forma. El primero que me había obsequiado algo que realmente deseaba. Tal vez para ti solo fue un lindo obsequio a una amiga, pero cada vez que veo esa cajita me acuerdo de ti y la verdad es que a veces también ha sido doloroso el pensarte sabiendo que tu amor está en otra persona. Por eso no te había dicho lo que siento, no quería que me rompieras el corazón; pero bueno, hoy Poncho me tomó por sorpresa y, bueno…

– Mariana, yo…

– No, no lo digas – dijo mi amiga, bajando la cabeza, con un gesto triste en el rostro que me hizo pensar que estaba al borde de las lágrimas – por favor no lo digas, no te voy a pedir una respuesta y no quiero que me digas lo que piensas. Quiero conservar la fantasía de que un día podríamos ser algo más que amigos. Quiero pensar que hay un universo alterno en el que yo no soy la amiga fea de la chica más linda del barrio; donde pueda estar contigo siendo tu novia. Por favor, no me digas nada que rompa esa fantasía, prefiero que sigamos siendo amigos y estar a tu lado, aunque solo sea como tu amiga.

No tuve palabras para responder ante aquellas declaraciones, no supe qué decir más allá de morder la galleta que minutos atrás Mariana me había puesto en la boca y que poco después yo había tomado con mi mano. No sé si fue el efecto que tuvo la plática que tuve con mis hermanos sumado al hecho de que Mariana estaba ahí conmigo, inamovible aún después de que su secreto fuera revelado, pero cuando sentí el sabor de aquella galleta con chispas de chocolate, la cual sabía que Mariana había horneado para mí, estuve convencido de que aquella había sido la mejor galleta que había probado en toda mi vida.

Me encantaría poder decir que las cosas entre Mariana y yo comenzaron de inmediato después de aquella linda declaración, pero la verdad es que aún me tomó algo de tiempo volver a pegar los pedazos en que se había partido mi corazón tras el rechazo de Vania; no obstante, desde aquel día Mariana y yo comenzamos a salir más a menudo. Íbamos los lunes al parque a comprar helados y comérnoslos mientras mirábamos jugar a los niños, platicábamos y bromeábamos entre nosotros; los miércoles, íbamos juntos a comer en el mercado del barrio y charlar con los amigos de mi padre, quienes también eras clientes frecuentes de la carnicería de la familia; los viernes nos encerrábamos un par de horas en el cine tragando kilos de palomitas y divirtiéndonos juntos mientras mirábamos toda clase de películas; y los días en que no salíamos, nos encerrábamos en mi casa, jugando videojuegos y haciendo las tareas de la escuela.

Sí, ya sé qué es lo que estás pensando, seguro crees que me estaba enamorando de Mariana y de hecho tienes toda la razón; era imposible no hacerlo, era una niña tan linda y que me quería tanto que era imposible pasar por alto todas sus atenciones y sus mimos. Era imposible no enternecerse cuando me llevaba todos los días el desayuno a la escuela, me ayudaba a hacer la tarea y a estudiar aquellas materias que me costaban más trabajo. ¿Cómo podría negarme a estar con una chica tan linda como ella? Pero lamentablemente ninguno de los sentimientos que estaba desarrollando por ella, apareció hasta los sucesos que tuvieron lugar durante la fiesta de cumpleaños de un chico llamado Iván, uno de nuestros compañeros de escuela que nos invitó a un bar cercano a celebrar con él un año más de vida.

Mariana se veía hermosa aquella noche, con una falda de mezclilla y un suéter que dejaba al descubierto sus hombros, con el cabello recogido en una coleta por detrás de su cabeza, un poco de brillo en los labios y un ligero toque de pintura negra en sus pestañas. Todo aquello coronado con un par de sandalias de tacón que dejaban al descubierto sus delicados pies, apenas adornados con un poco de brillo en sus uñas. Se veía tan hermosa que incluso Poncho y Adrián no pudieron evitar mirarla de pies a cabeza cuando llegó a casa, mucho antes de la hora en que habíamos quedado que pasaría por ella.

– ¡Órale! ¡Te ves bien chula, chamaca! – le dijo Poncho en cuanto la vio – en serio, si mi hermano no termina la noche dándote unos besos, yo…

– ¡Poncho! – le gritó mi madre mientras Mariana sonreía nerviosa y su cara se sonrojaba tanto que de pronto parecía un tomate pecoso; mi hermano se limitó a fingir demencia y bajó la mirada al teléfono que tenía en la mano.

