«…era demasiado para mí, me hacía sentir justamente lo que estaba buscando en aquella noche…»
por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/
Ana
– Te prometo que nos vamos a divertir amiga, sabes que Mario hace las mejores fiestas, ¡Anda no seas pesada! Estoy segura de que te mueres de ganas de ir.
– Claro, no sabes las ganas que tengo de ver cómo todos se me quedan viendo con lástima después de que mi marido me dejara por otro hombre – contesté con amargura sin mirar a otro lado que no fuera la pantalla de mi computadora, sintiendo un nudo en la garganta que apenas lograba disimular mientras Damaris me miraba, junto con un poco de fastidio por el hecho de que mi amiga no soltara el tema de esa maldita fiesta, y no era que no quisiera divertirme después de lo fastidioso y vergonzoso que resultó mi divorcio, pero no me hacía gracia ir a un lugar donde la mitad de los presentes me conocería.
– Nadie tiene por qué enterarse de que vas – dijo con un tono conspirativo, haciendo que volteara a verla mientras ella me dedicaba una expresión astuta – es una fiesta de disfraces, por lo que solo nos tenemos que asegurar de que tu identidad quede enterrada bajo bajo varias capas de maquillaje y seguramente habrá una cantidad obscena de invitados, así que no tendrías ni siquiera por qué acercarte a nuestros amigos si no quieres hacerlo, y bueno, no sé, podrías platicar con cualquier extraño y quién sabe, tal vez tengas suerte y no regreses a dormir a casa – dijo sonriendo de una forma malvada, sabiendo que llevaba mucho tiempo sin tener sexo, entendiéndome tan bien que sabía perfectamente que llevar las cosas por ese camino le daría una cierta ventaja sobre mis constantes negativas.
– No, no me convences… si se dan cuenta de que soy… no quiero tener que soportar las preguntas… no quiero soportar miradas de lástima por… – un nudo volvió a cerrar mi garganta como ya había ocurrido una infinidad de veces desde que mi exesposo se largó de mi casa y me dejó sola con Demir, mi hijo.
– Vamos, amiga, no quiero seguir viéndote desperdiciar tu vida – dijo Damaris con un tono suplicante – mira, hagamos un trato, vamos a la fiesta, te disfrazamos tan bien como para que nadie te reconozca, en cuanto lleguemos hacemos eso que hacíamos en la Uni de presentarte con desconocidos y si de pronto te sientes incómoda o algo parecido, nos esfumamos de ahí y nos vamos a emborrachar a tu casa, ¿Qué te parece? ¡Vamos, por favor! No es justo que sigas escondiendo ese hermoso cuerpecito tuyo en casa, o ¿Me vas a decir que tanto tiempo en el gimnasio es solo para venir a sentarte en la oficina?
Definitivamente Damaris sabía en dónde podía pegarme para convencerme de hacer algo de lo que no estaba segura de querer llevar a cabo. Era cierto, tenía un cuerpo muy lindo, aunque tal vez no debería ser yo quien lo dijera, pero las tres horas diarias que invertía en el gimnasio, habían dado muy buenos resultados en mi figura, algo que al principio hice para gustarle más a mi ex esposo, sin saber lo completamente inútil que resultaría al final; pero de cualquier manera, mi amiga había tocado un punto importante, le había dado el clavo de lo que en realidad me hacía falta: presumir mi cuerpo, sentirme deseada por los hombres, sentirme mujer una vez más, saber que seguía siendo una tentación para el sexo opuesto.
Damaris sonrió cuando una tímida sonrisa se dibujó en mis labios, mientras yo la miraba, moviendo la cabeza de un lado a otro.
Demir
– No estoy seguro, viejo ¿Qué tal si nos atrapan? ¿Qué tal si alguien se da cuenta de que no deberíamos estar ahí y le hablan a mi mamá o peor aún, a mi papá? – pregunté a Damián, sintiendo cómo se revolvía mi estómago al recordar a mi padre, ese hombre cobarde y un maldito… solo digamos que no me agradaba aquello en lo que se había convertido.
– Mira, nadie se va a enterar de que somos nosotros, todos irán con disfraces, además ya te dije, las fiestas de mi tío suelen ser épicas, después de la una o dos de la mañana todos están tan borrachos que se alocan y hacen cosas que no harían sobrios, yo me he colado en más de una ocasión y siempre me acabo cogiendo a alguna madurita sabrosa, vamos, no seas cobarde, te conviene, hace mucho que no tienes acción.
