«…- ¿Estás lista? – me preguntaste, yo asentí sin dejar de mirarte…»
por JANE CASSEY MOURIN. twitter.com/@JCMourin; patreon.com/JaneCasseyMourin; jcmourin.blogspot.com/
¿Cómo poder explicar lo que sentía en aquel momento? ¿De qué manera podría contener mi llanto para esconder lo que me estaba haciendo pedazos por dentro? ¿Cómo negarme a mí misma el profundo amor que sentía por ti y lo mucho que estaba sufriendo al verte partir?
Todo comenzó cuando éramos niños tratando de explorar un mundo para nosotros desconocido, fue ese beso que nos dimos lo que nos hizo saber que había una conexión que iba mucho más allá a ser hermanos, algo que se encendió dentro de los dos en el momento en que nuestros labios se conectaron.
Ese fue el principio de todo, aquella pequeña coincidencia de nuestros labios fue lo que lo empezó, el primer paso a enamorarnos en secreto, a encontrarnos en las noches a escondidas de los ojos de papá y mamá, pero aún pienso que ninguno de aquellos encuentros fue tan hermoso ni tan intenso como nuestra primera vez, el regalo más maravilloso que me pudiste dar cuando cumplimos quince años.
Recuerdo mi vestido blanco con el que bailé durante toda la noche, casi puedo sentir tu mano en mi cintura cuando bailamos el vals, mirándonos a los ojos, olvidando por un momento el secreto que debíamos ocultar a los ojos de los demás.
Esa noche entraste a mi habitación. Yo ya te estaba esperando, nerviosa, ansiosa pero principalmente entusiasmada por saber lo que ocurriría entre nosotros dos, feliz de saber que nuestro amor al fin se vería consumado al calor de nuestros cuerpos desnudos, aún a pesar de que no sabíamos muy bien lo que hacíamos.
Te recostaste a un lado de mí, ambos descansábamos sobre nuestros costados, mirándonos a los ojos, con sonrisas nerviosas en los labios, tomándonos de la mano.
– ¿Estás lista? – me preguntaste, yo asentí sin dejar de mirarte.
Me diste un beso, el más tierno que puedo recordar, mientras tu mano se posaba en mi cintura y con ella me acercabas a tu cuerpo. Era el cielo sentir las caricias de tu lengua, la calidez de tu aliento en mi boca la suavidad de tus labios, mientras tu mano se metía por debajo de mi camisón hasta llegar a mis senos, robándome un gemido cuando me tocaste, cuando tus dedos apretaron un poco mi pezón, pues sabías que eso me encantaba.
Al ser tan jóvenes no sabíamos muy bien lo que hacíamos y nos dimos un minuto para quitarnos la poca ropa que teníamos encima, no era la primera vez que nos tocábamos ni mucho menos la primera ocasión en que nos besábamos, pero nunca antes nos habíamos visto desnudos, nunca había visto tu cuerpo de esa forma, coronado con la evidente erección que mantenías al estar conmigo.
Tu mirada recorriendo mi cuerpo, saboreando mis senos y deleitándose con la imagen de mi vagina desnuda, me erizó la piel y me obligó a estremecerme al ver que estabas maravillado con lo que tu hermana tenía para ofrecerte.
Me recosté nerviosa en la cama y abrí un poco mis temblorosas piernas mientras tú te desplazabas de rodillas hasta colocarte entre ellas, que ya eran víctimas del nerviosismo y la tensión que experimentaba al saber que estaba a punto de convertirme en mujer.
Era evidente que no sabíamos qué hacer, pero no dejamos que eso nos detuviera; cargaste tu peso sobre mi cuerpo y fue muy hermoso sentir tu piel desnuda en contacto con la mía; mi cuerpo fue recorrido por una deliciosa corriente eléctrica cuando tu pene y mi vagina se encontraron por primera vez, cuando sentí el rigor de tu sexo y tú experimentaste la humedad de mis labios.
Fue el instinto o tal vez un impulso natural lo que nos llevó a mover las caderas restregando nuestros sexos entre ellos, gimiendo con sonidos ahogados ante el placer que nos brindábamos, hasta que de pronto pasó, tomándonos por sorpresa, tan repentinamente que el dolor que sentí me hizo alargar un pequeño grito que lograste socavar al besar mis labios.
Fue impresionante y doloroso sentir tu miembro entrando en mi cuerpo, experimentar por primera vez la forma como las paredes de mi vagina se abrían para abrazar tu pene que se introducía despacio mientras mis ojos lloraban y los tuyos me miraban, temerosos y dubitativos.
Moví mis caderas para acelerar el momento de sentirte por completo en mi interior, el dolor se hizo intenso y mis sollozos te hicieron creer que lo mejor sería salirte de mi cuerpo, pero no era algo que estaba dispuesta a permitir, así que te abracé del cuello con mis brazos y mis piernas hicieron lo mismo con tu cintura.
– No te salgas, solo espera un momento – te susurré al oído entre lágrimas y tu obedeciste mis suplicantes palabras.
Nos besamos en aquel momento, mientras sentía como poco a poco el dolor iba sediento paso a una sensación distinta, mientras el tenerte dentro dejaba de ser una tortura y se convertía en un placer nunca antes conocido, que tarde o temprano me hizo mover mis caderas para conocerlo, que me llevó a besarte con más intensidad mientras tu cuerpo comenzaba a moverse, penetrándome con pasión, haciéndome el amor como aquella vez en que por accidente vimos a mis padres teniendo sexo.
