EL DULCE GEMIDO DE MI HERMANA

«…aquellos sonidos que salían de su habitación eran hermosos, me hacían sentir extraño, provocaban que mi cuerpo fuera recorrido por un cosquilleo que jamás había sentido…»

por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/

Era apenas un niño cuando ocurrió, recuerdo bien que aquella noche, mi madre se había marchado de la casa para ayudar a su hermana con mi primo recién nacido, diciendo que no regresaría a nuestro hogar hasta el siguiente día por la tarde, tal vez incluso después del anochecer.

Nunca había escuchado algo como lo que oí durante aquella madrugada y a decir verdad, no entendía qué era lo que estaba pasando en el cuarto de mi hermana, pero aquellos sonidos que salían de su habitación eran hermosos, me hacían sentir extraño, provocaban que mi cuerpo fuera recorrido por un cosquilleo que jamás había sentido.

Fue muy confuso escuchar esos sonidos y experimentar las sensaciones tan intensas que provocaban en mi cuerpo, tanto que incluso llegué a ser dominado por un inexplicable miedo ante todo lo que estaba ocurriendo y que era incapaz de entender, pero fue la curiosidad por saber lo que en aquel momento estaba pasando en la habitación de Cristina, lo que me hizo superar mis temores y continuar.

Salí de mi habitación, caminando despacio pues algo me decía que no debía ser descubierto, que era necesario ser abrazado por el anonimato que la penumbra me brindaba. La voz de mi padre comenzó a escucharse claramente mientras avanzaba lentamente por el pasillo, pronunciando palabras que no hacían más que incentivar mi curiosidad y provocarme para querer acercar mi rostro a la rendija de la puerta entreabierta y ver qué era lo que hacía a mi hermana emitir aquellos hermosos sonidos.

– ¿Te gusta, mi amor? ¿Sientes rico? – decía mi padre mientras sus palabras eran acompañadas por esos hermosos sonidos que nacían en la boca de mi hermana y se perdían en el viento.

– Sí papi, se siente rico, me gusta mucho ¡Ahhh! ¡Ahhh!

– Muy bien nena, eres una buena hija, a partir de hoy, cada que mami no esté en casa vendré a visitarte, ¿Te gustaría?

– ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Sí, papi! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Por favor! – decía mi hermana entre esos gemidos que me gustaban mucho, demasiado, a pesar de que en aquel momento no los entendía, a pesar de que Cristina no paraba de emitirlos como si fueran una dulce y revitalizante melodía.

Al fin estuve lo suficientemente cerca de la puerta como para ver lo que ocurría en aquella habitación, observando de inmediato que papá se encontraba encima de ella mientras mi hermana se abrazaba a él, rodeando su cuello con sus brazos, mostrándose con las piernas abiertas mientras mi padre se movía entre ellas de una forma extraña, haciendo que sus nalgas subieran y bajaran una y otra vez, provocando que aquellos sonidos escaparan de la boca de mi hermana en cada ocasión que descendía, moviéndose cada vez más rápido, haciendo que mi hermana emitiera aquellas notas de una hermosa melodía, cada vez con más fuerza hasta hacerla gritar con violencia, de una forma salvaje y descontrolada que me sobresaltó ante la repentina naturaleza de aquel grito, viéndome obligado a dar varios pasos hacia atrás mientras todo parecía haberse detenido por completo, como si se hubiera pausado el tiempo y cada sonido del mundo se hubiese extinguido en el silencio.

De pronto sentí un profundo miedo de que aquella quietud imperturbable hubiera sido consecuencia de que me hubieran visto; corrí a mi habitación para meterme en la cama, apresurándome tanto como pude mientras trataba de hacer el menor ruido posible para recostarme y hacerme el dormido, a pesar de sentir mi corazón palpitando en mi pecho a máxima velocidad, mientras trataba de escuchar lo que ocurría en la habitación de mi hermana mayor.

