«… quería pedirle que me hiciera suya de la forma más violenta que le fuera posible …»
por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/
La fiesta había sido un éxito rotundo, regresábamos a casa por la noche en el carro de nuestros amigos, pues mi esposo y yo habíamos bebido más de la cuenta y hubiera sido imprudente conducir nuestro auto.
Como ninguno quería irse a dormir aún, pues la euforia de la música y el baile no había cedido a pesar del viaje en auto, Jorge invitó a nuestros amigos a tomar un par de copas más, diciendo que podrían dormir en la habitación de invitados si no les apetecía conducir más tarde.
Memo y Ale intercambiaron una mirada y luego aceptaron encantados la invitación de mi esposo, lo cual no me sorprendió en absoluto, pues no era indiferente a la forma como Alejandra había estado viendo a Jorge durante la noche, ni tampoco a la manera tan sensual como bailaron mientras yo hacía lo mismo con Guillermo.
Un ambiente cargado de erotismo se había creado desde que intercambiamos parejas en la pista de baile, dejando que la música nos guiara, sin poner trabas para que nuestras respectivas parejas se dejaran llevar y disfrutaran de una noche maravillosa, sin inhibiciones ni reprimendas.
En más de una ocasión sentí sobre mis senos los accidentales roces de las manos de Memo, las caricias que ocasionalmente le brindaba a mi trasero y la maravillosa forma como se pegaba a mi cuerpo, haciendo que mis caderas se levantaran un poco, tratando de sentir lo que evidentemente estaba creciendo entre sus piernas.
Pasamos a la sala tratando de hacer el menor ruido posible, pues mis hijos, Alexis y Alicia, seguramente para ese entonces habrían regresado del antro, o la fiesta a la que habían ido respectivamente. Ambos eran lo bastante mayores para no tener que preocuparme por ellos, pero aún así no quería despertarlos, pues seguramente habrían regresado a casa cansados o tal vez un poco tomados, por lo que en aquel momento seguramente estarían dormidos.
Jorge se fue directo a la cantina para servir los tragos, regresando poco después con algunas copas y un par de botellas, todos sonreímos al ver que estábamos en la misma sintonía, que queríamos que la noche se alargara tanto como fuera posible.
Estando sentados en la sala con una copa en las manos, hablando de cualquier cosa y tratando de ignorar la ansiedad y excitación que a todos nos estaba embargando, fue cuando Ale propuso jugar verdad o reto, un juego que nos recordaba nuestra época del colegio, que generalmente no era otra cosa que un pretexto para explorar la sexualidad que bullía en medio del caos hormonal que era nuestra adolescencia.
Al principio me opuse a hacerlo, pues sabía por dónde iba esa clase de juegos y me daba miedo que por algún descuido mis hijos bajaran y vieran a sus padres en una posición difícil de defender; sin embargo, Jorge, Memo y Ale me insistieron mucho, suplicantes, de una forma tan demandante que me hizo sentir tan culpable por estarles cortando el rollo que al final accedí, en medio de una risa estúpida que no puedo achacarle a nada más que a la absurda cantidad de alcohol que ya había ingerido esa noche, en combinación con la excitación que ya me estaba dominando, ante la sola idea de ver a mi marido besando a otra mujer, de saber que él me miraría mientras yo hacía lo mismo con uno de sus mejores amigos.
El juego comenzó. Ninguno se atrevía de principio a aceptar retos, por lo que todo se centró en preguntas íntimas que poco a poco fueron subiendo más y más el calor que había en la sala. La primera en optar por un desafío fue Ale, cuando su esposo tenía el turno del juego, algo que hizo que todos sonriéramos, sabiendo que la mejor parte de la noche estaba por comenzar.
– Muy bien – dijo Memo, intercambiando una mirada conmigo y con mi esposo – te reto a hacerle un lapdance a Jorge.
Escuchar las palabras de nuestro amigo me heló la sangre, pero no fue solamente por aquella extrañamente placentera punzada de celos que ya conocía muy bien, sino que la propuesta de ese hombre sumada con la excitación que traía encima, hizo que sintiera un extraño calor en el cuerpo, que naciera en mí la necesidad de ver a Ale bailando para mi esposo, de una forma que sugería un tremendo despliegue de sensualidad de parte de esa mujer tan hermosa.
