CADAVRE EXQUIS

«…Andiara se retiró y plantó sus nalgas sobre el cipote en pleno esplendor …»

por TEODORO NDOMO

– Hasta las 5 de la tarde entonces. Mark hizo una pausa. – ¿Quieres que te recoja Andiara?.

– No te preocupes, saldré antes, que iré sin almorzar. Llevo algo para picar.

– Perfecto, porque esta vez llevaré un São Pedro.

– Querido Mark, maravillosa elección, como siempre. Avisa a Evandro, a ver con qué nos sorprende esta vez. Solo le queda aparecer desnudo a la puerta.

– Es lo que nos gusta de él, que no le cuesta sorprender a pesar de estos dos años.

– Bueno. hasta las 5 pues.

– Chao, -respondió Mark.

Como cada solsticio, Mark, Andiara y Evandro, quedaban para jugar al “cadáver exquisito”. Siempre en casa del inefable Evaristo pues su terraza era propia para ello. En Avessadas, a poco más de una hora de Oporto, con una espectacular vista al Támega desde su piscina. Una herencia familiar jugosa y alegremente usada por Evaristo. No le hacía falta el dinero, pero no lo despreciaba.

Se especializó en repostería hasta conseguir tener su propio local, el “Regueifa da morte”, al que ya solo iba a enseñar en el atelier. 

Mark, “el rojo cornudo”, como le encantaba llamar Evaristo al escocés y por joder, solo “por tu bien, hasta que te olvides de esa Caterina de los cojones”, residía en Oporto tras un frustrante Erasmus de Veterinaria. Decidió tomar clases en el atelier de su amigo hasta que aprendió lo suficiente como para dirigir el local del histriónico amigo. 

Por su parte, Andiara, dirigía el Hospital do Terço, donde se conocieron los tres cuando el maestro repostero mezcló el suficiente alcohol como para aparecer desnudo a impartir una de sus clases. La historia que le contó la facultativa de urgencias le llamó la atención como para personarse en la habitación donde lo tenían amarrado mientras le administraban B12. Evaristo entró medio desnudo, con la ayuda de Mark. En admisión, frenó en seco los ojos y exclamó “maravillosos souffles” mientras agarraba los senos de la enfermera que le fue a tomar la tensión de manera rutinaria.

Excusado por el escocés a duras penas, ese “accidente” propició el inicio de una amistad a tres bandas en la que confluyeron los quehaceres reposteros y su amor a jugar con las letras. Hubo tardes eternas de scrabble que derivaron en relatos compartidos tras copiosas meriendas sin hora final.

Llegaron casi al unísono el escocés y la doctora. Habían quedado entrar juntos para disfrutar juntos la bienvenida singular de Evaristo. A ver este verano con qué les sorprendía.

Encontraron la puerta abierta y el sonido de Amália Rodrigues de fondo.

– ¡Evandro, por favor, no aparezcas si no es desnudo!, -retó Andiara sonriendo.

Apareció en bata negro satén. A sus 55 años, Evandro mantenía un cuerpo envidiable para los que habían llegado a la segunda pubertad de los 40. “Las mejores nalgas de Oporto”, le decía Andiara entre bromas y veras.

Mark se sonrojaba cuando escuchaba a su amiga, también cincuentona y ella lo sabía.

– ¡Venga Mark, toca ese culito, que así seguro que dejas atrás a tu Caterina!.

El escocés, 15 años más jovén que ellos, había aprendido a escuchar las burradas de sus colegas literarios, pero no a dejar de sonrojarse.

– Disculpa Evandro, pero esta vez nos ha decepcionado tu recibimiento.

Por respuesta, la costumbre de acariciar una teta de su doctora preferida mientras volvía a sonrojarse «el rojo cornudo». Se dio la vuelta levantando levemente la bata, mostrando una de sus golosas nalgas mientras dijo: – Comencemos con las viandas: ¡a la cocina!.

Ante ellos, la impresionante sala de máquinas de Evandro. Olor a canela y miel. Una isla abarrotada de fruta madura y libros abiertos regados con azúcar glas. Al fondo, una mesa de mampostería que reflejaba la maravillosa luz de la tarde, era la antesala a la terraza. Acceder a ella era vida pura. Olor fresco a hierba mojada. Escuchar la recirculación del agua de una piscina infinita que pugnaba con la naturaleza viva del Támega. Era el paraíso.

– Mark trajo un São Pedro. Brindemos.

En la mesa, el anfitrión tenía dispuesto un espectáculo de colores. Bolas de Berlim, pingos de Tocha, baba de camelo, todos ellos con ingredientes básicos y simples, pero Evandro había conseguido su fama, logrando combinar esta simpleza con fruta glaseada. Un horror para los puristas, pero un acierto para su carrera.

Andiara colocó la francesinha que tanto detestaba Evandro y almejas para aplacar el hambre atrasada de un día tedioso en el hospital.

– Yo empezaría ya. Me lo trago todo hoy. Aunque primero, un brindis por el anfitrión y otro por el cumpleañero. ¡Felicidades Mark!, -y alzó la copa. Porque Evandro te quite el castigo de llamarte cornudo.

– Querida Andiara, mi estúpida y terca cabeza escocesa cede. Y eso se lo debo al mejor calor que he recibido nunca en ustedes. Son más que mis amigos. Solo confío en que nunca deje de estar enamorado de ustedes.