– Pero sí, te ves muy linda, mija – le dijo mamá, mirándome luego de una forma regañona al ver que yo aún estaba en shorts y sin la más mínima intención de vestirme – ¡Y tú, tarado! ¡Mira cómo viene esta niña a verte y tu casi en calzones! ¡Menso, vete a cambiar que…!

– ¡Oh, no señora! ¡No lo regañe! Es que yo he llegado varias horas más temprano, de hecho ni siquiera debería estar aquí, pero mis papás salieron y no me quise quedar sola en casa, por eso…

– No me gusta que siempre lo libres del regaño, pero está bien, siéntate en la mesa mija. ¿Ya comiste? ¿Quieres que te sirva algo? Hice gorditas de chicharrón para la comida, estos ya comieron pero la salsa todavía esta calentita y tengo dos ya preparadas.

– ¡Oh, sí, gracias señora! ¡Qué rico!

– Este… bueno, creo que mientras me voy a preparar para irnos, Mariana, no me tardo – dije, dispuesto a salir corriendo a mi cuarto, pero antes de hacerlo regresé sobre mis pasos, impulsado por algo muy lindo que sentí desde el momento en que la vi con ese atuendo y esa apariencia en la que evidentemente se había esmerado, sabiendo que se había arreglado para mí. Besé su mejilla sintiendo cómo se estremecía en el momento en que mis labios hicieron contacto con su piel – En realidad tienen razón, te ves muy bonita.

Mariana se puso tan roja como en el momento en que escuchó aquel comentario que le hizo mi hermano Poncho, un detalle que no pasó por desapercibido por mi madre ni por mis hermanos, quienes intercambiaron sonrientes miradas antes de desaparecerme de su vista para irme a arreglar.

No tardé más de unos pocos minutos entre la ducha que me di y el tiempo que me llevó arreglarme para salir. Debo decir que me esmeré tanto como pude para estar a la altura del esfuerzo que le había puesto Mariana a su atuendo, y creo que lo logré, pues contrario a como pensó mi madre que saldría, me puse una camisa azul, un pantalón oscuro y zapatos de color negro, un atuendo que solamente usaba para ocasiones muy especiales y en las que me veía obligado a vestirme de aquella forma, sin embargo, esa noche quería estar guapo para mi… para Mariana, quería que ella se sintiera tan orgullosa de estar a mi lado como yo lo estaba de estar con ella.

– Bueno, al menos el tarado se bañó – dijo Poncho, cuando me vio aparecerme en la sala, analizándome mientras me barría de pies a cabeza, con un gesto de maliciosa complicidad en el rostro.

– ¡Cállate! – dije, pero sin dejar de mirar a Mariana, quien se me quedó viendo con la boca entreabierta, sosteniendo un pedazo de gordita en la mano mientras su rostro iba sonrojándose poco a poco.

– Es tan raro verte bien vestido, que te mereces un un premio – dijo Adrián sonriente y me lanzó un juego de llaves.

Cuando las miré me quedé sorprendido, pues su moto nunca se la prestaba a nadie, de hecho ni siquiera a mi papá se la había dejado conducir, por lo que me le quedé viendo por unos segundos completamente atónito y sin poderme creer que me prestara su Harley.

– ¡Cabrón! – le espetó Poncho a mi hermano mayor – te la he pedido todos los días desde que te la compraste y se la prestas a este pendejo, solo porque se bañó – todos soltamos una carcajada al escuchar el comentario de mi hermano, incluida Mariana, que en aquel momento estaba terminando con su último bocado.

– ¡Le quedaron riquísimas, señora! – dijo mientras se levantaba de la mesa y llevaba su plato al lavabo, con la firme intención de lavarlo, algo que mi mamá no le permitió hacer.

– Nada de lavar platos, mija, te vas a maltratar las uñas y no quiero que te vayas a mojar la ropa, tan linda que te ves, ya parece que te voy a dejar estar lavando platos, chamaca.

– ¡Ay señora, muchas gracias! Siempre es bien linda conmigo – le dijo Mariana, sorprendiendo luego a mi mamá cuando le dio un beso en la mejilla que la hizo sonreír.

– Nada, nada, y ya váyanse que esos atuendos no son para andar en la casa. Solo ten cuidado con la moto. Pablito, se ponen casco los dos y nada de andar echando carreritas, eh.