– ¿Y qué se supone que le diga a mi mamá? No creo que ella…
– ¡No seas tan idiota! ¡Y ya va siendo hora de que te saques el chupón del hocico! Solo dile que te quedarás en mi casa a jugar videojuegos y ya está, no sería la primera vez que lo haces, y por mis papás no tenemos que preocuparnos tampoco porque ellos también irán a la fiesta, solo hay que dejar que se adelanten y asegurarnos de regresar a casa antes que ellos, eso sí, es importante que no tomemos mucho, porque si amanecemos con resaca, la que se arma con mi jefe.
No estaba seguro en absoluto, aquel plan podía salir mal de tantas formas que me lo pensaba en ir principalmente porque no quería darle a mamá más problemas de los que ya tenía.
– Vamos Demir, te hace falta vivir, solo será una noche, unas horas nada más, así que vamos a la fiesta, tomamos unos tragos, cogemos con alguna señora cachonda y nos regresamos a mi casa, y ¡Por dios! Jamás se van a dar cuenta de que no deberíamos estar ahí, ambos somos altos, fuertes, con el atuendo adecuado y el maquillaje suficiente, ni tu propia madre podría reconocerte.
– No, si voy a ir me llevaré una máscara, no me voy a arriesgar a que…
– Vale, vale, máscara será, pero entonces ¿Puedo tomar esa respuesta como un sí a la fiesta? – preguntó Damián, sonriendo de oreja a oreja, antes de que yo soltara una risotada nerviosa – ¡Excelente, entonces saliendo de la escuela nos vamos a mi casa y lo preparamos todo! Por los disfraces no te preocupes, en casa tengo todos los que he comprado para las fiestas de mi tío y seguro que alguno te quedará. La pasaremos bien, te lo apuesto – dijo Damián, haciendo que sintiera una vacío en el estómago ante la idea de que tal vez esa noche tendría un poco de acción, pues no lo había hecho en mucho tiempo por estar más preocupado por los entrenamientos y mis calificaciones en la prepa, razón por la cual no me sentía tan confiado como lo hubiera estado un par de años atrás.
Ana
– Hola Ma, oye tienes algún problema con que pase la noche con Damián, tiene un juego de video nuevo y queremos probarlo – escribió mi hijo en un mensaje de texto que leí mientras comía junto con Damaris, sintiendo una repentina y renovada energía recorriendo mi cuerpo al saber que mi hijo no estaría en casa y que con ello me haría las cosas más fáciles para el plan que tenía en la noche con mi amiga, pues así no tendría que contestarle preguntas ni tampoco tendría que ver su cara de lástima o preocupación que había mantenido desde hacía semanas cada vez que me sorprendía triste o con la mirada perdida en mis propios pensamientos.
– Está bien, cariño, solo avísame cuando lleguen a su casa – contesté, antes de que mi hijo me mandara un montón de caras felices y un GIF con la imagen de un niño mandando un beso, algo que me hacía sonreír cada vez que lo hacía, pues a pesar de que estaba a tan solo unos meses de cumplir su mayoría de edad y de tener un cuerpo tan fortalecido por sus constantes y arduos entrenamientos, seguía siendo el mismo chico tierno y amable que fue desde que era apenas un chiquillo.
– ¿Quién era? – preguntó Damaris mientras sostenía un pedazo de pollo en un tenedor y me miraba con interés.
– Demir, me dijo que esta noche dormirá en casa de su amigo Damián, algo de un videojuego nuevo, así que…
– ¡Eso es genial! – exclamó Damaris, con tanto entusiasmo que algunas personas voltearon a vernos, haciendo que me sintiera un poco avergonzada por la reacción de mi amiga y la repentina atención que se dirigía a nuestra mesa – ¡Es perfecto amiga! Así si nos encontramos con un par de chicos guapos, los podemos llevar a tu casa como lo hacíamos cuando estábamos en la Uni, ¿Te acuerdas? ¡Por dios! Solo de recordar lo que hacíamos por aquellos días, me vuelvo a…
– ¡Damaris! ¡Contrólate por favor! ¡Además yo nunca dije que mi casa estuviera abierta para hacer eso! Ya no somos unas jovencitas, ya no podemos comportarnos de esa forma, así que…
– Vale, ya entendí, la casa no, pero de cualquier forma si algo sobra en esta ciudad, son hoteles de paso – dijo sonriente, antes de meterse a la boca el pedazo de pollo, mirándome con audacia.
– Bueno y con respecto de los disfraces…
– Oh, eso está resuelto, le pedí de favor a un amigo que me maquillara, quiero causar impresión, amiga, no pienso dejar que esta noche se acabe sin haber…
– ¡Damaris! – la reprendí de nuevo, provocando únicamente que mi amiga se riera como colegiala.