– Mark, deja el enamoramiento y solo guíate de tu instinto, que eso es lo que nos permite soñar y ser soñados. Abraza el sol mientras te quema si quieres, pero recuerda que debes ser ese sol también. ¡Levanta la copa y libérate!.

Y se desnudó entre aplausos mostrando su verga empalmada, síntoma de que había empezado bastante tiempo antes a derramar alcohol por su garganta.

Se dió la vuelta y derramó la botella de oporto por su cuerpo al tiempo que Mark se desesperaba por la pérdida de 70 euros en la performance de su loco amigo que caminaba hacia la piscina.

Andiara escupió por la nariz parte de su copa y asió con fuerza el antebrazo de Mark. La miró y volvió a enamorarse de los pechos de la doctora, quien había decidido liberarse del yugo del sujetador hacía tiempo. Su blusa permitía dejar pasar la luz suficiente para desvelar una madurez carnal exquisita. Y volvió a ponerse rojo. Andiara lo intuyó, como desde las primeras reuniones.

Se incorporó y gritó: – ¡Espera que voy!. Y se quedó en bragas para meterse en la piscina con el flambeado anfitrión.

Mark no se sorprendió al empalmar, pero su católica infancia, reprimía sus impulsos con Andiara. Además, sabía que mantenían algún tipo de relación de pareja y no quería entrometerse.

– Evandro, ¿le ofrecemos ya el regalo?. No quiero que el alcohol te nuble más. Eres muy perspicaz y un puto iluminado cuando bebes, pero sabes que para todo no eres igual.

Por respuesta, el último sorbo de porto que le quedaba en la copa y una lengua que ofreció como inicio de regalo.

Agarró a Andiara por la cintura y la colocó al borde de la piscina. 

– Vamos a ello, – le susurró..

A medida que Andiara caminaba hacia su presa, una sonrisa infante y descolocada se dibujaba en la cara de Mark. Ella sabía incomodar. A pesar de sus casi 55 años logró mantener una cadera golosa y unas arrugas impropias por su casi inexistencia. Se sentó mojada en el regazo del escocés, que no supo defenderse con cara atónita. Le retiró la camisa. 

– Siempre he querido mirar de cerca ese tatuaje. ¿qué significa?, -y comenzó a lamer el dibujo bajo la oreja.

– Awen, simboliza la armonía y el equilibrio entre dos propuestas, -logró vocalizar un nervioso Mark.

– Buena analogía querido amigo rojo, -completó Evandro a su espalda.

– Pero …, -quiso comenzar a hablar de nuevo el escocés, pero Andiara le tapó los labios mientras le dijo “Felicidades, aquí tienes el regalo de tus amigos”.

Y no pudo ni supo ni quiso volver a hablar.

Andiara se incorporó y tapó los ojos de Mark con sus bragas aún mojadas. Comenzó mordiendo su pecho hasta recorrer los pezones con la lengua. Mientras, Evandro acarició la cara efeba del regalado.

Mark notó las manos de su amiga en su miembro erecto. Un primer masaje derivó en desabrochar el pantalón hasta permitir el tacto directo de la lengua con un brillante glande que gritaba “hallelujah”. 

Unos labios más rudos besaron su ojos tras las bragas. Luego, una lengua áspera, pero suavizada con las babas de camelo, comenzaron a descubrir una boca virgen de experiencias. Andiara se las ingenió para retirar el pantalón de lino. Una vez desnuda la presa por completo, se relamió y volvió a meterse en la boca ese cipote que tanto había imaginado. Mark palpó sus rizos y acompañó el compás de la cabeza de su amiga. 

Con cierto miedo, supo que iba a llegar el momento en el que Evandro iba a intervenir. Y efectivamente, su anfitrión le abrió la boca lubricando sus labios con los restos de oporto que quedaban en la botella y le metió su verga suavemente.

Mark se dejó llevar. El sabor, el sentirse protagonista, el querer liberarse y que estaba en el entorno idóneo y las personas perfectas.

Andiara se retiró y plantó sus nalgas sobre el cipote en pleno esplendor. 

– Evandro, acuda a recepción, por favor.

Y ella siguió chupando del maestro repostero mientras Mark se retiró las bragas de los ojos, para ver el esplendor de la imagen, conectado a sus amigos de manera tan carnal con la luz ofrecida por el ocaso de la tarde desde la terraza.

Mark pensó que se iba a desmayar del éxtasis al que estaba siendo sometido y no quiso terminar de espaldas a su amiga. Se levantó de la silla, incorporando aún más las nalgas agradecidas de Andiara. Sacó su verga y despejó la mesa de todo lo que estorbaba. 

Separó a sus amigos que, lejos de quejarse, sabían que estaban ahí para satisfacer y ser oferentes.

Colocó a Andiara boca arriba en la mesa. Evandro comprendió con la mirada y abrió de par en par los muslos de su amiga penetrando con su lengua mientras bombeaba su propio miembro. Mark se posicionó para que ella comiera sus huevos primero y luego su mástil venoso.

Cuando notó que iba a explotar, tiró de los pelos al anfitrión y ambos comenzaron a saber lo que hacer. 

Andiara esperó apretándose los pechos y recorriendo su clítoris para conseguir llegar a la meta al unísono.

Y explotaron. Regaron sus cuerpos como antes había regado de oporto su cuerpo Evandro: liberados y desatados para dar lo mejor de cada uno.

Evandro volvió a alzar la copa y brindó:

– Sin duda alguna, mis queridos amigos, este es el mejor “cadavre exquis” que hemos creado, -sentenció Evandro recuperando el aliento.

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