«…Ya no había llanto ni dolor, solamente la expresión de un placer forzado y el sonido que escapaba de su boca…»
por JANE CASSEY MOURIN. Contacto: janecasseymourin@gmail.com; patreon.com/JaneCasseyMourin
– Estás seguro de querer hacerlo.
– Por supuesto.
– Eres un verdadero hijo de puta.
– Supongo que viniendo de una puta, debe ser un halago – tras decir aquellas palabras, ella me miró con tanta intensidad, que si las miradas mataran, seguro que ahí mismo me hubiera asesinado.
La seguí por los pasillos de la mansión; escuchando los gemidos y gritos desesperados, que las esclavas emitían al ser poseídas por primera vez por sus nuevos amos.
A cada paso que daba, cada centímetro que avanzábamos por el lugar; mi corazón se aceleraba y mi nerviosismo incrementaba de forma alarmante. Sentía que mis piernas fallarían en cualquier momento, que no podría hacerlo, que me faltaría el valor suficiente para cerrar el trato; pero justamente me encontraba divagando, en medio del caos de la incertidumbre; cuando llegamos al cuarto indicado.
Ella me miró con un gesto de asco en el rostro: me odiaba. No me importaba en absoluto lo que pensara de mí, sabía perfectamente bien que hacía lo correcto. Ella solamente era el intermediario para ver realizado mi plan.
– ¿Tienes el dinero? O ¿Acaso hemos recorrido mi mansión en vano? – de inmediato saqué un fajo de billetes y lo puse enfrente de su cara. No dijo nada más, solamente tomó el efectivo y me lanzó un juego de llaves – la plateada abre los seguros de las esposas y la dorada abre el collar, te sugiero que no se lo quites; la llave más grande, libera su cadena para que te la puedas llevar a casa. Tienes dos horas para hacer con ella lo que quieras ahí dentro. Después de que te vayas, no quiero verte más por aquí.
– No eres nadie para impedirme venir aquí cuando me plazca, o hacer lo que se me de la gana en este lugar. Más te vale recordar quien soy y quién eres tú; pero puedes quedarte tranquila, no se me ocurre una sola razón por la que podría regresar a este asqueroso agujero.
Ella me lanzó una última mirada de desprecio. En verdad me odiaba, pero seguramente sabía que el sentimiento era mutuo. Se marchó tras aquellas palabras y se perdió de mi vista tras dar vuelta en una esquina.
Miré la puerta con aprensión, sabiendo que del otro lado estaba Helena. Aunque sabía que finalmente sería mía ante la ley y que estaría obligada a hacer lo que yo le ordenara; aquello era realmente difícil de asumir, ya que nunca había tenido una esclava.
¿Cómo debía educarla? ¿Qué tanto trabajo podría costar que me obedeciera, sin tener que recurrir a severos castigos? Esas preguntas rondaron durante varios días por mi cabeza llevándome a incluso desarrollar un articulo, que prometía lograr una sumisión casi perfecta por parte de la nueva esclava; no obstante, como todo nuevo invento, estaba claro que podría fallar.
La moneda se había echado al aire, los engranes de la gran máquina se pusieron en marcha desde que el momento en que di la orden de traerla ante mí. Fue un trabajo especialmente complicado para los recolectores, pues tuvieron que buscarla en el extranjero, extraerla de un país donde nuestras leyes aún eran interpretadas como una aberración, perdiendo a algunos hombres en el camino. Solo esperaba que todo el esfuerzo, las vidas perdidas y la pequeña fortuna que invertí; valieran la pena.
Entré en la habitación. Helena estaba en un rincón, sentada en el suelo, con los ojos hinchados y la piel llena de mugre y un poco de sangre; sus pies y manos estaban sujetos con esposas, interconectadas por una cadena que le impedía moverse con libertad; mientras su cuello lucía un pesado grillete que evidentemente era muy incómodo.
Me miró abriendo mucho los ojos, no me sorprendió que me reconociera, que supiera que gracias a mí la habían llevado hasta ese lugar. Su reacción fue carente de movimientos, solamente se quedó mirándome, tal vez con algo de miedo, o quizás con esperanza, pues seguramente recordaba lo mucho que, en otro tiempo, hice por ganarme su corazón.