Escuché que la puerta de su cuarto se abrió y luego algunos pasos por el pasillo caminando con tranquilidad, mientras me revolvía un poco entre las cobijas y mi miedo se incrementaba al pensar que era mi padre quien se dirigía a mi habitación, que tal vez me regañaría por husmear y espiarlos a él y a mi hermana mientras hacían, bueno, en ese entonces no sabía qué era lo que hacían.

– Te dije que estaría dormido, no tienes de qué preocuparte, mi amor – dijo papá y entonces supe que también mi hermana había salido de su cuarto.

– Me da miedo que le diga a mamá.

– No te preocupes, está dormido y aunque nos hubiera visto u oído, no creo que supiera lo que estábamos haciendo.

Esas fueron las últimas palabras que escuché de mi padre aquella noche, frases que me llenaron de dudas, que me hicieron pensar que aquello que los vi hacer estaba mal, que me hicieron creer que mi madre no debería enterarse de lo que presencié pues tal vez no solo se enojaría con ellos por hacer algo que no entendía, sino también conmigo por haber visto algo que no debía presenciar.

Me da un poco de vergüenza admitir que tardé algunos años más en entender lo que había pasado aquella noche entre papá y mi hermana, algo que se repitió varias veces a lo largo de mi adolescencia, que inspiró cientos de noches en las que bajo el abrigo de la oscuridad me tocaba imaginando que era yo quien le hacía el amor a Cristina, que era yo quien provocaba los dulces gemidos de mi hermana, aquellos sonidos que me volvían loco, que me erizaban la piel y en más de una ocasión me hicieron correrme sin poder controlar el inmenso placer que me provocaban los orgasmos de mi hermana.

No me enorgullece decir que Cristina se volvió una obsesión para mí, que me negué a tener novia y a exponerme a situaciones sexuales con otras chicas al querer que al menos mi primera vez fuera con ella, con la hermosa hembra que dormía a un lado de mi habitación, aquella sirena cuyos gemidos componían un canto que me hechizaba y había cautivado mis deseos y pensamientos desde esa primera vez que la vi cogiendo con papá.

Hubo una ocasión en la que nuevamente no fui capaz de controlar lo que sentía, en la que una vez más mis impulsos me llevaron a tratar de espiar a mi hermana mientras hacía el amor con nuestro padre, pues sus gemidos se hicieron especialmente sonoros durante aquella noche, al igual que lo fue el crujir de su cama y los bufidos que mi padre exhalaba con una frecuencia y un volumen inaudito.

– ¡Esa puta me está engañando! ¡Esa perra se acostó con mi hermano! ¡Jamás la voy a perdonar! – gritaba mi padre sin guardar las más mínimas precauciones que solía vigilar en sus infructuosos intentos porque yo no supiera lo que le hacía a mi hermana.

Esa noche fui testigo de los dolorosos gritos que mi padre robó de la boca de Cristina, de la forma como la maltrató, le golpeó el trasero y la usó como un objeto, sin importarle que su propia hija le pidiera una y otra vez que se detuviera, sin importarle las lágrimas de Cristina ni la forma como le decía continuamente que la estaba lastimando.

Papá continuo, sin detenerse un solo segundo hasta que repentinamente jaló del cabello a mi hermana, haciendo que emitiera un profundo grito de dolor mientras la inseminaba.

– ¡Seguramente tú eres igual de puta que tu madre! – gritó papá, completamente enloquecido, antes de obligar a mi hermana a sentarse sobre la cama, llorando aterrada por la actitud de mi padre y seguramente también por el dolor que ese cabrón le había provocado – ¡Sí, seguramente dejas que te coja solo para que te dé todo lo que me pides! ¡Eres tan puta como esa ramera! ¡No te mereces…!

