«… Iván no pudo contestar. Sara era más ágil que su galán…»
por TEODORO NDOMO
Iván insistió en preparar la cena.
Sara no se resistió y se encargó del vino y de poner las velas.
Una noche incómoda, de verano implacable. Pero era la noche elegida. Esa noche se había marcado en la agenda de sus smartwatch con un vivo y adecuado color rojo.
Desde el mediodía Iván recorrió el mercado. El calor no frenó a la masa a lanzarse en busca de las frutas de temporada.
El verano se adelantó y la cosecha de sandía y cereza llegó con prisa. Cada año nos estábamos acostumbrando al nuevo ciclo lunar generado por los cambios gravitacionales a los que fue sometido el satélite. La Tierra entró en colapso por la impúdica y suicida voracidad humana más el impacto del primer meteoro George y el definitivo Xavier que arrasaron con la poca vida que el ser humano no supo destrozar.
La población que quedó, pudo ser trasladada al satélite que recordábamos romántico. Antes la mirábamos. Ahora la pisamos. La colonizamos. La devoramos.
El olor de la fruta era brutal. La acidez de los aromas despertaban en Iván clarividencia. Y esa noche la necesitaba y la quería. Colmó la cesta con lo que su exiguo saldo permitía. Sara lo valía. Sara y el acuerdo al que habían llegado. Al que habían llegado y al que querían llegar.
La terraza que compartía con Iván en Mare Nubium –curioso que tras vivir su vida terrícola en Canarias, acabaran conviviendo en esta ubicación– era reducida, pero con una espectacular vista de su antiguo hogar.
Cumplían 15 años juntos y sabían que eran unos privilegiados. Sus amistades jugaban con un hándicap muy inferior al de ellos. Quizá su generación había perdido el ánimo o el ansia de pertenencia libre a otro. Iván y Sara no se tenían miedo. Y eso fue y es su principal arma; y no solo como pareja. Habían aprendido a ser uno y no dos. Además, lo que mejor les definía era que seguían aprendiendo el uno del otro. Y esta noche tocaba nuevo temario.
Sara dejó atrás el traje de diario y recuperó del armario el incómodo y sensual pantalón ceñido en negro. De una polipiel cualquiera. Como se quería sentir. Añadió un tacón de vértigo y un corpiño Scarlett O’Hara. Pelo mojado a juego a como se quería sentir.
Tras quejarse de nuevo de la disposición del armario en el techo -algo a lo que no acababa de acostumbrarse-, proyectó su imagen en el salón. Le gustaba verse en diferentes actitudes, posturas y acciones antes de decidirse por la vestimenta. Ese invento sí que la revolucionó. Era muy terca con la tecnología domótica, pero el escáner de previsualización la había conquistado.
Quedaron en no verse hasta la cena. Buscaban sorpresa. Ese factor que tanto bien les había procurado en la cama.
Preparadas las viandas, Iván llegó a su vestidor y se enfundó en su traje a cuadros escoceses. Le encantaba recordar el mejor viaje de placer que había hecho, sobre todo de la visita al Castillo de Crathes, que nunca hubieran imaginado lo ligado a su futuro que estaba ese enclave.
Se dieron la señal y se encontraron en la terraza con vistas al gran cráter que quedó en el antiguo océano Pacífico.
Aprendieron a disfrutar de la tristeza de ese impacto.
– Hola Sara.
– Hola Iván.
Un beso y calentaron motores con la primera copa de Tycho. El manjar de fruta de Iván junto al caldo lunar, resultaron delicioso y acertado.
– ¿Preparada?
– ¿Y tú?
Iván no pudo contestar. Sara era más ágil que su galán. Le bajó la chaqueta y se la dejó a medio quitar empujando su cuerpo contra la pared.
Él supo que no iba a cenar lo preparado, al menos en ese momento.
La música dejó fluir ambos cuerpos en un baile que ordenaba y guiaba ella. ¿O era él?
Mordió su oreja y le susurró con la intención de derretir a su par. Lo conseguía. Lo abrió de patas para agarrar una nalga primero. Después paseó la mano abierta hasta llegar a su verga, la cual ya señalaba posesa el norte deseado.