– Hola Helena – dije, mientras su atención se centraba en las llaves que llevaba en la mano – sé que las cosas no han sido sencillas para ti pero, ahora que estás aquí, tu vida será muy diferente – tras aquellas palabras, pude observar cómo sus ojos se llenaron de lagrimas, y repentinamente sus mejillas comenzaron a poblarse por los arroyos que en ellas se dibujaron – a partir de hoy me llamarás amo, o señor; desde este momento me perteneces, pues te he comprado a la Corporación por una considerable suma de dinero, y créeme que no ha sido fácil, pero haremos que valga la pena cada centavo que he invertido.
Le di algunos segundos para asimilar la realidad tan definitiva que describían mis palabras, mirando la forma en que, poco a poco, su mirada decaía en la medida en que entendía la posición que ahora ocuparía en el mundo, convirtiéndose en poco menos que un objeto.
Comencé a sacar el aparato del maletín que llevaba en la mano, tras haberlo colocado sobre la cama. Miraba a Helena de reojo, dándome cuenta de que apenas lograba moverse, mientras su pecho bajaba y subía con dificultad. Pobre de ella. Seguramente su situación actual, era una carga difícil de asimilar el considerar que, tan solo un par de días atrás, se encontraba disfrutando de una vida holgada y sin preocupaciones; mientras ahora, se veía obligada alienar su voluntad a los deseos de un hombre a quien ella nunca pudo abrir su corazón.
– Contigo voy a probar un nuevo adelanto en tecnología de sumisión, algo que inventé para la Corporación, apenas un par de semanas atrás – saqué el collar del interior del estuche donde estaba guardado, junto con un elegante control remoto – este aparato funciona de la siguiente manera – sus ojos se centraron en el collar de oro con algunos detalles resaltados con pequeños diamantes – una vez que te lo ponga será imposible que te lo quites, y a partir del momento en que lo tengas en el cuello, cada vez que yo te de una orden e infortunadamente se te ocurra desobedecerme, recibirás una descarga con este pequeño aparato – dije mostrándole el control remoto – por lo que te sugiero que no intentes retarme, cuestionarme, o escapar de mí; pues is lo haces, si acaso se te ocurre alejarte más de diez metros de mi lado, el collar se activará de forma automática y liberará una descarga eléctrica tan fuerte, que te desmayarás por algunas horas. ¿Me has entendido?
Helena se quedó paralizada viendo el collar y el control remoto, el miedo la había paralizado, sin poder apartar su vista del objeto, que partir de ese día, sería una extensión de su cuerpo.
Lamenté que en aquel justo instante, no tuviera el collar puesto, pues hubiera sido el momento perfecto para enseñarle lo que le pasaría si me desobedecía. Pero como me habían dicho los colegas en el laboratorio, que debía enseñarle obediencia en cuanto pudiera; me vi obligado a darle una bofetada al ver que no me respondía.
– Te he hecho una pregunta Helena, ¿Entendiste todo lo que te dije? ¿Entendiste lo que va a pasar si me desobedeces? – asintió moviendo la cabeza muy rápido, aterrada, justo como yo la quería tener – muy bien, me alegra que lo entiendas y, por cierto, este aparato también está conectado al chip de la compañía, por lo que, en caso de que muera, tu también morirás, así que, te sugiero que no hagas algo tan estúpido como tratar de matarme.
Sus ojos se perdieron en el vacío mientras me ponía de pie, acercándome a ella para liberarla del horrible grillete que tenía en el cuello y luego ponerle aquel hermoso y estilizado collar, el cual selló su destino en cuanto el clic de cierre se escuchó.
Me tomó algunos minutos liberarla por completo de las esposas y cadenas que la sujetaban. Me puse de cuclillas frente a ella y sus ojos se fijaron en los míos. Su mirada era suplicante, pues aún sabiendo que su destino estaba marcado; intentaba apelar a alguna parte de mi corazón, para que no hiciera con ella lo que pretendía hacer.
