“…El último botón se rinde y ella me muestra sus pechos como dos manzanas maduras…”
relato corto de CARLA GIL, en el libro de relatos LOS 7, 2ª edición de2019.
Los pasos en el rellano del portal hacen que se me haga la boca agua. La imagino entrando por la puerta y un hambre voraz se apodera de mí, la boca se me seca y se tensan los músculos de mi cuello. Nunca había deseado algo tanto en toda mi puta vida.
La puerta se abre y el corazón me da un vuelco en el pecho, ahí está, tan jodidamente deseable como siempre. Fuera está lloviendo a mares y lleva puesto su anorak rojo con la capucha que le cubre hasta los ojos, solo su boca se ve expuesta a mi lasciva mirada, esa boca que me muero por morder, por saborear. Va comiendo un Chupa-Chups que le ha puesto la lengua de color rojo, y me guiña un ojo al tiempo que se deshace de la capucha y me saca la lengua como una niña pequeña. Su pelo dorado como el mismísimo tesoro de Alí Babá está despeinado y el flequillo le tapa ligeramente los ojos color miel. Todo en ella me da hambre, todo me invita a comérmela de arriba a abajo.
Una gula indescriptible se apodera de mí, deseo morder cada centímetro de su cuerpo hasta hacerla estallar en un big bang de placer.
Ella me mira, sabe perfectamente lo que me está pasando por la cabeza, y se quita el anorak con parsimoniosa lentitud, provocándome. Ha decidido ir por el camino más largo y no piensa ponérmelo fácil.
Yo espero paciente, es su juego, pero la boca me está empezando a salivar y no creo que aguante mucho más antes de abalanzarme sobre ella y quitarle la ropa a bocados.
—¿Tienes hambre, cachorrito? —Me susurra con ese aliento con olor a almendras dulces. Me derrito, juro por Dios que me derrito.
Los botones de su blusa se hacen eternos mientras ella los desabrocha de uno en uno sin quitar sus ojos de mí.
—Pues come.
El último botón se rinde y ella me muestra sus pechos como dos manzanas maduras, rosados y turgentes. Los meto en mi boca sin miramientos, tengo tantas ganas que me da miedo hacerle daño al clavar mis dientes en sus pezones. Ella gime y me sabe a gloria bendita.
Hambre, hambre de ella, de cada curva, de cada pliegue, de cada gemido que escapa de su boca mientras la recorro de arriba abajo.
Su boca sabe a caramelo y me deleito en sus labios, acariciándolos con mi lengua, mordiéndolos, disfrutando de su regusto. Bajo por su cuello, pequeños mordiscos se clavan en su piel, soy como un lobo feroz y ella es mi presa.
Su piel es blanca como la nata, suave, cremosa, un dulce merengue. Mi lengua recorre cada centímetro para pararse en su húmedo centro. Su sabor salado me recuerda el mar y bebo de él hasta quedarme sin aliento. Ella se retuerce entre mis manos, sube y baja pidiendo más, mi hambre le vuelve loca. El clímax está cerca, lo siento en sus ligeros espasmos y me preparo para el gran final. Succiono para empaparme de su sabor y mantenerlo en mis labios hasta mi próximo ataque de gula, que no tardará mucho, soy un vicioso de su cuerpo, me alimento de sus orgasmos.
Ya está, ya viene. Ella grita mi nombre antes de deshacerse en mi boca como un caramelo de nata y fresa, me trae loco.
Levantó la cabeza ligeramente y ella me regala una sonrisa.
—Si se entera mi abuelita…