«… solo imaginarse completamente inmovilizado deleitándose con la visión de sus chicas, cambiaba todo y solo quería terminar lo antes posible para poder volver a casa…»
por Lolamentos
Cuando se despegó de la butaca, las nalgas le picaban como nunca antes lo había sentido. Estaba bastante mareado. Torpemente, desató la otra correa del apoyabrazos con la mano que poco antes Lidia le había liberado. Trabajosamente, retiró el gancho de los grilletes que atenazaban sus tobillos, esta vez la rozadura era peor que otras veces. Esta vez había sido diferente. La cabeza le daba vueltas. Alcanzó a ver a Verónica sentada a los pies de la cama, lo miraba con frialdad apurando un cigarrillo mientras se ponía lentamente las medias. ¿Cómo podían haber pasado ya nueve meses?…
Lidia llegó de manera muy sencilla a sus vidas, se reconocieron en un chat de internet. Cuando ella se sentó junto a él en el banco del parque en el que habían quedado, lo primero que a él le atrajo fue su pelo. Moreno y corto, tan diferente al de su mujer. Después tuvo tiempo de regodearse en sus labios carnosos y sus dientes de un blanco perfecto mientras ella rozaba el filo de su copa de vino blanco. Con ella todo parecía tan fácil y sencillo….
Después de la tercera cita y el séptimo éxtasis, le propuso llevarla a un club, de los que se conocen como liberales. Quería que conociera a Verónica en un entorno que no dejara lugar a dudas. Ella aceptó. El ambiente era cálido y sugerente, únicamente por el hecho de haber varias máquinas de condones situadas en lugares, al parecer estratégicos, y por la oscuridad del local, cualquiera habría pensado que era un club de los tantos que hay en Santa Cruz. Allí les esperaba, sentada en la barra, Verónica.
Era rubia, de esas rubias lánguidas que, a pesar de tener los ojos azules, no llaman demasiado la atención. Tenía una pose elegante y llevaba puesto un ajustado vestido negro demasiado transparente para ocultar una delicada ropa interior del mismo color. Bebía lentamente de una copa con el pie azul sosteniendo un cigarrillo en la otra mano.
Al presentarlas, Verónica, para sorpresa de Lidia, la besó en los labios. Ella no se amilanó, mantuvo el beso el tiempo suficiente para no ser ella la primera que se retirara. La atracción fue mutua desde el primer momento. A lo largo de la noche hubo alguna ocasión en la que Jesús llegó a sentirse algo desplazado pero pronto evitaba tal pensamiento. No tenía de qué preocuparse, Verónica era su mujer, Lidia su reciente amante y la noche prometía un éxito seguro para los tres.
Jesús no se equivocaba, esa misma noche, hicieron los tres el amor por primera vez. Cuando salieron del local, se despidieron torpemente de Lidia y regresaron a casa sin decir palabra durante todo el trayecto de vuelta.
Fue idea de Verónica telefonear a Lidia tan sólo una semana después. No era algo habitual cuando jugaban con alguna de las amantes de Jesús. Casi nunca volvían a verla después del primer encuentro.
Después de aquélla primera llamada, no hubo vuelta atrás, comenzaron a quedar a menudo. Al principio solo quedaban en el mismo local liberal en el que lo hicieron por primera vez, hasta que después de algunas semanas, Verónica decidió que ya no había ningún inconveniente para invitar a Lidia a cenar, así aprovecharía para enseñarle las fotos de la última exposición que había hecho.
A los dos meses, ya vivían los tres juntos. Lidia no ocupó mucho espacio, casi todo lo dejó guardado en su cerrado apartamento y como la casa de Verónica y Jesús era grande, lo poco que trajo, lo apañó sin problemas. La ilusión de Verónica con la llegada de Lidia fue la mejor sensación para Jesús. La primera noche fue divertida y excitante y despertaron los tres abrazados. Todo era perfecto.
Al principio algún vecino se acercaba con cualquier excusa a cotillear, pero con el tiempo y la justificación de que Lidia era una prima, dejaron de hacerlo.