– ¡Papá, es suficiente! – grité, entrando repentinamente al cuarto de mi hermana en cuanto vi que papá levantaba su mano para golpearle la cara, en un acto impulsivo que no pensé demasiado bien, pues a pesar de que en aquel entonces ya era un joven a punto de entrar en la adultez, mis fuerzas no serían ni de lejos comparables con las de ese animal.

Papá me miró enfurecido, casi estoy seguro de que en aquel momento tenía ganas de pegarle a mi hermana antes de ir por mí y darme una buena tunda, pero ya había dado el paso más importante y no retrocedería a pesar del miedo que me agobiaba.

– ¡Déjala en paz o le diré a mamá desde cuando has hecho esto! ¡Llevó siete años escuchando cómo te la coges! ¡El mismo tiempo durante el cual le has sido infiel a mamá! ¿Quieres que se entere? ¿Quieres que le diga que te cogías a tu hija?

La mirada furiosa de papá vaciló un segundo, lo suficiente como para saber que le había ganado la partida, antes de que se levantara y pasara a un lado de mí en dirección del pasillo, dejando atrás a mi hermana desnuda, quien trataba de cubrir su cuerpo con las sábanas mientras su llanto no paraba de emitir estridentes y horribles notas de tristeza.

No supe qué debía hacer en aquel momento y en realidad creo que no quería hacer nada más allá de estar ahí con mi hermana, de tratar de hacer que se sintiera segura, de que entendiera que, aunque aún era un chico débil y tal vez demasiado joven para iniciar una pelea con papá, estaba dispuesto a darlo todo con tal de defenderla.

Esa noche ninguno de los dos dijo una sola palabra, ninguno de los dos logró dormir y de cierta manera, creo que lo evitamos ante el temor que experimentábamos frente a la posibilidad de que mi padre fuera de nuevo por nosotros. Esa noche fue la última vez que vimos a nuestro padre, pues antes de que el sol anunciara un nuevo amanecer, él ya había empacado sus cosas y se había largado de la casa, sin dejar ninguna nota a mamá ni una sola explicación.

En realidad nunca supimos si ella de verdad había engañado a papá, y supongo que ni mi hermana ni yo tuvimos el valor suficiente como para preguntarlo, pero debo decir que la ausencia de mi padre no provocó grandes cambios en la forma como la casa funcionaba, pues mamá era capaz de mantenernos con el trabajo que había ejercido durante varios años y las cosas de la casa las hacíamos entre mi hermana y yo, como siempre lo habíamos hecho.

El único cambio que realmente sacudió a mi familia, fue el efecto que el abandono de nuestro padre provocó en Cristina, pues a diferencia de la chica alegre y hermosa que siempre había sido, mi hermana se convirtió en una mujer taciturna, ensombrecida por la tristeza y el vació que al parecer había dejado en su vida la ausencia de aquellas noches que compartía la cama con papá.

Varias semanas pasaron sin que Cristina diera muestras de mejoría, las mismas en que mi madre se mostraba mortificada por el estado de su hija, en las cuales yo hacía lo que podía para hacer que sonriera sin tener el más mínimo resultado positivo en lo que parecía ser una batalla que de inicio ya estaba perdida.

Mamá se fue nuevamente un fin de semana a pasarlo con su hermana, algo que me hizo pensar que tal vez aquellas visitas con la tía solo eran la tapadera que usaba para pasar el tiempo con algún hombre, tal vez con el hermano de mi padre si en realidad mamá lo había engañado con él, no obstante, esos pensamientos solo estuvieron en mi cabeza por unos segundos, antes de que nuevamente mis ideas fueran ocupadas por el estado de mi hermana, el cual creí con bastante razón que empeoraría durante aquel fin de semana, dado que aquellas salidas de mamá eran las que papá solía aprovechar para visitar a Cristina y coger con ella durante la noche.

– Debes creer que soy un monstruo – susurró mi hermana el sábado por la mañana, mientras ambos estábamos sentados a la mesa, en la cocina, comiendo un poco de cereal sin tener mucho de qué hablar.