Sentía la necesidad de abrazarte, de besarte, de estar más cerca de ti. Experimenté el paraíso del amor de los adultos al sentir cómo sacudías mi cuerpo cuando tus embestidas se hicieron incontrolables, cuando la rapidez de tus movimientos me hizo ahogar mis gemidos en tu boca, mientras nuestras lenguas bailaban un ritmo seductor y nuestras manos no dejaban de explorar el cuerpo del amante que teníamos enfrente.
Una sensación nunca antes conocida comenzó a expandirse por mi vientre, un calor placentero y pequeños espasmos sacudieron mi cuerpo al sentir que algo se aproximaba hasta que repentinamente explotó, haciendo que mordiera tu hombro para ahogar los gemidos que provocaba la deliciosa sensación de mi primer orgasmo, uno de muchos que tú provocarías a lo largo de los años, el más hermoso de todos aquellos que lo siguieron con el tiempo, una experiencia tan increíble que solo fue comparable en aquel momento, con la sensación que me provocó tu semen inundando mi vientre, esparciendo su calor mientras apretaba mis piernas y todos mis músculos se tensaban, como si con ello tratara de mantenerte dentro de mí, como si con ello lograra sentir que nunca te alejarías de mi lado y seríamos tú y yo por el resto de nuestras vidas.
Hoy me encuentro parada en la iglesia, han pasado muchos años desde aquella primera noche, muchas experiencias compartidas, orgasmos que han quedado en mis recuerdos y excitantes noches de placer que han pasado a la historia.
Hoy estoy de pie a unos metros de ti, pero sintiendo que nunca había estado tan lejos de mi hermano gemelo, sabiendo que difícilmente volveremos a estar juntos después de este día, pues estás a punto de casarte con una mujer hermosa, una chica a quien sé que no amas, pero que tiene el potencial de convertir tus sueños profesionales en realidad, un matrimonio por conveniencia, aunque para ella sea real.
Escuchó con un dolor insoportable cuando dices “Acepto” mientras las lágrimas abandonan mis ojos. La gente cree que soy feliz por ti, nuestra familia piensa que estoy conmovida por ver a mi hermano en la antesala de formar una familia; Annie es la única que se da cuenta de que algo está mal, la única que me mira preocupada al verme llorar, quien me toma de la mano mirándome con su tierna carita desde abajo, con un gesto de preocupación.
– ¿Estás bien mami? – escucho la voz de tu hija al preguntarme.
La cargo entre mis brazos y trato de sonreír para ella, pues no quiero hacerla sufrir, no quiero que se mortifique por mis sentimientos ni tampoco que descubra el secreto que le hemos guardado a la familia desde el momento en que me preguntaron quién era el padre de mi hija y yo decidí guardar silencio.
– Estoy bien, mi amor, solo lloro de alegría por tu tío, al fin se va a casar, cariño – digo, sabiendo lo mucho que me duele decir aquellas palabras, sintiendo aquella punzada en el estómago al no poderle decir a mi niña quién es su padre.
La ceremonia termina y es una fortuna que concluya, pues no soporto verla sonriendo y me duele la idea de saber que esa noche te la vas a coger, que sentirá lo que yo he experimentado por tantos años, que tal vez quedara preñada del hombre que por tanto tiempo he amado.
Siento envidia de esa mujer al saber que no tendrá que esconder la verdad de sus hijos, al saber que sus niños podrán llamarte papá mientras mi hija deberá crecer con la idea de que su papá la abandonó, sin saber que en realidad el hombre que la procreó es aquel a quien llamara tío por el resto de su vida.
No soporto más estar frente a ti, no tolero mirar un segundo más a la mujer que me ha robado a mi hombre. Tomó a mi hija entre mis brazos y me dispongo a marcharme, pero apenas llego a mi auto escucho tu voz, pronunciando mi nombre.
– Isa, ¿A dónde vas? – me preguntas. Siento una ira apenas contenible cuando escucho el tono jubiloso con el que me hablas. Dejó a mi hija en el asiento de atrás y le pongo el cinturón de seguridad antes de cerrar la puerta y voltear a verte.
– No deberías preocuparte por mí, ahora tienes una esposa de quien encargarte – digo con un odio fingido, pues jamás podría sentir tal clase de sentimiento por ti. Tu rostro se ensombrece, tus labios tiemblan y la sonrisa que antes mostraban desaparece.
– Sabes que esto es necesario, de otra forma…
– De otra forma tú y yo pudimos ser felices, de otra forma pudimos vivir juntos para criar a nuestra hija, de otra forma…
– Sabes que eso es imposible, nunca hubiéramos podido…
– ¡Amor! ¡Ya llegó el fotógrafo! – te grita tu esposa, haciendo que te quedes callado mientras nuevamente el dolor me amenaza con llevarme a la locura. Me acercó a ti y te abrazo, beso tu mejilla mientras mi mirada se cruza con la de esa perra y ella me sonríe con amabilidad y la ternura que le provoca lo que ella cree que es un gesto fraternal.
– Adiós, mi amor – te susurró al oído sin mover mucho los labios, antes de dar media vuelta y subir a mi carro, conteniendo mis ganas de llorar, sabiendo que tengo una hija que me obliga a continuar, una hija de la cual decidiste desentenderte cuando te casaste con esa mujer.
Te miro mientras arranco el carro, una lágrima corre por tu mejilla pues sabes que no volveremos a estar juntos, que nuestra historia de amor ha concluido, dejando a nuestra hija como la única prueba del amor que un día nos tuvimos.