– Solo si Aidé me lo permite – dijo Alejandra, mirándome con una sonrisa coqueta, suplicante, mientras sus manos apretaban con ansiedad sus piernas y yo inconscientemente asentía con la cabeza sin detenerme.
Mi amiga sonrió con amplitud y se puso de pie, puso la pieza que bailaría en el celular y comenzó a moverse en el momento en que el sonido comenzó a hacer vibrar su cuerpo. Un impulso me llevó a moverme del sillón donde me encontraba junto a mi esposo, para darle más espacio y libertad de movimiento a Alejandra.
Me senté en el sillón de tres plazas sin perder de vista la forma como esa sensual mujer se sentaba en el regazo de Jorge, moviendo las caderas para deleite de mi esposo, viendo maravillada la forma como las manos de mi hombre la tomaban por la cintura para luego subir poco a poco hasta posarse en los senos de mi amiga.
Me sentía incómodamente excitada, necesitaba coger, sentir a un hombre penetrarme y gemir desesperada ante la tortuosa necesidad de explotar en un orgasmo. Estaba tan concentrada en mirar la escena tan erótica que se postraba ante mis ojos, que apenas fui consciente del momento en que comencé a acariciar mi vulva, habiendo levantado mi falda, tocándome por encima de las bragas.
La mano de Memo se posó en mi pierna de pronto y lo miré por un segundo, compartiendo una fugaz y nerviosa sonrisa antes de mirar de nuevo a Alejandra, que para ese momento ya se había subido la falda y se encontraba restregando su trasero sobre la verga desnuda de mi esposo.
La mano de Memo se coló entre mis piernas y acarició mi vulva por sobre la tela de mis bragas, ¡Por dios! ¡Qué placer me estaba dando! Presionando mis labios y mi clítoris con la fuerza perfecta, haciendo que sintiera mis bragas mojadas, que gimiera y cerrara los ojos incapaz de no dejarme llevar por sus caricias en medio de una situación tan excitante; pero entonces la música se detuvo y las miradas de todos se cruzaron con las de los presentes en esa sala. No nos quedamos quietos, no podíamos detener lo que estaba pasando, pero nos mantuvimos expectantes a las reacciones de los demás, como esperando el permiso de todos los presentes en la sala, o una excusa que nos permitiera dejarnos llevar por lo que en ese momento necesitábamos hacer.
Fue mi esposo quien rompió el silencio, el hombre que sin apartar sus manos de los senos de mi amiga, lanzó el reto que solucionaría la incómoda disyuntiva a la que nos estábamos enfrentando.
– Alejandra y Aidé ¿Verdad o reto?
– Reto – contestamos al unísono, mirándonos la una a la otra en un gesto nervioso de complicidad.
– Las reto a que suban a las habitaciones libres, una por cada habitación, y se venden los ojos con nuestras corbatas. Uno de nosotros subirá después con cada una de ustedes, pero nadie hablará, nadie sabrá con quien estuvo.
Ale y yo intercambiamos una mirada, mi corazón palpitaba con fuerza, mientras sentía la mano de Memo recorrer mi pierna en dirección a mi rodilla. Instintivamente ambas asentimos, poniéndonos de pie un segundo después para tomar las corbatas de nuestros esposos y luego subir las escaleras.
Mis piernas temblaban violentamente, experimentaba una extraña mezcla de sensaciones y sentimientos que vagaban entre la excitación y el miedo que me provocaba estar con otro hombre, por primera vez desde que casé con Jorge; pero el morbo que me inspiraba el saber que me cogerían mientras tenía los ojos vendados, el saber que mi esposo estaría cogiendo con otra mujer a unos metros de mí, logró opacar todas aquellas sensaciones que en aquel momento acosaban mi pensamiento, inhibiendo por completo mis intenciones de detener todo lo que estaba a punto de pasar.
Alejandra ingresó al cuarto de invitados mientras yo hacía lo propio en mi habitación. Me desnudé tan rápido como pude sin dejar de notar el temblor en mis manos o los potentes latidos de mi corazón. Tapé mis ojos con la corbata de mi marido antes de recostarme, sintiendo un calor insoportable en mi cuerpo, que me llevó a abrir las piernas y posar mi mano sobre mi vulva para masturbarme mientras llegaba a mi alcoba el hombre que me haría suya.
