«…el extraño me despojó de mi ropa, besó mis labios metiendo su lengua al fondo de mi garganta…»
por JANE CASSEY MOURIN. Contacto: janecasseymourin@gmail.com; patreon.com/JaneCasseyMourin
La noche comenzó con el bullicio de la gente que atiborraba las calles. El aroma festivo, los colores de vestuarios estrafalarios y la alegría de la gente; inyectaban el alma de vida, un respiro para la rutina y el aburrimiento de una vida ocupada por el trabajo.
Tania y yo bailábamos, reíamos y bebíamos sin parar; admirando a los hombres tan hermosos que había en el lugar, caminando por las calles mientras nos dirigíamos al evento principal.
El concierto dio comienzo y la gente se volvió loca. Todos bailaban, saltaban y gritaban emocionados, con el cuerpo lleno de euforia, siendo presas de la adrenalina que corría por sus venas; mientras otras se dejaban llevar por el efecto de las drogas y el alcohol.
No supe en qué momento mi amiga se perdió entre la gente, la busqué por algún rato pero me rendí al entender que no podría encontrarla, así que decidí disfrutar del concierto y luego seguramente nos veríamos en el hotel.
La calidez de la gente, me abrazó mientras me hermanaba con hombres y mujeres bajo las luces del carnaval, las altas temperaturas de torsos desnudos y pieles humedecidas por el sudor. Fueron tantas las emociones que colmaron mi ser, que me dejé llevar sin ser consciente de las grandes cantidades de alcohol que consumía, ni el contenido de aquellos cigarros que una y otra vez ponía en mis labios, llenando mis pulmones de sustancias que después inhibieron mis sentidos y ralentizaron mis pensamientos.
El alcohol y las drogas hicieron mella mucho antes de que la presentación terminara, sintiendo cómo el mundo parecía un borrón de colores ante mis ojos y la forma en que la música se convertía en ruido de fondo.
Alguien me cargó en brazos y me llevó con él, recorriendo el lugar abrazado a su cuello, sin ser plenamente consciente de lo que estaba pasando, sin entender que un extraño me subía a su camioneta, donde poco a poco fueron entrando más hombres, antes de arrancara un destino incierto.
No fui consciente del lugar, ni de la forma en que legamos ahí, solamente sentí el momento en que el extraño me despojó de mi ropa, besó mis labios metiendo su lengua al fondo de mi garganta, y luego hundió su miembro en mi interior.
Miles de sensaciones me colmaron el cuerpo, quería abrazar a ese hermoso hombre, pues me gustaba lo que sentía, pero mi cuerpo no me respondía.
Sus embestidas se hacían cada vez más fuertes, mientras me sobaba los senos y besaba mi cuello. Pude escuchar mis gemidos como si vinieran de un lugar muy lejano de donde yo me encontraba. Hasta que sentí que mi vientre se llenaba de su cálido y espeso semen.
El hombre salió de la habitación y otro desconocido ocupó su lugar, pero él no fue tan amble como el primero. Me colocó boca abajo y me penetró con brutalidad. Gracias al cielo que estaba demasiado tomada y drogada, como para sentir el dolor tan intenso que su penetración me hubiera provocado, pues ese animal realmente me maltrató. Grité con fuerza, sin que me diera un solo respiro, cogiéndome de una manera salvaje y poco placentera; pasando largos minutos bajo el yugo de su fuerza, hasta que mi vientre nuevamente se llenó con su semilla.
Uno tras otro, hombre tras hombre, entraron en aquella habitación y me usaron a su entero placer, mientras yo sentía la forma en que introducían su carne dentro de mi cuerpo para luego bañarme con su semen.
No logré mantenerme despierta por el resto de la noche, aunque supongo que ello no impidió que mis anfitriones continuaran haciendo uso de mi cuerpo, a pesar de encontrarme dormida, o tal vez desmayada.
Desperté horas más tarde sintiendo cómo la cama se movía mientras un hombre se encontraba sobre mí. Mi vagina se abría ante la forma en que su miembro entraba y salía de mí, una y otra vez. Los gemidos de mi boca le avisaron que había despertado. Él me miró sorprendido, pero no hizo el más mínimo intento de detenerse.