– Vale, ya me calmo, pero por eso no te preocupes, nos van a maquillar tan bien que nadie va a saber que somos nosotras – dijo mi amiga, haciendo que mis nervios se incrementaran minuto a minuto, en la medida en que imaginaba lo que podría pasar en esa fiesta, sintiéndome nerviosa ante la posibilidad de volver a tener sexo con un desconocido, pues desde hacía años que el único hombre a quien había tenido entre mis piernas era a mi exmarido.
Demir
– ¡Te vez genial viejo! ¡Pareces el mismísimo Leónidas ¡Eres un digno espartano! – dijo Damián cuando mi disfraz quedó por fin completo, mientras me miraba al espejo sintiendo que aquel aspecto no era suficiente para ocultar nuestra edad de los ojos que pudieran identificarnos como intrusos en una fiesta de adultos.
– No lo sé, esta máscara no me cubre toda la cara, ¿Y si alguien…?
– ¡Por dios! Apenas se te ven los ojos y un poco de la boca, nadie sabrá quién eres, calmate, viejo, además, ya te dije que llegaremos cuando en la fiesta ya estén bien entonados y la mayoría estén tan ebrios que no se van a fijar en nada más que en las personas con quienes quieran terminar la noche, así que tranquilízate y empieza a prepararte porque el uber va a llegar en cualquier momento.
– Vale, solo espero que todo salga bien.
– Todo será como un sueño, ya lo verás – terminó Damián sonriendo, temblando de entusiasmo, mientras se colocaba los últimos detalles a su disfraz de luchador enmascarado, algo que en realidad le iba tan bien como a mí el traje de espartano, un resultado lógico después de haber pasado casi tres años de nuestra vida entre entrenamientos diarios y juegos de futbol americano en el equipo de la prepa.
– Llegó el Uber por nosotros ¿Estás listo? – dijo Damián mientras tomaba las pocas cosas que podía meter en una pequeña bolsa que se cruzó por el hombro.
– No, claro que no estoy listo, pero al mal paso darle prisa – contesté sintiendo cómo las piernas me temblaban como gelatina, mientras él me sonreía y me daba un par de palmadas en la espalda para animarme durante nuestro trayecto a la puerta principal de su casa, en la víspera de una noche que, sin que yo lo supiera, le daría a mi vida un giro completamente inesperado y lo cambiaría todo por completo.
Ana
El impacto que representó el hecho de mirar a los ojos a uno de nuestros conocidos y que no supiera quien era yo, en realidad me provocó un enorme sentimiento de confianza en el estupendo trabajo que había hecho Many, el amigo de Damaris, algo que resultó tan reconfortante y relajante que no tuve que esperar a que mi amiga iniciara su juego de presentarme a extraños, antes de que un hombre de edad media me abordara y comenzara a platicar conmigo; no obstante y para ser muy honesta, hablar con ese tipo era como ver un documental de fabricación de papel, algo que supongo que Damaris detectó pronto, pues sin esperar a que le pidiera nada, ella se acercó pronta a donde estábamos y sin pedir permiso se llevó al tipo para la pista de baile, donde se estuvieron moviendo por un buen rato, una estrategia que mi amiga solía usar desde hacía mucho tiempo, que le permitía al hombre conservar su orgullo y me dejaba libre el camino para conocer a alguien más, antes de que mi amiga le diera las gracias y él se quedara con una enorme sonrisa al haber bailado con una mujer tan linda.
La fiesta avanzó con pasos agigantados y la verdad era que me estaba divirtiendo mucho conociendo a hombres, entablando pláticas divertidas y ocasionalmente bailando con uno que otro, hasta que sentía que se les empezaba a pasar la mano y me retiraba para escabullirme entre la multitud; pues si bien aquellos chicos solían ser amables y extrovertidos, la verdad es que no cumplían con los requisitos que yo estaba buscando para encontrar a mi chico ideal con quien pasar una noche alocada y luego olvidarme de él por la mañana.
En algún momento de la fiesta, Damaris y yo nos reunimos de nuevo para compartir un par de tragos, hablar de los chicos con quienes habíamos bailado y ver quienes podrían ser nuestros siguientes prospectos, algo que solíamos hacer en cada fiesta en la universidad y que para aquel momento resultaba refrescante, pues me hacía sentirme joven de nuevo, me provocaba alocarme un poco y dejarme llevar por el increíble ambiente que tenía tal clase de evento.
