EL MAYOR ANHELO

«…Simplemente siguió, obediente, hambrienta, hasta que con un estremecimiento …»

por JOSHER

La mano temblorosa de Vanessa se acercó a la cremallera de mi pantalón. Con timidez pero sin detenerse la bajó completamente, esperando encontrar lo que había
buscado, y que yo quería que encontrase desde hacía mucho tiempo. Del pantalón emergió mi miembro erecto y orgulloso. Con ternura la besé en sus labios al tiempo que con suavidad la empujaba a arrodillarse frente a mí; en silencio ella obedeció y mirándome a los ojos se introdujo mi virilidad en la boca.

Debo confesar que todo lo que estaba sucediendo con Vanessa era inesperado. Sí, la había deseado desde hacía mucho tiempo, me encantaba toda ella, a pesar de que éramos de mundos completamente diferentes, y de que lo que deseaba con ella fuera moralmente cuestionable. Jamás me hubiera imaginado aquel momento, a pesar de que nunca antes le había comentado nada sobre lo que sentía por ella, que en verdad ni yo mismo podría describir cabalmente, con la certeza de que no hubiera aceptado nunca nada de eso; sin embargo, allí estaba, completamente llena de mi dureza en su boca, sin protestas, sin cuestionamientos, mirándome a los ojos mientras sus labios se deslizaban sobre mi jubiloso miembro finalmente atendido.

Solo me dejé llevar por el placer, aumentado por la inigualable visión del cuerpo menudo arrodillado, totalmente desnudo y lozano, con las manos a la espalda,
engullendo rítmicamente mi hombría enardecida, sin mediar palabra alguna, solo intensas miradas elocuentes cargadas de sensaciones, de anhelos. Vane solo seguía, esmerada en complacerme, mientras se escapaban las riendas de nuestros sentidos, claudicados ante el placer por tanto tiempo soñado. Solo veía sus ojos humedecidos por las involuntarias lágrimas tras cada arcada ambiciosa, y solo escuchaba gemidos ahogados y exhalaciones necesarias antes de volver a llenarse de mí. Ante el vaivén de labios y el desfile de la lengua no tardó demasiado en aparecer la señal inequívoca de la próxima e inminente inundación. En mi interior solo deseaba que Vane siguiese, sin amainar ni un ápice sus ánimos, sin temor, mas ella estaba bien lejos de escuchar mi pensar pero muy cercana a mi sentir.

Simplemente siguió, obediente, hambrienta, hasta que con un estremecimiento me deshice profusamente en su boca. Espasmo tras otro de intenso y maravilloso placer se sucedieron, acompasados con sucesivos y abundantes aludes de mi esencia, que Vane tragó con deferencia y avidez sin que se derramase una sola gota, ni asomase el más nimio rastro en sus labios. Y no se detuvo allí, siguió degustándome hasta que la flaccidez tras tan intensa explosión le dio el sosiego, y la tranquilidad de mis ansias aliviadas fluyendo tras el umbral de su garganta. Me miró nuevamente, con esa mirada inocente que hace temblar el mundo a mi alrededor, y no pude más que demostrarle mi gratitud y mi ternura ayudándola cuidadosamente a levantarse con mis manos, estrechándola sobre mi pecho y besándola amorosamente en sus labios, percibiendo su suavidad y su aroma habitualmente afrutado, y esta vez notablemente de mujer, aún impregnado de mí.

Estando ambos completamente desnudos y en el lecho, se arropó nuevamente sobre mi pecho y entre mis brazos, como maravilloso preámbulo de futuras pasiones
largamente deseadas y contenidas, y el brillo de sus ojos encontrados con los míos fue inmensamente superior a cualquier afán previamente imaginado o soñado, mientras mi sueño, mi mayor anhelo, mi mayor fantasía, yacía finalmente junto a mí.

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