– Espera, primero me lavo los dientes, dame un minuto – dijo Mariana antes de sacar su cepillo de su pequeño bolso de mano y salir corriendo al baño.

– ¡Uy! Se fue a lavar los dientes, no se tú pero yo creo que ella quiere beso – Adrián y mi mamá se rieron.

– Ay, sí, Pablito, te estás viendo muy lento mijo, esa niña vale oro y te estás viendo bien güey, ya le tienes que llegar o se va a aburrir de ti, mijo.

– Te lo dije, ya es hora o ¿Acaso tienes alguna duda? – me dijo Adrián mientras me daba un par de cascos para la moto.

– ¿Duda de qué? – dijo Mariana a mis espaldas, mientras yo negaba con la cabeza, sonriendo nervioso a la vez que tomaba los cascos que me daba mi hermano.

– ¿Nos vamos? – le dije, ignorando su pregunta, ella sonrió ampliamente, metió su cepillo en su bolsita de mano y luego se despidió con un par de besos de mi madre, dándole nuevamente las gracias por la comida antes de acercarse a mí y agarrar uno de los cascos.

– Yo también me voy, mi papá está solo en la carnicería, me llevó su comida – dijo mi hermano mayor antes de recibir un recipiente con la comida de papá y que los tres saliéramos de la casa, no obstante, en cuanto estuvimos afuera y Mariana se adelantó un poco. Adrián me tomó del brazo y me hizo mirarlo, poniendo su mano discretamente enfrente de mí con algunos billetes en ella y un par de condones – por si las dudas hermanito, y recuerda que esta niña se merece lo mejor de ti, así que no me decepciones, ¿Órale?

– Órale – dije, sonriente y emocionado por la velada que me esperaba, pensando en todo lo que mis hermanos y mamá me habían dicho, mientras caminaba a la moto donde Mariana ya me esperaba, con una enorme sonrisa en los labios.

– Oye, no tienes problema con ir en moto, traes falda y…

– No te preocupes por ello – dijo con una expresión traviesa en el rostro, antes de levantarse un poco la falda – Como sabía que íbamos a bailar y no quería que se me vieran los chones, me puse unas licras.

Ambos sonreímos antes de que nos montáramos en la moto, una máquina hermosa, tan llamativa y característica de mi hermano que sin importar a dónde fuéramos en el barrio, quienes la veían sabían que pertenecía a Adrián, alguien con quien era más que bien sabido que no era una buena idea meterse en problemas.

Como aún era temprano fuimos primero a un parque a comer un helado y luego estuvimos dando vueltas en la moto por el barrio, llamando la atención de muchos aunque indudablemente sabían que no conducía mi hermano, pues la diferencia entre su corpulencia y la mía era muy grande.

Cuando al fin llegó la hora acordada, llegamos al bar haciendo revuelo por el vehículo en el que arribamos. El mismo que dejamos en el pequeño estacionamiento del lugar, junto con los cascos, un minuto antes de que Mariana me tomara de la mano, sonriente y radiante, tan alegre y emocionada como yo me sentía en aquel momento.

Entramos en el bar y saludamos a nuestros amigos, principalmente a Iván, quien nos recibió con su acostumbrada forma de comportarse con todo el mundo, de una manera efusiva y escandalosa, antes de que Mariana y yo nos dedicáramos a bailar por un largo rato, disfrutando de las miradas que nos lanzábamos una y otra vez, de los roces constantes de nuestros cuerpos, de la tentación que suponía el estar tan cerca, sentir el aliento del otro a una distancia tan corta que solo hacía falta una pequeña intención para besarnos. Haciéndome sentir un inmenso deseo por esa chica, dándome cuenta de que no necesitaba más que estar con ella para ser feliz, de lo muy enamorado que estaba de Mariana; pero sabiendo que no podía pedirle que fuera mi novia en aquel momento, que ella se merecía al menos un ramo de flores mucho más grande que el que había comprado para Vania.

– Oye, voy al baño, estoy muy sudada, me voy a refrescar un poco y a retocarme el maquillaje, quiero seguir linda para ti, Pablito – dijo, en cuanto nos sentamos un momento a descansar, con una sonrisa coqueta y guiñándome un ojo, un gesto tan tierno que me dejó hipnotizado por un minuto mientras la veía marcharse, sin darme cuenta de que había dejado su bolso en la mesa, algo que cuando lo noté me hizo salir detrás de ella, evadiendo a toda la gente que estaba en la pista de baile hasta que al fin llegué a los baños. Sin embargo, antes de gritarle para que saliera del tocador de chicas por su bolso, escuché una voz que pude reconocer en el acto.

