«…al fuego le quedan unos minutos…»
Entro en la cocina con una botella de vino en la mano. La sartén chisporrotea y desprende un olor que envuelve toda la estancia.
No logro identificar la música que suena de fondo. Cierro los ojos y la memoria olfativa me retrotrae a tiempos pasados, no necesariamente mejores, cuando mi mujer me conquistó a base de pimientos rellenos de queso y tocino.
No sé si me has leído el pensamiento, pero apareces con un sacacorchos. Es indudable que conoces mis intenciones. Brindamos. Bailamos. Nos besamos. Me gustaría que mis manos leyeran tu cuerpo, pero no quiero soltar la copa. Mantener su verticalidad me obliga a hacer movimientos suaves.
Me susurras al oído que al fuego le quedan unos minutos. Tu pícara sonrisa indica un “tenemos tiempo”. Vamos al sofá a dar rienda suelta al deseo. Oír esa suerte de ronroneo que emites me excita y me lleva hacia límites que pensaba no iba a poder traspasar.
El tiempo se ha detenido, el vino se ha derramado y nos devoramos como si no hubiera un mañana.
Huele a quemado y saltas corriendo hacia la cocina. Creo que ha sido el roce de tu barba lo que me ha dejado chisporroteando.