– ¡Santo dios! ¡Ya viste a ese par de bombones! – dijo de pronto Damaris, abriendo mucho los ojos y señalando con la cabeza en dirección a un par de chicos que apenas pasarían de los veinte años, ambos con la parte de arriba de sus cuerpos al descubierto, mostrando músculos bien trabajados y definidos, untados con alguna clase de aceite que los hacía brillar, ambos altos y con una presencia que incluso uno de ellos me provocó a morderme un labio mientras me imaginaba lo que sería capaz de hacer ese espartano con mi cuerpo si él y yo… – ¡Diablos! ¡Ya nos los ganaron! – expresó mi amiga mientras veía cómo un par de chicas mucho más jóvenes que nosotras, los abordaban y pronto se los llevaban a la pista de baile. Una sonrisa se dibujó en mis labios.
– Ven amiga, bailemos juntas – le dije a Damaris y ella sonrió de inmediato, entendiendo perfectamente qué era lo que estaba a punto de hacer, antes de que ambas nos tomáramos un shot de tequila y no fuéramos directo a bailar justo a un par de pasos a un lado de los hermosos chicos de quienes queríamos llamar su atención.
Aquello lo habíamos hecho demasiadas veces, era tan fácil lograr capturar de esa forma la mirada de un muchacho, pero tan atrevido que seguramente no lo hubiera hecho si no fuera bajo el resguardo que me proporcionaba la gran cantidad de maquillaje que traía encima y la docena de tragos que ya había ingerido.
Como lo hacíamos siempre que empleábamos aquella táctica, ambas comenzamos a bailar desbordando sensualidad, sonriendo, soltando risillas entusiastas y tocando nuestros cuerpos de manera evidente pero aparentando que nuestros roces solo eran accidentales, al igual que las ocasiones en que nuestros labios se unían por segundos sin que termináramos de besarnos, una estrategia que llamó mucho la atención de quienes nos rodeaban, pero principalmente de los chicos que habían inspirado ese baile, quienes habían dejado de prestar atención a las niñas con quienes bailaban en cuanto le guiñé un ojo a uno de ellos y nuestras miradas comenzaron a cruzarse con insistencia, a tal grado que repentinamente uno de ellos se acercó a nosotras y se unió a nuestra dinámica, mientras el otro, el espartano que había capturado mi atención y aunque con un poco más de timidez, poco a poco se acercó hasta que al fin logré tomarlo de la mano y comenzamos a bailar, no sin antes dedicarle una mirada de triunfo a las chicas a quienes se los habíamos quitado, las mismas que nos miraban con ese gesto de odio que a tantas mujeres les había provocado durante mi juventud.
Sentir a ese chico detrás de mí era demasiado bueno, el ser abrazada por sus brazos musculados, sentir sus manos fuertes tocando mi cintura, experimentar cómo me apoyaba el pene en mi trasero y la forma un tanto descarada como se atrevía cada vez a más y me tocaba los senos, era demasiado para mí, me hacía sentir justamente lo que estaba buscando en aquella noche, me hacía experimentar esa sensación de ser una mujer atractiva que podía levantar a un muchachito de esa edad, inspirar su excitación, hacer que me deseara, que quisiera llevarme a la cama, quitarme toda la ropa y hacer conmigo lo que de viniera en gana.
Los minutos pasaron de esa forma y yo estaba perdiendo la cabeza por completo, sintiendo el juvenil y fuerte cuerpo de ese hombre, entrando en contacto con su excitación, sintiendo cómo me tocaba por debajo de mi vestido, cómo se pegaba a mí desde atrás y acariciaba mis piernas con descaro, bajo el anonimato que nuestros disfraces nos brindaban junto con el escondite que nos proporcionaba la multitud que nos rodeaba bailando y poniendo atención únicamente en lo suyo.
Giré mi cuerpo para encontrarme con ese chico de frente, observando un hermoso par de ojos aunque para aquel instante resultaban algo borrosos, pues a base de una disciplinada forma de beber alcohol, había logrado llegar al punto en que no me importaría tomarlo de la mano y llevarlo conmigo a una recámara del piso superior para que me cogiera durante tanto tiempo como fuera capaz de resistirlo.
Estando de frente, me abracé a su cuello y sentí el impulso de besarlo, sin embargo, me detuve al notar que, por alguna razón, el que ese chico tuviera aquel casco de espartano puesto sobre su cabeza le agregaba una cantidad abrumadora de morbo a la situación, haciéndome sentir tan excitada que decidí renunciar a ese primer impulso y comenzar a besar su cuello, pasar mis manos posar sus nutridos pectorales y acariciar su hermoso abdomen, sintiendo su sudor, mientras él colocaba una de sus manos en mis senos y la otra me tomaba con fuerza del trasero, tocándome tan rico que incluso me hizo gemir y cerrar los ojos, mientras mis labios no dejaban de besar y lamer la piel de su cuello.