– Vamos, por favor, no creerás que Pablo está realmente enamorado de ti, ¿O sí? Él siempre va a estar enamorado de mí, tú solo eres un premio de consolación porque no me pudo tener, pero si yo saliera de aquí en este momento y lo invitara a bailar, se olvidaría de ti en el acto, es así de simple.

– Eso no es verdad, él me quiere y estoy segura de que pronto…

– Él no te quiere, entiéndelo, solamente eres su juguete de consolación, nada más, si no fuera así ¿Por qué no te ha pedido que seas su novia? – escuché la voz de Vania, sonando hiriente y engreída, con una suficiencia y seguridad con la que seguramente pretendía que sus palabras fueran tomadas como hechos incontrovertibles.

El silencio cayó en el baño después de que Vania soltara aquella pregunta que no encontró respuesta en los labios de Mariana. Yo no supe qué más hacer, más allá de retirarme de ese lugar haciendo el menor ruido posible, regresar a nuestra mesa y esperar a Mariana, decidiendo que lo mejor sería fingir que no había escuchado nada. Sentándome en el lugar que estaba antes de que mi… de que Mariana se fuera, preguntándome ¿Quién demonios era la chica con quien había estado hablando? Pues aquellas palabras no correspondían con la Vania que yo conocía, o mejor dicho con la que creía conocer, pues según lo que yo sabía de ella, aquella chica con la que crecí jamás le hubiera dicho cosas tan hirientes a nadie, mucho menos a alguien a quien por años la trató como su mejor amiga.

Mariana llegó a mi lado poco después, acompañada por Vania, quien caminaba tras ella un par de pasos por detrás, sonriente como siempre lo hacía. Con esa expresión simpática que ahora me parecía solamente una fachada, pues me había molestado mucho que le hablara de esa forma a Mariana y que la hubiera lastimado de la forma como evidentemente lo había hecho. Definitivamente Mariana era mucho mejor que esa niña caprichosa, era una lástima que me hubiera tardado tanto tiempo de darme cuenta de ello.

– ¡Hola, Pablo! ¡Qué gusto verte! – dijo Vania mientras Mariana se sentaba a mi lado, tomaba su bolso de la mesa y fingía buscar algo, sin decir nada, con una expresión taciturna en el rostro, al borde de las lágrimas.

– ¿Estás bien, Mariana? – pregunté, pero ella no me dijo nada e incluso parecía como si estuviera fingiendo que no me escuchaba, mientras Vania me tomaba de la mano y me hacía voltear a verla, encontrándome con una chica que en aquel momento ya no me parecía tan linda, pues a pesar de sus ojos azules, su figura esbelta y su cabello dorado, en aquel momento no fui capaz de ver otra cosa que a una mujer cruel y horrible, egoísta, que acababa de lastimar a una niña linda y tierna cuyo único error fue decirse amiga de esa perra.

– ¡Tiene mucho tiempo que no bailamos, Pablo! ¡Anda, ven conmigo, bailemos una canción! ¡Estoy segura de que a Mariana no le molesta! ¿Verdad, amiga? – dijo Vania, haciendo que la sangre me hirviera del coraje que sentía al ver a Mariana tan triste, mientras un par de lágrimas escapaban de sus ojos y negaba con la cabeza ante la pregunta de Vania.

Me puse de pie mirando el gesto de satisfacción que se formó en el rostro de Vania, quien en aquel momento fijaba su vista en Mariana, la chica dulce a quien había lastimado, a quien estaba tratando de humillar.

Con la firmeza suficiente, pero evitando lastimarla, me deshice de la mano de Vania y sin decirle nada giré mi cuerpo hasta estar parado de frente a Mariana. Luego tomé su mano haciendo con ello que me mirara, con los ojos anegados en lágrimas, las mismas que mancharon un poco su hermoso rostro al hacer que su maquillaje se corriera, haciendo que mi estómago diera un vuelco de tristeza al saber que la perra a mi espalda la había hecho llorar.