– ¿Sabes algo? Te extrañé mucho cuando te fuiste. Tu partida me dolió casi tanto como a Isabel. Había hecho todo lo que pude por quererte, traté de demostrarte que era un buen hombre, que era alguien digno de tu corazón; pero nunca me diste la oportunidad. Siempre retabas mi autoridad, te escapabas cada vez que podías y te negabas una y otra vez a obedecer las reglas de mi casa. Fue muy difícil vivir con la pesadumbre de saber que, durante estos últimos años, tu madre vivió con una felicidad incompleta al no tenerte a su lado. Fue una carga para ella el saber que te habías ido del país y no saber a donde; pero hora estamos aquí, y esta vez no puedes hacer nada que yo no quiera que hagas; pues en esta ocasión tu vida está en mis manos, y puedo decidir si conservarte en mi casa o mandarte a un instituto de crianza, donde vagos y campesinos te van a violar por el resto de tu vida; manteniéndote embarazada todo el tiempo, dando a luz una y otra vez, convirtiéndote en un engrane más, de la gran maquinaria diseñada para engrosar las filas de obreros de la Corporación, ¿Eso es lo que quieres? – ella negó con la cabeza, pero un gesto de tal clase no era suficiente. Presioné el número uno en mi control y su cuerpo convulsionó de inmediato, haciendo que un grito estremecedor saliera de su garganta.
– Me temo, querida Helena, que un gesto no basta, pues como ya te había ordenado, me has de llamar amo o señor. Así que te lo preguntaré una vez más, ¿Quieres ir a un instituto de crianza? ¿Pasar el resto de tus días siendo violada por un montón de indigentes y trabajadores llenos de sudor?
– No, señor.
– Buena chica, me agrada que nos estemos entendiendo tan bien.
Miré a mi alrededor, sintiendo una insostenible repugnancia por aquel pestilente lugar. Lamentablemente un lugar como aquel, no contaba con el suficiente presupuesto para costear una ducha, lo cual me hizo sentir algo frustrado: me hubiera gustado bañarla antes de sacarla de ahí; en verdad lucía terrible en aquel estado.
Restaba una sola acción antes de partir a casa, algo que las leyes me exigían y debía cumplir, o de lo contrario podría ser impugnado mi estatus de propiedad sobre mi nueva esclava. Considerando aquello y motivado por mi indomable curiosidad; recorrí la habitación con la mirada hasta encontrar cuatro pequeñas cámaras, ubicadas en las esquinas superiores del cuarto. Sonreí al pensar que tal vez ella me miraba, con la esperanza de que no cumpliera debidamente con el protocolo y poder así pelarme la propiedad de Helena; no obstante, aquello jamás pasaría.
– Sube a la cama y ponte de rodillas, asume la posición para tu iniciación como mi esclava – Ella abrió mucho los ojos, pero no tardó en ponerse de pie, con algo de dificultad, pues al parecer había estado mucho tiempo tirada en el suelo, sin moverse, lo que hacía lógico que sus músculos y articulaciones le fallaran un poco; pero el miedo a una nueva reprimenda, la hizo desplazar su cuerpo tan rápido como pudo, arrodillarse en la cama y luego inclinarse al frente, apoyando sus codos sobre las cobijas.
Me acerqué a ella mirando su hermoso y apetecible trasero; era claro que había crecido mucho, que el tiempo había pasado desde aquel entonces en que vivimos juntos; después de que me casara con Isabel, aceptándola a pesar de tener a un hija pequeña, una niña que jamás me vio como su padre; pero que ahora me vería como su amo.
Acerqué mi mano a su entrepierna y comencé a acariciarla, escupiendo en mi mano continuamente para mantener la zona lubricada, hasta que sus fluidos comenzaron a salir de su interior, mojando mi mano poco a poco, dando pie a que la penetrara con los dedos; mientras ella cantaba al viento una melodía compuesta por sus gemidos que se mezclaban de forma estimulante con sus sollozos. Sí, no me importaba que llorara, lo tenía bien merecido por haber causado tanto dolor a su madre, desde el momento en que decidió abandonarla.
Desabroché mi pantalón, dejando en libertad mi endurecido miembro. Tomé a Helena de la caderas mientras mi mástil se situaba sobre sus labios. Ella lloraba. Empujé con fuerza cuando fue oportuno y comencé moverme, mientras sus gemidos llenaban la habitación sin poderse contener.
No podía creer que estuviera en esa situación. Sentir el cálido abrazo de sus labios, mientras mi cuerpo se movía con suavidad, era como beber la ambrosía de los dioses antiguos, una sensación que me consumía por completo, que me llevó a cerrar los ojos, y dejarme llevar por un placer que no sentía desde hacía mucho tiempo, desde que mi amada Isabel murió.