– ¡Ahhh! Llévame arriba, quiero ser tuya por esta noche ¡Ahhh! ¡Ahhh! – dije con la voz distorsionada por la excitación, tratando de hacerme oír por encima del ruido de la fiesta, mientras la mano de ese chico me acariciaba la vulva por encima de mis bragas, apretando con la fuerza suficiente para hacerme sentir cómo la humedad de mi vagina se esparcía por mi ropa interior.
Sin esperar una respuesta de ese chico, lo tomé de la mano y lo dirigí al piso superior, a una recámara que había usado otras veces con mi esposo, una que se distinguía por tener una luz roja tan tenue que era imposible ver con claridad lo que ocurría, que me permitiría mantener esa fantasía de anonimato, hacer el amor con ese desconocido sin saber quién era para luego olvidarme de él cuando despertara al día siguiente.
Al llegar a la habitación, no abrazamos de frente mientras tocaba todo su cuerpo y él me tomaba del trasero con una fuerza dominante, antes de hacer el intento de besarme y ver sus deseos impedidos por el casco que cubría su rostro. Fu en aquel momento cuando el chico hizo el intento por quitarse la máscara, sin embargo, yo no estaba dispuesta a renunciar a mi fantasía y lo detuve; no quería saber quién se encontraba debajo de esa apariencia tan arrojada y varonil, aunque eso le impidiera comerme la boca y el coño, para ese momento lo que en realidad tenía mi entrepierna al borde de ebullición, era no saber quién era ese muchacho.
Mordí sus pectorales y lamí su piel de una forma tan lasciva que incluso lo hice gemir mientras mis manos se apresuraban para quitarle el taparrabos que llevaba puesto junto con un pequeño y ajustado short que traía debajo, antes de lograr liberar su hermosa herramienta y sentir cómo palpitaba entre mis dedos, acariciar sus huevos con la necesidad desesperante de tenerlos en mi cara, de sentir ese pedazo de hombre bombeándome el coño hasta hacerme estallar en gritos y encharcar la cama con mis fluidos. Puse un dedo en sus labios cuando vi que quería decir algo, mientras con mi otra mano no dejaba de masturbarlo. Mi boca bajó de nuevo a sus hermosos pectorales y comencé a lamerlos y morderlos ligeramente.
– No quiero que hables – dije en lo que parecía un quejido, entonando una voz que expresaba todo el placer y la necesidad que estaba dominando a mi cuerpo – y por nada del mundo te quites esa máscara, mi espartano – terminé de hablar, sintiendo una oleada de calor en cuanto esas últimas palabras salieron de mi boca, un segundo previo a dejarme caer de rodillas en el suelo y contemplar frente a mí la hermosa verga de ese chico, deleitarme con su aroma a macho y besarlo sin demora, ansiosa por sentir su sabor, por experimentar su dureza con mi lengua y violar mi garganta con el grosor que tenía la carne de ese semental.
Le comía la verga de una forma tan violenta que me extrañó mucho que no se viniera en segundos. Me metía todo su pene hasta la garganta, moviendo la cabeza en círculos cuando llegaba al punto máximo; lo lamía, lo succionaba como si estuviera poseída, acariciaba sus huevos y me los metía a boca con hambre y lujuria, mientras sus nalgas eran presas de la forma como las apretaba, escuchando cómo ese chico gemía sin controlarse, sintiendo cómo me tomaba de la cabeza y comenzaba a mover sus caderas para violar mi boca y hacerla suya.
Repentinamente ese chico me cargó con una facilidad absoluta, mostrándome su fuerza, haciendo que me excitara increíblemente mientras me arrojaba a la cama y se abalanzaba sobre mí, me abría las piernas y me metía un par de dedos en la concha, experimentando cómo mi espalda se arqueaba y gritos de placer escapaban de mi boca sin contención, cómo se agitaba todo mi cuerpo y de pronto cargaba su peso sobre mí, penetrándome sorpresivamente, haciéndome gritar mientras mis ojos se ponían en blanco y lo sentía entrando y saliendo de mi cuerpo en una rápida y continuada caricia que sacudía todo mi ser, que llenaba mi concha como hacía mucho nadie lo hacía, que abría mis labios para meterse en mi vagina y llenaba mi vida de un placer tan morboso y delirante como me lo provocaba el saber que me estaba cogiendo a un completo desconocido, un hombre que me deseaba tanto como para cogerme de esa manera, como para usar mi cuerpo de una forma tan excitante que no opuse la más mínima resistencia a que me hiciera lo que quisiera, a que apretara mis senos con mucha fuerza, recargando sobre ellos sus manos para sacudir mi humanidad con tanta violencia que me llevó muy pronto al punto de no retorno y me deshice en gemidos mientras su verga era bañada por mis fluidos. ¡Vaya forma de cogerme! ¡Vaya forma de hacerme terminar y no dejar que mi orgasmo se agotara antes de correr a mi cara y venirse sobre mí rostro! Haciendo que quedara bañado por completo con su semen, provocando que una risa enloquecida escapara de mi boca mientras lamía su leche, la empujaba con mis manos a mi boca y la embarraba por toda mi cara, disfrutando de su aroma, dejándome llevar por su sabor, sintiendo cómo mi cuerpo entero ardía ante la tremenda sesión de sexo desenfrenado que se chico me había obsequiado, aderezando toda aquella increíble y morbosa situación con el hecho de que cuando al fin abrí los ojos, me encontraba sola en la recámara, algo que me hizo sonreír, revolcarme en la cama sintiendo las suaves cobijas que la cubrían, sintiendo que había sido un gran acierto ir con mi amiga a aquella fiesta.