Me agaché frente a ella, tomé su bolso y saqué de él un par de toallas húmedas con las que limpié de sus mejillas las manchas negras que dejó su maquillaje, hasta dejar su rostro limpio y hermoso, libre de cualquier rastro que hubieran dejado sus lágrimas mientras ella me miraba atónita.

– ¿Te parece bien si nos vamos de aquí? Esta fiesta ya me aburrió un poco – dije, mirando extasiado cómo se formaba una hermosa sonrisa en el rostro de Mariana mientras asentía con la cabeza, antes de que me acercara a ella y le diera un beso en la mejilla, un instante previo a levantarnos tomados de la mano, ante la incrédula mirada de Vania, quien no daba crédito de lo que sus ojos miraban.

– Que disfrutes tu noche, Vania, adiós – le dije mientras le cedía el paso a Mariana, antes de caminar hacia la salida del bar, despidiéndonos de algunos de nuestros amigos en el camino, saliendo del lugar sin haber dejado que nuestras manos se separaran para luego ir a la moto, ponernos los cascos y subirnos en el vehículo – ¿Qué te parece si vamos por unos tacos y luego vamos a casa a jugar videojuegos? – le pregunté a Mariana, ante lo cual ella se abrazó con fuerza a mi cuerpo, de una forma que me hizo sentir pleno y feliz.

– Iré contigo a donde tú quieras.

Aquella noche la pasamos increíble mientras comíamos y platicábamos de lo que vimos en la fiesta, de las locuras que hicieron nuestros amigos y lo contento que se veía Iván, hasta que el tema más relevante salió a la conversación, algo que me alegró que fuera Mariana quien lo sacara a la plática.

– Oye, ¿Por qué no quisiste bailar con Vania? Pensé que todavía… bueno, creí que tal vez aún sentías cosas por ella – Mariana no me miró a los ojos mientras hablaba, de pronto parecía que su plato vacío se había tornado sumamente interesante pues no apartaba la vista de él.

¿Sabes algo? En estas semanas he tenido mucho tiempo para pensar. Lo hice detenidamente, me esforcé en encontrar entre mis recuerdos un solo momento en que Vania hubiera sido linda conmigo, que me hubiera demostrado un poco de cariño. Pero la verdad es que las últimas veces en que eso pasó, ocurrieron cuando estábamos en la primaria, hace mucho tiempo; me di cuenta de que siempre era yo quien la buscaba sin que me correspondiera, que siempre era yo quien le obsequiaba cosas y le regalaba mi tiempo, a pesar de que ella siempre supo que no llegaríamos a nada; si te he de ser sincero, cuando me di cuenta me sentí muy tonto, pero no tanto por lo que hice o dejé de hacer con respecto de Vania, sino por todo el tiempo que desperdicié y que bien pude haber aprovechado contigo – Mariana levantó la cabeza con mucha rapidez, tanta que por un momento me dio un poco de miedo que se hubiera lastimado.

– ¿Conmigo? – preguntó, sin ocultar la sorpresa que aquellas palabras le habían provocado, mientras yo acercaba mi mano a la suya y la tomaba, asintiendo con la cabeza sin dejar de ver los hermosos ojos de la chica que esperaba que en unos minutos más fuera mi novia.

– Sí, contigo, ojalá me hubiera dado cuenta de la hermosa chica que estaba a mi lado, la misma que siempre estuvo conmigo, que me ayudaba en mis momentos débiles, que me hacía sentir mejor cuando me sentía miserable, la maravillosa mujer que no me dejó caer aún cuando estaba llorando por otra mujer. ¿Sabes algo? En estos días me di cuenta de lo mucho que me gustas y en el bar estuve tentado muchas veces a besarte, también pensé en muchas formas en las que podría pedirte que fueras mi novia, pensé en obsequiarte un enorme ramo de flores, y…

– Yo no necesito nada de eso, yo solo…

– Joven, ¿Una flor para la señorita? – interrumpió un hombre a lado de mí, sosteniendo un enorme ramo de flores de entre las cuales sobresalía una enorme y hermosa rosa blanca, la cual tomé antes de pagarle al hombre y luego, mirando a Mariana, coloqué la flor justo enfrente de su rostro, viendo el brillo de ilusión en sus ojos mientras se mordía el labio inferior, nerviosa.

– Mariana, sé que tal vez no es el mejor lugar para hacerlo, pero ya no quiero darle más largas: ¿te gustaría ser mi novia?

