«…Respuesta correcta querido Ángel. Sin duda alguna, has acertado de pleno, como espero que aciertes el miércoles cuando estés junto a mí…»
por TEODORO NDOMO
Estoy comiendo solo en la pizzería del barrio y mirando a través de la puerta a tres hermosas mujeres maduras.
Tres acaloradas hembras que salieron a fumar y hablar de sus trivialidades. Me fijé en ellas no sólo porque me gusta mirar a la calle cuando como en un restaurante. Me fijé porque una de ellas giró la cara al pasar junto a mí, rumbo a la entrada del local.
Son esas miradas nada inocentes las que te hacen vibrar. Las que te hacen confirmar que la edad tiene su alcurnia en el respeto y, lo que me interesó en ese momento de mirada cómplice, un mapa a descubrir.
¡Qué maravillosa es una arruga que mira con perversión! Sabe claramente lo que quiere o busca. Tiene certidumbre de lo que desea y maneja el rumbo sin dudas, a pesar de que no tenga claro el mar al que se enfrenta.
De reojo, confirmo que de vez en cuando gira su vista hacia donde estoy.
Sonrío al plato. Sé que me mira desde la acera de enfrente. La huelo incluso. Intuyo un queso fuerte y romero que la envuelve. Con carácter, con sabor añejo y maduro. Rizos de playa. Camiseta desaliñada, falda corta vaquera y cholas de playa. Sabe que no tiene que gustar por el envoltorio.
Pido café mientras echo el último trago a la doble malta.
Las tres hembras vuelven de su conversación, excusa para el cigarrillo que sofoca y miente apartando la ansiedad por apenas unos minutos. Ella queda atrás y deja caer su móvil cerca de mí. Sé que lo dejó caer.
– Gracias, muy amable, -me dice cuando me agacho a recogerlo.
– ¿Me das tu número?, el de verdad. Te aseguro que te llamo, -contesto rápido para no arrepentirme de dejarla escapar.
– Vaya, qué velocidad. -hace una pausa mientras me observa fijamente y resuelve, -¿por qué no?.
El café me supo a gloria. Lo confirmé después.
Antes de pagar, volví a mirar a su mesa tras unas carcajadas. No me molestó. Quizá se estuvieran riendo de mis maneras de seductor impulsivo. Al contrario. Mi impulso obtuvo la respuesta buscada y eso es lo que me importaba.
Salí a pasear al sol de manera triunfante. Ese almuerzo reforzó en mi mente que debía dejar atrás la timidez intrínseca en la que me había enjaulado hacía demasiados años. Para ser exacto, desde que nací. Se abren campos maravillosos cuando se gira el pomo del atrevimiento.
Dos calles más allá, suena una notificación. Una imagen y un texto: “Bien para mis 53 años, ¿verdad?”. Un seno maravilloso asomando al espejo del baño de la pizzería, hizo que mi bragueta pidiera auxilio ante la presión. Y respondí sobre la marcha aprovechando el viento de poniente:
Tú
Querida Gloria, creo que deberías mostrarme el camino de baldosas amarillas hacia tu cama.
Gloria
La Ciudad Esmeralda te espera en el centro. Miércoles, a las 8 de la tarde en la puerta de la pizzería.
Tú
Allí estaré. Dalo por seguro.
Y seguí empalmado durante otras siete calles hasta la Plaza Mayor. Mi paseo ordinario de domingo soltero.
De regreso a casa, retuve mis pensamientos al son de “Carolina”. Esa canción estúpidamente proscrita y denostada hoy en día por una falta supina de ignorancia actual. Un himno a la alegría cuando sonaba en años felices de antaño, cuando mi paz interior era inmensa y la misma gente que ahora la reprueba, meaban entre coches y organizaban karaokes maratonianos para “disfrute” de sus vecinos.
Entrando al zaguán de mi edificio, otra notificación de mensaje. Otra imagen y otro texto adjunto:
Gloria
¿Te dará con esto hasta el miércoles?
La imagen, una mano sobre un muslo separado, dejando entrever una braga que pedía a gritos que la arrancara a mordiscos.
Esta vez tardé en reaccionar. No me esperaba este vendaval de mensajes tan directos, claros y maravillosamente eróticos. Pulsé el botón del ascensor mientras seguía observando la imagen del móvil. Entré en la cabina y aproveché la poca cobertura para pensar bien la respuesta.
Tú
Decídelo tú, -contesté no muy convencido de cuál podría ser su reacción.
Gloria
¿Me das las riendas?. De acuerdo. Acepto el reto.
Esperé como un imberbe imbécil durante media hora sentado a la ventana de la cocina, mientras fumaba y me ponía un café.
Me enfadé y me reí al mismo tiempo. Mis 42 años habían recuperado adolescencia nerviosa. Aquella madura mujer había despertado instintos en mí que ya me preocupaban por su ausencia.
Me senté al televisor y vi la última serie de intriga de Mónica Plá. Ella no era la protagonista principal, pero aquella mujer tenía un atractivo inmenso para mí. Fuerte carácter, directa, asertiva y llorona cuando procedía, como válvula de escape a tanta miseria que le rodeaba.