Demir
¡Vaya hembra me había encontrado en ese lugar! Nunca hubiera esperado tener esa clase de sexo con una mujer que me llevaba al menos unos veinte años y que tenía un cuerpo tan increíble, aunque la verdad me hubiera gustado poder quitarme la máscara y haberle comido la boca, no obstante, para aquel momento en que me encontraba caminando por el pasillo para buscar a mi amigo, el que no hubiera podido besarla ya me daba igual.
Cuando llegué al fin al enorme salón donde la fiesta seguía su curso, casi de inmediato pude encontrar a Damián, quien seguía bailando con la chica del maquillaje extraño, algo que compartía con su amiga, una curiosidad que me llamó mucho la atención, pues les habían hecho una especie de body painting en toda su cara y parte de los hombros, una verdadera obra de arte que disfrazaba increíblemente bien los rasgos de su cara, tanto que uno no era capaz de darse una idea de cómo era en realidad el rostro de aquellas chicas.
– ¿Dónde dejaste a Ana? – preguntó la chica, sonriente, justo en el momento en que estuve lo suficientemente cerca como para oírla, mientras Damián se divertía bailando a sus espaldas, restregando su miembro en el trasero de la chica.
– ¿Quién es Ana?
– Mi amiga, ¿Dónde la dejaste?
– Se quedó en la habitación – solté como si tal cosa, haciendo que la chica sonriera de oreja a oreja y que mi amigo levantara la cabeza, abriendo mucho los ojos y mostrando una sonrisa de orgullo como hacía mucho no la veía, antes de levantar su puño y hacer que lo chocara con él.
– ¡Bien hecho, chico! – dijo la mujer mientras bajaba sus manos y las colocaba en en el trasero de mi amigo.
– Tal vez deberíamos seguir su ejemplo, ¿No lo crees Damaris? – dijo mi amigo, a quien si bien no pude escuchar con mucha nitidez, si pude leer en sus labios lo que acababa de decir.
Algo se rompió dentro de mí, la sonrisa en mis labios se borró y un inmenso dolor me dominó mientras aquella pareja me ignoraba y regresaban a lo suyo, besándose con descaro y alejándose de mí en medio del caos que había surgido en mi cabeza, haciendo que mi entorno se borrara por completo, tratando de pensar que no era posible, que aquello seguramente era una error, que no podía ser… no claro que no lo era, mamá se había quedado en casa, no podría ser, claro que no… seguramente se trataba de otro par de amigas que también se llamaban Ana y Damaris… ¿Cierto?
Ana
Nunca me habían decepcionado las fiestas de Mario y esa última no fue la excepción. Tras aquel encuentro maravilloso con el espartano que casi logra partirme por la mitad, me arreglé el vestido y salí de la habitación, sin ganas de otra cosa que ir a casa y tirarme en la cama a dormir tanto como pudiera.
Bajé las escaleras sintiendo la sensación de satisfacción posterior a la clase de sesión sexual que había mantenido con ese chico, sintiendo aún la humedad de mi coño y mis bragas mojadas después de todo lo que había ocurrido, encontrándome a mi amiga y a su luchador enmascarado mientras bajaba las escaleras.
– ¡Hola, amiga! – dijo Damaris con una sonrisa de complicidad en su rostro – ya supimos de la invasión espartana – dijo sonriente, arrancando risas a su amante y a mí, antes de que besara los labios de mi amiga con un pico.
