ENCUENTROS

«… el sabor de su sexo derramado en cálido torrente…»

por JOSHER

Él la miró, como siempre lo hacía, detalladamente, admirándola, contemplándola. En realidad nunca ha entendido del todo por qué ella le atrae tanto; ha tratado de engañarse buscándole inconvenientes o contras, que si es una mujer mayor, que si no es siquiera su tipo de mujer, que no tienen los mismos intereses, que son de mundos distintos, moralmente incompatibles, o que simplemente jamás tendría una relación formal con ella. No obstante, inevitablemente ha sucumbido siempre ante la innegable verdad: era una mujer encantadora, orgullosa, excepcionalmente atractiva. Él, como en cada ocasión, sonreía al comprender los motivos de su admiración por esa mujer. 

Le encantaba toda ella, alta, esbelta, de hermosos ojazos café, una piel morena, sedoso cabello negro, unos senos redondos y sugerentes, anchas caderas, prominentes glúteos, piernas seductoras. Le encantaba deleitarse con esa bella mujer y la forma portentosa en que administraba sus cuarenta y tres años, totalmente natural y majestuosa. Ella le encantaba, no había razón alguna para negarlo o tratar de resistirse. Toda ella era una invitación a los más grandes placeres de la mente y del cuerpo, esa era la absoluta realidad. La iluminación era tenue en la habitación, pero la suficiente para poder apreciar a cabalidad ese cuerpo que tanto le obnubilaba.

Ella yacía de pie, junto a una de las paredes, cual obra maestra del artista más laureado. Vestida solo con una lencería de encaje negro, su cabellera caía sobre su espalda, y su rostro mostraba esa bella sonrisa capaz de detener el tiempo. Sus senos grandes, redondos y aún firmes, cual rosas florecientes cuidadas cariñosamente por el más habilidoso jardinero. Su abdomen y vientre bien en forma, resultado de largas jornadas de ejercicio físico. Piernas torneadas, una invitación indeclinable a recorrerlas al detalle. Su sexo cubierto, como paraíso prometido a la espera de ser explorado. Y lindos pies, ella siempre había tenido lindos pies, perfectamente delineados, y un rojo vino adornando sus dedos. Para él siempre ha sido un espectáculo el solo observarla mientras se le acerca lentamente. Tal espectáculo siempre le ha hecho vibrar su bragadura, donde desde hace tiempo se asoma prominente la tiesura de su masculinidad. Ambos permanecen sentados ahora en el lado derecho de la cama, en silencio, en una complicidad de miradas apasionadas, excitadas; solo la noche como testigo.

Las prendas se agolpan de prisa tras caer al suelo, ambos cuerpos se encuentran a plenitud, como en tantas otras noches, en secreto, solo ellos. El cuerpo desnudo de ella resplandece aun en la tenue iluminación, sus grandes areolas y pezones ávidos de ser conquistados con océanos de besos, lamidas y succiones; su monte de Venus totalmente desprovisto de vellos, sus labios vaginales que se asoman tímidos, invocando aún más deseo tras tanta espera. Por fin se encuentran los labios, plenos de deseo, de desenfreno, como si fuese la última vez, e incluso aunque saben que no lo será, nada los hará inhibirse ahora. Él toma sus manos tiernamente, con las suyas firmes, protectoras, esas que siempre la han hecho feliz a ella, desde el primer encuentro. La envuelve sobre su propio cuerpo, las pieles se funden en un nuevo apasionado ardor. La acaricia, la viste dulcemente con sus manos, que se deslizan, aventureras, recorriendo su cuerpo, los tan extrañados rincones, mientras los alientos parecen perderse entre apasionados besos, con sus labios y lengua adentrándose en los más atesorados rincones. Redescubre la dureza de sus senos excitados, el clamor de su vientre acalorado, la apertura auspiciosa de sus piernas, el sabor de su sexo derramado en cálido torrente.

La atmósfera es la propicia, tórrida, íntima, como solo pueden crearla dos cuerpos que se entregan por completo. Dentro de estas paredes no existe el mundo exterior, ni los problemas, ni la sociedad, solo pasión, solo lujuria. El momento ha llegado, mientras ella se abalanza sobre él. El tiempo y el mundo parecieran detenerse nuevamente cuando su erecto orgullo se introduce voraz en el ardiente y humedecido teatro de la plena satisfacción, al intenso vaivén de fervientes caderas, a la melodía de gemidos que se alzan a dúo, a la danza informe de sus sombras agitadas reflejadas en la pared. Pasiones que se desatan incontenibles mientras se funden sus universos en los dominios de la más primordial fruición. Se devoran los sentidos como se devoran los instantes, marcados con la intensidad de cada latido, con la trascendencia de cada embestida. Una nueva noche de ímpetus descomedidos, una de tantas otras noches furtivas. Y se estremecen los cimientos de ambas esencias en la cúspide del goce, para profundamente derramarse inclementes y fundirse en arroyos compartidos, para caer extenuados en los inmensos parajes del más cálido abrazo. Y se reencuentran las miradas, muy juntas, como los cuerpos radiantes y saciados, sin decir una palabra; no hace falta, no ahora. 

Un nuevo encuentro, sin otra razón que el placer de cada instante juntos. La vida fuera de esa habitación puede seguir su curso, la sociedad puede continuar su implacable ritmo, pero hoy, como en cada encuentro, dentro de esas cuatro paredes, presos por la pasión total, aislados de todo lo demás, ellos pueden, una vez más, y como en todas las ocasiones anteriores y las venideras, ser uno, ese uno que parece que se les escapa en cada instante en que se añoran e ilusionan con la próxima vez, el próximo encuentro.

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