– No, no lo creo, no de ti al menos, creo que el monstruo era mi papá, eras muy chica cuando todo eso empezó y…

– En realidad estaba enamorada de papá – soltó de pronto Cristina, llamando mi atención por la forma tan llena de nostalgia como lo dijo – él fue mi primer hombre y a pesar de que he tenido mis novios y he cogido con ellos, no lo sé, con él sentía algo especial, un cariño que nunca he sentido con mis chicos, era diferente, era lindo, hasta… bueno, hasta que todo se fue a la mierda esa noche – ambos nos quedamos en silencio por un momento.

– ¿Lo extrañas? – pregunté al fin, observando a mi hermana mientras su mirada lucía perdida en algún punto de la mesa.

– No lo sé, esa última noche me hizo odiarlo, nunca me había tratado tan mal, nunca me había maltratado ni golpeado de la forma como lo hizo, creo que en realidad me siento mal por la decepción que experimenté al ver la verdadera personalidad de papá, creo que me costó entender que él no estaba enamorado de mí, que solo me usaba para satisfacerse cuando no estaba mamá y se olvidaba de mí mientras ella estaba en la casa – dijo mi hermana con tristeza, antes de quedarnos nuevamente en silencio por un rato, hasta que de pronto levantó la cabeza y me miró con un gesto de suspicacia en su rostro – ¿Desde hace cuánto tiempo sabías que él y yo…?

– Desde hace siete años, creo que desde que todo comenzó, te escuché desde mi habitación, sentí curiosidad por saber lo que estabas haciendo y, bueno, los vi.

– ¿Por qué nunca dijiste nada? –  me preguntó extrañada y algo sorprendida, mientras sentía cómo mi cara se acaloraba.

– Siendo honesto, me gustaba escucharte cuando lo hacían, ojalá no me lo tomes a mal, pero los ruidos que hacías cuando estabas con papá, no lo sé, eran lindos, me gustaba saber que eras feliz al estar con él, me gustaba escucharte cuando tenías un orgasmo y le decías lo rico que se sentía hacer el amor con él.

Cristina se quedó con la boca entreabierta mientras me escuchaba y luego no supo qué más decir ni tampoco supo que debía hacer en aquel instante, pues solamente se quedó con la mirada fija en la nada, estupefacta por lo que acababa de escuchar de los labios de su hermano menor, haciendo que me sintiera culpable por tal clase de confesión, pensando que tal vez la había herido o que quizás había provocado que también se sintiera decepcionada de mí.

– Lo siento, no quise molestarte con mis comentarios, perdón por… – no encontré las palabras para terminar aquella frase y solo pude atinar a levantarme y lavar mis platos, antes de disponerme a salir de la habitación y huir de la mujer a quien al parecer acababa de decepcionar al igual que lo hiciera mi padre tiempo atrás.

– Gracias por defenderme esa noche, si no hubieras entrado en mi habitación, bueno, no sé que tan lejos hubiera llegado papá – dijo mi hermana mientras yo salía de la cocina, haciendo que detuviera mis pasos y me quedara un instante quieto de espaldas a Cristina.

– Eres mi hermana, no dejaría que nada malo te pasara – dije, un segundo antes de internarme en el pasillo de la casa y avanzar hasta llegar a mi cuarto, donde pasé el resto del día evitando a mi hermana, sin querer enfrentarla de nuevo, sin querer mirar otra vez la tristeza en su mirada que reflejaba el profundo dolor que yacía en su alma.

La noche llegó con su imperturbable oscuridad mientras trataba de distraer mis ideas con un libro del que ni siquiera me enteraba de lo que trataba, pues por más que lo intentaba no lograba pensar en nada más que no fuera Cristina, imaginando lo que en aquel momento estaría ocurriendo si mi padre no se hubiera marchado de la casa, sintiendo como crecía mi miembro al recordar aquellas noches en que los dulces gemidos de mi hermana me alegraban la velada.