– Diviértete, si es la mitad de bueno que mi espartano, seguro que la pasarás muy bien, nos vemos luego, me voy a casa – le susurré, mientras el chico a sus espaldas le sobaba las tetas con descaro, sin importarle que yo estuviera frente a ellos, haciendo que sonriéramos compartiendo una mirada cómplice hasta que el chico la hizo gemir y poner los ojos en blancos, una señal inequívoca de que yo sobrara en ese lugar.
Tras haber pedido un Uber y recorrer una pequeña parte de la ciudad, al fin llegué a casa sintiéndome como si flotara entre las nubes, experimentando una sensación tan grata que no me importó ir a la cama con aquel maquillaje en la cara, dejarme caer sobre el colchón y ser abrazada por el sueño que me noqueó durante horas, del que no fui capaz de despertar hasta cerca del mediodía del siguiente día, una fecha que sin saberlo, marcaría un parteaguas en mi vida que lo cambiaría todo, por completo.
Desperté sintiendo aquella pesadez propia de una mañana después de haber tomado mucho alcohol experimentando un dolor de cabeza tan intenso que parecía estar a punto de estallar, sintiendo el asqueroso sabor de mi boca seca y el cuerpo entumecido por la larga jornada de fiesta que había experimentado.
Me puse de pie sin mirarme al espejo, solo para desnudarme antes de abrir mi armario y ponerme una bata de baño sobre mi cuerpo, bajando de esa forma las escaleras de mi casa con la intención de ir a la cocina y prepararme un café muy cargado antes de darme una ducha y quitarme las plastas de maquillaje que para ese entonces ya se habían plastificado, pero previamente a poder alcanzar la cocina, mucho antes de que hubiera podido despertar por completo, una punzada de sorpresa cruzó mi estómago cuando vi a mi hijo sentado en el sillón principal del salón, despierto, vestido como un espartano, con el casco descansando sobre el sillón justo a un lado de su cuerpo, mientras me miraba con los ojos muy abiertos, sin decirme nada sin que yo fuera capaz de abrir la boca mientras me quedaba paralizada sobre el último escalón de la escalera, recordando cada cosa que me había hecho la noche anterior, recordando todo lo que me provocó, la forma como mi vagina se inundó mientras él me cogía, la sensación de su miembro entrando y saliendo de mi cuerpo y la rudeza con que me trató durante aquella excitante e inolvidable sesión desenfrenada de sexo.
Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para lograr aparentar tranquilidad, y tratar de fingir que mi cuerpo entero no estaba colapsando, que mis piernas no temblaban como gelatina y que el darme cuenta de que era mi hijo con quien había cogido, en realidad no me importaba.
– Hola cariño – saludé con voz temblorosa, antes de carraspear para aclarar mi garganta y seguir caminando, no sin algo de dificultad, hacia la cocina – ¿Te apetece un café? – le pregunté sin saber qué más podría decir en una situación como esa, pero él no dijo nada, a pesar de que sentía su mirada mientras caminaba y de que se puso de pie en cuanto logré acceder a la cocina, temblando de la impresión, sintiendo mucho miedo de lo que aquello podría provocar en nuestras vidas, pero inevitablemente, sintiendo también una enorme excitación al entender que en esa misma casa estaba el hombre que me había llevado a la locura apenas algunas horas atrás.
Con manos temblorosas tomé la cafetera y la llené de agua, mientras sentía la mirada de mi hijo y veía de reojo cómo se había quedado parado en el umbral de la cocina. Nadie decía nada. Saqué de la alacena la bolsa de café y puse la cantidad correcta en la cafetera, no sin desperdigar un poco en la mesa debido al temblor de mis manos, sintiendo luego un vacío en el estómago al no saber qué hacer en ese instante, al no tener un pretexto para no mirar a mi hijo, para no hablar de lo que fuera. Suspiré con fuerza, tratando de resignarme a la idea de que no podíamos cambiar lo que ya había ocurrido, pero antes de tener tiempo de asumir que debería compartir el resto de mi vida con el recuerdo de que mi hijo me había convertido por una noche en su mujer, sentí las manos de Demir tocando mi cintura, avanzando lentamente hasta apresar mi estómago, experimentando cómo mi cuerpo entero se estremecía al mismo tiempo que quedaba petrificada al sentir la dureza de mi hijo enterrándose entre mis nalgas, experimentar nuevamente su cuerpo en contacto con el mío mientras una de sus manos se metía entre mi bata y se deslizaba por mi abdomen hacia abajo, buscando mi concha con su mano hasta llegar a ella y acariciarla, a la vez que su otra mano apretaba mi seno con fuerza y el instinto me llevaba a mover con vigor las caderas.