– Buenos días preciosa.
No dije nada, de mi boca solamente salieron gemidos que nada tenían que ver con el placer. El hombre terminó dentro de mí mientras yo trataba de entender lo que había pasado la noche anterior. Aquel desconocido tuvo la cortesía de besar mis labios antes de subirse las bermudas y marcharse.
La paz regresó a mi cuerpo pegajoso, maloliente y lleno de sudor. Afuera ya no había música ni bullicio, solamente los sonidos propios de una calle que sufría la cruda de una noche salvaje: atiborrada de basura, mostrando los vestigios de la euforia del carnaval.
No sabía en donde me encontraba. Mi ropa había desaparecido. Busqué en un armario y me encontré una playera larga y unas sandalias que me quedaban un poco grandes, pero que servirían para regresar a mi hotel.
Salí de la habitación y bajé unas escaleras, encontrando en la planta baja a un montón de hombres, algunos dormidos sobre los sillones de una sala, otros apenas conscientes de lo que hacían. En la mesa de centro había una gran cantidad de botellas y los indicios de cocaína regada por el cristal de la mesa, junto con el penetrante olor de la marihuana que aún seguían fumando. Salí de la casa sin decir nada.
Busqué por algunas horas el hotel en que me había hospedado. Preguntando a los lugareños por indicaciones; hasta que un amable señor en bicicleta, me dijo que ese hotel estaba muy lejos para ir caminando, y se ofreció a llevarme.
Cuando al fin pude llegar a mi hotel, subí las escaleras pero entonces me di cuenta de que había perdido la llave de la habitación. Toqué la puerta con la esperanza de que Tania estuviera ahí y me abriera; no obstante, no recibí respuesta alguna.
Me senté por algunos minutos en el pasillo. Estaba confundida. Pues lo vagos recuerdos que tenía de la noche anterior, eran una extravagante mezcla de dolor y placer. Sabía que tuve varios orgasmos, pero también sabía que me habían lastimado; los cual era evidente al sentir el escozor que hacía palpitar mi vagina y mi ano.
Tania llegó un par de horas más tarde, su apariencia era casi idéntica a la mía: vestía una playera larga del carnaval, pero ella andaba descalza. Por un momento imaginé que también habría perdido su llave, pero entonces recordé su maldito arnés que llevaba en el abdomen, donde ponía todos los papeles importantes que se negó a dejar en el hotel.
Me levanté en cuanto la vi y nos miramos, una resignada sonrisa se dibujo en su rostro antes de abrir la puerta y entrar. Nos sentamos en la cama, desconcertadas, sintiendo el peso de las consecuencias de haber bebido tanto.
– ¿Cuantos? – preguntó de pronto, haciéndome recordar aquella ridícula apuesta.
– No lo sé, pero por lo que conté cuando desperté, al menos fueron ocho.
– Demonios, yo solo vi a cinco. Supongo que perdí.
Sin decir nada, Tania se arrodilló frente a mí, me subió la blusa y enterró su cara entre mis piernas; limpiando con su lengua todos los fluidos que aún contaminaban mi vagina, haciendo que me estremeciera hasta olvidar lo mucho que me dolía la cabeza, y la carga de culpabilidad que me corroía por haber bebido demasiado; tanto como para no haber disfrutado todo lo que me hicieron la noche anterior.
Exploté en un delicioso orgasmo, pues su lengua matizó los dolores que embargaban mi cuerpo, generando una placentera sensación de alivio, al sentir por fin una lengua conocida besando mi entrepierna.
Se arrastró hacia arriba de la cama, ascendiendo por mi cuerpo recostado en ella. Nos miramos. Sonreímos antes de fundirnos en un deliciosos beso y quedarnos dormidas, sin habernos bañado, llenas de sudor, semen y un poco de sangre, pero sabiendo que el próximo año, regresaríamos al carnaval, con una nueva apuesta, pero tal vez sin la intención de perdernos en el alcohol y así poder disfrutar de todas las delicias que la isla nos ofrecía.
