-¡Oh, mon petit! -le ofreció los labios plegándolos en un gesto-. ¡Tómelo!
EL TORMENTO DE LA CARNE. Conde de Tiro. MADRID 1926. COLECCIÓN IMPERIO. Ilustraciones de Mel. AÑO I. SERIE PRIMERA. VOL.6. GRÁFICA MADRID. DOÑA URRACA, 17. 3 pesetas.
Se rió él mirándola.
– En ese caso me lo explico… Pero para que usted no quiera volver, necesariamente se opone algo. Acaso un amor.
Negó ella.
– Una mujer debe amar a alguien siempre -afirmó él ofreciéndole una copa.
Bebió ella, poniendo en él sus ojos brillantes por la ciencia del cohl.
– Seré franca, -suspiró plegándose más sobre sí misma e inclinando su cuerpo hacia Carlos-. Atravieso un periodo sin amor.
– ¿Una pausa entonces?
– Un sueño largo. Me encuentro bien así. No deseo desvelarme. El último amigo, al que verdaderamente puedo decir que amé, me dejó demasiada tristeza en el corazón cuando se fue… Soñamos deliciosamente cuatro meses… Pero despertamos. Y ahora estoy en pausa, como usted dice.
– Yo también estoy en pausa. Estado del alma muy triste, porque la pausas es quietud y silencio; pero en mí no es extraño. Lo absurdo es en usted, mujer bellísima, capaz de desvelar, de encender, de enloquecer…
– ¡Oh, no!
– Sí; porque usted ha vivido; porque usted lleva la vida grabada en su rostro; porque ha conocido usted las pasiones que trastornan, el desengaño que deja triste y los besos que hacen sufrir. Me explicó que su amigo se avenga a todo y sea un esclavo. Ha de sentir un gozo en hundirse en sus ojos y en beber en su boca…
– ¿Le gusta mi boca?
Oyéndole se había ido inclinando, acercándose, insensiblemente e inconscientemente y estaban tan juntos, que sus rodillas se pegaban.
– Me gusta usted toda, porque en toda su persona hay encantos bastantes para hacerme olvidar tristezas; pero respeto las suyas, aunque me haría feliz un beso.
-¡Oh, mon petit! -le ofreció los labios plegándolos en un gesto-. ¡Tómelo!
Él buscó su boca en un beso largo, larguísimo.
-No se lo diga usted a su novio.
-No lo sabrá -se rió ella-. Ni la amante que le ha puesto triste.
-Pero no me ofrezca usted otro, porque soy capaz de traicionar a mi amante.
-Yo también de traicionar a mi novio.
Acercó a él su rostro. En sus ojos se leía una interrogación y en su sonrisa una promesa.
Carlos la atrajo hacia sí, y rodeándola con un brazo, cuya mano fué a posarse sobre unos de sus pechos en caricia, mientras la otra buscaba la flor de su feminidad que sentía a través de la seda de su vestido, mordió en sus labios…
Ella enlazó sus brazos en el cuello de él con un movimiento rápido y retorciéndose quedó de espaldas sobre las rodillas de Carlos, ofreciéndole su boca, su cuello y su pecho, que se levantaba por la violencia de la posición.
El puso sus manos en ellos, apretándolos en una furia, y mordió la lengua que se ofrecía entre los dulces labios…
Luego jugueteó en su cuello, mientras soltaba su vestido, y al fin puso su boca en sus pechos.
Ella se levantó encendida y con un gesto rápido quedó desnuda.
-Tú también me gustas -se apretó al cuerpo de él –.Por que me gustabas, te seguía esta tarde.
-¡Dame tu boca, y tu carne, y tu sangre!
-¡Te lo voy a dar todo!
Puso sus manos en la cintura de ella, doblándola para sentirse más en contacto. Su masculinidad agresiva buscó los muslos de la mujer. Ella la apretó entre ellos con ansia.
-Dámela, dámela -gimió arrastrándole hasta la cama.
Cayó allí, esperándole, con los muslos separados y los brazos en alto, dispuestos al abrazo. Al sentirlo, se enroscaron a su cuello, y, levantando la cabeza, pidió:
-¡Muérdeme!
Se hundieron boca en boca, chocando los dientes, mordiéndose los labios y lenguas, mientras ella se agitaba en su deseo.
-¡Dame tu cuerpo, corazón, dame tu carne!…
Las últimas palabras las suspiró lánguidamente, al sentir que la carne del hombre penetraba en su carne. Sus piernas cayeron sobre los muslos de Carlos, retorciéndose en ellos, y su cuerpo se crispó.
-¡Cómo te siento!… ¡Ay, qué me haces!…
-¡Quiero que goces!…
-¿Me muero! ¡Dame tu sangre!… ¡Tu sangre!…