Con el corazón hecho un huracán, escuché los pasos de mi esposo y su amigo subiendo las escaleras. Caminaron por el pasillo y luego los pasos se detuvieron. Por un minuto me sentí extrañada, ¿Acaso los dos decidieron ir con Alejandra? ¿Acaso me habían dejado plantada?
Me sobrecogió la idea de que me hubieran hecho a un lado, pero aquella aversiva sensación solamente duró un minuto, pues poco después mi puerta se cerró y la respiración de un hombre se hizo evidente.
Llevé mis manos a mis senos, moviendo las caderas y esperando a que me hiciera suya. Sentí el peso de mi amante cuando subió a la cama, sentí sus manos acariciar mis piernas y su aliento golpeando la humedad de mi vagina antes de que sus labios besaran mi entrepierna, en medio de los gemidos que emitía y los fuertes apretones que le daba a mis tetas.
Quería pedirle que me cogiera, que no me hiciera esperar más, quería pedirle que me hiciera suya de la forma más violenta que le fuera posible, que me tratara como una puta hasta hacerme chorrear como una cualquiera; pero las reglas me hicieron cerrar la boca, me hicieron esperar mientras la tortuosa lengua de mi amante desconocido jugaba con mi clítoris y me hacía estremecer con cada movimiento que ejercía sobre mi cuerpo.
La estimulación cesó y el hombre se levantó mientras yo no dejaba de masturbar mi clítoris. Sentí sus piernas en contacto con las mías y su miembro babeante buscando la entrada de mi vagina. Estaba desesperada por ser cogida, tanto que llevé mi mano a su verga, la puse en el lugar correcto y moví mis caderas para que me penetrara de una sola vez, sintiendo en un instante la forma como mi vientre se abrió para recibir un miembro enorme, una verga que no era la de marido, que me abría como hacía años no habían forzado las paredes de mi vientre.
– ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! – escapó de mi boca, gemidos sin contención, sonidos que bullían ante la impotencia que sentí por no poder pedirle que lo hiciera con más fuerza, que me hiciera gritar como la puta en la que en ese momento me había convertido.
Mis manos se movieron a sus nalgas y las apreté con fuerza, agitando mis caderas para hacer que me cogiera como yo quería, para que entendiera que me tenía que tratar como una perra, que no debía ser cuidadoso, pues eso era lo que yo quería.
Se dejó llevar por mi necesidad y me cogió con tanta violencia que me hizo llorar de placer, gritar enloquecida mientras sentía al invasor hasta el fondo de mi vagina, llenando cada rincón mientras sus testículos se estrellaban en mis nalgas en cada ocasión que me penetraba hasta el fondo, robándome ruidos guturales que no lograban calmar mi necesidad de más.
Me abracé a él con brazos y piernas, sin dejar de mover las caderas, sin dejar que se detuviera un solo momento, deseando que aquello no acabara pero sabiendo que estábamos muy cerca de terminar.
– ¡Ay! ¡Ahhh! ¡Ahhhhh! – grité cuando mi cuerpo se convulsionó en un orgasmo magistral, acompañado de la sensación de ser bañada por dentro, por el jugo de un hombre que me había dado una sesión estupenda, pero que aún cuando había sido una cogida tremenda, me había dejado con ganas de más.
El hombre bajó de la cama y casi de inmediato abrió la puerta. Me quedé acostada sobre las cobijas humedecidas por mi sudor, llevando mi mano nuevamente a mi vagina, metiendo mis dedos para llenarlos de semen y llevarlos luego a mi boca. Un sobresalto me sobrecogió cuando escuché que la puerta se cerraba de nuevo, un instante antes de sentir a un hombre subirse a la cama.
Hice el intento de quitarme la corbata pensando que aquel sería mi marido, pero una mano me detuvo, colocándose sobre mis ojos, indicándome con ello que el juego no había terminado.
El hombre llevó sus manos a mis senos y se recreó manoseándome por unos minutos, antes de que sintiera su boca chupando mis tetas, lamiendo mis pezones y succionándolos con fuerza. Sus dedos se metían en mi vagina tan solo para lubricarlos y llevarlos a mi ano, acariciando mi entrada trasera con sensualidad, haciendo que volviera a gemir como desquiciada.