Cena y al baño a cepillarse los dientes, como los niños buenos. A medio recorrer la dentadura, nueva notificación. Sin enjuagarme, detuve el rítmico movimiento del cepillado y leí:
Gloria
¿Sigues despierto?
Me dispuse a responder lo más simple que pudiera. No quería dar pistas de mi ineptitud en las habilidades sociales que me había caracterizado siempre. Justo cuando iba a escribir un simple “SÍ”, veo que la aplicación me advierte que Gloria se estaba haciendo una fotografía.
Sonó el beep de entrega de la imagen y me miré al espejo para preguntarme si eso me estaba pasando a mí.
Una baba de dentrífico cayó sobre la pantalla. Un segundo después reaccioné y pasé la toalla. Me enjuagué y volví a abrir la imagen.
Manos en cruz, querían tapar un cuerpo desnudo frente al espejo de un baño.
Contesté:
Tú
Definitivamente estás muy bien Gloria, -hasta las letras en el móvil parecían nerviosas.
Gloria
Ángel, creo que te voy a quitar las alas para quedármelas. Que duermas bien.
Tú
Prefiero que me las quite una perversidad como tú. Descansa. Nos vemos el miércoles. No falles.
De nuevo empalmado. Frente al espejo mudo comencé a tocarme hasta provocar un arqueo en mi espalda como pocas veces había experimentado. Mareado quedé mirando mi flamante miembro rejuvenecido. Me fui a duchar con la música de la exuberante Peluso:
… Y yo le pregunto al cielo si algún día alguno se atreverá.
Si tanto miedo me tienen, ahora témanme de verdad.
¡Voy a ser mafiosa
la maravillosa! …
Y un nuevo mensaje sonó de fondo. ¿Otra imagen?. Pero esta vez no quise contestar rápido a mi ángel caído. Así que seguí frotando mis desaliñados y pringosos pelos bajo mi ombligo y… me encontré de nuevo con mi miembro erguido y pidiendo guerra.
… Y, nene, ahora voy sin maquillaje
y por la calle me dicen que soy la belicosa.
¡La más peligrosa! …
Sucumbí de nuevo al onanismo y me descojoné al terminar.
Rescaté el móvil pensando que como siga así debería volver a bañarme y me reí imbécil de nuevo. Era mi querida madre deseando mis buenas noches por prescripción familiar.
A la cama con la imagen viva en mi retina de lo sucedido con la gloria bendita recibida ese mediodía, tan jodidamente extravagante e inesperado.
¿Quién dijo que los lunes eran una mierda? Cierto, jugaba con ventaja esta semana. Había terminado con los domingos anodinos tras el mejor almuerzo y mejor cena en años.
Por la tarde, llegando al último cliente del día, nueva notificación. Esta vez de espaldas. Mostrando el comenzar de una preciosa cadera y una mano mostrando el camino a seguir. “¡Qué facilidad para hacerse selfies el de esta hembra!”, pensé. Entré al cliente para acabar cuanto antes y poder responder como se merecía a la propuesta de Gloria.
Envié un audio esta vez:
“…Querida Gloria, te has tomado al pie de la letra que tengas las riendas de este baile. En vista que me tienes regalado con semejante catálogo de imágenes: pídeme qué quieres de mí para mantenerte viva hasta el miércoles. ¿De verdad necesitas imágenes de mí?…”, me aventuré a contestar.
Crucé la calle en busca del coche y me senté a leer el nuevo mensaje:
Gloria
¿Soy tu “querida”? Suena ordinario. Pensé que estabas soltero. Aunque eso me da igual. Yo sí estoy casada y madre además. ¿Te importa?
Semejante confesión me dejó perplejo. Si algo sabía o, mejor dicho intuía, era que parecía clara, con carácter y firme en lo que quería; cómo no, corroborado con la sesión de fotografías recibidas.
Me atreví a dejarme llevar por la intuición:
Tú
Gloria, no creo que nos interese nuestra vida, ¿o me equivoco?
Gloria
Respuesta correcta querido Ángel. Sin duda alguna, has acertado de pleno, como espero que aciertes el miércoles cuando estés junto a mí.
Tú
Entonces insisto: ¿necesitas imágenes de mí?
Gloria
Salvo fotopolla, haz lo que te venga en gana. La fotopolla espero hacerla yo el miércoles.
Tragué saliva y conduje a casa. Me esperaba media hora de carretera que me sirvió para rememorar cada momento desde el día anterior. Y vuelta a empalmar…
Ya en casa, sentado al sillón, me desnudé y emulé un Rodin pensador, aunque leyendo un libro.
Gloria
Mmmm, excelente encuadre. ¿Qué lees?
Tú
Un interesante libro: “Los mejores quesos del mundo”.
Gloria
Para comerte, querido. Estás para degustar cada uno de esos músculos.
Tú
¿Todos?
Gloria
TODOS. Te lo aseguro.
Y así, unas 12 imágenes de intercambio hasta llegar al miércoles. Un prólogo que había deparado en mejores ventas. Sin duda alguna, un estímulo maravilloso para mente, cuerpo y cartera.