Fue una sorpresa escuchar dos ligeros golpes en la puerta de mi cuarto antes de que la cabeza de mi hermana se asomara por ella, haciendo que sintiera el corazón palpitando con fuerza en mi pecho, como si tratara de escapar de su encierro mientras la mirada de mi hermana y la mía se encontraban.

– ¿Puedo quedarme un rato contigo? Me siento un poco sola en mi habitación – preguntó Cristina, ante lo cual solo me hice a un lado en la cama para hacerle espacio y luego ella se metió debajo de las cobijas, a la vez que yo miraba su cuerpo enfundado en una playera que cubría la parte superior de su cuerpo y apenas era capaz de tapar un poco de sus piernas – ¿Alguna vez te imaginaste ocupando el lugar de papá? – preguntó Cristina tras algunos minutos de silencio, provocando que mi cuerpo se estremeciera y mi rostro se acalorara ante las implicaciones que guardaba aquella pregunta.

– Sí, varias veces, era imposible no hacerlo con los conciertos que me daban cuando estaban juntos – un nuevo silencio se presentó implacable después de decir aquellas palabras.

– ¿Has estado alguna vez con una mujer?

– No.

– ¿Por qué no? – un escalofrío recorrió mi espalda mientras pensaba en una respuesta, sin embargo, mis palabras fueron más rápidas que mis ideas.

– Fantasee muchas veces con que fueras tú la primera mujer en mi vida, no es como que no hubiera tenido oportunidad con otras chicas, las tuve, en muchas ocasiones, pero tú… bueno, solo imaginaba lo lindo que sería provocar esos sonidos que escapaban de tu boca, saber que eran gracias a mí, que disfrutabas estar conmigo tanto como lo hacías al estar con papá.

Pude sentir la mirada de mi hermana sobre mi rostro, sin tener el valor de girar la cabeza para mirarla, pero ella no dejó que me acobardara pues tomándome por las mejillas me obligó a mirarla, encontrándome con el hermoso rostro de la mujer que ocupa cada uno de mis sueños y fantasías, que se mostraba un poco perturbado por las grandes cantidades de lágrimas que sus ojos amenazaban con derramar.

– No quiero sentirme sola, hermanito, odio que mi padre me haya abandonado, tanto como odio el haberme enamorado de él, y sé que tal vez no es lo que deseabas, que no es la forma como soñaste que ocurriera, pero necesito estar contigo hoy, ahora, necesito saber que hay alguien en el mundo que aún me quiere, para quien en realidad importó – expresó mi hermana con un deprimente tono de súplica en su voz, antes de que sus labios se encontraran con los míos y nos fundiéramos en un beso donde nuestras lenguas se entrelazaron de inmediato en medio del frenesí de caricias que protagonizaban nuestros labios.

Fue el instinto lo que me hizo actuar de la forma como lo hice, fue una fuerza interior lo que me hizo despojar a mi hermana de su camiseta y tocar su cuerpo, sintiendo un enorme placer cuando escuché por primera vez el dulce gemido de mi hermana mientras acariciaba sus labios y experimentaba la sensación de la humedad de una mujer, el éxtasis de saber que le hacía sentir placer, que era gracias a mí por quien gemía de esa forma tan hermosa que me enloquecía.

Ella no se guardó nada mientras nos tocábamos explorando la piel del otro con prisas, si perder el tiempo, haciendo que me despojara de la poca ropa que traía encima antes de pegar su cuerpo al mío y sentir el placer de sus senos desnudos aplastándose en mi pecho, de sus labios recorriendo mi cuello y descendiendo poco a poco por mi cuerpo, sintiendo una alegría inmensa e incontenible al ver a mi hermana tocando mi miembro, mirándolo con atención, con morbo y un gesto lascivo en el rostro, al mismo tiempo que me acariciaba con suavidad, un instante antes de probar el calor de sus labios y la suave caricia que su aliento le brindó a mi glande al introducirse en la boca de mi hermosa Cristina.