Mi mano tomó el pene de mi amante y de inmediato supe que aquel no era mi marido, que era el mismo que me había cogido minutos atrás, pues su pene seguía un poco flácido y empapado con una mezcla de semen y los fluidos que escaparon de mi cuerpo y lo bañaron por completo. Pensé de inmediato que Memo había regresado al ver que su esposa estaba bien acompaña. Agradecí que fuera así.
Masturbaba a mi amante con vigor, haciendo que su verga paulatinamente se pusiera tan dura que podría partirme en dos, al mismo tiempo que dos dedos se colaban por mi ano y gritaba enloquecida al saber que esa hermosa verga estaba a punto de partirme el culo.
Mis piernas fueron a parar a sus hombros mientras mi amante se colocaba sobre mí, lo ayudé a dirigir su carne al interior de mi ano, sintiendo la presión que ejercía sobre mi cavidad, gritando ante la forma como me abría el culo, ante la sensación de ese delicioso miembro deslizándose en mi interior mientras las manos de mi amante se prendaban de mis senos.
Un último empujón mando su carne hasta mis entrañas. No podía dejar de masturbar mi clítoris, necesitaba desesperadamente sentir tanto placer como me fuera posible. Nuevos sonidos guturales escaparon de mi boca, un segundo antes de que mi amante comenzara a moverse, a cogerme como a una cualquiera, metiendo su verga tan adentro como podía, sacándola hasta dejar solamente su glande en mi interior y volver a empujar nuevamente, haciendo que experimentara una sensación sublime, tan excitante que era difícil soportarlo sin hablar, sin pedirle que lo hiciera más rápido que me llenara las entrañas de su semen.
– ¡Cógeme! ¡Ay! ¡Ahhh! ¡Trátame como una puta! ¡Dame más fuerte! ¡Más duro! – grite entre gemidos desaforados.
Sus embestidas sacudieron mi cuerpo con tanta violencia que incluso me lastimaba por dentro, me cogía tan fuerte y golpeaba mis nalgas con tanta rudeza que me hizo sentir demasiado excitada, que provocó que un nuevo orgasmo me atacara expulsando un chorro de fluidos mientras mi mano se agitaba enloquecida sobre mi clítoris, en medio de una serie de convulsiones que me obligaron a gritar temerosa de lo que sentía, que me hizo trata de frenar los movimientos de mi amante sin poder lograrlo, pues a pesar de que el chorro de fluidos bañaba su cuerpo, él solamente me tomó de las muñecas, apresándolas con sus manos bajo el peso de su cuerpo, sin dejar de cogerme, sin dejar de tratarme como a una zorra, tal cual había suplicado que me tratara.
No dejó de cimbrar mi cuerpo con su fuerza y el vigor con que me partía por dentro, hasta que su semen llenó mis entrañas en medio de un cálido baño que me hizo temblar por completo, que obligó a mi cuerpo a vibrar como jamás lo había hecho.
La calma llegó a mi alma, al fin me sentía satisfecha: Memo lo había logrado. Ahora entendía porqué Alejandra siempre se veía tan contenta.
Relajé mi cuerpo sobre mi cama, demasiado cansada como para quitarme la corbata de los ojos, demasiado satisfecha para siquiera considerar moverme o hacer lo que fuera; solamente me dejé llevar por el sueño, al mismo tiempo en que sentía los brazos de mi amante rodear mi cuerpo, experimentando el calor de su piel al pegarse completamente a mí, colocando su miembro entre mis nalgas mientras poco a poco nos entregábamos al placer de la deliciosa inconsciencia de un sueño profundo.
La mañana comenzó antes de que despertara, pues por la humedad que yacía entre mis piernas, el placer que me invadía con cada vaivén de su pene y la forma como mi cuerpo se estremecía, era claro que alguien se había divertido por varios minutos antes de que lograra despertar a un nuevo día.
Sentí un beso en los labios, abrí mi boca dejándome guiar por el instinto, permitiendo que metiera su lengua y jugara con la mía en un cálido y casi romántico momento. El hombre encima de mí me estaba haciendo el amor de una forma tierna, suave, disfrutando de cada milímetro de mi vientre, describiendo círculos con las caderas que me hacían gemir y abrazarlo con mis piernas, sin dejar de besarlo ni acariciar la piel de su espalda.