Ver la forma como sus ojos se abrieron y sus mejillas comenzaron a humedecerse por las lágrimas, me hizo sentir como si millones de mariposas volaran en mi estómago, mientras ella asentía rápidamente sin poder hablar y la gente cercana a nosotros aplaudía sin contenerse, compartiendo nuestro momento de felicidad al saber que a partir de ese instante éramos novios.

Ese primer beso fue tal vez el mejor que hubiera recibido en mi vida, sentir por primera vez sus labios acariciando mi boca, fue una sensación que me hizo sentirme pleno, que logró dibujarme una enorme sonrisa que se mantuvo mientras nos mirábamos abrazados, frente a frente, ante los ojos curiosos de todos los comensales que nos rodeaban.

– Es hora de irnos, ¿Te parece bien? – le dije a Mariana, un poco nervioso y sin estar muy seguro de qué hacer en aquel momento. Ella solamente sonrió, antes de que regresáramos a nuestro lugar y pidiéramos la cuenta, quedándonos en silencio mientras esperábamos al chico que luego nos dejó un pequeño trozo de papel con el montó de nuestro consumo.

Mariana se apresuró a sacar algo de dinero de su bolsita de mano, algo que me hizo apresurarme con la intención de no dejar que pagara nada, pero que a la vez me hizo perder cuidado de lo que sacaba del bolsillo. Un detalle que fue evidente cuando al poner en la mesa lo que tenía en la mano, quedaron a la vista de mi chica el montón de billetes que me había dado mi hermano, junto con los condones que había puesto entre ellos.

Mariana casi se ahoga de la impresión cuando vio los preservativos, a pesar de que solamente estuvieron un segundo en la mesa antes de que los tomara y los volviera a guardar en mi bolsillo tan rápido como me fue posible. 

Dominado por los nervios, conté los billetes con los que la cuenta quedaría saldada y luego le hablé al chico para que nos cobrara, sin mirar a Mariana en ningún momento, sintiendo cómo toda mi cabeza era invadida por el calor y experimentando aquella sensación que me hacía sentir cada vez más pequeño de la vergüenza.

Salimos del local sin mirarnos a los ojos, aunque a ratos escuchaba las risas nerviosas de mi chica mientras avanzábamos; cuando llegamos a la moto estuve a punto de ponerme el casco, pero antes de que lo hiciera, ella se sentó en la moto y me jaló de la camisa, llevándome a estar pegado a ella, con sus piernas abiertas que se enroscaron en en las mías mientras sus brazos rodeaban mi cuello.

– ¿A dónde me vas a llevar amor? –  me dio un beso en los labios – ¿En dónde quieres que los usemos? – dijo con una voz tan traviesa como sensual antes de besar mi cuello – Me muero de ganas por estar contigo de esa forma, lo he soñado por años, he fantaseado con ello por mucho tiempo, así que ¿a dónde quieres que vayamos? – el siguiente beso que me dio fue tan pasional que me desconectó de la realidad, que me hizo concentrarme únicamente en los labios de mi chica, en su forma de besarme y apretar mi cuerpo contra el suyo, antes de que nos separáramos un poco y nos miráramos.

Sin decir nada y con los nervios haciendo vibrar todo mi cuerpo, nos montamos en la moto y nos dirigimos a un lugar del que mi hermano mayor siempre me hablaba, donde solía llevar a las chicas que conquistaba a pasar la noche. Un sitio que después entendí que no era el adecuado ni para Mariana ni para mí, pero que en aquel momento no nos importó en lo más mínimo, pues la necesidad que teníamos de estar solos de esa forma tan íntima, era mucho mayor que nuestro sentido común.

No fuimos capaces de controlar las ganas que teníamos del otro, en cuanto pusimos un pie dentro de la habitación y la puerta se cerró detrás de nosotros. Fue en ese lugar en el que sentí por primera vez en mi vida el maravilloso placer que era sentirse deseado por una mujer, en el que experimenté la deliciosa sensación que me provocó mirar el deseo en el rostro de mi chica. Sentir el amor que me tenía en cada una de sus caricias en cada uno de sus besos y en cada instante en que nuestros cuerpos desnudos entraban en contacto el uno con el otro.

No tardamos un solo segundo en quitarnos toda la ropa, sin sentir el más mínimo atisbo de vergüenza. Como si nos hubiéramos visto de esa forma miles de veces, sintiéndonos tan conectados que incluso a pesar de nuestra inexperiencia se sentía muy bien estar juntos, solos, en la antesala de conocer lo que se sentía hacer el amor por primera vez.

