«…Estaba enloquecido mientras te besaba, tratando de reanimar tu lengua…»
por JANE CASSEY MOURIN. Contacto: janecasseymourin@gmail.com; patreon.com/JaneCasseyMourin
Aquella noche me rendí cerca de las cuatro de la madrugada. Odiaba la idea de regresar a casa sin ti. Te extrañaba mucho y estaba muy preocupado, solo deseaba que estuvieras viva, que pudieras regresar a casa pronto, sin importar el estado en el que lo hicieras.
Los niños se habían quedado en casa de mis padres. No tenían por qué lidiar con tus adicciones, como yo lo había hecho por tantos años. Pero ¿Dónde demonios te habías metido?
Llegué a la casa y estuve a punto de meter la llave en la cerradura, cuando miré en dirección al edificio que se incendió un par de semanas atrás. ¡Carajo! ¿Cómo no se me ocurrió antes?
Salí corriendo en esa dirección, con el corazón latiendo sobresaltado, el sudor frío corriendo por mi piel y un intenso dolor en el estomago; señal de que no me gustaría lo que estaba a punto de ver.
Entré en el edificio. No fue una sorpresa que a mi nariz llegara de inmediato el olor a marihuana, orina y otras excreciones corporales. Busqué sin descanso, piso por piso; encontrando en cada departamento a hombres y mujeres drogándose, teniendo sexo o simplemente sufriendo le efecto de las drogas que se habían metido.
No me rendí, sin importar que el amanecer me hubiera sorprendido en ese lugar; había buscado en tantos sitios parecidos, por tanto tiempo, que ahora todo aquello que en un principio me causó un profundo asco y repulsión, no me remitía ninguna clase de sensación.
Legué al último piso. Estaba prácticamente vacío, pero un estremecimiento horrible me acogió cuando escuché los jadeos de un hombre; los cuales se presentaban intercalados con las vulgares palabras que salían de su boca.
– Estabas bien buena perra, lástima que ya te cargó la chingada.
Sus jadeos de pronto se incrementaron hasta que un grito escapó de su garganta. Me quedé parado, recargado en la pared, sin poder dar crédito a lo que acababa de escuchar. El hombre salió, un tipo con la piel llena de mugre, caminando con dificultad mientras arrastraba los pies. Me sonrió al verme.
– Disfrútala carnal, lleva un rato fría, pero todavía sirve – dijo antes de soltar una carcajada.
Caminé con dificultad a la entrada de la habitación, todo parecía tan irreal, como si nada de aquello estuviera pasando, como si todo se tratara de una horrible pesadilla.
Me detuve antes de mirar al interior de la habitación, mis lágrimas salían con prontitud, tratando de evitar enfrentar una horrible e irremediable realidad. Hasta que la necesidad de conocer la verdad me hizo dar un paso más.
Tu cuerpo se encontraba casi desnudo, con el vestido levantado y los senos expuestos. Tenías marcas de agujas en tus brazos y una de ellas aún estaba en tu cuerpo. Tus ojos abiertos y carentes de vida, miraban en mi dirección sin lograr ver nada.
Me quedé ahí parado, contemplado la belleza muerta de tu cuerpo. Recorrí cada centímetro de tu cadáver con la mirada ¿Qué tanto abrías sufrido antes de morir? ¿Cuántos hombres te habrían hecho lo mismo que aquel sujeto que acababa de salir de la habitación?
Me acerqué poco a poco a ti. Sollozando ante la inevitable carga que sentía por saber que ya no escucharía más tu risa; que mis hijos no volverían a ver de nuevo a su madre, sentir sus besos ni escucharla cuando los despidiera por las mañanas, antes de ir al colegio. Esas malditas pastillas. Esa maldita obsesión por tu apariencia. No había pasado mucho de tu muerte, era un hecho; el olor de tu cuerpo me lo decía.
Me arrodillé a un lado de ti, tomé tu cabeza y la puse sobre mis piernas. Mis sollozos contaminaron el viento con la tristeza que embargaba mi corazón; mis lágrimas humedecían tu rostro, cayendo cerca de tus ojos, creando la ilusión de tu tristeza, de que aún estabas viva. Tras algunos minutos en que logré tranquilizarme, miré en dirección de tu entrepierna, humedecida con el semen de aquel hombre, tal vez con el de varios hombres desconocidos; que vieron en tu cuerpo inerte la posibilidad de llevar algo de placer a sus depresivas vidas.
Miré de nuevo tu rostro y un impulso por sentir tus labios una última vez, me llevo a besarte. Tu piel fría, al igual que tu lengua completamente carente de humedad; fueron el recuerdo de que no estabas ahí, que solamente estaba el cuerpo al que una vez le diste vida.
No pude dejar de besarte ni evitar que mis manos acariciaran tus senos. Perdía la cabeza al saber que te había perdido, me enfurecía a cada segundo que pasaba por saber que otros habían profanado tu cuerpo, tal vez incluso cuando aún estabas viva.
Estaba enloquecido mientras te besaba, tratando de reanimar tu lengua, llorando sin poderlo controlar, pensando en lo maravilloso que era hacerte el amor, sentir la calidez de tu piel, provocar la humedad de tu vagina. Ahora solamente sentía la frialdad de tu cuerpo. Quise detenerme, en verdad quería hacerlo; pero mi cuerpo no respondió a mi voluntad, simplemente se dejó llevar por la electrizante caricia que erizaba mi cuerpo y endurecía mi miembro. Mi mano se desplazó hasta tu entrepierna.
No me importó llenar mis dedos en los jugos de otro hombre, mientras los metía en tu vientre, acariciaba tus labios y trataba de masturbar tu clítoris. ¿Qué demonios estaba haciendo? Tú estabas muerta, ya no podrías sentir placer ni estallar en un orgasmo; pero mi cuerpo y la excitación que me agobiaba, no entendían eso. Solamente quería estar dentro de ti una última vez.
Dejé con cuidado tu cabeza sobre el suelo, me situé entre tus piernas y saqué mi miembro endurecido. El semen de ese hombre sirvió de lubricante, en el momento en que te penetré; experimentando el rigor de la muerte; la completa ausencia de vida que ahora caracterizaba tu cuerpo.
Empujé con tanta fuerza como me fue posible, llorando y sollozando mientras trataba de recordar lo hermoso que era hacer el amor contigo; en un intento por materializar tus gemidos, la forma en que me solías abrazar con tus piernas y me pedías que no parara, que lo hiciera con más fuerza. Una tortuosa necesidad de sentirte una última vez, fue lo que me llevó a poseer tu cuerpo interne, a eyacular de nuevo dentro de tu vientre y quedarme tirado sobre ti, sintiendo como mi cuerpo se convulsionaba mientras mi llanto me atacaba de nuevo.
Estabas muerta y eso no cambiaría, sin importar lo que hiciera ni lo que deseara; sin importar siquiera que me torturara por no haberte buscado ahí primero, por no haberte internado para que te rehabilitaras, por no haber hecho nada por ti cuando aún estaba a tiempo.
Me puse de pie y me arreglé la ropa. Saqué mi teléfono y llamé al policía que también te había estado buscando.
– La encontré. Está en el edificio incendiado, está muerta.
