EN PAZ

«… La chica observó que su cremallera estaba a medio subir o medio bajar …»

por PEDRO M. GONZÁLEZ CÁNOVAS, relato incluido en su antología de relatos eróticos CLEO, con prólogo de Concha González Cánovas

El último día de trabajo, quedó con Ana e Isabel para tomar algo a la salida del turno. Ella apareció de uniforme, pero sus dos amigas vestían de calle. No le ofendía la diferencia, la forma de vestir de las chicas no la desmejoraba aún estando con ropa de faena. Nunca supo si fue casual o premeditado encontrarse allí con Santi, que también iba de uniforme, y con su apuesto acompañante Sabino. Los chicos saludaron desde la distancia y solo al salir se acercaron para despedirse cordialmente. Notar la mano de Santi sobre su hombro le caló casi tan profundo como sus amables palabras cuando le dijo que esperaba verla pronto por el centro y que admiraba su forma de trabajar Estaba casi segura de que la sonrisa que encontró en aquel momento en la cara de Ana tenía relación con la actitud de Santi, pero aquello era lo de menos fuera como fuera, el gesto le caló hondo y le daba mucha tranquilidad. Fue suficiente para que Bea lo interpretara como una reconciliación y disfrutara del resto de la tarde copeteando con sus amigas.

Ahora, desde la distancia, recordaba a sus amigas alejándose, cogidas del brazo y riendose, casi como una imagen de romántica pareja. Ojalá que así fuese y estuvieran muy unidas, apoyándose mutuamente, como todo el mundo necesita. O casi todo el mundo. Ojalá pasara lo mismo con los chicos, ellos también merecían lo mejor como pareja

-Prepárame un Martini, Bea, por favor

-Claro, tía, no tardo. -Y se giró apenas para comprobar de reojo que aquel hombretón la observaba mientras se ponía la parte de abajo del bikini rojo.

Se puso las esclavas, las gafas oscuras, tomó su toalla sobre los hombros y salió del vestidor anexo a la piscina cerrando la puerta, que hasta entonces mantuvo entreabierta. El rudo espectador retomó inmediatamente sus labores de jardinería. Su tía, Cleo. esperaba sonriente y paciente, bien untada en crema solar, leyendo tras sus gafas de sol y tumbada en una hamaca, con las piernas algo abiertas hacia el jardín y sus opulentos pechos libres de sujeción.

Bea dejó la toalla en la hamaca de al lado y se recogió el cabello para permitir que su cuerpo, desde el cuello hasta el límite de la braguita, quedara totalmente expuesto y secuestrando de nuevo furtivas miradas del jardinero. Dejó también el calzado playero allí y caminó como un felino hasta la barra para prepararle la copa a la anfitriona.

-¿Quiere usted algo, Manuel? -preguntó de repente

-No gracias, mi niña. -Cleo levantó la cabeza y se recostó de nuevo. Ahora con una sonrisa más amplia

Bea le llevó el Martini a Cleo, se sentó un instante en la hamaca y tomó el aceite bronceador. Se embadurnó los hombros, los pechos, el torso y los muslos, de forma dinámica. Y, sin pensarlo, se levantó otra vez, fue a la barra del bar de la piscina, tomó una botella de agua pequeña y se plantó delante de Manuel con ella. La abrió y se la entregó en silencio. El hombre, sin poder reprimir el gesto de sorpresa y alternando su mirada entre los ojos y el cuerpo de Bea, se defendió con un «gracias», sonriente, y bebió. La chica observó que su cremallera estaba a medio subir o medio bajar, y que su paquete marcaba un bulto muy atractivo. Se quedó mirándolo descaradamente, mientras el otro bebía, y pensó: «No voy a tener paz hasta que no sea mío».

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