Era claro que no sabíamos muy bien qué hacer, resultaba evidente al sentir las titubeantes caricias que le brindaba a mi miembro y al tener que dejarme llevar por la intuición mientras acariciaba su conchita, tratando de encontrar el punto donde ella pudiera sentir más placer, el lugar exacto donde gimiera con mayor intensidad, donde cerrara los ojos y se dejara llevar.

Sí, nos faltaba mucha experiencia, pero la conexión que había entre los dos era demasiado fuerte, tanto que no hizo falta decir nada para que pronto halláramos la forma de complacernos mutuamente, los puntos correctos que debíamos acariciar, la manera correcta de tocarlos y besarlos para llevarnos mutuamente al éxtasis, al borde del orgasmo donde sentí la humedad de mi chica mojando mis dedos, algo que entendí como una señal para sacar el preservativo y ponérmelo, un detalle que Mariana contempló temblando de nervios, mientras mi corazón palpitaba a máxima potencia.

– ¿Estás lista? – Mariana asintió.

– Solo hazlo despacio, también es mi primera vez.

Sentir la presión que ejercían las paredes de su vientre sobre mi miembro, fue una sensación incomparable, lo más hermoso que había sentido en mi vida. Ver su rostro contrayéndose en un gesto de placer, escuchar sus gemidos mientras penetraba su cuerpo con suavidad. Fue lo mejor que me había pasado en la vida hasta ese momento, algo que solamente se hizo más intenso y hermoso en la medida en que pasaban los minutos, cuando ella se abrazó de mi cuello y nos besamos con ternura, cuando sus piernas rodearon mi cintura y mis caderas se movían para hacerla gemir y obligarla a besarme con una pasión descontrolada.

– ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Puedes hacerlo más fuerte! ¡Mi amor, se siente muy bien! ¡Te amo mucho, Pablo! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! – dijo mi chica entre gemidos, tras varios minutos en que le hice el amor con tanto cuidado como pude, hasta que escuché sus palabras y entendí que podía dejarme llevar un poco por mis instintos y el desesperado deseo de acelerar mis movimientos.

Sus gemidos se hicieron más intensos en la medida en que también lo hicieron las sacudidas que le brindaban mis caderas a su cuerpo, mientras mi boca bajaba a su cuello y lo besaba, disfrutando del sabor de su sudor y de la forma como su vientre se contraía apretando mi miembro con fuerza.

Ella se abrazó de mi cuerpo con mayor ímpetu mientras hacíamos el amor de esa forma que nos parecía tan salvaje, llevó mi boca hasta sus labios para besarme de nuevo y ahogar sus gemidos en mi lengua, sin dejar de apretarme contra su cuerpo con su brazos y sus piernas, antes de que mi cabeza se moviera a un lado, que ella se abrazara de mi mientras nuevamente besaba su cuello y gritara enloquecida, anunciando la llegada de su orgasmo.

Los movimientos de sus caderas al correrse y la impactante y placentera experiencia que fue escuchar sus gemidos mientras lo hacía, me llevaron al límite y experimenté la maravilla sensación que fue venirme haciendo el amor con la chica que amaba, sintiendo cómo palpitaba mi miembro mientras su vientre insistía en apretarlo, como si quisiera exprimir de él hasta la última gota de mi esencia.

Cuando todo se calmó nuestros ojos se encontraron, sintiéndonos sudorosos, agitados y felices, dejándome embriagar por los aromas que escapaban de nuestros cuerpos y la hermosa vista que me obsequiaba la mujer más hermosa que había visto en mi vida. La chica más bonita y a quien más quería, aquella que hacía parecer a Vania como una vieja fea y demacrada, la chica a quien amaba y quien me amaba tal vez aún más de lo que yo lo hacía.

– Sí, en definitiva, eres las más linda del barrio – dije, robando de sus labios una sonrisa y haciendo que sus ojos se humedecieran antes de entregarnos nuevamente a un beso que fue la antesala de un par de horas más donde las caricias y los besos fueron una constante, al igual que lo fueron los gemidos de mi chica y las sonrisas que nos obsequiamos al amarnos de esa forma tan íntima, que sería el inicio de una historia de amor hermosa que compartiríamos por muchos años, al menos por el resto de nuestras vidas.

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