ENTRE VAGABUNDOS

«… no podía quitarse aquella vieja y desagradable punzada en el estómago …»

por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/

Esa noche Víctor dormiría sólo. Samanta, su novia, le dijo que dormiría en casa de su madre y el chico creyó que era cierto, después de todo ya habían pasado algunos años desde la última vez que Sam recayó, realmente no tenía razones para desconfiar de ella; sin embargo, no podía quitarse aquella vieja y desagradable punzada en el estómago que lo acompañaba en cada ocasión en que Sam le decía que dormiría con su madre.

Estaba intranquilo y tenso, mirando el celular de tanto en tanto, esperando una llamada de buenas noches que le indicara que todo estaba bien, que ella se encontraba en casa de su madre y que su ansiedad estaba completamente injustificada, aunque con el pasado de Samanta, era lógico que se encontrara con ese estado de ánimo tan alterado.

Víctor ya había soportado muchas humillaciones de parte de Sam, sobre todo durante el primer año en el que vivieron bajo el mismo techo; la había perdonado tantas veces que incluso perdió la cuenta del número de ocasiones en que Sam lo llamaba por la noche para que fuera a recogerla, sin importar que le hubiera dicho que estaría con su madre, obligando a Víctor a escuchar su voz distorsionada por las drogas y el alcohol, mientras algún tipo extraño tocaba el cuerpo de su mujer o se la cogía.

En más de una ocasión, ese muchacho justificó la conducta de Sam diciendo que eran las drogas y el alcohol lo que la hacían actuar de esa manera, tratando de convencerse de que ella era una buena persona, alguien que solamente tenía un problema pero que no era nada que no pudiera solucionarse.

Pasaba de la media noche cuando al fin recibió la llamada de su novia. Víctor contestó entusiasmado, pensando que lo llamaba solamente para desearle una buena noche, pero cuan grande sería su sorpresa cuando al contestar, escuchó claramente la música de fondo y el bullicio del antro que Sam solía frecuentar en los viejos tiempos, mientras su novia, completamente borracha, le pedía que la fuera por ella, pues se había quedado sin dinero y sus amigas la habían dejado atrás.

– Voy para allá – contestó el chico, con un nudo en la garganta, sabiendo la clase de escena que encontraría cuando llegara al lugar, sintiendo una sensación horrible en el estómago al pensar que tal vez en ese mismo momento, otro hombre la estaría penetrando o que quizás sería más de un extraño el que estaría disfrutando de su cuerpo, repitiéndose nuevamente aquella pregunta que tantas veces lo torturó en el pasado: ¿por qué seguía con ella?

De mala gana tomó sus llaves y salió de la casa, tan triste como enfadado, sintiéndose nuevamente traicionado, pensando si tendría la fuerza para volver a esas noches tortuosas, donde era poco a poco destruido por el dolor que le provocaba la ausencia de la mujer que amaba y el saber que estaría entregándose a otro hombre.

Subió a su auto y se dirigió al lugar que tantas veces había visitado por aquella misma razón, pensando en el camino lo que pasaría a partir de ese momento, considerando todas las opciones que tendría, incluso pensando en los diferentes centros de rehabilitación en los que podrían ayudar a Sam a dejar esa vieja vida y salir adelante; pero Víctor nunca hubiera esperado encontrarse con la escena que se postró ante sus ojos, ni siquiera en sus más locas y desventuradas pesadillas.

Cuando el muchacho llegó al lugar indicado, estacionó su vehículo al otro lado de la calle donde se encontraba el antro desde el que Sam le había llamado por teléfono.

No pasó por desapercibido para Víctor, el hecho de que una multitud de gente estuviera haciendo ruido justo afuera del lugar, pero al acercarse sintió una punzada en el estómago y una sensación desagradable recorriendo su cuerpo, cuando reconoció el auto al que se dirigían las miradas de al menos una veintena de hombres, antes de que su mundo se cayera a pedazos al ver a Samanta en el interior del carro que Víctor le regaló a su hermano menor cuando estaba por entrar en la universidad, con las piernas abiertas, gimiendo abrazada al cuerpo del hermano de su novio, quien se la estaba cogiendo tan fuerte que incluso provocaba que el auto se sacudiera violentamente, mientras Sam le rogaba a gritos que le diera más fuerte, que le mordiera los senos, que se la cogiera como su novio no era capaz de hacerlo. 

Víctor no dijo nada, no hubiera podido hacerlo aun cuando lo hubiera intentado, solamente se recargó en la pared, mirando la escena y escuchando los gemidos de la mujer de quien se sentía tan enamorado, por quien hubiera entregado su vida, a quien le había dado todo lo que tenía. 