Minutos después abrí los ojos al darme cuenta de que las lágrimas se había ido, que los lamentos los sollozos cesaron, dando paso a los sonidos de un autentico placer; acompañados de los movimientos que Helena ejecutaba para incrementar su propio goce. No pude contener una sonrisa, sabiendo que aún después de la forma en que todo había ocurrido; una esperanza brillaba en el futuro de Helena, un destello de oportunidad para que fuera la mujer que su madre siempre quiso que fuera, para que lográramos conectarnos de una forma íntima y amorosa, como la familia que debimos haber sido dese el día que ellas se mudaron a mi casa.
Me incliné un poco hacia delante y posé mis manos en sus senos, provocando que se levantara, pegando su espalda a mi pecho, sintiendo el cálido placer de la penetración con la que se inauguraba su vida de esclavitud. Ella giró su cabeza y nuestras miradas se encontraron. Ya no había llanto ni dolor, solamente la expresión de un placer forzado y el sonido que escapaba de su boca, el mismo que delataba lo mucho que lo estaba disfrutando.
Nos fundimos en un beso suave, tierno, casi podría decir que amoroso; sino fuera por la larga historia que ella y yo teníamos de encuentros difíciles y peleas hostiles; pero a pesar de todo, y aunque ella nunca asumió el papel de mi hija, en realidad la amaba como si siempre lo hubiera sido.
Nuestros labios no se separaron, hasta que el placer llegó a su máxima expresión, cunado nuestros gemidos fueron ahogados en el interior de nuestras bocas; para después quedarnos donde estábamos, mientras yo la abrazaba por la espalda y besaba sus hombros.
Salí de ella y me arreglé la ropa. Ella no se movió del lugar en donde estaba. La miré entendiendo que había asumido su papel como esclava, que no haría nada que no le ordenara.
– Vámonos, es tarde.
Ella se puso de pie y caminó hacia la puerta, la cual había abierto previamente, invitándola a salir y hacer que otros la vieran, que miraran su entrepierna escurriendo de mi semen y se dieran cuenta de que era mía, solamente mía.
Caminamos por algunos minutos en dirección a la salida. Tras bajar algunas escaleras, llegamos a la misma puerta por donde minutos antes había entrado en la mansión, donde nos encontramos con aquella mujer de rostro cenizo y mirada asesina, quien nuevamente me miró con desaprobación.
– Ninguna esclava puede salir de estas instalaciones si el collar apropiado, así que…
– Ella lleva un collar ¿Acaso estás ciega mujer?
Martha se acercó poniéndose primero los lentes, pude entender que ella no lo viera, pues a diferencia de los horribles y enormes collares de hierro que solían colocar a las eslavas; el collar que portaba helena, estaba diseñado para ser discreto, para uso de las más altas esferas de la Corporación.
Observé con regocijo el momento en que esa mujer se dio por enterada de que efectivamente, Helena, su sobrina, llevaba aquel colar al cuello. Ambos intercambiamos nuevamente una mirada con la que ella trataba de asesinarme.
– Espero que trates bien a Helena, ella no se merece que…
– Ella se merece lo que yo diga que se merece, y a partir de ahora,a menos que quieras que reciba un castigo ejemplar, la llamarás Isabel.
Pude notar el estremecimiento que invadió el cuerpo de Helena, a la vez que observé la forma en que su tía, la hermana de mi difunta esposa; se sobresaltaba y me miraba con horror.
– Eres un…
– Creo que ya me he cansado de tus insultos, así que si no quieres acabar con un collar en el cuello, más te vale que dejes de meterte en asuntos que no te corresponden, después de todo, fue esta división de la Corporación, la misma en la que trabajas; la encargada de hacer posible que ella estuviera aquí ¿O me equivocó?
Ella bajó la mirada y un par de lágrimas escaparon de sus ojos. Me alegró verla llorar de esa manera, pues ese gesto era la evidencia que necesitaba, para confirmar que esa mujer entendía la diferencia entre su posición y la mía; ante los ojos de la corporación.
– Vámonos Isabel.
– Si, amo.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro, mientras mi escolta abría la puerta del carro e Isabel entraba en él, poco antes de que yo abordara el vehículo y nos dirigiéramos a casa. Recorrimos el camino a casa, sabiendo que esa noche no dormiría mucho; después de todo, ella nunca fue mi hija, así que no tendría la menor culpa en hacerla mía durante toda la noche, en la misma cama en que hice el amor cientos de veces con su madre, la misma que a partir de esa noche, se convertiría en el lecho donde usaría a Isabel como el objeto en que ahora se había convertido.