Las ocho de la tarde del miércoles. En la esquina, vi llegar a Gloria. De nuevo falda corta, de nuevo camisa de asillas con un beso serigrafiado a modo de bienvenida, sonrisa en ristre y gafas polarizadas que no podían ocultar ojos felinos que buscaban su presa. Coincidimos en ropa cómoda. Pantalones cortos, camisa ibicenca y zapatillas de tela. Julio se estaba mostrando especialmente cansino con una terca humedad y un soporífero calor.
No hubo ni un simple hola. Se me acercó al cuello y susurró un “vámonos ya a tu casa”. Mensaje claro como para atreverme a ceñirme a su poderoso culo y saludar con mi verga en posición clara de guerra.
En el ascensor permitió que la atrapara por la espalda y metiera mi mano en busca de un tesoro húmedo. Había acertado en que no llevaba bragas. Ella me miraba frente al espejo de la cabina como una auténtica Mantis perversa, pervertida y pervertidora que pretende acabar cercenando la cabeza de su amante. Se dejó recorrer sin freno alguno.
Entramos a casa y el salón se convirtió en el primer escenario del primer acto. Tumbada en el sillón, mostró qué quería. Y me lancé a saborear su coño ya expuesto a que le saludara. Cuando me tiró del pelo, supe que no debía parar hasta escuchar su alarido ahogado de placer. Ágilmente, cuando cogió resuello, se mostró lista para una embestida. Aún con la falda puesta, recibió con suavidad la primera acometida. Liberó un pequeño gemido y comenzó a mover su cadera en círculo para notar mi polla en todo su esplendor. Temí por correrme demasiado pronto y solo articulé un “¿quieres acabar conmigo ya?”.
– Calla y sigue, no hables.
Lo dijo con una dulzura que no supe contestar ni quise contradecir. Así que continué el baile mientras me quitaba la camisa con esmero.
Quizá consciente ella de que la noche la quería más larga, se separó suavemente y permitió que me quitara los pantalones. Aprovechó ella para liberar sus maravillosas tetas y quedamos completamente desnudos. No me dio tregua por mucho tiempo. Se abalanzó sobre mi miembro y deslizó su lengua para medir si su boca sería capaz de tragárselo entero. Lo hizo para luego masturbarme mirando a los ojos buscando aprobación. Tampoco se entretuvo mucho. Se levantó y arqueó sus piernas hasta dejarse ensartar mientras me daba sus pechos a comer. El propio sillón estaba ruborizado ante el tsunami al que fue sometido. Hacía mucho que no era usado para esos menesteres.
Se corrió de nuevo y a mí ya me faltaba muy poco para lograr emularla. Volvió a quedarse de espaldas a mí y no dejó que me levantara del sillón. El ritmo que impuso fue bestial. Su cincuentena de años estaban muy bien llevados. Su insistencia estaba dando frutos y empecé a tener los primeros espasmos de muerte fulminante. Ella lo notó. Giró la cara con sonrisa triunfal y aún no sé cómo, acertó en el momento justo para retirar mi polla y continuar a mano. Cada vez más rápido hasta que por fin me arqueé incluso pensando que quería comer mi miel blanca. Lo que hizo fue ofrecer sus pechos para que descansara el torrente que me extrajo con una habilidad extraordinaria.
– ¿Está contento mi ángel?
– En la gloria querida.
Nos bañamos y fuimos a cenar. O sea, a la inversa de las comedias típicas romanticonas. Apenas cruzamos palabra en la mesa. De hecho, solo al pedir la comanda. Yo estaba cómodo en el silencio. Ella sonreía y comía calmada. Ya en el postre me atreví a sugerirle:
– ¿Esto va a ser así cada miércoles?
Por respuesta:
– Déjame tu móvil un segundo.
Contrariado, le entregué el terminal.
– ¿Qué necesitas?
– Yo nada Ángel. Hace tiempo que dejé de necesitar nada. Lo que acaba de pasar fue espectacular. te aseguro que he disfrutado mucho estos días atrás con el juego y hoy en tu sillón.
– No sé si darte las gracias, aunque supongo que viene un pero dramático.
– No Ángel, por mí no es dramático y estoy segura de que por tu parte tampoco. Acabo de borrar mi número de tu terminal y eliminado tu historial de mensajes de la aplicación. Las imágenes ya no están y seguro que nunca hiciste captura de pantalla de las mismas. Esto acaba aquí. ¿Lo comprendes, verdad?
– Querida Gloria, da igual si lo comprendo o no. Tengo claro que esa es tu decisión. No te preocupes por mí. Te aseguro que también me lo he pasado en grande estos casi cuatro días.
– Acerté contigo Ángel. Haces honor a tu nombre.
Un beso en la mejilla al salir del restaurante y un extraño hormigueo en el estómago me quedó hasta llegar a casa.
Sin duda alguna ya vengo entrenado sobre las expectativas que te ofrece el corazón. Un buen caparazón he creado ya.
Ahora, cada vez que me viene aquella semana a los pensamientos, no dejo de sonreír. Valió la pena el atrevimiento a abrir puertas que creía oxidadas.