A ninguno de los amigos de la pareja le extrañaba la presencia de Lidia en aquel hogar. Era la prima de Jesús y con eso bastaba para aplacar la curiosidad. Además era divertida e interesante. Organizaban cenas, iban a la playa, quedaban para ver algún espectáculo y cuando alguno de los amigos intentaba liar a Lidia con alguien, la breve referencia a su corazón destrozado por un amor mal terminado, les hacía desistir pronto del intento.
Lidia y Verónica tenían mucho en común y Jesús disfrutaba de la complicidad de sus chicas. Le encantaba verlas llorar abrazadas en el sofá viendo una película. Él se acurrucaba junto a ellas, las consolaba y las acariciaba a ambas despacio bajo la manta hasta que dejaban de mirar la pantalla para jugar con él.
Cuando cocinaban, el parloteo de ambas no dejaba a Jesús concentrarse en sus papeles. Cuando el ruido cesaba y se acercaba a la cocina, las encontraba besándose en la encimera y se quedaba allí, en silencio, deleitándose con la escena y esperando a que le invitaran, cosa que no tardaba en ocurrir.
Fue a Lidia a la primera que se le ocurrió mencionar el bondage y aunque Jesús pensó que era el alcohol el que hacía decir aquello a Lidia, se escandalizó menos de lo que siempre había pensado. A Jesús siempre le había gustado explorar los terrenos prohibidos por su estricta educación. Lo que sí le sorprendió fue la disposición de Verónica a comprobar lo excitante que podía ser la experiencia. Él nunca, en todos los años de su matrimonio, hubiera tenido el valor de proponérselo.
El 13 de abril sería el día. La primera vez le ataron entre las dos. La destreza de ambas con los nudos y las cuerdas hicieron que Jesús, por un momento, tuviera algo de miedo. Pero las caricias posteriores, los mordiscos suaves, la presión de sus cuerpos y los expertos azotes de Lidia, le hicieron sentir cada vez más excitado. Cuando terminaron con él, lo dejaron boca abajo, atado, y continuaron entre ellas. Jesús pensó que nunca en su vida había experimentado una excitación semejante. Ya solo podía pensar y recordar esa sensación. Cuando estaba en el trabajo, agobiado por los expedientes, solo imaginarse completamente inmovilizado deleitándose con la visión de sus chicas, cambiaba todo y solo quería terminar lo antes posible para poder volver a casa.
Después, cualquiera de las dos le ataba, con objetos cada vez diferentes y más certeros a ese fin, mientras la otra le acariciaba con su lengua todo su cuerpo. Y cuando acababan con él, seguían entre ellas dejándole mirar y deleitarse con la escena. Lo conocían a la perfección.
Aquella noche, después de cenar, las escuchó hablar desde el dormitorio mientras se preparaba. No entendió lo que decían, hablaban demasiado bajo. Lo ataron desnudo a la butaca, cuerdas en las manos, grilletes en los pies, las dulces lenguas por el cuerpo y, quizás esta vez, algo más de intensidad en los azotes.
Cuando acabaron con él fue diferente, esa noche se marcharon de la habitación dejándolo solo, boca abajo y jadeando. Después de algunos minutos, Lidia regresó ya vestida y le soltó una de las muñecas. Poco después entro Verónica y se sentó a los pies de la cama. Miró a Jesús con frialdad y encendió un cigarrillo.
Cuando cayó ruidosamente a los pies de la butaca, ella ni se inmutó, lo dejó allí mientras él perdía lentamente el sentido de la realidad. El veneno en la cena había sido certero. Terminó de ponerse las medias, se acercó al quicio de la puerta donde estaba apoyada Lidia y lo miraron lascivamente. Verónica comenzó besando el cuello de Lidia muy lentamente hasta llegar a su boca mientras recibía sus caricias.
Desde el suelo, él se deleitó por última vez con la imagen de sus chicas. Cuando exhaló su último aliento, Verónica y Lidia, sin mirar atrás, salieron por la puerta abrazadas por la cintura.