DESPERTAR

«…Desabrochado el pantalón, confirmé que el tacto no me mentía. …»

por TEODORO NDOMO.

En la fiesta de empresa navideña había mucho baile, alcohol y adulación. Justo lo que necesitaba.

Lorenzo se me plantó como solución a mis ruidos internos. Esos que te demuestran que no estás en presente. 

“Esther, insisto: cuando quieras, aquí estoy”, me dijo al oído mientras se acercaba por detrás bailando y seguro de sí mismo. Esa seguridad se la daba el rabo que se gastaba según lo escuchado en el baño de féminas. No era la primera vez que se me insinuaba.

Sorteé ese primer embiste de la noche porque no me daba la gana resultar fácil, ni cuando él marcara. Le hice retroceder con mi poderoso culo, con la certeza de que toparía con lo que creía que tenía el galán de la oficina. 

Una hora más tarde de karaoke y alcohol, mis ojos mostraron el camino hacia la caña de la margarita que me estaba tomando. Lorenzo era el objetivo de mi insinuación. Y leyó perfectamente mis labios, los que tenía comprimidos en el pantalón ceñido y a punto de reventar.

Se acercó. “¿Me sigues?”, me dijo. Y dejé la copa sobre el mostrador. Metió su mano en el bolsillo y apareció el brillo de la llave de su furgoneta.

Y mi calor interno resultó fuego. Este despertar espiritual iba a tener un buen guía para mí. 

No le dejé hablar. Antes que se diera la vuelta, lo empujé contra el lateral de su furgoneta picadero y le metí el muslo en su entrepierna en busca de su verga. La encontré. La noté que se endurecía. Le bajé la cremallera y la agarré con mano abierta para comprobar el cálculo de mi imaginación. 

Mi imaginación exageraba, siempre fue así y más con las expectativas planeadas para aquella noche de liberación; pero esta vez se acercó mucho al tamaño que me corresponde y que ansiaba descubrir.

Él ni protestó, ni habló. Se dejó llevar.

Traté de mantener un ritmo lento. Quería notar la geografía completa de aquel ejemplar al que iba a permitir que me perforara sin miramientos. Venosa. Mmmmm. Me ayudé con la saliva para intentar que no me desagradara ningún sabor que me impidiera continuar.

Desabrochado el pantalón, confirmé que el tacto no me mentía. Una penúltima sonrisa al reo y me agaché en busca del trofeo.

Mordida, saboreada, lamida y vuelta a escupir con mi saliva. La quería bien lubricada.

Lorenzó acertó a abrir el lateral de su furgoneta camperizada. Lo dejé escapar. Yo quería deshacerme también del cepo en el que se había convertido mi ajustado pantalón.

Y me subí encima del padrino en el que se había convertido para mí. Un ejemplar digno del National FollaGrahic. Ya no sé si era que quería que todo saliera a las mil maravillas, pero me esforcé en no encontrar nada que me incomodara. 

Lo conseguí. Aquella polla me ensartó como quería porque era yo quien puso el ritmo. El repiqueteo de la hebilla del cinturón de Lorenzo en el suelo no hacía sino ponerme más y más cachonda. 

Me di la vuelta y salté como una posesa. La amortiguación estaba siendo sometida a un estrés maravilloso. Me estaba sintiendo plena y mis ojos estaban desencajados. Lancé un gemido triunfal. Un gemido gutural y salvaje al querer incrementar el ritmo sin freno, notando cada uno de mis rincones. Terminó siendo un gemido de alivio, disfrute y de sudor frío y placentero.

Noté el condón cada vez más suelto y no quería permitirme una preocupación mayor que la de poder disfrutar de esta nueva etapa en la que estaba entrando en mi vida. Así que me incorporé ante la incredulidad de mi muñeco hinchable y un “nooooo…” bajito y mimoso se le escapó.

Le quité el plástico cansado y le susurré: “tranquilo, que no he terminado contigo”. No dejé que agarrara mi cabeza, pero yo sí le clavaba mis uñas en sus nalgas firmes del gimnasio cuarentón, mientras engullía su polla cada vez más dura y amenazante.

Cuando noté el arqueo involuntario de sus riñones no dejé que me bañara, ni salpicara. Apunté el cimbel hacia su cintura mientras miraba su gesto imbécil de boca abierta y ojos al techo. Retiré la mano y dejé que él mismo terminara de extraer su erupción con cara triunfante.

Mientras me vestía, Lorenzo seguía sentado y extasiado con la resaca del polvo. 

– Querida Esther, insisto: cuando quieras ven conmigo. Te espero.

Lo miré con determinación.

– Querido Lorenzo: ahora no tengo intención de ir contigo, ni de volver con nadie.

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