Miraba con un intenso dolor en el estómago cómo su hermano se quitaba de encima de ella después de haberse venido adentro de su mujer, sonriendo como si hubiera hecho algo increíble, un gesto que se borró de su cara cuando miró al tipo recargado en la pared y se dio cuenta de que se trataba justamente de su hermano mayor, el hombre que le pagaba la universidad, quien lo había mantenido desde que sus padres fallecieron, el mismo que le había obsequiado ese carro.

El chico se quedó atónito, sin saber qué decir, ni saber qué hacer, mirando asombrado el rostro de su hermano, sereno, pero con un gesto de odio que nunca había visto en él, que le provocó un miedo insoportable cuando el hombre comenzó a caminar en su dirección, sin dejar de mirarlo a los ojos mientras el sonido de los gemidos de Samanta cimbraba una y otra vez sus oídos. 

Víctor se paró frente a su hermano por un momento, el chico temblaba de miedo sin querer mirarlo a los ojos, pero sin poder evitar desviar la mirada, llorando como un chiquillo al saber que su vida cambiaría drásticamente a partir de ese día.

Un golpe directo a la cara impactó el rostro del chico, haciendo que se precipitara al suelo, agarrándose la cara y sintiendo su sangre salir de su nariz, manchando su rostro, sus manos y su ropa.

De inmediato los amigos del muchacho giraron su cabeza y algunos incluso trataron de intervenir hasta que reconocieron a Víctor, y en un instante todos dieron varios pasos atrás, pues sabían que la mujer que en aquel momento seguía gimiendo enloquecida, era justamente la mujer del tipo que había golpeado a su amigo, alguien con quien no era buena idea tener problemas, algo que todos sabían de sobra. Un tipo jaló de la ropa del hombre que se estaba cogiendo a Samanta en ese momento.

– Espera tu turno, todavía no me vengo – dijo el antes mencionado, hasta que giró la cabeza y miró de frente a Víctor. No tuvieron que decirle nada más para que se apartara y torpemente se acomodara la ropa, sin dejar de caminar mientras se alejaba de ahí en compañía de los demás.

Fueron solamente algunos segundos los que transcurrieron hasta que en el lugar solamente quedaron Víctor, su hermano y Samanta, quien en ese momento se metía los dedos en la vagina, extrayendo el semen que le habían dejado varios hombres para llevárselo a la boca y chuparlo con vicio. Él la miró por un momento y negó con la cabeza en un gesto que expresaba toda la tristeza que sentía, un sentimiento que hacía mucho no experimentaba y que en ese momento lo destruía al saber que su propio hermano también había contribuido para provocarlo.

Fue después de mirar tan repugnante escena, cuando el muchacho regresó la vista a su hermano menor, sintiendo una profunda decepción, dejándose embargar por el odio que le provocaba la traición de la persona de quien se había hecho cargo, a quien le pagaba todo, quien logró tener estudios y un departamento gracias a la bondad de su hermano mayor.

– Voy a dejar que te lleves al auto por hoy, pero mañana lo quiero a primera hora en mi casa, y dale gracias al dios en el que creas porque ya pagué tu universidad por completo, porque si no lo hubiera hecho ya te habrías quedado sin estudios también.

– Hermano yo… – un nuevo golpe en el rostro calló al chico, quien se retorcía de dolor en el suelo y no tuvo el valor de levantarse; Víctor miraba a su novia, con las piernas abiertas, sin bragas, con las tetas fuera de su vestido, enrojecidas por las mordidas de los hombres que ya la habían poseído.

– Mañana, a primera hora, si tengo que ir por él te voy a partir la madre – dijo Víctor sin mirar a su hermano, mientras se acercaba a Samanta y la tomaba en sus brazos.

– ¡Ay! A ti no te quería ver todavía, faltaban muchos chicos – dijo la chica, completamente dominada por la mezcla de alcohol y drogas que navegaban en su cuerpo.

Con paciencia e inmerecido cuidado, Víctor la llevó en brazos hasta su auto y la metió en el asiento trasero, para luego echar una última mirada  a su hermano, quien tirado en el suelo lloraba, sabiendo que su vida se haría mierda sin su hermano, arrepentido por la estupidez que acababa de cometer. Maldito cobarde, pensó Víctor al mirar la patética estampa de ese maldito desagradecido. 