– Hijo, no deberíamos… – mi voz fue acallada por la mano de mi hijo cuando tapó mi boca por completo, mientras sentía cómo sus dedos se metían en mi concha y la bata poco a poco se deslizaba hacia arriba, descubriendo mi trasero, dejándome expuesta ante el macho que me había convertido en su mujer la noche anterior y que al parecer volvería a hacerme suya aquella mañana, sin que yo tuviera la fuerza necesaria para resistirme, sin que siquiera intentara alejarlo, pues en el fondo quería tenerlo nuevamente dentro de mí cuerpo, quería que me hiciera gritar como lo que había hecho la noche anterior y volver a sentir el sabor de su verga y su semen esparciéndose por mi boca.
– No quiero que hables, y por nada del mundo voltees a verme – dijo Demir con una voz autoritaria, con una seguridad que me hizo temblar las piernas mientras sentía cómo sus dedos abandonaban mi coño y me obligaba a inclinarme hacia delante, subiendo luego mi bata, un segundo antes de que los gemidos comenzaran a escapar a raudales de mi boca mientras sentía como la cara de mi hijo se hundía entre mis piernas, cómo su lengua jugaba con mi clítoris y su nariz se metía un poco en mi vagina, haciendo que gimiera, que moviera el culo con vehemencia, que me estremeciera al sentir cómo apretaba mis nalgas y se apoderaba de mi cuerpo, experimentado la deliciosa manera como mi hijo me convertía en una perra sumisa dispuesta a complacerlo por completo.
Mis labios extrañaron su boca cuando mi hijo se puso de pie, no podía dejar de mover el culo mientras esperaba con desesperación el momento en que Demir se desnudara y me penetrara, mientras mis manos permanecían recargadas en la mesa y mi cuerpo temblaba de impaciencia.
– ¡Ahhhhh! – Largué un gemido cuando mi hijo me penetró por sorpresa, sintiendo la facilidad con que lo hizo, sabiendo que estaba demasiado lubricada para que pudiera dolerme cualquier cosa que me hiciera.
Nuevamente experimenté cómo su verga se abría paso entre mis labios una y otra vez, cómo me llenaba el coño pro completo, la sensación hermosa de tener a un verdadero macho dentro de mí, de experimentar sus manos apretando mis senos mientras mi boca permanecía abierta, escurriendo de baba que caía sobre la mesa, sin parar de gemir, sin dejar de mover el culo, deseando que aquello no terminara nuca, sabiendo que mi hijo sería mi hombre desde ese momento.
– ¡Ahhh! ¡Mi amor! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Lo haces muy Rico! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Quiero tu leche en mi coño! ¡Quiero que me llenes! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Dale tu lechita a mami! – mi hijo tiró de mi pelo y me hizo gritar al hacerlo, provocando que mi cuerpo se levantara, que mis manos quedaran colgadas hacia delante mientras sentía el poder de ese muchacho taladrando mi coño, sacudiendo mi cuerpo, haciéndome su mujer.
Él no dijo una sola palabra mientras penetraba mi cuerpo a placer, no salió de su boca una sola silaba, solamente se dedicó a cogerme tan duro como podía, a apretar mis senos y mover las caderas para llevarme al éxtasis en poco tiempo, sintiendo cómo mis fluidos escurrían por mis piernas mientras él no dejaba de cogerse a mamá, hasta ejecutar una penetración especialmente violenta con la que envió su verga al fondo de mi cuerpo y mis piernas se tensaron como nuca, antes de sentir su cálido semen inundando mi vientre, de sentir cómo chorro tras chorro se impactaban dentro de mi coño mientras mi hijo me tomaba los senos y me llevaba a su cuerpo, abrazándome con sus musculosos brazos, para besarme el cuello mientras yo recargaba mi cabeza en su hombro, experimentando la sensación de su verga recuperando su estado natural momento a momento, despacio, como si no quisiera perder su dureza, como si quisiera quedarse ahí mucho tiempo más.
Cuando mi hijo me soltó me apresuré a apagar la cafetera que había comenzado a silbar varios minutos antes de que termináramos de coger. Sin decir nada más, me amarré la bata de nuevo y saqué un par de tazas, antes de ponerme a cocinar unos huevos fritos y preparar un par de tostadas con aguacate y queso, mientras sentía el semen de mi hijo escurriendo por mis piernas.
Cuando regresé a la mesa de la cocina, noté que mi hijo no me quitaba los ojos de encima, sintiendo una oleada de amor al ver que me sonreía de oreja a oreja. Le serví su plato delante de sus narices sin que la conexión entre nuestras miradas se rompiera.
– Tienes que desayunar muy bien, cariño, hoy será un largo día entre madre e hijo.