En cuanto logré despertar por completo y sentir la venda en mi ojos, la retiré de inmediato, tratando después de que mis ojos se acostumbraran a la luz, de que enfocaran al hombre que me estaba haciendo suya.
– ¡Por dios! – un vuelco en el estómago me invadió, sintiendo como la culpa dominaba mi cuerpo y me hacía abrir los ojos en exceso, apartando mis manos de su cuerpo y haciendo que mis piernas dejaran de rodear su cintura – ¡Qué estás haciendo aquí! ¡Alexis, quítate de encima de mí! ¡Salte de mi cuerpo! – grité aterrada al ver que era mi hijo quien me estaba penetrando, al ser consciente del placer que me estaba dando y de lo humedecida que me sentía – ¡Ahhh! ¡Ay! ¡Detente hijo! ¡Por favor! ¡Esto no está bien! ¡Para! ¡Para!
– Eso no dijiste anoche cuando te hice lo mismo – contestó sin dejar de mover las caderas, sintiendo como me abría para él, obligando a mi cuerpo a recibir un inmenso placer, mientras hacía un gran esfuerzo al tratar de resistir el impulso de abrazarme de nuevo a él – tu amigo se equivocó de habitación y se cogió a mi hermana, ella lo recibió con mucho gusto, cogieron como locos al igual que lo hicimos nosotros.
– ¡Ay! ¡Ahhh! ¡Ahhh! – escapó de mi boca, ante la incredulidad que me agobiaba tras escuchar las palabras de mi hijo, sintiendo su miembro penetrándome, dándome cuenta de que de forma inconsciente mis piernas nuevamente se habían aferrado a su cintura y mis caderas se movían para que me cogiera más fuerte, para que entrara más profundo.
Me sentía confundida porque sabía que eso estaba mal, pero no podía detenerme, no quería hacerlo, era demasiado el placer que sentía, era insoportable el tener a mi hijo dentro de mi, bombardeando mi vientre, haciendo que gimiera enloquecida mientras me embestía con tanta pasión, sudando sobre mí, cerrando los ojos y disfrutando del placer que le daba la vagina de su madre.
¡Por dios! ¡Qué forma de cogerme! Se movía con el vigor exacto, con la energía perfectamente calculada para sacudir mi cuerpo en un excitante y apasionado vaivén, haciendo que mis tetas rebotaran cadenciosamente, que mi vagina lo recibiera apretando su verga en un abrazo resbaladizo que me llevaba a la cima de placer y me hacía poner los ojos en blanco.
No fui capaz de decir nada, de continuar en mis vanos intentos por resistirme. Mi cabeza se negaba a procesar lo que estaba pasando mientras mis caderas enloquecían y mi vientre palpitaba en la víspera de un gran orgasmo, uno que me hizo estallar y abrazar a mi hijo por el cuello, que me hizo retorcerme en medio del confuso y caótico momento en que mis sentimientos me obligaron a besarlo, a pesar de pensar que todo en esa escena estaba mal, que debía detenerme mientras sentía el calor de su semen al rellenar por completo mi vientre, vaciándose dentro de mí con tanta abundancia que mi vagina no pudo darle cabida a los chorros de leche con que se vio sobrepasada, obligando a su semilla a derramarse sobre mi cama.
Sentir la lengua de mi hijo dentro de mi boca, sus labios besando los míos mientras sus caderas persistían en moverse hasta dejar hasta la última gota de su semen dentro de mí, me hizo perder la cordura y disfrutar por completo de lo que mi hijo me estaba haciendo, abrazarlo con ansiedad y desesperación, apretarlo contra mi cuerpo sintiendo la potencia de ese hermoso y joven hombre que me había hecho su mujer durante toda la noche, sin saber que se trataba de él, sin haber podido reconocer que era mi propio hijo quien me había dado tanto placer.
Cuando la calma nos alcanzó, se separó un poco de mí, sonriendo y robándome una sonrisa al hacerlo, sabiendo que aquello estaría lejos de terminar, que ese fin de semana pasarían cosas que después me vería obligada a revaluar, por el bien de mi propia tranquilidad.