Víctor se colocó en el asiento del piloto y echó a andar su auto, desechando por completo la idea de internar a Samanta en un centro de rehabilitación, pues haber cogido con su hermano le tocó las fibras, haciendo que se diera cuenta de que para él, Samanta era su adicción, algo que no podía y no quería dejar, pero que lo lastimaba y lo destruía, impidiéndole tener una vida feliz y plena, rodeándose de gente que lo amara y lo cuidara.

No, no pagaría un centavo más por tratar de rehabilitar a esa zorra, no invertiría un segundo más de su tiempo tratando de cambiarla, de darle otra oportunidad de entre las muchas que ya le había brindado.

Víctor condujo con algo de dificultad pues su vista se nublaba una y otra vez con sus lágrimas, al saber que estaba a punto de separarse de la mujer a quien amaba; condujo en dirección a un destino que conocía muy bien, pues lo visitaba cada navidad para dejar algo de comida, ropa y mantas a la gente que vivía ahí, lo había visitado tanto que no fue una sorpresa el que muchos de los vagabundos que dormían debajo de ese puente, se apresuraran a su auto, alegrándose de verlo llegar, seguramente pensando que les llevaría comida o ropa, si imaginar que la donación de esa noche sería de una clase completamente diferente.

Víctor estacionó su auto y bajó de él para saludar a quienes se habían congregado a su alrededor, luego se dirigió la parte trasera de su carro, abrió la puerta y de nuevo tomó entre sus brazos a la que hasta hacía minutos atrás había sido su mujer.

Los vagabundos debajo del puente se quedaron asombrados y muy extrañados porque aquel tipo a quien conocían como el hombre bondadoso, llevara a una mujer tan hermosa a ese lugar, y se sorprendieron más aún cuando la dejó en uno de los sillones roídos y llenos de pulgas donde dormían esos hombres sin hogar.

Ella no era consciente de dónde estaba ni de lo que pasaba a su alrededor, sus ojos divagaban mientras se abrían y se cerraban una y otra vez. Víctor la miró, sin poder evitar que le doliera abandonarla ahí, pero sabiendo que no estaba dispuesto a seguir tolerando esa vida, enojado por no haber tomado la decisión de dejarla muchos años atrás ante el daño que esa mujer le hacía, dejando que todo llegara a un punto en el que se sentía destruido, en el que incluso había perdido a la única familia que le quedaba a causa de ella.

Se levantó después de dejarla recostada en ese asqueroso mueble que apestaba a sudor y orina, mientras ella abría las piernas para mostrar a todos los hombres que la rodeaban una vagina desnuda, humedecida con el semen de aquellos que ya se la habían cogido esa noche.

Los vagabundos intercambiaban miradas, extrañados por lo que pasaba, sin saber qué hacer, preguntándose ¿Por qué el hombre bondadoso la había llevado a ese lugar? Pero no dijeron nada, solamente se quedaron expectantes a lo que haría el hombre bondadoso, quien dio media vuelta y comenzó a caminar con un mar de lágrimas derramándose por sus mejillas.

– Es toda suya chicos, que ella disfruten – dijo Víctor sin voltear a ver a nadie.

Los hombres no podían creer que aquello fuera en serio, pero tampoco dudaron demasiado en acercarse a la hermosa chica que les habían obsequiado, mientras Víctor regresaba la mirada desde su auto, observando como esos hombres sucios, llenos de enfermedades y bichos en el cuerpo, metían su mano entre las piernas de Samanta, mirando con asco como ella los besaba con desmesura, buscando sus penes con las manos y dejando que la tocaran por todos lados. Víctor se marchó del lugar mientras los hombres sin casa se preparaban para una larga y muy divertida noche. 

Los hombres comenzaron a desnudarse frente a Samanta, quien ayudada por las bofetadas que uno de ellos le daba continuamente, logró tener la consciencia suficiente para verse rodeada por un grupo de hombres que tenían sus penes de fuera, listos para que ella los acariciara y se los metiera en la boca, como tantas veces antes ya lo había hecho con otros desconocidos.

Con algo de trabajo, Samanta se arrodilló en el suelo, recorriendo los tirantes de su vestido para dejar sus senos a la vista de sus amantes, sin darse cuenta de la clase de personas con las que estaba a punto de coger, tan drogada que no logró advertir el asqueroso olor que emanaba de los hombres que estaban a punto de cogérsela y las evidencias de las enfermedades que se podrían adivinar con tan solo echar un ojo a sus genitales.

Sam tomó un pene en cada una de sus manos y comenzó a masturbarlos, mientras un tercer hombre se colocaba frente a ella, poniendo su miembro a la altura de su boca, misma que la chica abrió diligentemente para sentir cómo ese pedazo de carne le llegaba hasta la garganta, entrando y saliendo una y otra vez de ella, mientras otro tipo se colocaba a sus espaldas y le tocaba los senos, al mismo tiempo que su otra mano se metía por debajo de su cuerpo y le penetraba la vagina, llenándose los dedos de semen.