Una brusca nalgada inquietó al empujado, pero cedió. De repente bajó felina y mordió sin virulencia, pero con firmeza. Iván esperaba una felación de primer plato.
Sara no.
Se incorporó y pasó el cuerpo de su hombre hasta el sillón. Allí fue donde se vio sorprendida por no saber cuándo tuvo Iván la oportunidad de activar la cámara. La mitad de la vista terrícola se convirtió en espejo virtual de lo que allí pasaba. Él quería verse… y verla. La cámara apuntaba a lo que veía. Y qué bien veía…
Sara, lejos de cohibirse, se separó, se dio la vuelta y se agachó para que Iván pudiera admirar su poderoso culo. Se dio una torta sonora y recorrió su entrepierna al ritmo de Hard Times. Era como si el mismo Ray recorriera las llaves de un saxo interminable.
El calor hizo efecto, al tiempo que el alcohol recorrió el ambiente. La nueva fragancia de GinFruit causaba furor entre la población. Era la dosis perfecta aplicada en el conducto del aire acondicionado, lo último en desinhibición controlada.
La quietud de Iván era sumisión regulada. Sabía que Sara quería las riendas. Le tocaba ser pasivo.
Y se dejó. Sara retiró su chaqueta y alojó la lengua en su oreja. Acomodó la corbata sin quitarla. Desabrochó botones y mordisqueó cada pezón con ansia algo reprimida. Tampoco quería acabar pronto con su galán.
A sabiendas del voyeurismo de su conviviente, se dio la vuelta y contempló la escena. Su escote, su acople, la media luz. Se vio grande. Se vio protagonista.
Derribó el velcro del pantalón y el corsé fue desabrochado ofreciendo la frugalidad imponente de sus pechos. Acogió en su seno el manubrio expectante y firme en su propósito de pasar a ser actor en la contienda. Unas manos suaves masajearon el cabello de Sara mientras ella relamía su sexo.
Y se dejó. Sara retiró su chaqueta y alojó la lengua en su oreja. Acomodó la corbata sin quitarla. Desabrochó botones y mordisqueó cada pezón con ansia algo reprimida. Tampoco quería acabar pronto con su galán.
Temiendo la velocidad a la que ella quería imponerse, Iván se levantó como pudo mientras ella gemía a disgusto por retirarle el previsible postre lácteo. Ahora fue él quien, sin atuendo alguno, tumbó a su dama. Recorrió su cuerpo hasta que la pudo desprender del freno del pantalón ceñido de su dama.
De reojo miraba atento su creación cinematográfica. Recrearse en la visualización de algo que realmente vivía en ese momento le ponía aún más.
Desató la lengua y ahora sí que la hizo gemir hasta derramar su néctar ácido, un auténtico manjar para Iván. La hizo arquear hasta llegar a salivar sin control.
Acto seguido la penetró suave pero profundo. Mientras entraba, acariciaba su preciosa y tersa cadera.
La giró y a cuatro patas cabalgó con ritmo hasta que la agarró por la cabellera y sacudió con fuerza. Dejó escapar un grito liberador en ella y jadeo triunfal en él mismo, sin dejar de contemplar vanidoso la pantalla en la que se deleitaba. Entonces, con el pulgar atrapó el orificio libre de Sara y la penetró despacio hasta la primera falange.
Cuando comprobó el tacto más suave de retaguardia, colocó su miembro en posición y Sara le permitió pasar. Primero despacio pero hasta el fondo. Poco a poco, se dejó llevar y la cabalgó aumentando el ritmo hasta que prefirió contenerse.
Lo que no intuyó fue que Iván quería más. Este elevó sus nalgas a punto de atragantarla. Solo se estaba acomodando.
– Dame tu mano -dijo él.
Chupó sus dedos ante la sonrisa de Sara y comprendió.
Se agachó de nuevo y su dedo húmedo encontró cobijo.
En el último momento, Iván bufaba y retiró la cabeza de Sara que recibió un primer latigazo blanco, respondiendo ella con una tortura a base de lamer la erupción.
Tumbados y extenuados en la alfombra, olvidados de la cena, acariciaron sus cuerpos mientras despedían el antaño planeta azul al son de Georgia on my mind.