«…ya estaba listo para darte el licor de la vida eterna…»
relato de Bóreas Sanfiel
No paraban de aporrear la puerta, pero ni lo oía.
Sólo me entregaba a ti, me recreaba en tu interior, empujaba mi frenesí mientras te tapaba la boca para ahogar tus gemidos.
Dejaba que dios se deleitase en el acto de darle placer a mi carne, de ofrecérselo a la tuya.
Los pantalones por el suelo, me apoyaba en tu espalda y te hacía mío.
No importaba cómo habíamos llegado allí, que hubieses estado toda la noche rondándome como abeja queriendo polinizar la flor de mi pasión, que hubiese tenido un momento de debilidad o una canícula corporal, que hubieses sabido llamar mi atención ofreciéndote de forma sutil.
Estábamos encerrados en el baño de las chicas, dándonos, y eso era lo único que llenaba mi mente.
– Tía, ¿te falta mucho? – ladró una voz femenina detrás de la puerta mientras hacía que se estremeciese con tres golpes: padre, hijo y espíritu santo, la llamada del diablo que bailaba a nuestro alrededor.
No, no faltaba mucho, el éxtasis llenaba el aire y nos obligaba a dejarnos ir, ya estaba listo para darte el licor de la vida eterna, para sentir cómo te deshacías y explotabas ensuciando el suelo, salpicando la pared en la que se apoyaban tus manos temblorosas.
Y todo acabó de repente, sentimos el vértigo del final, jadeamos al vaciarse el amor.
Respiramos para recuperar el alma y nos vestimos de papelillos húmedos y ropa sudada.
Abrimos la puerta, y la cara de sorpresa de aquella ignorante testigo de nuestro pecado nos divirtió.
Me guiaste fuera del local, demasiada gente, demasiado calor. Nos sentamos al fresco de la tardía noche, el humo del tabaco nos devolvió al exceso de la vida mundana y terminó de matar el sabor del otro.
– Me llamo… – callé tus labios con los míos.
– No lo estropees. – te susurré.