Samanta comenzó a alternar entre unos y otros, cambiando una y otra vez al afortunado que metía el miembro en la boca de la chica, mientras a los otros dos los masturbaba con ganas, sin saber lo que hacía, dejándose llevar por la costumbre construida en cada ocasión en que varios hombres se la cogieron de una forma similar después de una noche de tragos y drogas.

Los vagabundos no dejaban de golpearle las tetas y las nalgas, de abofetearla mientras la llamaban puta y le decían zorra, pero ella no tenía tiempo para ofenderse pues se había entregado por completo a la sensación que le provocaba el que varios hombres tocaran su cuerpo, le metieran el pene en la boca y se la cogieran con la mano a un ritmo desquiciante, provocándole un dolor que solamente era soportable gracias al efecto de las drogas que había consumido.

El hombre que le magreaba las tetas y le penetraba salvajemente con sus dedos, se sentó debajo de ella y uso el semen que escurría de la vagina de Samanta como lubricante, para embarrar su pene con él al igual que el ano de la chica, metiendo sus dedos en dicha cavidad, sin el menor cuidado ni consideración, para luego, de forma repentina, colocar su miembro en el ano de la chica y penetrarla con fuerza, sintiendo cómo el esfínter de Samanta abrazaba con fuerza su miembro mientras él empujaba una y otra vez, forzando la elasticidad de Samanta, quien un segundo antes se metía los huevos de uno de los vagos en la boca, hasta que el dolor la hizo gritar, dejar de mamar y masturbar a los demás.

– ¡Salte! ¡Duele mucho! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ahhh! ¡Por ahí no! ¡Por ahí no! – gritó Samanta desesperada, pero el hombre que tenía frente a ella la obligó a mamar de nuevo su verga, callándola al hacerlo, antes de arrodillarse en el suelo para mamarle las tetas a la zorra que el hombre bueno les había obsequiado, disfrutando de una hembra tan buena con la que nunca se hubiera imaginado coger, metiendo sus dedos en su vagina, mientras la chica lloraba y berreaba por el dolor que el hombre debajo de ella le provocaba, a la vez que otro de los hombres de pie nuevamente la obligaba a mamarle la verga y uno más llevaba la mano de Samanta a su pene para que siguiera masturbándolo.

El tipo frente a ella tomó su miembro y lo colocó en la entrada de su vagina para luego empujar con fuerza y enviarlo hasta el fondo de su vientre, empezando de inmediato a embestirla con tanto ímpetu que rivalizaba con la violencia de su compañero, quien para ese momento ya estaba sodomizando a la chica con movimientos fluidos.

– ¡Duele mucho! ¡Por favor, paren! ¡Por favor, uno por uno! – chillaba Samanta mientras se la cogían sin hacerle caso, llorando desconsolada y viéndose nuevamente obligada a mamar el pene del hombre que se encontraba parado a lado de ella.

– Pinche puta, tienes el culo bien apretado, zorra – dijo el hombre debajo de ella – te voy a llenar las tripas de leche, pinche puta.

Ella trató de gritar, decir algo, hacer algo para evitar que siguieran masacrando su trasero, pero el hombre que se la estaba cogiendo por la boca, la tenía bien sujeta de la cabeza y no le quedó más opción que admitir la derrota, sintiendo cómo sus entrañas eran bañadas por el semen del vago que la había sodomizado, quien se quedó recostado en el suelo, sonriendo mientras su verga seguía alojada en el interior de la chica.

El tipo que se la cogía de frente comenzó a moverse más rápido y tomó la cara de Samanta para obligarla a voltear al frente y besarlo, sin que le importara probar el sabor de la verga de su compañero, pues quería deleitarse con la lengua de la hembra que se estaba cogiendo.

– ¡Te voy a dejar un chavito adentro! ¡Qué rico coges! ¿Estás lista para ser la madre mi hijo, puta?

Samanta lloraba mientras el hombre la penetraba sin consideración, sintiendo sus manos apretando con fuerza sus senos y provocando con ello un dolor tan intenso que su cuerpo se convulsionaba tratando de apartarlo, sin embargo, él no se movió de donde estaba, no quitó sus manos de sus tetas y no dejó de cogérsela tan fuerte como pudo hasta que se vino dentro de ella, besándola de nuevo, haciendo que la chica sintiera su lengua en la boca, mientras su cabeza daba vueltas, experimentando los momentos previos a caer desmayada, lo que no detuvo a los otros hombres que aún esperaban eyacular en esa chica y que tomaron el lugar de sus compañeros, a pesar de que Samanta había perdido el conocimiento, pues una nimiedad como esa no les estropearía la noche.