Fue el cielo estar en ese lugar y en ese preciso instante, mis ojos se cerraron cuando el calor de su boca engulló mi sexo, sintiendo cada caricia de su lengua, la deliciosa forma como succionaba mi falo y acariciaba mis piernas, arañando un poco mi piel mientras lo hacía, metiendo todo mi miembro en su boca hasta acariciar su garganta con él, antes de regresar a ese cadencioso y enloquecedor vaivén que arrancaba gemidos de placer de mi garganta hasta llevarme al límite del orgasmo y dejarme ahí, sintiendo cómo mi sexo extrañaba sus labios mientras su boca recorría el camino de regreso por mi cuerpo hasta mirarnos de nuevo, frente a frente, sintiendo como sus piernas se colocaban a los costados de mi anatomía mientras nos mirábamos de una forma intensa y sensual, antes de que Cristina tomara mi miembro en su mano y comenzara a acariciar sus labios con suavidad, encontrando pronto la entrada de su cuerpo, dejándose caer sobre mi sexo lentamente para sentir por primera vez el cálido abrazo con el que mi hermana me recibía en el interior de su cuerpo.

Cerré los ojos para dejar que las sensaciones se hicieran más intensas, para escuchar las melodía tan hermosa que describieron sus gemidos mientras Cristina saltaba sobre mi miembro lentamente, poniendo sus manos en mi pecho a la vez que las mías acariciaban sus piernas, deleitando mi tacto con la suave y húmeda textura de su piel mientras esa hembra maravillosa se movía cada vez con más intensidad sobre mi cuerpo, haciendo que entrara en su vientre una y otra vez mientras sus gemidos me llevaban a un paraíso en la tierra, enloquecido ante la idea de hacerla sentir tanto placer y llevarla al orgasmo de la misma forma como tantas veces había llegado de la mano de mi padre.

Fueron los gemidos que explotaron durante un intenso orgasmo que sacudió su cuerpo por completo, lo que consecuentemente me llevó a mí a estallar en el interior de su vientre, sintiendo la deliciosa forma como las paredes de su vagina exprimían mi miembro hasta extraer de él incluso la más ínfima gota de semen, sintiendo como los senos de mi hermana se aplastaban contra mi pecho mientras ella me abrazaba y guiaba sus labios hacia los míos, respirando ambos de manera agitada y sintiendo el sudor del otro en cada centímetro de nuestra piel, antes de que mi hermana se separara un poco de mí y me deleitara con la tímida y hermosa sonrisa que se dibujó en su rostro, sin que me permitiera abandonar su cuerpo mientras nos mirábamos a los ojos.

– ¿Fue tan bueno como imaginaste que sería? – preguntó, aún siendo incapaz de regular su agitada respiración.

– Fue mucho mejor de lo que esperaba, eres increíble, eres la más hermosa – dije sin desviar mi mirada de sus hermosos ojos, viendo maravillado cómo sus mejillas se sonrojaban y su sonrisa se ensanchaba, antes de que me abrazara de nuevo y mi pene abandonara su vientre por un momento, experimentando la forma como mi semen escurría por sus piernas hasta caer sobre mi cuerpo.

– Fue inesperadamente placentero estar contigo, hermanito – contestó mi hermana mientras se abrazaba con fuerza a mi cuerpo y me daba pequeños besos en el hombro, marcando el final de la primera de muchas veces en que compartiríamos la misma cama, haciéndonos uno mismo en el calor de un amor que poco a poco fue creciendo entre nosotros, el mismo que tarde o temprano nos llevaría a vivir juntos como hombre y mujer, sabiendo que solo nos necesitábamos a nosotros mismos para ser felices.

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