La noche no fue corta ni placentera para esa chica, pues a ratos despertaba de su estado de inconsciencia, encontrándose nuevamente siendo violada por los vagabundos, llorando por el dolor que sentía cada vez más fuerte, en la misma medida en que el alcohol y las drogas poco a poco iban abandonando su cuerpo. 

Más tarde esa misma noche, se les uniría un grupo más de hombres sin casa para disfrutar del regalo que la calle les había brindado, cogiéndose a Samanta por cada uno de sus orificios, bañándola en semen y orina, abofeteándola una y otra vez, golpeando sus nalgas y sus senos hasta dejarlos rojizos. 

La madrugada fue devorada por el tiempo y la mañana cayó de nuevo, cimbrada por el llanto de una chica que para ese momento era perfectamente consciente de lo que un vago le hacía a su cuerpo, entendiendo lo que había pasado durante aquella noche, pues su vagina, su boca y su ano dolían y se sentían inundados por el semen de un montón de extraños, que aunque ella no lo supiera nunca, habían sido más de una docena de hombres los que habían disfrutado de su cuerpo, en esa infame noche en que su novio la entregó como una donación a la gente que más necesitaba de una ayuda. 

Cuando Víctor llegó al lugar, el vagabundo que la violaba no había terminado aún, le metía la lengua en la boca y se la cogía con mucha fuerza, lastimando a la chica, que para ese momento le costaba trabajo hasta gemir, gritar o siquiera susurrar algo, pues su garganta estaba cansada después de haber gemido, gritado y llorado toda la noche. 

El hombre empujó un par de veces más su miembro, con una fuerza descomunal hasta derramarse dentro de Sam. Levantó la cabeza y se encontró con la mirada del hombre bondadoso, a quien saludó con una sonrisa antes de darle las gracias. Víctor solamente asintió, sin dejar de ver a Samanta, llorando, destruida al saber lo que le había pasado. 

Aquel que un día antes fuera su novio, caminó hacia ella sin que Samanta lo notara, con una botella de agua en la mano y un emparedado en la otra, mismo que dejó a un lado de la cabeza de la chica, quien al abrir los ojos llorosos lo miró con esperanza.

– ¡Víctor! ¡Ayúdame, por favor! ¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí! ¡Te lo ruego! – dijo Samanta con una débil voz, que carraspeaba su garganta y apenas era entendible. Víctor miró a su alrededor.

– Tu vivías en un lugar muy parecido a este ¿Lo recuerdas? Te ayudé y levanté a tu familia de una ciudad perdida para darle una casa digna; a ti te di un hogar, te di estudios y todo el amor que un hombre podría darle a una mujer, pero al parecer eso no fue suficiente o simplemente no te importó cada vez que te fuiste a coger a cuanto cabrón se paraba enfrente de ti. Me cansé de intentarlo, me cansé de rogarte que no lo hicieras, de cuidarte obsesivamente y de preocuparme por saber en dónde estarías mientras me decías que ibas a ver a tu madre. Durante estos años en que estuviste sobria, pensé que los habías logrado, que al fin seríamos una familia feliz y podríamos criar a nuestros hijos, pero ayer entendí que se acabó Sam, justo en el momento en que te vi cogiendo con mi hermano, así que es hora de regresar a donde perteneces, y si lo que quieres es ser una puta, tal vez este lugar pueda ser un buen comienzo.

Víctor se levantó ignorando las súplicas de Samanta, fue a su coche y abrió la cajuela, de donde sacó un par de maletas que luego arrojó cerca de la chica. 

– No te molestes en ir a mi casa, porque ya no me encontrarás ahí, la he desocupado y hoy mismo empezaré a vivir a otro lugar, algo que el dinero puede hacer con mucha facilidad. Adiós Samanta y espero que al fin hayas encontrado lo que tanto buscabas en cada hombre a quien le abrías las piernas.

Víctor se marchó mientras Samanta trataba inútilmente de levantarse, arrastrándose, gritando a quien creía que aún era su hombre para que regresara por ella, para que no la dejara ahí, viendo con desesperación como el auto se alejaba de ella mientras dos vagabundos regresaban al puente, mirándola aún ahí, sonriendo al saber que tendrían una muy buena mañana, divirtiéndose con una chica que a partir de ese día viviría entre vagabundos.

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